Man Pondering in Search for Meaning
Cosas que no funcionan

Las cosas no son lo que parecen

Autor: Ray C. Stedman


Cualquiera que escuche las noticias estos días sabe que las noticias económicas son bastante malas. Estamos enfrentándonos a una tremenda recesión en los Estados Unidos. En algunos lugares se describe como un retorno a la gran depresión. Alguien dijo que una recesión es cuando tu vecino pierde su trabajo, mientras que una depresión es cuando tú pierdes tu trabajo. El desempleo está alcanzando niveles de récord en muchos lugares de nuestro país. Enfrentarse al invierno, una estación desoladora y vacía, sin un trabajo es una perspectiva dolorosa y temible para muchos. Todos nos estamos enfrentando en un grado u otro a los tiempos difíciles que están por delante. Eso hace que todos los corazones se depriman un poco; tendemos a reaccionar emocionalmente ante estas circunstancias.

Sin embargo, nuestra visión de la vida puede estar tan distorsionada que, si vienen tiempos difíciles en realidad, puede que sean los mejores años de nuestra vida. Eso es lo que el Buscador nos dice esta mañana en el pasaje que vamos a ver en el capítulo 6 de Eclesiastés, donde declara que las cosas no son lo que parecen ser. Pensamos que la vida es una cosa, y resulta que es algo bastante diferente. La hipótesis de nuestro pasaje esta mañana es que podemos estar interpretando todo lo que está ocurriendo de una manera completamente equivocada. En el capítulo 6, Qohelet, el Buscador de Israel, dice que la prosperidad puede no ser siempre buena; en los primeros 14 versos del capítulo 7, aborda la verdad opuesta, o sea, que la adversidad puede no ser siempre mala. Lo que necesitamos, por supuesto, es una visión verdadera del bien y el mal: cómo distinguir el bien cuando es bueno y cómo reconocer el mal cuando lo es. Nos ahorraríamos mucha ansiedad si pudiéramos hacer eso. Lo maravilloso de las Escrituras es que hacen justo eso. El Buscador aquí nos da la imagen verdadera del bien y el mal.

En el capítulo 6, lanza cuatro afirmaciones sobre la prosperidad, para demostrarnos que la riqueza material y la abundancia no son siempre buenas. He aquí la primera declaración:

Hay un mal que he visto debajo del cielo, y que es muy común entre los hombres: el del hombre a quien Dios da riquezas, bienes y honra, y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero no le da Dios facultad de disfrutar de ello, sino que lo disfrutan los extraños. Esto es vanidad y mal doloroso. (Eclesiastés 6:1-2)

Inmediatamente el Buscador reconoce que tener abundancia y posesiones ―todo lo que el dinero puede comprar― y, sin embargo, carecer del poder de gozarlos, es una carga muy pesada de llevar. Mucha gente padece de esto. Conducen brillantes coches nuevos; tienen los últimos equipos electrónicos en sus hogares grandes y lujosos, de los cuales intentan desesperadamente disfrutar; por contra, sus caras reflejan el vacío que les provocan; sus ojos revelan su vaciedad interna. En ocasiones he entrado en casinos de Reno o Las Vegas, para ver cómo son estos lugares. Allí vi gente intentando encontrar riquezas u obtener más disfrute de la vida, pero tenían el aspecto de muertos vivientes. Allí sentados, sin sonreír, tirando de las palancas de las máquinas tragaperras, no tenían aspecto de pasárselo bien, no proyectaban la sensación de que hubiera algo placentero en lo que estaban haciendo; más bien, parecían que estaban ocupados en un trabajo mortalmente serio. ¡Qué cosa tan aburrida! Observe las vidas hastiadas de aquellos que lo tienen todo pero no pueden disfrutar de nada de lo que tienen.

Más adelante, el Buscador dice, la riqueza material y la abundancia pueden ser frustrantes: imagine a un extraño disfrutando de lo que usted no puede disfrutar. ¿Puede haber algo más frustrante que conseguir algo que siempre ha deseado tener y descubrir entonces que ha perdido su encanto, que ya no le divierte, y usted se lo pasa a alguien que no podía permitírselo, y ese alguien se lo pasa en grande? Eso puede dejarlo a uno muy frustrado e incluso resentido. “¿Por qué yo no pude disfrutarlo?”, se preguntaría.

