… actuamos con mucha franqueza, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de desaparecer.
2 Corintios 3:12b-13
Aquí nos enteramos de algo sobre Moisés que el Antiguo Testamento no revela. En el relato del Antiguo Testamento, Moisés no era consciente del resplandor de su cara cuando bajó del monte Sinaí. Naturalmente, no tardó mucho en enterarse de que algo inusual estaba ocurriendo cuando la gente protegía sus ojos en su presencia. Se hizo necesario para Moisés cubrir su rostro con un velo cuando hablaba a la gente, una acción apropiada en vista de las circunstancias. Pero Moisés pronto supo algo que el pueblo de Israel no sabía: la gloria se estaba desvaneciendo. Al principio, Moisés se ponía el velo todas las mañanas a causa del brillo de su cara. Pero, a pesar de que, pasando el tiempo, el brillo se desvanecía hasta nada más que un tenue resplandor, él aún seguía llevando el velo cada día.
Pablo plantea la pregunta: ¿Por qué Moisés dejó el velo sobre su rostro después de que la gloria se había desvanecido? Su respuesta es: ¡Moisés temía que los israelitas vieran que la gloria se había ido! La señal de su estatus ante Dios estaba desapareciendo, y él no quería que nadie lo supiese. Así que hizo lo que millones han hecho desde entonces: ocultó el hecho de su gloria perdida tras una fachada, un velo. No dejó que alguien supiera lo que estaba ocurriendo realmente dentro.
Pablo quiere decir que este velo sobre el rostro de Moisés es un símbolo de la actividad de la carne, pues él todavía encuentra este mismo velo en su época.
Los judíos de su tiempo eran un ejemplo continuo.
Él escribe: … hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo sin descorrer
(2 Corintios 3:14b).
Cuando Moisés bajó los Diez Mandamientos de la montaña, se los leyó a la gente.
La respuesta de ellos fue: Haremos todo lo que Dios dice
.
La confianza de la carne se levantó para decir: Tenemos lo que hace falta para hacer todo lo que dices, Dios
.
Pero, antes de que el día terminara, habían trasgredido cada uno de los diez mandamientos.
Ellos lo sabían, pero no querían que nadie más lo supiera.
Así que levantaron una fachada.
Encubrieron su fracaso con rituales religiosos y se convencieron a sí mismos de que eso era todo lo que Dios quería.
Ese orgullo que no quería admitir el fracaso era el velo que escondía el final de la gloria perecedera.
Mil quinientos años después de Moisés, Pablo encontró que el mismo velo seguía funcionando en Israel.
Los judíos de su tiempo dieron la misma respuesta que sus antepasados a las exigencias de la ley: ¡Haremos todo lo que dices!
.
Y hoy está ocurriendo el mismo fenómeno.
Cuando se hace alguna exigencia sobre la vida natural, la respuesta de ésta es: Muy bien, lo haré
, o al menos, lo intentaré
.
La seguridad de que podemos hacer algo por Dios no nos permite ver el final de la gloria que se desvanece.
Creemos que se podrá lograr algo bueno si simplemente lo intentamos al estilo de la vieja escuela.
Así que hoy el mismo velo permanece sin quitar.
Los velos se dan de muchos modos hoy, pero siempre son lo mismo: una imagen que proyectamos ante los demás tras la que escondemos nuestro auténtico yo. Son una forma de orgullo e hipocresía. No queremos que la gente vea desaparecer nuestra gloria. Y si llevamos nuestros velos el tiempo suficiente, existe un gran peligro de que realmente comencemos a creer que somos la clase de gente que queremos que la gente crea que somos. Entonces no percibimos nuestra propia hipocresía, y su perpetuación está asegurada.
Señor, muéstrame los velos que llevo para cubrir la gloria perecedera de la carne.
Aplicación a la vida
¿Tiene usted un grupo de amigos con quienes puede ser totalmente sincero sobre quién es usted realmente? ¿Se está quitando los velos al menos con ellos?