Hemos estado examinando la iglesia, intentando aprender de las palabras del gran apóstol la razón por la cual la iglesia está aquí sobre la tierra. Vimos que no está aquí para hacer lo que otros grupos pueden hacer; está aquí para hacer lo que ningún otro grupo puede posiblemente hacer. Está aquí para manifestar la vida y el poder de Jesucristo en esta hora del siglo XX. Este es el ministerio de Cristo, exactamente como fue detallado por el profeta Isaías en su capítulo 61, que nuestro Señor citó en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí… a predicar buenas noticias… a vendar a los quebrantados de corazón… a publicar libertad a los cautivos…”.
Entonces vimos cómo se ha de llevar a cabo el ministerio por medio de muchos, no solo unos pocos. Todos los miembros de la iglesia han de hacer la obra de la iglesia. Que el trabajo ha de ser llevado a cabo por el ejercicio de ciertos dones que fueron dados por el Cristo resucitado cuando ascendió a los cielos al trono del Padre y se quedó a cargo del universo. “Toda potestad me es dada”, dijo: “en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Para poder hacer que el poder se manifestara entre los hombres, les dio dones a los hombres; y esos dones son manifestados en esta iglesia. Cada cristiano ha recibido un don para el ministerio, y la tarea suprema de esta vida como cristiano es el descubrir el don y ponerlo en servicio. Esa es la única forma en la que la iglesia alguna vez será lo que fue diseñada para ser. Solo puedes cumplir esa función peculiar en el cuerpo de Cristo que te es asignada. Si no lo haces, el cuerpo completo sufre. Por lo tanto, es extremadamente esencial que sepamos cuáles son nuestros dones y comencemos a manifestarlos.
Vimos no solo que la razón de vivir se centra alrededor de este don, sino que la provisión completa de nuestro Señor para desarrollar y operar estos dones es por medio del ministerio de formar apóstoles y profetas, quienes ponen los fundamentos de la fe; y evangelistas y pastores-maestros, que utilizan la Palabra de Dios para motivar al pueblo de Dios y, por tanto, dirigir y formarles para lo que Dios quiere que sean. He ahí el programa completo.
Nos encontramos ahora con el propósito final, la meta, de todo esto, en Efesios 4, comenzando con el versículo 13. El versículo 12 nos dice que los dones especiales son dados “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. El trabajo del ministerio es al mundo; la edificación del cuerpo de Cristo es un ministerio a otros cristianos. ¿Pero cuál es la meta a la que todo apunta? ¿Cuál es el propósito? Pablo dice:
… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Así ya no seremos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error; sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:13-16)
Esa es una gran declaración. ¿Te has fijado detenidamente? Hay una cosa realmente sorprendente en esa declaración, y me pregunto si captas el impacto completo de ello. El apóstol nos está diciendo lo que es el fin y la meta de todas las extensas empresas de Dios entre los hombres. ¿Qué es lo que Dios está haciendo? ¿Qué es lo que quiere conseguir? Fíjate que Pablo no dice ni una sola cosa sobre la evangelización del mundo. La meta de la obra de Dios no es el evangelizar al mundo. Sé que existe la gran comisión en la Biblia. Creo en ella plenamente. Sé que Jesús nos mandó a predicar el evangelio a cada criatura, y que esto es elevado a menudo como la meta suprema y la función de la iglesia. Es una función muy importante, pero no es la cosa suprema, no la meta final. El apóstol no dice nada aquí sobre el establecimiento del milenio. También creo eso. Creo en la gran visión de los profetas que viene un día cuando la paz reinará sobre la tierra y los hombres “convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra”. Creo que viene un día cuando la justicia prevalecerá por toda la faz de la tierra, y todas las historias de injusticia y angustia y tragedia a las que estamos tan expuestos ahora serán olvidadas. Pero ese no es el propósito que Pablo tiene en mente como la gran y suprema razón para la existencia de la iglesia. No dice nada sobre traer la paz y la justicia mundial. Todas estas serán llevadas a cabo, pero no son las cosas esenciales.