La clave de todo esto está en las palabras: “pero no le da Dios facultad de disfrutar de ello”. Esa lección golpetea nuestros corazones una y otra vez a lo largo de este libro. El gozo no reside en el aumento de las posesiones, es un don que Dios debe dar. Si Él lo retira, ningún esfuerzo va a extraer gozo de las cosas. Esa es una lección difícil de aprender para algunos. Estamos constantemente bombardeados con imágenes atractivas de catálogos y anuncios que nos gritan el mensaje contrario. El gozo, sin embargo, es un regalo de Dios.

La pregunta que inmediatamente nos viene a la mente es: ¿Por qué Dios retira el gozo? ¿Por qué no quiere darnos el poder de disfrutar si nos da la habilidad de tener? La respuesta a esas preguntas se da en este libro, y está especialmente revelada en el capítulo 2, versos 25-26, donde el Buscador dice:

Porque, ¿quién comerá y quién se gozará sino uno mismo? Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo. (Eclesiastés 2:25-26a)

“Al hombre que le agrada”. Una vez más, me temo que mucha gente lee esto como si significara que un cierto nivel de cumplimiento religioso, un cierto estándar de moralidad, como unirse a una iglesia o asistir a las reuniones, es lo que agrada a Dios. Debemos entender que las Escrituras nunca dicen eso. La fe es lo que agrada a Dios. Creer en Él, tomándole la palabra y actuando según esa palabra. Esto es lo que agrada a Dios: la obediencia fundamentada en la fe. A tal hombre o mujer Dios le da el don de gozar de cualquier cosa que tengan. Lo mucho o lo poco que sea, es un regalo concedido y tomado de Sus manos. Por eso la gratitud, el ser agradecido por lo que usted tiene, es el elemento más importante de nuestras vidas.

¡Qué opuesto es esto al espíritu de nuestra época! Hoy desde todos lados se nos grita la filosofía de que tenemos derecho a las cosas. Los anuncios de televisión en particular constantemente nos lo dicen. Muestran algún artículo atractivo que quieren que compre y lo acompañan de una propaganda que dice de una manera u otra: “Usted merece esto. Se lo ha estado ganando. Si usted estuviera siendo tratado correctamente, esto es lo que debería tener”. Ése es el espíritu de nuestra época. ¿Nos damos cuenta de que eso contradice las enseñanzas que la Biblia expone acerca de nuestra relación con Dios? ¿Cómo podemos tener gratitud si estamos obteniendo justo lo que nos merecemos? No podemos estar agradecidos por eso. La gratitud sólo viene cuando sentimos que no nos merecemos algo, pero lo obtenemos de todos modos.

Por todas las Escrituras se nos dice que la relación adecuada con Dios de un creyente, la que lo complace, es dar gracias por todo: “Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18). Este libro de sabiduría nos exhorta a recibir todo con un corazón agradecido, dándonos cuenta de que no nos lo hemos ganado; es un regalo de Dios. Incluso si es doloroso por el momento, hay un Padre sabio que lo ha elegido para usted, y le rendirá grandes y ricos beneficios. Usted puede estar agradecido por el dolor tanto como por el placer; esa es la lección de este libro.

La segunda afirmación del Buscador es que una vida larga y una familia grande, sin el don del gozo acompañándolas, son cosas penosas y lamentables. Verso 3:

Aunque el hombre engendre cien hijos, viva muchos años y los días de su edad sean numerosos, si su alma no se sació del bien, y además careció de sepultura, digo que más vale un abortivo. Pues éste en vano viene, y a las tinieblas va, y las tinieblas ocultan su nombre. No ha visto el sol, ni lo ha conocido. ¡Más reposo tiene éste que aquél! Y aun si aquél viviera mil años dos veces, sin gustar del bien, ¿acaso no van todos al mismo lugar? (Eclesiastés 6:3-6)

Incluso una gran familia, que normalmente proporciona mucha alegría, emoción y placer a la vida ―incluso una vida larga y muchos hijos y nietos― no satisfarán por sí mismos la profunda sed de satisfacción del hombre. Todavía le dejarán inquieto, infeliz, quizá envuelto en peleas y broncas familiares, dejándole el corazón insatisfecho. Sin el don del gozo, nada será satisfactorio, nada producirá alegría duradera.

