¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?, pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
1 Corintios 6:19-20
Es por eso que la inmoralidad sexual es diferente de otros pecados. Aquí de nuevo Pablo está reflexionando sobre cómo la naturaleza humana es distinta de la naturaleza animal. Tiene una capacidad singular: es esta capacidad maravillosa de tomar a Dios, de estar íntimamente relacionado a la grandeza y la majestad y la gloria de Dios, de tener a Dios en ti. Ése es el templo: Dios viviendo en algo lo transforma en un templo. Pero la inmoralidad sexual profana ese templo. Ofrece el templo a otro. Trae el cuerpo de esa persona que es el templo a una unión equivocada y, por tanto, es básicamente el pecado de idolatría. Es por eso que en Colosenses y en otros sitios el apóstol liga juntamente “codicia, la cual es idolatría”. Se refiere a la codicia sexual, el deseo por el cuerpo de otra persona; es una forma de idolatría.
Ahora sólo la idolatría, la veneración de otro dios, la sustitución de un dios rival, profana el templo. Es por eso que la inmoralidad sexual tiene un efecto inmediato y profundo pero sutil sobre la mente humana. Nos deshumaniza. Nos animaliza. Nos brutaliza. Aquellos que se dejan llevar por ello se vuelven continuamente más bastos, menos sensibles; tienen menos consideración por el bienestar de otros; son más egocéntricos, más deseosos de tener sus propias necesidades satisfechas: “¡Al infierno con los demás!”. Eso es lo que produce la fornicación.
Lo he visto destruir las relaciones de gente joven. Una bella pareja joven vino a mí. Ambos eran cristianos, y habían formado una amistad íntima. Estaban creciendo en el Señor y se disponían a casarse, y entonces algo ocurrió. Comenzaron a pelearse. Finalmente, me trajeron una de sus peleas, y en el proceso de solucionarla les dije: “¿Habéis estado teniendo relaciones?”, y admitieron que así era. Les dije: “Bueno, pues esto es el resultado de ello. Está destruyendo vuestra relación”. Pero no me creyeron, y siguieron adelante. Como era de esperar, pronto terminaron la relación con gran quebranto de corazón y daño a ambos de ellos, un episodio doloroso en cada una de sus vidas. Eso es lo que hace la inmoralidad sexual.
Pablo ahora cierra con un bello resumen: “No sois vuestros, pues habéis sido comprados por precio”. Ésa es una verdad cristiana básica. Eso es algo de lo que cada cristiano debe acordarse cada día de su vida. Al final no tienes derecho a ti mismo. Dios ha decretado que deberíamos tener decisiones que tomar, y sólo nosotros podemos tomarlas. No nos quita el derecho de hacer decisiones. No nos convierte en robots, pero dice que tendremos que dar cuentas por las decisiones que tomamos. Dios siempre se reserva el derecho, porque Él nos ha comprado, Él es nuestro Dueño; somos Suyos por derecho de la creación y por la compra. Se reserva el derecho de quitar de nuestras vidas lo que sea que nos sea dañino, nos guste o no, para darnos tanto bendición como problemas, como a Él le parezca que cada uno necesitamos, y a guiarnos como un padre amante al sitio donde reconocemos que Él es nuestro Dueño, que a Él le pertenecemos. Dios es honrado cuando cualquier individuo cristiano comienza a vivir de esa base. Es por eso que dice: “glorificad a Dios en vuestro cuerpo”. Esto es lo que hace que el mundo vea que hay algo distinto sobre los cristianos: han descubierto el secreto perdido de su humanidad. Dios ha venido a vivir en Su templo de nuevo, y ese templo debería ser mantenido sin profanación, sin ofrecérselo a otro, excepto como Dios mismo ha decretado en el bello sacramento del matrimonio.
Señor, gracias por estas palabras escrutadoras. Ayúdame a presentar frente a un mundo que nos está observando una manifestación visible de la belleza de la santidad y el gozo de una vida que camina en cercana comunión con un Dios que vive dentro de nosotros.
Aplicación a la vida
¿Le damos valor al alto privilegio de vivir en el templo de Dios como inquilino? ¿Cómo profana el templo de Dios la inmoralidad sexual? ¿Veneramos el ocupante, en vez del Dueño, del templo de Dios?