La cosa suprema, la cosa que Dios persigue sobre cualquier otra cosa (¿te fijaste?), es la madurez. Eres tú, cumpliendo tu humanidad, siendo lo que Dios tenía en mente cuando creó al hombre y a la mujer al principio. No es que debiéramos de ser santos con túnicas blancas, o que Él quiera producir clérigos consumados, o expertos religiosos. No desea nada parecido, sino que seas un ser humano maduro, desarrollado, responsable, bien adaptado, sincero, como Dios tenía planeado que fueran los hombres y las mujeres. Ahora bien, requiere a la iglesia para hacer eso. No puedes estar aparte de esa obra de la iglesia tal como Dios planeaba que la iglesia funcionara.
En lo más profundo de tu corazón, ¿no es esto lo que verdaderamente tú mismo apasionadamente deseas? Quieres ser una persona completa, un ser humano completo. Quieres realizar plenamente lo que Dios ha puesto en ti. Bueno, eso es exactamente lo que Él quiere también. La prueba de que esto está en lo profundo de cada corazón es que es un hecho que los psicólogos confirman. Todos tenemos una imagen mental de nosotros mismos, la cual, en algún grado, se acerca a esta idea. Todos pensamos de nosotros como maduros en casi todos los aspectos, mucho más maduros de lo que en realidad somos, ya que nuestro poder de engañarnos a nosotros mismos a veces es casi increíble. Ocurre incluso esas veces que pensamos de nosotros como siendo implacable y brutalmente honestos con nosotros mismos. Entonces a menudo nos describimos a nosotros mismos en los términos más miserables. Nos condenamos a nosotros mismos. Decimos: “No soy nada más que una persona cabezona e ingenua”. Ah sí, pero si alguien estuviera de acuerdo con eso, ya verías cuál es tu reacción. Decimos: “¿Qué quieres decir? ¿Por qué me llamas eso?”. Es porque todos tenemos esta convicción interior de que nos estamos acercando a la madurez, porque eso es lo que tan desesperadamente queremos, para eso es para lo que fuimos básicamente hechos.
¿Por qué estamos tan equivocados en esto? Bueno, es obvio, ¿no es así? Es porque tenemos la regla para medir equivocada. Hemos adoptado la regla del mundo, y es totalmente falsa. Cuando la aplicamos, nos encontramos a nosotros mismos capaces de dar la talla en algún grado, porque la regla del mundo es para medirnos a nosotros mismos por otros. Nos comparamos a nosotros mismos con otra persona. Cada uno de nosotros tiene a alguien guardado en las profundidades de nuestra mente, a quien sacamos cuando lo necesitamos y a quien consideramos que es menos maduro, menos desarrollado, menos auténtico ser humano de lo que somos nosotros. ¡Qué consuelo son para nosotros! Puede que sea nuestra suegra, nuestro jefe, o alguna otra persona, y decimos: “Bueno, al menos no soy como fulano o mengano”, y por tanto nos apaciguamos a nosotros mismos. Pero estamos utilizando la regla de medir equivocada.
Un niño pequeño vino a su madre un día y le dijo: “Mamá, ¿adivina qué? ¡Mido 8 pies y 4 pulgadas!”. Su madre, grandemente sorprendida, le interrogó y encontró que estaba utilizando una regla que solo medía 6 pulgadas; de hecho solo medía 4 pies y 2 pulgadas. Ahora ese es el problema que tenemos frente a nosotros. Nos medimos a nosotros mismos por otro, y el apóstol dice en 2ª de Corintios que aquellos que se comparan a sí mismos consigo mismos o con otros tienen “falta de juicio” (2 Corintios 10:12); se están engañando a sí mismos. Pues bien, dos veces en este pasaje Pablo nos presenta la única regla realista que hay en el universo. Dos veces nos revela lo que será la norma final por la cual seremos medidos finalmente para ver que progreso hemos hecho en la vida. Es la regla de medida de Cristo: “conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida”, y en el versículo 15: “conforme crezca vuestra fe seremos muy engrandecidos entre vosotros, conforme a nuestra regla”. He ahí la regla de medida. No es Cristo el hacedor de milagros, no es Cristo el maestro incomparable, sino Jesucristo el hombre, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Es por medio de Él que Dios nos mide, y por medio del cual hemos de medirnos a nosotros mismos.
