Man Pondering in Search for Meaning
Cosas que no funcionan

¿Podemos confiar en el gobierno?

Autor: Ray C. Stedman


El pasaje al cual llegamos hoy, en el capítulo 8 del libro de Eclesiastés, trata directamente de un fenómeno actual, que es la resistencia creciente de las vidas individuales al control gubernamental, sobre todo cuando ese control incluye el derecho de reclutar a jóvenes para la guerra. Puede que usted no se haya dado cuenta de que este antiguo libro trata de ese problema tan actual, pero es así. Al considerar este pasaje esperamos obtener alguna luz acerca de quién tiene razón, aquellos que dicen: “¡Ni hablar, no seré militar!”, o los que dicen:“No es disparatado ser soldado”.

Los comentarios del Buscador sobre esto surgen de una sección que aborda la cuestión de cómo tener un punto de vista correcto sobre el bien y el mal. Ya hemos visto que la prosperidad no es siempre buena, ni la adversidad es siempre mala. En el capítulo 7, vemos que, a pesar de la falsa rectitud que abunda en los círculos religiosos de hoy, existe una sabiduría auténtica que se puede encontrar.

Hoy, en el capítulo 8, comenzando en el versículo 2, veremos que, a pesar de haber injusticia en el gobierno, no obstante, existen poderes que el gobierno ejerce correctamente. Muchos de ustedes reconocerán inmediatamente que eso está exactamente de acuerdo con las palabras del apóstol Pablo en Romanos 13 sobre los poderes del gobierno. Les recomiendo los siete primeros versos de Romanos 13 para su propio estudio de ese pasaje paralelo.

Te aconsejo que guardes el mandamiento del rey, por el juramento que pronunciaste delante de Dios. No te apresures a irte de su presencia, ni en cosa mala persistas; porque él hará todo lo que quiera, pues la palabra del rey es soberana y nadie le dirá: «¿Qué haces?». El que guarda el mandamiento no conocerá el mal; el corazón del sabio discierne cuándo y cómo cumplirlo. (Eclesiastés 8:2-5)

En este muy notable pasaje, el Buscador, el mismo rey Salomón, cabeza del estado de la nación de Israel, nos está enseñando tres grandes razones en las Escrituras sobre por qué deberíamos obedecer al gobierno. La primera de estas razones la aborda en el verso 2: Obedezca porque usted es un ciudadano de ese gobierno. Eso es lo que significa “por el juramento que pronunciaste delante de Dios”. Todo ciudadano de los Estados Unidos ha pronunciado, de una manera u otra, un juramento de lealtad para apoyar al gobierno de los Estados Unidos. Si usted es un ciudadano naturalizado, usted realmente hizo un juramento así cuando se convirtió en ciudadano. Si usted es un ciudadano de nacimiento, como la mayoría somos, usted se hace eco de ese juramento siempre que recita el Juramento de lealtad:

Yo juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la república que representa...

A esto es a lo que se refiere el capítulo 8 como “juramento delante de Dios”. Hay una traducción que pone esto: “Cumple el mandato del rey como si fuera un juramento a Dios”. Esto subraya la seriedad de la ciudadanía, y, por virtud de compartir las bendiciones del gobierno en una nación tal como la nuestra, somos también responsables de obedecer a los poderes apropiados y las leyes de ese gobierno. He ahí la primera razón que este pasaje enseña sobre por qué debemos obedecer al gobierno.

Aquí hay una sugerencia clara de que esto no va a ser siempre agradable. El verso 2, en otras traducciones, dice: “No seas ligero a rebelarse contra él”. Es decir, habrá tiempos en que obedecer al gobierno no será muy conveniente, cuando ello interfiera con otras cosas que usted quiera hacer. Por ejemplo, que le llamen para hacer de jurado en un juicio, cuando se va a ir de vacaciones, no es muy oportuno. Si le afecta alguna restricción urbana cuando quiera hacer alguna reforma en su casa, o quiera construir un edificio, eso no es muy agradable tampoco; ni lo es pagar los impuestos cuando sienta que son una carga muy pesada.

Esto es un reconocimiento de que, para el ciudadano corriente, la obediencia no se basa en la conveniencia sino en la responsabilidad debida, porque, como dice Pablo en Romanos 13:1, el gobierno está “establecido por Dios”. Se da por sentado que algunas veces esto puede ser muy desagradable. Aunque hay otras veces en que todos estaríamos de acuerdo con Will Rogers, cuando decía: “¡Debemos estar agradecidos de no tener un gobierno tan grande como el que hemos pagado!”. No obstante, la teoría y los principios del gobierno están claramente establecidos en las Escrituras.

