De quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
Efesios 4:16
El crecimiento es el método de Dios. Eso nos dice dos cosas que nos animan acerca de esta cuestión de hacerse maduros, y no sólo en el sentido de ser maduros como personas religiosas, sino maduros como seres humanos: Primero, la madurez es algo que no se consigue de repente, sino que es un proceso. Yo conozco a muchos cristianos que se sienten profundamente inquietos cuando, después de ser cristianos, no se encuentran de repente asombrosa y totalmente transformados en criaturas angélicas. Se sienten profundamente decepcionados al descubrir que la antigua vida sigue todavía muy presente y se preguntan si son verdaderamente cristianos. Seguramente lo son, si han depositado su fe en Él, pero hay un proceso de crecimiento que debe producirse, y lleva tiempo para que esto ocurra. Recuerde usted que el escritor de Hebreos dice: “Debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales, que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido” (Hebreos 5:12). Es decir, han sido cristianos durante suficiente tiempo como para poder haber sido maestros, pero alguna otra cosa ya ha detenido su desarrollo. A pesar de esto, deja claro que se necesita tiempo.
Con frecuencia es así como funciona la vida cristiana. Llegamos a ella como cristianos recién nacidos, y durante un largo tiempo nos resistimos a los grandes principios que hacen posible el desarrollo cristiano. Nos lleva bastante tiempo aprender realmente que Dios tiene la intención de hacer algo totalmente diferente con nosotros de lo que pensábamos que Él haría cuando crecimos como hombres y mujeres naturales. Nos resistimos a estos cambios, pero finalmente Él nos lleva al lugar donde nos damos por vencidos y aceptamos y entendemos los principios, pero después aprendemos que lleva tiempo practicar dichos principios, incluso cuando los hemos entendido. Es como aprender a nadar haciendo un curso por correspondencia sobre la natación. No se puede aprender de esa manera; es preciso meterse en el agua, y también hay que crecer espiritualmente de esta manera.
Cuando seguimos adelante, descubrimos que el crecimiento parece algo sumamente lento. Creemos haber dominado algo cuando, de repente, sucede algo; nos encontramos con la persona equivocada y todo sucede otra vez, y nos sentimos desanimados. Acudimos al Señor y decimos: “Señor, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué no aceleras este proceso? Estoy cansado de ser inmaduro”. Pero Dios tiene Su propio tiempo, y a veces lleva casi toda una vida crecer totalmente. Después de todo, le lleva a Dios años hacer que crezca un roble, pero puede hacer que crezca una calabaza en tres meses. Dios no está interesado en criar calabazas cristianas.
Sin embargo, a mí me encanta ver evidencia del anhelo por crecer. Recuerdo haberle preguntado una vez a un niño la edad que tenía. Rápido como el rayo me contestó: “Tengo doce años, casi trece y no tardaré en tener catorce años”. A mí me gusta ese anhelo por crecer, pero es estimulante que nos demos cuenta que es un proceso de tiempo, y no es necesario que nos sintamos desanimados al descubrir que no somos como Cristo todavía. Lo que debemos preguntarnos es: ¿Estamos moviendo en esa dirección?
Padre, gracias por recordarme mi necesidad de tener paciencia en el proceso de crecimiento. Ayúdame a aceptar esto totalmente y confiar en que Tú completarás la buena obra que has comenzado en mí.
Aplicación a la vida
Al hablar la verdad con amor crecemos en Cristo, pero el crecimiento es un proceso que lleva tiempo. ¿Nos caracterizamos nosotros por nuestro afán o por nuestra impaciencia a la hora de aprender a querer a otras personas?