Esto es tremendo, si piensas sobre ello, porque significa que debemos de entender algo de la humanidad de Jesús, nuestro Señor. Debemos de darnos cuenta de qué hombre más completo era. Y eso significa exposición a los evangelios. Debemos de vivir por medio de esas historias de nuestro Señor de nuevo, hasta que le veamos manifestando todas las grandes cualidades de la madurez; debemos de ver la ternura y la dureza de Cristo, el humor y la humildad, la disciplina y el encanto que le hizo un compañero tan encantador, y sin embargo ver cómo podía ser severo y rígido e inflexiblemente fijado hacia una meta. Necesitamos ver tanto la serenidad como la autoridad de Jesús el hombre. Cuanto más observas a este hombre, Jesucristo, más te encontrarás llegando al enfoque de una clara imagen de lo que la madurez debería de ser, y lo que puede ser, bajo Dios. Él es la medida de nuestra madurez.
Si tomas esa medida y te mides a ti mismo por ella, es bastante descorazonador, ¿no es así? Sin embargo, la única palabra realista que tenemos para medirnos a nosotros mismos es al preguntarnos: “¿En qué medida soy como Jesucristo?”. No debe ser sólo un débil intento de imitarle. Las imitaciones son inútiles; nunca pueden ser nada más que una mezquina y barata imitación. No es sobre esto sobre lo que Pablo está hablando. Está hablando sobre llegar a ser como Cristo al obedecerle, apropiándonos de Él. No al oír, sino al hacer. Ese es siempre el énfasis de las Escrituras.
He quedado impresionado de nuevo al leer los evangelios al ver cómo Jesús continuamente regresa a esto. Dice: “no aquel que oye mis palabras, sino aquel que las hace, aquel es que es aceptable a mi Padre” . No son aquellos que dicen que han ayudado al débil y ministrado a los enfermos, etc., sino aquellos que lo han hecho. Santiago escribe con gran franqueza y dice: “la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:20, 2:26). Subraya poner la fe en acción y esto es lo que Pablo recalca en esta frase: “el conocimiento del Hijo de Dios”.
No puedes conocer a Jesucristo hasta que le sigas. Nunca le conocerás sin eso. Los discípulos tenían una familiaridad con Jesucristo antes de convertirse en Sus discípulos, que es obvia en los evangelios, pero no le conocieron hasta que lo abandonaron todo y le siguieron. Ahora, ¿qué piensas de esta medida de madurez? ¿Te desanima? ¿Te estás diciendo a ti mismo: “Si ese es el Patrón, me rindo; nunca seré como Él? Si esperas que mida mi madurez por la madurez y la humanidad de Jesucristo, entonces es una causa sin esperanza”. Bueno, entonces, creo que necesitas notar algo más en esta gran sección que el apóstol presenta frente a nosotros. Fíjate en el proceso mediante el cual viene la madurez. Esto es muy importante. Dos veces de nuevo, en este gran pasaje, Pablo lo presenta frente a nosotros. Es un proceso, dice, de crecimiento. Ahí está en el versículo 15:
Sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza… (Efesios 4:15)
Entonces de nuevo, en la última parte del versículo 16:
… de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:16)
El crecimiento es el método de Dios. Eso inmediatamente nos dice dos cosas muy alentadoras sobre el tema de volverse maduro; no meramente maduro como una persona religiosa, sino maduro como un ser humano: Primero, es algo que no ocurre de pronto. No es algo que ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso; es un tema que requiere tiempo. Te señalo que es extremadamente importante. Conozco a muchos cristianos que están enormemente angustiados cuando, habiéndose hecho cristianos, no se encuentran de pronto notable y completamente transformados en criaturas angélicas. Están enormemente trastornados cuando encuentran que la vieja vida está muy presente todavía, y algunas de las viejas actitudes están todavía sujetándoles y controlando sus vidas. No saben lo que pensar de esto. Se preguntan si son cristianos en lo más mínimo. Por supuesto que son cristianos, si han ejercitado la fe en Jesucristo y están descansando en Él, pero hay un proceso de crecimiento que deben de seguir, y se lleva tiempo que esto ocurra. Es por eso que las Escrituras advierten en contra de poner a alguien que es un novato en una posición de autoridad. Simplemente no ha sido cristiano el tiempo suficiente como para poder haber pasado por suficientes experiencias que le hayan madurado hasta el punto de poder tener responsabilidad. Requiere algún tiempo, ineludiblemente.