Una segunda razón por la que debemos obedecer al gobierno aparece en los versos 3 y 4. Hemos de obedecer al gobierno porque tiene poder para obligarnos a hacerlo.

No te apresures a irte de su presencia, ni en cosa mala persistas; porque él hará todo lo que quiera, pues la palabra del rey es soberana y nadie le dirá: «¿Qué haces?» (Eclesiastés 8:3-4)

En Estados Unidos no tenemos rey, o al menos no lo llamamos así, pero tenemos un jefe del estado, y él representa el poder y la autoridad del gobierno. Aquí hay un reconocimiento de que el gobierno sí que tiene el derecho de obligar, el derecho a la fuerza. De nuevo, Pablo refleja esto en Romanos 13:4. El jefe del estado tiene derecho de hacerlo.

Nunca se ha hecho una declaración más elocuente o adecuada de este derecho que la contenida en las palabras de los grandes documentos que sustentan nuestra libertad en Estados Unidos, la Constitución y la Declaración de independencia. ¿Recuerda usted cómo empieza la Constitución? Espero que haya memorizado estas palabras:

Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, con el fin de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer para la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar las bendiciones de la libertad para nosotros y nuestra posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América.

Las palabras finales de la Declaración de independencia están, del mismo modo, llenas de referencias al propósito y función del gobierno:

… y que, como estados libres e independientes, tienen pleno poder de declarar la guerra, pactar la paz, contraer alianzas, establecer relaciones comerciales, y hacer todas los otros actos y cosas que los estados independientes puedan tener derecho a hacer. Y, con el apoyo de esta declaración, con una firme confianza en la protección de la Divina Providencia, comprometemos nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor mutuamente unos con otros.

Así, nuestros padres fundadores reconocieron lo que las Escrituras afirman claramente, que el gobierno está ordenado por Dios; que tiene poder para funcionar como tal, y el ciudadano tiene la responsabilidad de obedecer, no sólo por causa de su juramento de lealtad, sino también porque el gobierno tiene poder para obligar.

La tercera razón, por consiguiente, emana de eso:

El que guarda el mandamiento no conocerá el mal; el corazón del sabio discierne cuándo y cómo cumplirlo. (Eclesiastés 8:5)

Es una cosa muy sabia obedecer al gobierno. La obediencia hay que darla por sentada. Cómo y cuándo es otra cuestión. (Lo veremos en sólo un momento.) Pero otra razón para la obediencia es que así escaparemos del acoso subsiguiente de los poderes gubernamentales. Una amiga nuestra recientemente recibió una multa por exceso de velocidad. Ella la ignoró, pensando que el asunto no resurgiría de nuevo. (Veo que mucha gente hoy día ignora tales multas.) La multa original era de 25 dólares, pero como la ignoró, algunos meses más tarde recibió una notificación adicional comunicándole que la multa había ascendido ahora a 145 dólares, lo que implicaba claramente que cuanto más se demorara, más subiría la multa. De eso es de lo que habla este verso. Mi amiga aprendió una lección muy necesaria: el gobierno tiene poder de obligar; y la manera de escapar de ese acoso es obedecer al gobierno y pagar la multa. Así que el derecho del gobierno a obligar está claramente establecido aquí; se requiere una obediencia como a Dios.

Lo que depende de nosotros, el tiempo y el modo, se desarrolla en los versos 5 y 6:

... el corazón del sabio discierne cuándo y cómo cumplirlo. Porque para todo lo que quieras hay un tiempo y un cómo, aunque el gran mal... pesa sobre el hombre... (Eclesiastés 8:5b-6)

Eso nos trae de vuelta a ese pasaje maravilloso del capítulo 3, donde se nos dice que hay un tiempo y un lugar para todo, que en el gran plan general de Dios para cada vida individual se hace provisión para el dolor y la alegría, para las lágrimas y la risa, para la guerra y para la paz. Aquí se nos recuerda eso: “Porque para todo lo que quieras hay un tiempo y un cómo”.