Si tal es el caso, el Buscador dice que incluso un bebé nacido muerto está mejor. El escritor da razones para esto. Primero un abortivo no tiene historia de qué avergonzarse: “Pues éste en vano viene, y a las tinieblas va, y las tinieblas ocultan su nombre”. Nadie sabe nada de él; no tiene historia; así que nadie puede menospreciarle o atacarle de ningún modo. Lo que es más, no experimentará tribulaciones; pero el hombre rico, sí: “No ha visto el sol, ni lo ha conocido. ¡Más reposo tiene éste que aquél!”. Ni siquiera una vida larga, dos mil años de vida, ayudarían. Ambos, el niño nacido muerto y el hombre rico que vive una larga vida sin felicidad, acaban en el mismo lugar; ninguno encuentra el don del gozo.

El tercer punto que el Buscador señala se encuentra en los versos 7 al 9:

Todo el trabajo del hombre es para su boca, y con todo, su deseo no se sacia. ¿Qué más tiene el sabio que el necio? ¿Qué más tiene el pobre que supo caminar entre los vivos? Más vale lo que ven los ojos que un deseo que pasa. También esto es vanidad y aflicción de espíritu. (Eclesiastés 6:7-9)

Aquí está señalando cómo el hombre es incapaz de encontrar gozo por su propio esfuerzo. El trabajo duro no lo conseguirá: “Todo el trabajo del hombre es para su boca”. El esfuerzo está diseñado para satisfacer el apetito del hombre por encontrar placer y contentamiento, pero el trabajo duro y un impulso desesperado por satisfacerse a uno mismo en este sentido no funcionará; no producirá placer duradero.

Ni lo hará la sabiduría, ni el encanto. De la sabiduría dice: “¿Qué más tiene el sabio que el necio?”. Usted puede ser sabio en sus inversiones, cuidadoso con su dinero, puede perseguir el placer con moderación, pero aun así no va a funcionar; si eso es todo lo que tiene, no será diferente del necio. Incluso un hombre pobre que aprende a atraer a los demás con su encantadora personalidad (“que supo caminar entre los vivos”) se queda vacío, solo y triste en su interior.

El porqué de todo esto se nos da en los versos de cierre de este capítulo. Verso 10:

Respecto de lo que es, ya hace mucho que tiene nombre. Se sabe lo que es un hombre: que no puede contender con quien es más poderoso que él. (Eclesiastés 6:10)

Es el decreto inalterable de Dios. El Buscador nos está diciendo aquí que Dios ha decretado que el gozo no se pueda encontrar con esfuerzo, por medio del trabajo, o por la persecución del placer. El gozo debe ser tomado como un regalo de la mano de Dios; ese decreto es tan inalterable como la ley de la gravedad. Usted puede no estar de acuerdo con Dios en esto, puede que no le guste, pero ahí está; no se puede cambiar.

El Buscador señala tres cosas acerca de esto:

Primera: Dios lo decretó antes de que el hombre fuera creado: “Respecto de lo que es, ya hace mucho que tiene nombre”, antes de que ocurriera. Ni siquiera el hombre había llegado a ser antes de que fuera nombrado en la mente y el pensamiento de Dios; Dios creó esta extraña ley de vida incluso antes de que el hombre apareciera sobre la tierra.

Segunda: Se decretó en vista de lo que el hombre es: “Se sabe lo que es un hombre”. Dios nos creó. Sabe cómo somos, cómo funcionamos, lo que nos satisfará y lo que no. En vista de eso, estableció este decreto de que el gozo no se pueda encontrar en la posesión de las cosas. Jesús lo declaró muy claramente: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).