Acuérdate de cómo el escritor de Hebreos resalta esto, dándole la vuelta. Les dice a estos hebreos: “Debiendo ser maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que os vuelva a enseñar…” (Hebreos 5:12). O sea, habían sido cristianos durante bastante tiempo como para ser maestros, pero algo más había detenido su desarrollo. Sin embargo, deja claro que hay una necesidad de tiempo. A menudo esta es la manera en la que funciona la vida cristiana. Entramos en ella como cristianos recién nacidos, y por un largo tiempo nos resistimos a los grandes principios que forman el desarrollo cristiano. Nos lleva bastante tiempo aprender realmente que Dios tiene la intención de hacer algo bastante distinto con nosotros de lo que pensábamos que iba a hacer cuando crecíamos como hombres y mujeres naturales. Nos resistimos a estos cambios. A veces no nos gusta cómo trata con nosotros. Finalmente nos trae al sitio donde nos rendimos y aceptamos y entendemos los principios, pero entonces aprendemos que requiere tiempo para aprender a practicar estos principios, incluso una vez que los hemos aceptado y entendido. Alguien ha resaltado que es como intentar aprender cómo nadar haciendo un curso por correspondencia de natación. No puedes aprenderlo de esa forma. Debes de meterte en el agua. Tienes que crecer espiritualmente de esa forma.
Entonces, al seguir descubrimos que el crecimiento parece ser tan lento, tan desalentador. Pensamos que hemos dominado algo, hemos por fin derrotado nuestro mal genio o nuestras naturalezas apasionadas, nuestros deseos fuertes han sido controladas, y hemos aprendido a ser gente relajada, amistosa, extrovertida o a deshacernos de la amargura, los resentimientos, nuestros celos y otras cosas feas, y entonces, de pronto algo ocurrirá, nos encontraremos con la persona equivocada, y de pronto ahí sale todo de nuevo. Entonces nos sentimos tan desanimados. Vamos al Señor y decimos: “Señor, ¿qué ha ocurrido? ¿Por qué no te das prisa con este proceso? Estoy tan cansado de ser inmaduro”. ¿Alguna vez te has sentido así? Yo, sí, muchas veces. Pero Dios tiene Su propio tiempo, y a veces requiere casi toda una vida para crecer plenamente. No quiero decir que no puedas alcanzar una madurez relativa en unos pocos años después de tu conversión, pero muchos de nosotros vamos a estar en este proceso un tiempo muy largo hasta que crezcamos plenamente en Cristo. Dios espera que se tarde algún tiempo. Después de todo, como alguien ha notado, Dios tarda años en hacer crecer un roble, pero podemos hacer crecer un calabacín en tres meses. A Dios no le interesa cultivar calabacines cristianos.
Aun así, me encanta ver pruebas de entusiasmo por el crecimiento. Me acuerdo de haberle preguntado a un niño una vez qué edad tenía. Rápido como un relámpago dijo: “Tengo doce años, casi trece y pronto tendré catorce años”. Me encanta ese entusiasmo. Pero nos alienta darnos cuenta que este es un proceso de tiempo, y no tenemos que estar desalentados si encontramos que no somos como Cristo todavía. Lo que necesitamos preguntar es: ¿vamos de camino, hay progreso, nos estamos moviendo en esa dirección?
Ahora bien, la segunda cosa que esta necesidad de crecimiento nos revela es que el progreso es discernible por fases. ¿Alguna vez has observado a un niño crecer? Todos ustedes que son padres saben que el crecimiento sigue un patrón físico, en fases discernibles. Mi mujer y yo recientemente tuvimos un almuerzo con el Dr. Harold Englund, de la Primera Iglesia Presbiteriana de Berkeley. Nos estaba contando sobre su hijo que tiene catorce años y el asombro que él y su mujer experimentan al observarle crecer hacia la madurez. ¡Ha crecido 30ꞌ5 centímetros en el último año! El Dr. Englund ilustró eso al decir que durante catorce años pudo llevar una cierta talla de zapato sin competencia, pero este último año su hijo de pronto ha desarrollado la misma talla de pie, y su padre le encontró tomando sus zapatos prestados. Pero entonces suspiró aliviado y dijo que la última vez que le compró zapatos encontró que al chico le habían crecido los pies todavía más, así que sus zapatos estaban seguros de nuevo.
