Pero me pareció necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de milicia, a quien vosotros enviasteis a ministrar para mis necesidades.
Filipenses 2:25
En los versículos 25 al 30, nos encontramos con Epafrodito. Él es un hombre con un temperamento distinto al de Timoteo. Epafrodito es el que trajo el regalo de Filipos y el que trajo esta maravillosa carta de vuelta a la iglesia filipense. Su popularidad es evidente en el hecho de que fue escogido por la iglesia para esta difícil tarea. Podemos entender de esta carta que probablemente era uno de esos hombres que eran amables, corteses y simpáticos, cuya disposición natural les hacía populares y prominentes en cualquier grupo.
Pablo dice que la cualidad que más aprecia en Epafrodito es su disposición a ayudar. Nota que dice: “me pareció necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de milicia, a quien vosotros enviasteis a ministrar para mis necesidades”. Todo esto nos muestra una disposición a ayudar. “Hermano” de nuevo habla de esa vida familiar, una fuente mutua de la vida en Cristo. Mi “colaborador” es una revelación de cómo trabajaron juntos en plena hermandad y con un interés común. “Compañero de milicia” es uno que comparte una lealtad común y una adherencia a la misma causa del apóstol. Él es el “mensajero” de los filipenses. La palabra en realidad es “apóstol”. Él es un embajador, un representante de otra persona.
Todos estos maravillosos títulos se suman a uno que es maravilloso colaborador, uno dado a ser un fiel trabajador con otras personas, con un interés altruista que es la marca distintiva de un creyente en Jesucristo. El versículo 26 dice: “Él tenía gran deseo de veros a todos vosotros, y se angustió mucho porque os habíais enterado de su enfermedad”. La información había llegado a Filipos de que este hombre había estado terriblemente enfermo, y Epafrodito está angustiado de que ellos estuvieran demasiado preocupados por él. Está estresado porque han oído que estaba enfermo.
No pude evitar contrastar eso con tantos hoy en día que se estresan porque no hemos oído que estaban enfermos. Me encuentro con gente así de vez en cuando. A veces saludo a alguien y noto que hay un poco de frialdad. Al final sale a cuento, y me dicen: “¿No oíste que estaba enfermo?”. Digo: “No, no me enteré de eso”. Entonces: “Bueno, esperaba que alguien viniera a visitarme. Pero no vino nadie”. Me tengo que preguntar cómo la gente espera tener una visita de esa forma. Es interesante que cuando la gente está enferma llaman al doctor, o llaman al abogado cuando les ocurren problemas, pero esperan que el pastor o sus amistades cristianas lo entiendan por osmosis, y después se angustian porque no les ha llegado palabra.
Pues bien, no había tal lástima por uno mismo en Epafrodito. Evidentemente había aprendido a considerar el interés propio y el egoísmo como las cosas infructuosas que son y a contar con el amor de Cristo que se da a sí mismo y mora en nosotros. Su preocupación no venía de la autocompasión por estar tan desesperadamente enfermo, sino de la ansiedad de pensar que ellos se estresarían preocupándose por él. Aún en medio de su aflicción personal de una naturaleza de lo más seria, ha aprendido a manifestar un interés altruista por otros. Puedes ver el carácter de Cristo en él.
Señor, estoy cautivado por el espíritu de tener una disposición para ayudar. Sé que no viene por ningún fervor de la carne, una apasionada forma de lanzarme a una causa que yo mismo he producido, sino más bien por una tranquila dependencia de Ti, y una buena disposición a ser prescindible en las pequeñas cosas por Tu bien.
Aplicación a la vida
“Los casuales actos de bondad” pueden producir un sentido de satisfacción con uno mismo e incluso inducirnos a presumir. ¿Cuál es la fuente de una vida que, por el contrario, está caracterizada por un deseo de ayudar a otros, olvidándonos de nuestras inseguridades?