Pero se nos da una cierta libertad en esto en cuanto al tiempo y el modo en que obedezcamos. Las palabras “el gran mal que pesa sobre el hombre” parecen sugerir que no siempre es fácil saber cómo obedecer o cuándo deberíamos obedecer. Hay muchos factores que influirían en eso, sobre todo en este tema al que nos enfrentamos más cada día, el asunto del reclutamiento. Cuándo y cómo se debería llevar a cabo.

El hecho de que sea difícil es también parte del programa de Dios. Como creyentes, deberíamos entender que no siempre es fácil saber lo que Dios quiere. Él no quiere que sea fácil. No somos robots a los que se les da órdenes para que vayan aquí o allá, sin tener otra elección sobre el asunto. Dios claramente no quiere esa clase de hijos e hijas; Él nos lo dice así. Sin embargo, eso es realmente lo que estamos pidiendo cuando le decimos a Dios: “Muéstrame lo que quieres que haga, y yo lo haré”. En otras palabras: “Oblígame; dame órdenes y las cumpliré”. Dios no hace eso. Nosotros a menudo nos resistimos, evaluamos, sopesamos y nos rompemos la cabeza pensando acerca de lo que deberíamos hacer. Dios quiere que sea así; eso es parte de Su plan.

No siempre se nos deja que el tiempo dependa de nosotros. Algunas veces la ley requiere una programación. Si usted se tiene que alistar como recluta, tiene un cierto periodo de tiempo dentro del cual debe hacerlo; si tiene que pagar impuestos, tiene una fecha límite. Pero el Buscador dice que el “hombre sabio” puede encontrar la manera. Aunque no está mal beneficiarse de las exenciones de servicio, tales como las que podrían incluirse en una ley de reclutamiento; por ejemplo, no obstante, la forma de obedecer puede ser encontrada en cada circunstancia individual, si uno camina en la sabiduría de Dios. Otro factor que nos influye se encuentra en el verso 7:

… es no saber lo que ha de ocurrir; y el cuándo haya de ocurrir, ¿quién se lo va a anunciar? (Eclesiastés 8:7)

Eso aflora el asunto de la incertidumbre sobre los resultados de la obediencia al gobierno. Una de las razones por las que no se nos deja tomar nuestras propias decisiones sobre si vamos a obedecer al gobierno o no, es que no siempre sabemos lo que Dios intenta hacer por medio de nuestra obediencia. Puede que Él tenga bendiciones para nosotros que saldrán de esa relación de obediencia que no pudimos prever.

Cuando era un joven de veintitantos años, durante la segunda guerra mundial, recuerdo haberme enfrentado con la misma cuestión del alistamiento como recluta. Por ese tiempo yo estaba trabajando para la industria ferroviaria, la cual, por su misma naturaleza, me permitía estar exento, porque esa industria era esencial para el desarrollo de la guerra. Pero, a medida que la guerra seguía y yo veía que mis amigos y todos los otros jóvenes de mi edad se alistaban, me empecé a sentir más y más incómodo en esa postergación.

Al final, ingresé en la Marina. Aunque no estaba seguro de si hacía bien o no, sentí que debía ingresar. De lo que no me daba cuenta, ni entendía, era que aquella acción abriría una puerta que me dio la que quizá fue la más grande oportunidad que he tenido nunca de enseñar las Escrituras a aquellos que estaban en una desesperada necesidad de tal enseñanza. Estaba destinado en Pearl Harbour, y por ese gran puerto pasaban, de vez en cuando, todos los marineros de la flota del Pacífico; muchos de ellos eran jóvenes cristianos que habían ganado a otros para Cristo a bordo de sus barcos. Junto con otros, tuve la oportunidad de dar estupendas clases de Biblia, con cientos de marineros. Todo esto se facilitó porque yo mismo era un miembro de la Marina americana.

Lo que es más, yo no sabía que al final de la guerra me beneficiaría del Acta de reajuste para veteranos, que me proporcionaría dinero suficiente para pagar mi formación en el seminario. De hecho, fue bastante extraordinario que el tiempo que había servido en la marina me proporcionara exactamente la cantidad precisa para recibir cuatro años de instrucción en el seminario; el mes en que me gradué en el seminario, se acabó la ayuda del gobierno para mí. Yo no podía prever todo eso, pero Dios sí. Así que es posible que provengan resultados inesperados de la obediencia a lo que Dios ha dispuesto ante nosotros con respecto al gobierno.

