Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados.
Filipenses 4:1
Pablo comienza este cuarto capítulo con lo que parece una metáfora muy contradictoria. El “así que” se refiere a lo que escribió en el capítulo 3. Ahí está hablando sobre correr una carrera, viendo la vida como una pista de obstáculos. Él escribe sobre cómo él corre esta carrera al proseguir a la meta por el premio del alto llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Está urgiendo a otros a que corran con él. Pero en el versículo que abre el capítulo 4 ahora nos dice: “estad firmes”. Suena confuso en el significado que quiere darnos, si debemos correr la carrera o mantenernos firmes. Una es una imagen de un esfuerzo extremo, la otra de la inmovilidad, la inacción. ¿Cómo podemos entonces seguir este llamado a estar firme y sin embargo estar corriendo?
Si entendemos literalmente lo que nos está diciendo, es confuso. Sin embargo, si lo piensas detenidamente, verás aquí una maravillosa presentación de la paradoja de la fe cristiana, ya que la vida es de hecho una pista de obstáculos que se mueve a gran velocidad. Todos hemos descubierto esto. Sabes que hay nuevos retos y nuevas demandas que se te hacen detrás de cada esquina, y el tiempo mismo trae esas cosas a tu vida, así que de hecho es una carrera que estamos corriendo.
Pero el secreto de correr la carrera con éxito, nos dice el apóstol, es el aprender a estarnos quietos. Eso es, a tomar un agarre invariable de la vida invariable de Jesucristo en nosotros. Éste ha sido el tema de esta maravillosa carta. Nos dice que hay un secreto de la vida cristiana. Es el hecho de que Jesucristo vive en nosotros, y para poder tomar posesión de esa vida es necesario que voluntariamente renunciemos al ejercicio de nuestra propia vida. Por lo cual dice: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (3:8a). El secreto de correr una pista de obstáculos y derrotar todos los problemas es aprender a agarrarnos firmemente de la vida de Jesucristo en nosotros. Así que puedes ver que sus metáforas no son tan contradictorias después de todo. Son verdaderamente conforme a la realidad.
Tenemos una excelente ilustración de esto en esos encantadores tranvías que recorren las colinas de San Francisco de acá para allá. Si has estado ahí y has escuchado, has oído los cables que corren por debajo de las calles. En realidad el tranvía en sí es incapaz de moverse. No tiene motor, no puede propulsarse por sí mismo. La única forma de moverse es sujetándolo firmemente al cable. Quizás hayas visto al conductor tirando de las palancas para que el tranvía se sujete al cable que recorre la colina. En relación con el cable, el tranvía nunca se mueve; siempre se mantiene firme, agarrando firmemente ese punto en el cable. Pero el cable se mueve continuamente y, al mover el tranvía que se agarra de él, es capaz de derrotar todos los obstáculos, hasta la colina más inclinada de San Francisco.
Ésta es una bella imagen de lo que Pablo está diciendo, porque, aunque estamos corriendo la carrera de la vida, constantemente nos enfrentamos con obstáculos, demandas y presiones que se nos vienen encima. La respuesta es no intentar hacer algo, sino agarrarnos más firmemente de la vida de Jesucristo, quien tiene el propósito de hacerlo en nosotros. Al hacer eso, descubrimos que tenemos la suficiencia que puede manejar todos los obstáculos. Él es capaz de superarlo todo.
Enséñame a mantenerme firme, Señor, en todo lo que eres y en todo lo que has hecho por mí. Entonces, y sólo entonces, aprenderé a correr la carrera con éxito.
Aplicación a la vida
¿Se ha degradado nuestra vida a una carrera de locos impulsada por nosotros mismos? ¿Cuál es el poder seguro y esencial por el cual podemos superar la pista de obstáculos de la vida siguiendo el “alto llamamiento” de Dios?