Bueno, esa es la forma en la que el crecimiento ocurre. Es por fases, y encontrarás que las Escrituras reflejan esto en cuanto a la vida espiritual. Juan habla de los niños, los jóvenes, padres, y hay otras tantas comparaciones en otras partes de las Escrituras. Hay una progresión definitiva evidente en la vida cristiana, y hay características definitivas de cada fase a lo largo de esta línea. Hemos de crecer fase a fase, y podemos medir nuestro crecimiento al mirar en dos direcciones distintas: Podemos mirar hacia atrás a la infantilidad de la niñez y ver si estamos haciendo progreso alejándonos de las actitudes y puntos de vista inmaduros, o podemos mirar nuestra situación presente y ver si los factores que produjeron el crecimiento están ahora presentes. El crecimiento no ocurre porque uno lo intente. No puedes, como lo resaltó Jesús, “por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo” (Mateo 6:27, Lucas 12:25). No puedes decir: “Ahora voy a intentar crecer”. A los niños les encantaría hacer eso si pudieran, pero no pueden. Bueno, entonces, ¿cómo creces?
Te aseguras de que los factores que producen crecimiento estén presentes. Esa es la forma en la que puedes medir tu madurez espiritual, en esas dos formas distintas. Eso es exactamente lo que el apóstol hace aquí. Dice primero, en el versículo 14:
Así ya no seremos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error. (Efesios 4:14)
Pregúntate a ti mismo: “¿Me estoy alejando de las actitudes de la niñez?”. Es importante el resaltar que las Escrituras nos exhortan a ser como los niños, pero nunca a ser inmaduros. Esas son dos cosas distintas: El ser como niños es esa simplicidad refrescante de la fe que cree y actúa sin cuestionar; pero la inmadurez es una cosa bastante distinta, y es de esto que el apóstol está hablando aquí. Hay dos características generales de los niños: La primera es la inestabilidad. Los niños son notoriamente variables; su periodo de concentración es muy corto. No puedes interesarles en una sola cosa durante mucho tiempo antes de que quieran hacer otra cosa inmediatamente.
Cometí el gran error el otro día de intentar que mi hija de cuatro años decidiera entre 31 sabores de helado. No podía leer los nombres, pero la elevé para que pudiera ver las ilustraciones, ¡y diez minutos después decidió que quería la simple vainilla! Ves esta inestabilidad en los cristianos jóvenes, y en los cristianos que son viejos en tiempo pero todavía inmaduros. Hay una falta de consistencia, una inconstancia, una incoherencia.
Puedes verlo en la doctrina, como sugiere aquí el apóstol: “fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina”. ¿Sabes que hay modas en la vida religiosa, y van y vienen como las modas en la ropa? Los cristianos inmaduros siempre están moviéndose con estas nuevas modas, siempre tomando la cosa más nueva que se ha presentado, y usualmente es presentada en algún tipo de libro. Encuentro que los cristianos están continuamente discutiendo algún nuevo y excitante libro que parece tener todas las respuestas a cada problema espiritual. He llegado a reconocer a través de los años que esta es una marca de inmadurez. No hablan de la Biblia de esa forma; sin embargo, este es el libro que realmente tiene la respuesta, el libro más excitante de todos. Pero siempre es algún escritor que piensa que ha entendido la verdad básica y central. Puedes ver esta vacilación en varias maneras en este tema de doctrina. Hay pasatiempos con los que la gente se identifica. La profecía se puede convertir en un pasatiempo, y entonces la vida espiritual se convierte en una moda, entonces se toma algún otro aspecto de la vida cristiana. La gente les da gran importancia a estas, cambiando de una a otra, constantemente cambiando. Eso es una marca de niñez, de inmadurez.