En el verso 8, el Buscador afronta un tema complicado: La posibilidad de perder su vida al obedecer al gobierno se trata claramente aquí:

No hay hombre que tenga potestad sobre el aliento de vida para poder conservarlo, ni potestad sobre el día de la muerte. Y no valen armas en tal guerra, ni la maldad librará al malvado. (Eclesiastés 8:8)

Este es un verso bíblico extraordinario. Tres cosas se afirman claramente. Primera, la muerte está totalmente en manos de Dios. Él puede guiar a alguien a través del más tremendo bombardeo y preservar su vida aunque cientos de personas a su alrededor caigan. Muchos soldados y marineros se han dicho a sí mismos: “¿Por qué sobreviví, cuando todos mis camaradas murieron? ¿Qué es lo que Dios me tiene reservado para que permita que viva? Yo mismo he tenido que hacerme esa pregunta cuando queridos compañeros míos se hundieron con varios barcos en el Pacífico en la segunda guerra mundial. He tenido que decirme a mí mismo: ¿Por qué no estaba yo en ese barco? Muchos soldados han tenido que enfrentarse al hecho de que Dios les está diciendo: “Quiero usar tu vida”. Dios es capaz de preservarla. El verso afirma claramente que la muerte está enteramente en Sus manos. Ningún hombre tiene el poder de retener el espíritu cuando Dios lo llama al hogar; nadie tiene autoridad para elegir el día de su muerte; eso está enteramente en manos de Dios. Esa es una de las cosas grandemente alentadoras que un cristiano que se enfrenta al servicio militar debería reflexionar.

El segundo punto que afirma este verso es que no hay excepciones en tiempo de guerra. La guerra es un esfuerzo extremo de una nación para preservar algo de integridad y valor, y, como tal, requiere el compromiso incondicional de todos sus ciudadanos; no hay otra salida.

La pasada noche vi la conmovedora película La ejecución del soldado Slovik, la historia verídica del único soldado desde la guerra civil ejecutado por deserción. Este joven tan simpático, que lo había pasado muy mal en su vida, había encontrado por fin la felicidad con su nueva esposa, y entonces lo reclutaron y enviaron al frente. Esa experiencia le perturbó tanto que se negó a luchar más; dejó su fusil y huyó lejos. Finalmente, fue arrestado y juzgado por deserción. Era evidente en la película que todos los involucrados en la posición del gobierno estaban deseosos de conservarle la vida. Aun así, acabó estando muy claro que permitirle escapar desmoralizaría todo el sistema y abriría la puerta a miles de otros a negarse a afrontar las exigencias de la guerra. Fue la decisión unánime de un tribunal tras otro que debería ser ejecutado. Al final, se le quitó la vida; un testimonio de lo que las Escrituras declaran aquí: que no hay excepciones en la guerra. Cuando una nación se enfrenta a un tiempo peligroso es el deber de todo ciudadano ir a su defensa.

Sin embargo, el verso continúa diciendo que esto no justifica ninguna clase de violencia militar malvada: “... ni la maldad [esto está en el contexto de la violencia militar, la desobediencia malvada de las leyes de la vida] librará al malvado”. Un soldado puede ser tan culpable de asesinato como cualquier civil. Puede desobedecer las leyes de la justicia mientras viste el uniforme y mientras está dedicado al combate. Este verso reconoce el hecho de que la violencia perversa no está justificada de ese modo.

Muchos quizá se sienten incómodos al llegar a este punto. Ustedes probablemente se están preguntando: “¿Significa eso que el gobierno siempre tiene razón? ¿No hacen los gobiernos mal a veces?". El Buscador aborda esto en la sección siguiente. Verso 9:

Todo esto he visto, y he puesto mi corazón en todo lo que se hace debajo del sol, cuando el hombre se enseñorea del hombre para hacerle mal. (Eclesiastés 8:9)

Hay un reconocimiento honrado del hecho de que hay maldad en el gobierno: “el hombre se enseñorea del hombre para hacerle mal”. John Kenneth Galbraith lo expresó acertadamente cuando dijo: “Bajo el capitalismo, el hombre explota al hombre, y viceversa bajo el comunismo”. De este modo reconoce la universalidad del mal.

