Pero después de tres días y medio el espíritu de vida enviado por Dios entró en ellos, se levantaron sobre sus pies y cayó gran temor sobre los que los vieron. Entonces oyeron una gran voz del cielo, que les decía: «¡Subid acá!» Y subieron al cielo en una nube, y los vieron sus enemigos.
Apocalipsis 11:11-12
En uno de los grandes mensajes de Pablo recogido en el libro de los Hechos, él declara que Dios nunca se queda sin un testigo. Aquí, en medio de la mayor apostasía que el mundo ha visto jamás, Dios aún conserva un testigo. Se manifiesta en forma de dos individuos, dos hombres, vestidos con ropas ásperas. Era el atuendo tradicional de un profeta cuando era enviado a declarar algún juicio amenazante. Estos dos individuos aparecen vestidos de ropa áspera porque su ministerio consiste en deshacer los delirios, mentiras y propaganda humanística disfrazada de verdad, que proceden del hombre de pecado en esos días.
Jesús habló de este hombre de pecado.
Dijo que la señal de los últimos días sería la abominación desoladora
(Mateo 24:15) en el lugar sagrado.
Pablo nos dice en su segunda carta a los tesalonicenses que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios
(2 Tesalonicenses 2:4).
Éste es el que ataca a los dos testigos y los hace morir.
Ellos han sido una espina clavada constantemente en su costado.
Persisten en decirle la verdad a la gente.
Esto debe haber airado y enrabiado a este artero propagandista, el cual tenía a todo el mundo bajo su control excepto a aquellos que creían a los dos testigos.
Pero, al final, se le permite matarlos.
A estos dos testigos se les da el privilegio de pasar por la misma experiencia por la que pasó el Señor. Los matan cruelmente como a Él, son resucitados tres días y medio después y ascienden al cielo ante los ojos de esta multitud sobresaltada. El terror recorre la multitud mientras observa. Sienten el escalofrío de su propia derrota en lo que ven. ¿Quién puede oponerse a un Dios con poder de resucitar? Lo peor que alguien puede hacerte es matarte, pero después de eso, no hay nada más que pueda hacer. ¡Ni siquiera la muerte puede estorbar la realización del programa de Dios!
La maravillosa verdad que aquí se enseña es el destino de todo el que cree en Jesús.
Todos moriremos, excepto aquellos que sean arrebatados al final, e incluso ellos serán transformados en un abrir y cerrar de ojos.
Si morimos, seremos resucitados y ascenderemos al cielo, para estar con el Señor para siempre.
Así que éste es también el destino de los dos testigos fieles.
No debe sorprendernos que Dios cuide de los Suyos de esta manera, pues Él hace esto por todos los que confían en Cristo.
Tampoco es sorprendente que estos que viven sobre la tierra
sientan terror cuando eso ocurra.
¿Quién puede derrotar a un Dios de resurrección?
La esperanza de los creyentes a través de los siglos es que la muerte no puede reclamarnos al final.
Ella misma debe sentir su propia muerte en el lago de fuego venidero.
Señor, concédeme la valentía de ser Tu testigo, confiando en que cualquier sufrimiento que deba soportar no es lo definitivo. Amén.
Aplicación a la vida
¿Cómo puede ser un testigo valiente para el Señor hoy?