Tercera: El Buscador dice que fue creado a pesar del hombre: “que no puede contender con quien es más poderoso que él”. ¿Cómo va usted a cambiar las leyes de Dios? Ellas gobiernan su vida, le guste o no. Aunque esto pueda parecer que está muy en contra nuestra, no obstante, no hay nada que podamos hacer al respecto.

Discutirlo, sigue diciendo, no lo remedia. Verso 11:

Ciertamente las muchas palabras multiplican la vanidad, y eso de nada le sirve al hombre. (Eclesiastés 6:11)

C.S. Lewis lo expresó muy bien: “Discutir con Dios es discutir con el mismo poder que hace totalmente posible discutir”. ¿Cómo cambiar eso?

El Buscador continúa hablando de la debilidad del hombre. Hay dos razones por las que esta ley no puede ser cambiada: primera, porque Dios lo ha decretado; y segunda, por lo muy limitado que es el hombre. Verso 12:

Porque ¿quién sabe lo que conviene al hombre en su vida, todos los días de su vano vivir, los cuales él pasa como una sombra? ¿Y quién le enseñará al hombre lo que acontecerá después de él debajo del sol? (Eclesiastés 6:12)

Hace dos preguntas:

Primera: ¿Quién conoce el verdadero valor de la vida? ¿Dónde está el hombre que entiende lo que es bueno y lo que es malo? Ninguno de nosotros puede, y así el Buscador pregunta: "¿quién sabe lo que conviene al hombre?". ¿Deseó usted alguna vez algo que pensaba que era justo lo adecuado para usted, y luego, cuando lo consiguió, deseó no haberlo tenido? Un alumno de secundaria me dijo una vez: “Yo oré: ‘Señor, si tan sólo pudiera salir con esa preciosa chica, sería el muchacho más feliz vivo’. Entonces, nos acercamos. Salimos unas cuantas veces juntos, y me vi a mí mismo orando: ‘Señor, si pudiera librarme de esta chica, ¡sería el muchacho más feliz vivo!’”. “¿Quién sabe lo que conviene al hombre?”. Seguro que nosotros no.

Segunda pregunta: ¿Quién sabe lo que vendrá en el futuro: “¿Y quién le enseñará al hombre lo que acontecerá después de él debajo del sol?”. ¿Quién sabe cuál va a ser el resultado de nuestras decisiones presentes? Dada nuestra estrecha y limitada visión de lo que es la vida ―lo cual es cierto incluso para los más inteligentes y eruditos de entre nosotros―, ¿Nos incumbe a nosotros quejarnos a Dios acerca de cómo gobierna nuestra vida?

Si la prosperidad no es siempre buena, como claramente ha demostrado, entonces es igualmente cierto que la adversidad no siempre es mala. Suponga que vienen malos tiempos; muchas cosas buenas e incluso fabulosas pueden salir de ello.

En el capítulo 7, una serie de proverbios enumeran las cosas buenas que pueden suceder en la aflicción. He aquí la primera:

Mejor es la buena fama que el buen perfume, y mejor el día de la muerte que el día del nacimiento. (Eclesiastés 7:1)

Aquí hay un juego de palabras. La palabra hebrea para nombre es shem, y la palabra hebrea para perfume es shemen. El Buscador está diciendo que un buen shem es mejor que un precioso shemen. Esto, por supuesto, se refiere al perfume, que tiene la propiedad de atraer a los demás.

He llegado a la conclusión de que no hay nada más extravagante o menos relacionado con la realidad que un anuncio de perfume en la televisión. Intenta convencernos de que rociándonos con un poco de cierto perfume haremos que los demás reaccionen de manera extraordinaria. Las personas del sexo opuesto nos seguirán calle abajo, encontraremos situaciones románticas llenas de deleites sensuales, todo esto sólo por comprar su perfume. Esto es ridículo. ¿Por qué la gente mira esta clase de cosas? Yo sólo las veo con propósitos ilustrativos.