Todos los gobiernos son malvados, pero, ¿de dónde viene el mal? No significa que el gobierno en sí mismo sea malo. El gobierno proviene de Dios, las Escrituras, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, nos lo dicen. Pero la maldad del gobierno surge de la maldad del hombre caído, que vive en un mundo caído. ¿Quién de nosotros está libre de maldad? ¿Quién de nosotros puede alegar una absoluta inocencia en todo lo que hace? Nadie. Que no hay nadie justo es lo que encontró el Buscador; no hay nadie que no haga maldad. No hay gobierno, por tanto, que no tenga maldad dentro de él.

Da dos ejemplos muy flagrantes de esto. Versos 10 y 11:

Asimismo he visto a los inicuos sepultados con honores; en cambio, los que frecuentaban el lugar santo fueron luego olvidados en la ciudad donde habían actuado con rectitud. Esto también es vanidad. (Eclesiastés 8:10)

Él había estado en un funeral de algún gobernante prominente, un hombre de quien todo el mundo sabía que era un granuja y un réprobo, aunque por fuera parecía ser santo y recto por estar entrando y saliendo del templo. Pero en su funeral estaba siendo alabado, exaltado y glorificado; ninguno de sus actos malvados se mencionó. Eso es maldad.

Tuvimos un ejemplo reciente de esto en la muerte del Presidente Brezhnev de la Unión Soviética. Él personalmente dio la orden de invasión de Afganistán, y de la destrucción de millones de personas inocentes en varios lugares del mundo, pero nada de esto fue mencionado en su funeral. Más bien, recibió brillantes homenajes, y fue enterrado como un héroe de la Unión Soviética. No necesitamos señalar con el dedo a Rusia. Nosotros hacemos lo mismo por aquí. Tenemos un montón de desgraciados que están enterrados en tumbas honorables, quienes son recordados como grandes líderes, y, sin embargo, fueron hombres malvados y violentos. Eso me recuerda la historia de una mujer que estaba en el funeral de su marido, el cual había sido un notorio sinvergüenza y un criminal. Al oír la elocuente alabanza hacia él, lo maravilloso que era, etc., le dijo a su hijo: “¡Anda, ve y mira si es tu padre el que está en ese ataúd!”.

El segundo ejemplo está en el verso 11:

Si no se ejecuta enseguida la sentencia para castigar una mala obra, el corazón de los hijos de los hombres se dispone a hacer lo malo. (Eclesiastés 8:11)

¡Qué observación de la vida humana tan exacta y honesta! Hoy día encontramos abundantes ejemplos de tardanza en la justicia, que permiten que los delitos aumenten y los criminales se envalentonen. Cuando la justicia se retrasa o es esquivada de algún modo, cuando los jueces sueltan a los delincuentes por tecnicismos, cuando esta claro que son culpables de crímenes intolerables, esto sólo fomenta que haya más delitos. Esta es una descripción clara del mal que puede haber en el gobierno.

No obstante, el Buscador encuentra motivo para la paciencia en la doble promesa que sigue. Versos 12 al 14:

Ahora bien, aunque el pecador haga cien veces lo malo, y sus días se prolonguen, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia, y que no le irá bien al malvado, ni le serán prolongados sus días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios.

Hay vanidad que se hace sobre la tierra, pues hay justos a quienes sucede como si hicieran obras de malvados, y hay malvados a quienes acontece como si hicieran obras de justos. Digo que esto también es vanidad. (Eclesiastés 8:12-14)

Claramente admite esto, pero hay dos cosas que le animan. Una, Dios preservará a los Suyos, a pesar de lo que les ocurra a sus cuerpos. Jesús dijo a Sus discípulos: “No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28).

Es decir, las demandas de Dios tienen precedencia sobre las amenazas de los seres humanos; hemos de caminar a la luz de eso. Dios es capaz de cuidar a los Suyos. A los ojos de Dios lo que les pasa a nuestros cuerpos ni se acerca en importancia a lo que nos pasa a nosotros. Aquellos que caminan en el temor de Dios ―ya hemos visto lo que significa la palabra temor, que es amor, respeto, honor y disposición a obedecer― serán guardados por Dios, no importa lo que les pase a sus cuerpos.

Pero, en segundo lugar, Dios juzgará el mal a Su tiempo. Aunque parezca que los asesinos se salen con la suya, y hacen lo mismo cien veces, sin embargo, Dios vigila; se ajustarán cuentas. Aunque las recompensas de la vida parezcan a veces ir al revés ―los hombres malvados consiguen lo que los justos debieran tener y los justos obtienen lo que merecen los malvados― la promesa es que "al malvado no le serán prolongados sus días, que son como sombra”.

