Y ésta es la promesa que él nos hizo: la vida eterna.
1 Juan 2:25
La mayoría de nosotros lee las palabras vida eterna como si sólo se aplicasen al cielo en el futuro. La llamamos “vida eterna”, una vida que nunca se acaba, lo cual no resulta inexacto. La vida eterna es una vida que nunca se acaba, pero el factor esencial respecto a la vida eterna no es la cantidad, sino la calidad. A lo que Juan se refiere aquí no es sencillamente a algo que conseguiremos algún día en el cielo, sino que es algo que podemos experimentar y disfrutar ahora. Es plenitud de vida, la calidad total de la vida divina vivida en su situación particular, ahora mismo, que aumenta en plenitud de disfrute para siempre. En otras palabras, la vida eterna es la aventura diaria que nos permite experimentar la solución de Dios para cada problema, en lugar de aplicar la nuestra. Es el descubrimiento del programa de Dios para cada oportunidad, en lugar del nuestro. Cada vez que nos enfrentamos con un problema, hay dos cosas que podemos hacer.
Con la debilidad de nuestro propio intelecto, dependiendo de nuestros propios recursos humanos, podemos intentar resolver el problema, y cuando lo hacemos el resultado es inevitablemente el mismo. La vida se convierte en una monotonía, en un aburrimiento, en una rutina que nos deja totalmente sin interés y deseando no tener que participar en ella. Ése es nuestro programa.
O podemos tener la solución de Dios para cualquier problema o qualquier oportunidad. Podemos decir en cualquier situación: “Señor, Tú estás en mí y Tú has venido a vivir en mí para vivir por medio de mí. Esta situación se ha producido conforme a Tus planes y a Tu programación. Padre, yo no me encontraría en esta situación si no fuese por Ti. Ahora, Señor, haz por medio de mí lo que Tú desees hacer con ella”. Entonces somos testigos de lo que Dios hace, y estamos de inmediato a Su disposición, de modo que Él pueda moverse en cualquier dirección que dé la impresión de que lo exige la situación. Al hacerlo, descubrimos que Su programa empieza a desarrollarse en esa situación. Cada obstáculo se convierte en una gloriosa oportunidad para que se manifieste la plenitud de la gloria, la sabiduría y el poder que se encuentran en el Dios que ha venido a vivir y a hacer Su hogar en nosotros.
Recuerdo que cuando era un cristiano joven leí esa gran promesa en Efesios: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20). Recuerdo haber leído este versículo y haberme dicho a mí mismo: “¿Es esto realmente verdad? ¿Se ofrece Dios realmente a hacer por mí mucho más de lo que yo pudiera jamás pedir en este momento? ¡Esto es fantástico! Yo puedo pedirle mucho a la vida. Puedo soñar e imaginar muchas grandes y maravillosas experiencias que me gustaría poder vivir, que me hicieran sentirme satisfecho en mi vida y mi corazón”. Hasta tenía el programa perfilado en mi mente sobre exactamente cómo Dios lo haría. Pero al mirar atrás después de estos treinta años, me doy cuenta de que Dios no hizo uso de mi programa para hacerlo a mi manera, a pesar de lo cual ha cumplido abundantemente la promesa. Mi vida es más rica de lo que yo podría haber jamás soñado que sería cuando no era más que un joven cristiano.
Si nosotros estamos dispuestos a entregarnos a la Palabra de Dios, a permitir que se apodere de nosotros, a entenderla y obedecerla; si lo que usted escuchó desde el principio permanece en usted, le será a usted también posible permanecer en el Hijo y en el Padre. ¡Esa experiencia representa la vida eterna!
Padre, concédeme, en medio de las débiles búsquedas de mi corazón, descubrir la vida eterna en mi experiencia diaria.
Aplicación a la vida
¿Cómo se llama la aventura diaria de experimentar la solución de Dios a cada problema en lugar de nuestra propia solución? ¿Estamos dispuestos a dejarnos poseer por la Palabra viviente cada día?