Lo ves en las acciones así mismo. He aprendido que los cristianos inmaduros se manifiestan a sí mismos por infidelidad, por falta de confianza. Cuantas veces le hemos pedido a alguien que tome una tarea en la iglesia, y ellos la asumieron con un cierto grado de entusiasmo, de vitalidad. Pero no pasa mucho tiempo antes de que su interés decline, pierden todo entusiasmo y se desalientan. Antes de que lo sepas o no, se presentan en absoluto, o te llaman y te dicen: “Lo siento, ¿podrías conseguir a otra persona para hacer esto?”. Esa es siempre la marca de inmadurez, de niñez. ¿Alguna vez has notado que parte de los frutos del Espíritu son no solo amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, sino también fe? La fidelidad, la confiabilidad, la responsabilidad; esa es la marca de la madurez.
Puedes ver esta niñez en los cristianos inmaduros por su asistencia a las reuniones. La mayoría de los cristianos nuevos comienzan su vida cristiana con un entusiasmo por estar en las reuniones. Les encanta oír la Palabra de Dios; nunca parecen poder conseguir bastante verdad. Pero obsérvalos una temporada. Primero, dejan de venir a las reuniones durante la semana, luego al servicio de los domingos por la tarde, y después de un tiempo raramente aparecen en las reuniones del domingo por la mañana, asistiendo quizás solo un par de semanas al mes. Eso es siempre un signo de inmadurez, un signo de que todavía no han aprendido a caminar en la plena dependencia del Espíritu Santo en madurez cristiana.
Hay algunos, por supuesto, que equivocan rigidez por estabilidad. Reducen su vida cristiana a una estrecha rutina y entonces son fieles en eso, y por tanto dicen que es un signo de madurez, de estabilidad. ¡No, no son estables en lo absoluto; están simplemente atascados! La vida cristiana madura es una vida vivida en una gama completa de experiencias humanas, pero en toda esa gama completa es una vida de confiabilidad responsable. Esa es la verdadera marca de la madurez. También hay una segunda marca de la niñez, y eso es no tener discernimiento. ¿Alguna vez has notado como los niños no se dan cuenta de los peligros? Puede que jueguen en situaciones peligrosas estando bastante inconscientes que hay algo amenazándoles. Los nuevos cristianos, y aquellos que son mayores pero aún inmaduros son así. Siempre se manifiesta en su actitud de seguridad, hasta un cierto grado de certeza arrogante de que no van a caer; nadie ha de preocuparse por ellos. Ves esto en Pedro antes de la cruz: ―Señor, otros puede que te nieguen; no me extrañaría que lo hicieran. Conozco a estos tipos; así son. Pero Señor, hay uno con el que puedes contar, y ese es Pedro. Yo estaré contigo, Señor; yo me quedaré contigo hasta el final―. Pero el Señor le dice: ―Gracias, Pedro, pero antes de que cante el gallo dos veces mañana me habrás negado tres veces― (véase Marcos 14:29-30). Ese era el valor que tenía su sincera y entusiasta inmadurez.
Es tan visible en los cristianos inmaduros. Hay una aceptación sin cuestión de lo que sea que se presente. Escuchan a cualquiera, y no hay ningún miedo de que sean atrapados en ninguna cosa. Pero aquellos que han aprendido a caminar con el Señor en madurez se vuelven como el apóstol Pablo, proceden en debilidad y temblor. Se dan cuenta de que el enemigo es sutil y puede fácilmente desviarles, puede fácilmente atraparles. Saben que pueden caer fácilmente en el error si no están caminando constantemente en la cuidadosa expectación de que Dios estara con ellos, para mantenerles en medio de los peligros.
