Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.
1 Juan 3:1a
He aquí algo asombroso. No es acerca del amor de Dios, sino de cómo ama Dios. ¡Qué clase de amor es este! ¡Literalmente el griego de “cuál” significa “de qué país procede esto”! ¡Qué clase de país es éste, qué tierra extranjera es ésta, que está representada por medio de un amor como éste! Es lo extraño del amor de Dios lo que se nos presenta en todo esto. ¿En qué sentido es extraño el amor de Dios? “Bueno”, dice Juan, “en que hace que seamos llamados hijos de Dios”.
Tal vez algunos de ustedes estén pensando: “Puede que esto le sorprenda a usted, pero a mí no me sorprende. ¿Por qué no iba a ser yo un hijo de Dios, como cualquier otra persona? Si cree usted esto, no entiende lo que es la justicia. Romanos 5 nos revela cómo nos vio Dios cuando nos encontró: “cuando aún éramos débiles”, cuando nos encontrábamos desamparados, cuando no podíamos hacer ninguna contribución a la redención que necesitábamos con desesperación, cuando no había ninguna cosa que pudiésemos hacer al respecto, e incluso lo bueno en nosotros estaba corrompido por el interés propio, de modo que no podíamos contribuir de manera alguna, “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (v. 6). Pero no acaba ahí: “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (v. 8b). “Siendo aún pecadores”, o cuando éramos orgullosos, dominantes en nuestra actitud hacia Dios, tratándole con condescendencia e indiferencia. Cuando éramos así, Cristo murió por nosotros, y ni siquiera esto agota Su descripción.
Continúa diciendo uno o dos versículos más adelante: “porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…” (v. 10a). “Si siendo enemigos” de Dios; no sólo sin fuerzas, no sólo pecadores, orgullosos e irritables en nuestra actitud, sino que cuando estábamos totalmente en contra de Dios, sie/ndo enemigos de Su gracia, traicioneros, odiosos, mostrándonos resentidos respecto a lo que Dios estaba haciendo y resistiendo cualquier esfuerzo que hizo Él por alcanzarnos. Aquí Juan está diciendo: ¡qué amor tan inmenso! Dios echa el manto manchado de sangre de Su amor sobre nosotros y nos llama Sus hijos. Y no sólo nos llama esto, sino que de hecho nos convierte en Sus hijos: “ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2a).
¿No es eso sorprendente? ¿Piensa usted alguna vez acerca de sí mismo en este estado cuando Dios le encontró a usted, y en que continuaría hallándose en esa condición si Dios no le hubiese encontrado? ¿Qué clase de orgullo es que hace que nos consideremos como una especie de captura especial que ha hecho? ¡Qué afortunado debería de sentirse Él por el hecho de que nosotros hayamos consentido en ponernos de Su lado! No, “mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”.
Ésa es la extensión del amor de Dios, que desea que Sus enemigos se conviertan en Sus hijos y que Sus hijos se conviertan en hijos e hijas maduros.
Señor, me hago eco de estas palabras de Juan: “cuál amor” me ha sido manifestado como para que yo pueda ser llamado hijo de Dios; y es lo que soy. Sé que es verdad, aunque no siempre actúe como si así fuese. Enséñame a vivir como Tu hijo obediente.
Aplicación a la vida
Dios es el Creador de toda la humanidad, pero no el Padre de toda la humanidad. ¡Nosotros sólo somos hijos de Dios por la fe en Jesucristo! ¿De qué manera nos ha asombrado y afectado esta verdad?