Os he escrito por carta que no os juntéis con los fornicarios. No me refiero en general a todos los fornicarios de este mundo, ni a todos los avaros, ladrones, o idólatras, pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí para que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con el tal ni aun comáis, porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? A los que están fuera, Dios los juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros.
1 Corintios 5:9-13
Pablo se refiere a una carta que les había escrito, una carta que está perdida. En ella, Pablo evidentemente dijo algo sobre no asociarse con gente inmoral, y los corintios habían creído que significaba (como muchos cristianos parece que se sienten hoy en día) que no debían tratarse para nada con aquellos no creyentes que llevan vidas inmorales.
Estoy asombrado de cómo esa misma actitud, la cual Pablo estaba intentando corregir aquí en esta carta, se ha difundido en el mundo evangélico. Me encuentro con gente que se niega a dejar que nadie que no sea cristiano entre en su casa, gente que no quiere tratarse para nada con ninguna persona que viva de forma que sea ofensiva al Señor. Me acuerdo, en los días tempranos de mi oficio pastoral, hablar con una pareja y pedirles que abrieran su casa para un estudio bíblico. La señora puso cara de horror y dijo: “¡Oh! Yo nunca podría hacer eso”. Le pregunte: “¿Por qué no?”. “Porque”, dijo ella, “vendría gente que fuma. Mi casa está dedicada a Dios, y no voy a permitir que nadie fume en ella”.
Ése es un malentendido de la misma cosa sobre la que está hablando Pablo. No podemos evitar el mundo; fuimos mandados a él. El Señor Jesús les dijo a Sus discípulos: “Yo os envío como a ovejas en medio de lobos” (Mateo 10:16a). Es ahí donde pertenecemos. Puede que sus hábitos nos sean ofensivos, pero eso es comprensible. No tenemos que declarar juicio sobre ellos; Dios hará eso. Hemos de amarlos y entender que no tienen ninguna base de sabiduría para cambiar. No demandamos que así lo hagan antes de empezar a mostrar amistad y amor y extenderles ayuda para ver su necesidad, para ver a Aquel que puede contestar el hambre de sus corazones. Lo que ofrecemos en el mundo es el evangelio, no condenación, sino las buenas nuevas.
Pero cuando se trata de la iglesia, hemos de juzgar la iglesia por ofensas específicas. Fíjate cómo Pablo las enumera. No es porque sean difíciles de soportar, o porque sean personas impacientes, o porque sean cristianos ofensivos; no has de juzgarles por eso. Pero si son inmorales, avaros, idólatras, maldicientes, borrachos o ladrones, entonces han de ser juzgados por las acciones de la iglesia, hasta el punto de las presiones sociales: “con el tal ni aun comáis”, dice. Si no escuchan, entonces distánciate de ellos. Llega al final hasta a la exclusión máxima, como ha indicado en este pasaje. ¡Qué salud regresaría al mundo, y a la iglesia, si la iglesia comenzara a comportarse de esta forma! La razón por la que el mundo está en tan rápido declive es porque la iglesia lo permite, al no mantener estas normas que Dios nos ha dado aquí. El propósito de un pasaje como éste es llamarnos a regresar a lo que Dios nos ha dado, y a reconocer la posición única que la iglesia mantiene en el mundo hoy, cuando comienza a caminar en la belleza de la santidad y a disfrutar de sus privilegios que Dios nos ha dado. Cuando vivimos en victoria sobre las fuerzas que destruyen a otros, entonces la gente comienza a ver que hay un significado, un propósito y una razón para la salvación que declaramos que tenemos.
Gracias, Padre, por Tu declaración honesta de lo que es la verdad sobre mí. Tú eres el Dios de la verdad. No me evitas, y no me condenas tampoco. No me eliminas, pero sí me dices la verdad. Vemos detrás de ello, Señor, Tu corazón amante de padre que se interesa. Ayúdame a juzgar mi vida en estas áreas de acuerdo a Tu Palabra, y a caminar en la luz y el poder de ella.
Aplicación a la vida
¿Compartimos y nos importa, como lo hace Dios, la salud espiritual de Su cuerpo? ¿Estamos juzgando a aquellos que no son cristianos en vez de enfocarnos en nuestra piedad individual y comunitaria? ¿Qué nos puede estar impidiendo de ser testigos efectivos más allá de los muros de la iglesia?