Ahora, contesta esta pregunta: “¿Y tú? ¿Cómo de maduro eres tú?”. Algunos de ustedes han sido cristianos durante años. ¿Han podido distanciarse de las rabietas de la niñez, de las actitudes de inconsistencia, de la falta de confiabilidad, y de la ingenuidad que no sabe discernir y que frecuentemente te guía al error de tal manera que te encuentras en el lado equivocado de las cosas una y otra vez, y no te diste cuenta de cómo llegaste ahí? Si es así, entonces estás madurando en Cristo. Pero hay una segunda cosa, otro factor que produce crecimiento, aquí en el versículo 15. Medimos nuestro crecimiento negativamente al marcar la distancia a la que nos hemos movido desde la niñez, pero también hay una medida positiva. Se encuentra en la frase: “diciendo la verdad en amor”. Esta es una sola palabra en griego, y una palabra muy interesante. Podría ser traducida como “verdadeando en amor”, o sea, viviendo la verdad en amor. Encuentro que esto es muy revelador.
Es sumamente útil el examinarte a ti mismo haciéndote esta pregunta: “¿En qué medida quiero verme a mí mismo de la forma que soy? ¿Cuánto quiero saber la verdad sobre mí mismo?”. Encuentro que no hay muchos que quieran saber la verdad sobre sí mismos en lo más mínimo. A veces nosotros no queremos oír a nadie decirnos lo que está mal, y resistimos cada esfuerzo por desvelarlo. Ni siquiera queremos admitirlo nosotros mismos. Preferiríamos vivir en un mundo de ensueño, ver el mundo con cristales rosados, que el escuchar la sincera y brutal verdad sobre nosotros mismos.
Hay un fenómeno que a menudo está presente entre misioneros que van al campo extranjero por primera vez; se llama “shock cultural”. Cualquier persona que ha vivido una cantidad de tiempo en un país extranjero con una cultura enormemente distinta sabe lo que es. Ocurre cuando se encuentran a sí mismos sumergidos en una situación totalmente distinta, donde todas las claves familiares que les hacen sentirse cómodos con otras personas están ausentes. Puede ser una cosa de lo más devastadora, una experiencia de lo más desconcertante. Te encuentras incapaz de comunicarte con otros y, por tanto, de poder enseñarles como de inteligente, como de educado eres. Esto es especialmente cierto cuando hay una diferencia de lenguaje e incluso, después de meses de estudio, lo más que puedes esperar es el tener una conversación más o menos inteligente sobre el precio de un saco de patatas. Te encuentras incapaz de mostrar esas cualidades y virtudes que te ganaron respeto entre otros y estás reducido a considerarte a ti mismo casi como un idiota. Esto encuentra su manifestación en varias maneras, pero esencialmente como un rechazo.
Aquellos que sufren de shock cultural rechazan el país en el que están; no pueden soportar nada de él; todo está mal; critican y se quejan y encuentran culpa en todo lo que ocurre. O a veces esto ocurre al revés, y rechazan el comité misionero que les manda al extranjero. Les echan la culpa a ellos y a sus misioneros compañeros, diciendo que todo lo que está mal es porque no se les dijo esto o lo otro, o que no fueron entrenados para hacer aquello. A veces toma otra dirección y se vuelve hacia el interior sobre ellos mismos y se echan la culpa de todo. Sienten que son un fracaso total, que son inadaptados y que ese no es su lugar. Esto también puede ser muy devastador. Pero estoy convencido, cuanto más vivo como cristiano, que algo muy parecido a esto tiene lugar con cada cristiano. Después de todo, el cristianismo es una forma totalmente distinta de vivir. Es vivido en un nivel totalmente distinto. Cuanto más entendamos ese hecho, tanto más descubriremos que todos los apoyos familiares a nuestra autoestima nos son quitados, y estamos más o menos de pronto enfrentados con el shock del auto-descubrimiento. Aprendemos que mucha de nuestra aceptación por otros dependía de las impresiones que podíamos dar y que no tenían ninguna base real en nosotros. Eso puede ser una cosa terriblemente desconcertante, una cosa impactante y devastadora. Todas estas técnicas de protección del ego que el mundo utiliza, que eran perfectamente aceptables antes de que nos convirtiéramos en cristianos, son inaceptables como cristianos. La filosofía que aborda la vida en base al ojo por ojo: “Tú me haces un favor, y yo te hago otro, etc.”, es totalmente inaceptable en la vida cristiana, y ya no puede ser aprobada. Debemos querer a nuestros enemigos y hacer el bien a aquellos que se aprovechan de nosotros, y orar por aquellos que nos oprimen. El efecto que hicimos sobre otros por la belleza de nuestra forma o figura o el carácter deslumbrante de nuestra personalidad, encontramos que es totalmente mediocre para el Espíritu Santo. Él no está impresionado por ello en lo más mínimo. Esto produce el asombro del descubrimiento propio, que tantos cristianos inmaduros encuentran que es una cosa aterradora.
