En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia y no ama a su hermano, no es de Dios.
1 Juan 3:10
Alguien ha dicho que a las personas se las puede dividir en dos clases: las justas y las perversas, ¡y la clasificación la realizan siempre los justos! No cabe duda de que la humanidad está dividida en dos clases, no en tres, como a veces nos gusta imaginarnos. Nos gustaría pensar que están los hijos del demonio, los hijos de Dios y además un amplio grupo de los que están entre medias: los que son moralmente neutrales, ni justos ni diabólicos. Pero Dios dice: “No, no hay tres clases”.
Ni tampoco hay una sola clase. Hay muchos actualmente a los que les gustaría que creyésemos que todas las personas por todas partes son, por virtud de su nacimiento natural, hijos de Dios. Pero la Biblia nunca apoya esta idea, ni siquiera por un momento. Estas palabras de Juan son el eco de las palabras del Señor Jesús mismo cuando le dijo a ciertos fariseos acerca de Su día: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Juan 8:44a). Esto es lo que significa la frase hijos del demonio. No significa que los crease el demonio, sino que reflejan la naturaleza y las características del demonio.
Todo esto está en armonía con el punto de vista de las Escrituras sobre la humanidad. Las personas, dice la Biblia, son como vasijas. No tienen poder en sí mismas, ni tienen vida en sí mismas. Han sido diseñadas para contener y expresar la vida de otro. En la intención original de Dios, esa vida debía ser la vida de Dios mismo, puesto que las personas han sido creadas para Dios. Pascal dijo que había en cada persona un vacío en forma de Dios que sólo Dios puede llenar, porque hemos sido creados para Él.
Pero debido a la caída de la humanidad en el huerto, las personas ya no contienen ni expresan la vida de Dios, sino que expresan la vida pervertida y retorcida del demonio. Cada uno de nosotros nacimos en la familia del demonio. Nacimos como familia del demonio porque formamos parte de la raza caída de Adán, con la tendencia y la proclividad al pecado, esa perversión retorcida, que nos ha sido transmitida por nuestros antepasados, juntamente con el color de nuestros ojos y todas las demás características físicas. Todos nacemos con la inclinación al mal. Usted no tiene más que vivir con unos pocos bebés para darse cuenta de esto. ¡Qué centrados en sí mismos están los bebés! Según ellos piensan, todo existe para ellos. El mundo entero está ahí sólo para suplir las necesidades de ellos, y eso es, en esencia, la expresión de la vida del demonio.
Es sólo por medio del nuevo nacimiento que nos convertimos en hijos de Dios. Es por ello que Jesús dijo a Nicodemo, ese culto, honrado y respetado dirigente de su época, que vino a Él de noche: “el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3b). Todos sus conocimientos, su educación, su moralidad o su religión carecen de valor en este sentido. A menos que nazca usted de nuevo, sigue formando parte de la familia y el reino de Satanás. Todo el impulso del evangelio sigue siempre esta dirección: la liberación del pueblo del reino de Satanás para llevarlos al reino de Dios.
Señor, concédeme que pueda ver mi propia vida, que vea a dónde voy, que sea consciente de las fuerzas que se apoderan de mí, dominándome, tanto si son de Dios como de Satanás.
Aplicación a la vida
¡Qué penetrante, asombroso e increíble es el pasaje de las Escrituras que nos ha sido presentado hoy! ¿Cuál es la extensión total tras el mensaje del evangelio de Dios para el mundo?