Esa es una frase interesante que creo que se refiere a la influencia del malvado después de su muerte. “Días que son como sombra” no es vida real; es la influencia de un hombre después de su muerte. Leyendo el curso de la historia, es de notar que, aunque ellos puedan haber sido alabados y honrados durante sus vidas, tras su muerte los hombres notoriamente malos son siempre descubiertos por lo que realmente eran. Adolf Hitler y todos los nazis que estaban asociados con él ahora son despreciados y aborrecidos por la mayoría en todo el mundo; no han sido capaces de prolongar sus días como una sombra. Dios obra en la vida para traer la verdad y la justicia a la luz.

Así el Buscador llega a la verdadera conclusión ―ahí es donde este libro vuelve una y otra vez― en el verso 15:

Por tanto, alabé yo la alegría, pues no tiene el hombre más bien debajo del sol que comer, beber y alegrarse; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol. (Eclesiastés 8:15)

No lo malinterpreten. Eso no es una justificación para darse la gran vida, para decir: “Comamos y bebamos y alegrémonos, pues mañana moriremos”. Esa filosofía está basada en la mentira, en la ilusión de que el gozo viene de las circunstancias agradables. Si este libro nos está enseñando alguna cosa, es que eso no es verdad. El gozo no viene de las circunstancias felices y agradables, cuando todo va como nos gusta. Eso es lo que el mundo cree; eso es lo que subyace en todos los anuncios de la televisión de nuestros días, las revistas, etc. No, según este libro, el gozo es un regalo de Dios que puede acompañar incluso a las circunstancias duras y difíciles; por eso es por lo que nos anima a ello. El verdadero gozo, la verdadera satisfacción no viene de tenerlo todo en la forma que a usted le guste. Viene, sin importar por lo que esté pasando, como un regalo de la gloria de Dios, quien, en Su relación con usted, es capaz de darle paz y contento a su corazón en medio de las presiones, los problemas y los peligros de la vida.

Seguro que esto es lo que el apóstol Pablo quería decir en Filipenses 4:12: “ Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad”. ¿Cuál es el secreto? Él nos lo dice: ”Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Ese fortalecimiento interior, por tener una relación con el Dios viviente, es el secreto del contentamiento, ya esté usted humillado o esté en la abundancia; la conciencia de que un Padre de amor está obrando Sus extraños e inescrutables propósitos, los cuales usted no siempre puede adivinar o calcular, por medio de los problemas y circunstancias difíciles que usted está atravesando, y la tranquila confianza de que Su amor prevalecerá y Su corazón cumplirá y traerá lo que es para bien por medio de esos tiempos difíciles.

Puede que algunos de ustedes estén atravesando por algo parecido. Algunos de ustedes jóvenes pueden estar enfrentándose a la cuestión del reclutamiento y tienen miedo de lo que va a pasar; no es una cosa oportuna; interrumpe los asuntos de la vida. Pero hay un montón de cosas similares que lo hacen: accidentes, enfermedades, etc. La vida hay que tomarla como es. La gloria de las Escrituras es que no intentan evadirse de la vida, cubriéndola con un velo, o maquillándola y vistiéndola elegantemente, para hacerla parecer diferente. Las Escrituras afrontan la vida tal como es, pero nos dicen que Dios ha provisto una respuesta, y esa respuesta la encuentran quienes saben caminar ante Él, amándolo, temiéndolo, confiando en Él y descansando en Sus manos. Esto no nos exime de las luchas de la vida o de la necesidad de tomar decisiones, pero nos da la tranquilidad de que aquellos que caminan de esa manera encontrarán una fuente de contentamiento y satisfacción que es el regalo de la gracia de Dios.

Oración:

Gracias, Padre, por Tu trato leal hacia nosotros. ¡Somos en tanta medida como niños! Entendemos la vida tan poco, estamos confusos tan a menudo, tantas veces desconcertados por lo que nos pasa, algunas veces resentidos, algunas otras enojados porque no todo está resultando como pensábamos. Perdónanos y enseñanos a confiar, a saber, a aprender y a tomar conciencia de nuevo de que Tu Palabra siempre es verdad, de que ciertamente serás para nosotros lo que prometiste ser, mientras confiemos y obedezcamos. Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.