Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.
1 Juan 3:3
¡Qué motivación tan poderosa es esta hacerse como Él ahora, aceptando sus circunstancias, dejando de pelear por lo que Dios le envía a usted, empezando a dar gracias en todo, permitiendo que estos extraños instrumentos de la gracia de Dios realicen su obra en su vida! Pablo dice: “la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3b-4).
Unas pocas experiencias como ésta y usted estará completamente convencido de que Dios es adecuado, que Él puede resolver todas las cosas. Usted sabe que cada prueba es otra oportunidad para que Dios demuestre Su gran habilidad para hacer que las cosas funcionen. De modo que la esperanza “no nos defrauda” (Romanos 5:5), da confianza, un sentido de confianza insuperable, que le mantiene a usted estable y seguro en cualquier circunstancia. Todo esto es lo que sucede ahora, al comenzar Dios a obrar por medio de nuestras circunstancias para hacernos como Él. Es por eso que Juan dice que todos aquellos que tienen esta clase de esperanza, esta certeza, entienden este proceso de purificarse a sí mismos de la manera que Cristo es puro.
Pero usted dice: “¿Purificarme a mí mismo? Ésa es la única cosa que no puedo hacer”. Eso es cierto, y Dios lo sabe. Él sabe que usted no puede purificarse a sí mismo. ¿Qué es lo que quiere decir? Usted se purifica a sí mismo cuando usa los medios que Él ha provisto para su purificación. Ustedes las madres saben cómo funciona esto. Su hijo pequeño ha estado jugando fuera, y le manda usted al cuarto de baño para que se purifique a sí mismo. Como todos los niños, abre el grifo, pasa sus manos debajo del agua, cierra el grifo y se seca las manos en la toalla y sale. Usted le echa un vistazo de arriba abajo y le dice: ―Pero no estás limpio.
―Bueno, ―contesta―, me he lavado.
―Pero mira la mugre en tus manos, en tus brazos, en tu cara y detrás de tus orejas. No estás limpio ni mucho menos.
Entonces toda madre sensata pregunta: ―¿Has usado el jabón?
Claro que no lo ha hecho, de manera que le manda usted de nuevo para que use el jabón. ¿Qué es jabón? Es un agente purificador, un producto de limpieza, que no realizará su objetivo a menos que se emplee. Así que, cuando regresa, el jabón le ha limpiado y le ha purificado. Ahora dice el niño: ―Mira, Mamá, ya me he limpiado.
Es verdad que lo ha hecho, pero lo ha hecho usando la provisión de su madre. La provisión para nuestra limpieza son la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios. “La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos purifica de todo pecado” (1 Juan 1:7). “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Esto significa que es preciso que empecemos a tomarnos en serio esta cuestión de una ruptura en la comunión con Cristo por causa de un espíritu impaciente o una palabra fea o una idea codiciosa o un pensamiento en el que hemos meditado. Es preciso que nos demos cuenta de que la mancha que ha quedado no desaparece con el paso del tiempo. Ha interferido con nuestra comunión con el Hijo de Dios, y debemos hacer algo al respecto. No podemos sencillamente olvidarnos de ello; debemos hacer algo por resolverlo. Debemos purificarnos a nosotros mismos usando Su provisión para que podamos estar limpios.
Señor, enséñame a purificarme a mí mismo, usando los medios de que me has provisto para que pueda hacerlo.
Aplicación a la vida
¡Gracias a Dios por el sencillo jabón, que nos ayuda a lavarnos y estar limpios cuando echamos peste, estamos grasientos o cubiertos de barro! ¿Cuál es la provisión de Dios para purificarnos a nosotros mismos después de haber caído en el pozo del pecado?