Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo lo predicara entre los gentiles, no me apresuré a consultar con carne y sangre. Tampoco subí a Jerusalén para ver a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia y volví de nuevo a Damasco.
Gálatas 1:15-17
Ya que Pablo usa su propia experiencia como ejemplo del Nuevo Pacto, es útil rastrear de qué manera llegó a aprender él mismo esta verdad. Pablo nos cuenta que se marchó a Arabia y luego volvió a Damasco. Las Escrituras no nos dicen lo que hizo allí, pero no es difícil deducirlo. Basta con imaginar la conmoción que le produjo su conversión para darnos cuenta de que necesitaba desesperadamente tiempo para repasar las Escrituras y ver cómo su descubrimiento de la verdad acerca de Jesús se relacionaba con las revelaciones proféticas en las que había confiado desde su infancia. Como podríamos suponer, encontró a Jesús en cada página. No es de extrañar que cuando regresó a Damasco fuera a las mismas sinagogas y empezara a proclamar y probar que Jesús es el Hijo de Dios (Hechos 9:19-21).
Pero los judíos no fueron receptivos ante sus argumentos. Hubo una conspiración para matarlo, y los amigos de Pablo tuvieron que llevárselo de noche y bajarlo dentro de una cesta por una abertura de la muralla (Hechos 9:23-25). ¡Qué humillación para este entregado joven cristiano! Pablo se había convertido —¡bastante literalmente!— en un bulto. Qué confuso se debió sentir cuando todos sus sueños de conquista por Jesús fueron paralizados. ¡Fue humillante que le soltaran muralla abajo en una cesta, como un vulgar delincuente escapándose de la ley!
¿Y a dónde va luego?
Va a Jerusalén, a hablar con valentía en el nombre del Señor.
Una vez más, estaba decidido a persuadir a los judíos greco-parlantes de que Jesús es el Mesías.
Pero es la misma historia de Damasco, una vez más.
Años más tarde, Pablo nos cuenta lo que ocurrió: Volví a Jerusalén, y mientras estaba orando en el Templo me sobrevino un éxtasis. Vi al Señor, que me decía:
(Hechos 22:17-18).
Es comprensible que Pablo buscara el consuelo del templo en este momento descorazonador.
Allí Jesús se apareció, pero, sin embargo, su mensaje era cualquier cosa menos alentador: Date prisa y sal prontamente de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí
Sal de Jerusalén. No recibirán tu testimonio acerca de mí
.
Pablo argumentó: … ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban, tu testigo, yo mismo también estaba presente y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que lo mataban
(Hechos 22:19-20).
Aquí Pablo se delató.
Se veía a sí mismo como una persona altamente cualificada para alcanzar a los judíos para Cristo.
Su razonamiento era: Señor, tú no lo entiendes.
Si me mandas fuera de Jerusalén vas a perder la oportunidad de tu vida.
Si alguien entiende cómo piensan y razonan estos judíos, ése soy yo.
Señor, no me mandes lejos.
Yo tengo lo que hace falta para llegar a estos hombres
.
La respuesta de Jesús va al grano: Ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles
(Hechos 22:21).
¡Qué golpe tan demoledor!
Pero Lucas nos cuenta: Cuando supieron esto los hermanos, lo llevaron hasta Cesarea y lo enviaron a Tarso
(Hechos 9:30).
Tarso era la ciudad natal de Pablo.
No hay un lugar más duro para un cristiano al que ir que de vuelta a casa.
Pablo intentó servir al Señor lo mejor que pudo, con toda su habilidad, pero no sirvió de nada.
Pablo no era el misionero dinámico en el que más tarde se convirtió.
Señor, ¿cuántas veces he intentado servirte en la carne y he acabado dentro de una cesta como Pablo? Enséñame a esperar, sabiendo que nada viene de mí, sino que todo viene de Ti.
Aplicación a la vida
¿Puede recordar algún tiempo en su vida en que buscaba servir al Señor con buena intención, pero en el poder de la carne? ¿Cómo resultó?