Pero si es verdaderamente entendido, no es aterrador para nada. Es la cosa más esperanzadora que jamás te ha ocurrido en la vida. El momento que comenzaste a tomar un buen encuadre y honesta mirada a ti mismo y a verte como eres, con todas las fachadas derribadas, quizás sea de lo más doloroso, pero también es el momento más esperanzador en la vida. Porque, a partir de ahí puedes vivir en verdad, abierto, sencillo, sin sonrojo, no teniendo que proteger nada, sin ninguna necesidad ya de poses o de fingimientos. Puedes ser tú mismo “viviendo en la verdad del amor” la mayor experiencia que hay. Esa es la marca y la medida de la madurez. Hay una cosa final aquí, y voy a mencionarla rápidamente. En el versículo 16, Pablo dice:
… de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:16)
El apóstol utiliza una palabra aquí que solo se utiliza una vez más en todo el Nuevo Testamento (Efesios 2:21). Es esta palabra que es traducida “concertado y unido”. Está hablando sobre el cuerpo ahora, y dice que uno de los factores que produce el crecimiento es la aceptación del ministerio de otros cristianos hacia ti, el hecho de que las partes del cuerpo están diseñadas para ministrarse las unas a las otras, cada parte en él concertada y unida. La palabra viene de tres palabras que significan “una coyuntura”, dos cosas puestas juntas. Dios ha elegido ponerte en el cuerpo de Cristo, en el mismo sitio donde quiere que estés, entre los cristianos con los que quiere que estés, porque los necesitas y ellos te necesitan a ti. En otras palabras, ha de haber un ministerio mutuo de aceptación los unos con los otros.
Ahora bien, eso es muy importante. ¿Sabes lo que significa eso? Eso significa que estás donde estás porque es ahí donde Dios te quiere. Te pone con los cristianos en este sitio porque son el tipo que necesitas. Quizás eso sea difícil de aceptar –algunos son bastante espinosos, difíciles de soportar–, pero son los que necesitas. Es al aceptar esto cada parte del cuerpo y ministrar los unos a los otros, cada parte haciendo lo que fue diseñada para hacer, no todos intentando ser iguales, sino que cada uno está contento de ser distinto y sin embargo reconocer que otros también tienen el derecho de ser distintos, que ocurre un crecimiento en madurez hacia la plena humanidad de Jesucristo. Entonces no rechaces los instrumentos de Dios.
El hacerlo muestra la mentira, tan común entre los cristianos americanos, de moverse de una iglesia a otra si no te gusta la gente donde estás. Eso es totalmente inconsistente con el patrón del Nuevo Testamento. Dios te puso donde estás; has de permanecer ahí y aprender a vivir y a caminar y a trabajar ahí, y Dios utilizará eso para producir crecimiento en tu vida para que puedas ser completo en Jesucristo. Eso es lo que quiere. Esa es la única oportunidad que tenemos de ser personas completas, de andar en honestidad y aceptación en amor.
Fíjate que ambas están conectadas con la frase “en amor”. Al caminar de esta forma, acuérdate día a día, hora a hora, momento a momento, que el Espíritu de Dios está efectuando un milagro, y tú y yo nos estamos transformando hacia la madurez de Jesucristo, formados en toda la gloria de esa madurez bien ajustada, completamente orientada, estable, sólida y sincera, la madurez y la estatura de la plenitud de Jesucristo.
Oración:
Padre, gracias por este examen de nosotros mismos y nuestra necesidad del ministerio del Espíritu Santo, no solo en nuestras vidas sino en las vidas de otros a nuestro alrededor, de su ministerio a nosotros así como nuestro ministerio a ellos. Haz que aceptemos esto plenamente y que caminemos en ello, y que crezcamos en ello hasta que cumplamos ese gran deseo de Tu corazón y seamos maduros ante Ti. Lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.