En este proverbio el Buscador está diciendo que un buen nombre es verdaderamente influyente. No es como perfume, que no hace nada que se acerque a lo que se dice. Un buen nombre perdura. Uno pasará de largo ante un montón de restaurantes espectaculares para ir a algún pequeño chiringuito que sirve buena comida a un precio decente. Un buen nombre atrae. Incluso el más pobre de entre nosotros puede tener fama de integridad, de confiabilidad. Incluso cuando hay aflicción y adversidad, puede que usted no se pueda permitir Chanel Nº 5, u otros perfumes caros, pero siempre se puede permitir un buen nombre.

Otro aspecto de la adversidad son las lecciones que la aflicción enseña. Verso 2:

Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete, porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo tendrá presente en su corazón. (Eclesiastés 7:2)

Es decir, cuando a usted le confrontan con la muerte, ya no se ocupa de asuntos secundarios; usted está tratando por fin con la realidad. La muerte conduce al realismo. Aunque ello traerá tristeza, lamento y duelo, usted deja de lado los aspectos superficiales y efímeros de la vida y empieza a tratar con los hechos.

Segundo, el Buscador dice que el pesar conduce al gozo. Verso 3:

Mejor es el pesar que la risa, porque con la tristeza del rostro se enmienda el corazón. (Eclesiastés 7:3)

No sólo al gozo, sino también a la sabiduría. Verso 4:

El corazón de los sabios está en la casa del luto, mas el corazón de los insensatos, en la casa donde reina la alegría. (Eclesiastés 7:4)

¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo pueden la tristeza, el pesar, la adversidad y el dolor conducir al gozo y la sabiduría? Cualquiera que haya pasado por una prueba dolorosa, sin embargo, lo sabe.

Recientemente he estado leyendo extractos del testimonio de la vida de John Ehrlichman, Witness to Power (Testigo del poder). Él fue uno de los hombres más poderosos en los Estados Unidos durante un tiempo bajo el mandato de Richard Nixon, pero se vio envuelto en el Watergate y fue a la cárcel por algunos de sus manejos durante ese terrible periodo. Me gustaría leerles unos cuantos extractos de la narración de su vida antes y después de los días del Watergate, tomados del último capítulo de su libro. Él dice:

Cuando fui a la cárcel, casi dos años después del juicio por encubrimiento, tuve un gran problema de autoestima. Yo era un malhechor, rapado y ridiculizado, que andaba pesadamente con un viejo uniforme harapiento del ejército, haciendo trabajos de pico y pala en el desierto. Me preguntaba si alguien creía que yo valía algo... Durante años había sido capaz de barrer mis defectos y fallos bajo la alfombra y no encararme a ellos, pero durante los dos largos juicios criminales, pasé mis días escuchando a los fiscales contar a los jurados lo mal hombre que yo era. Luego, por la noche solía ir a la habitación de un hotel y me sentaba solo a pensar en lo que me estaba ocurriendo. Durante ese tiempo empecé a analizar la situación.

Él continúa hablando acerca de cómo su matrimonio fracasó, y cómo se marchó por su cuenta, buscando la soledad en las frías y ventosas costas de Oregón, donde se alojó en una cabaña.

Me quedé allí unas dos semanas. Todos los días leía la Biblia, paseaba por la playa y me sentaba en frente de la chimenea pensando y haciendo borradores, sin esquemas ni agenda. No tenía ni idea de a dónde conducía todo esto o qué respuestas encontraría. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabía cuáles eran las preguntas. Solamente observaba y escuchaba. Me quedé aniquilado. No me quedaba nada de lo que había sido valioso para mí ―honor, credibilidad, virtud, reconocimiento, profesión― ni aun la lealtad de mi familia. Me las había arreglado para perder eso también…

Se mudó a Nuevo México y comenzó una nueva vida en Santa Fe. He aquí las palabras finales del libro:

Desde 1975 más o menos, empecé a aprender a verme a mí mismo. Me preocupó lo que comprendía sobre mi integridad, mi capacidad de amar y ser amado y mi valía esencial. No echo mucho de menos a Richard Nixon, y Richard Nixon no me echa mucho de menos a mí tampoco. Puedo entenderlo. No he hecho ningún esfuerzo por estar en contacto. Tuvimos una relación profesional que se agrió tanto como una relación puede agriarse, y a nadie le gusta que le recuerden los malos tiempos. Esos periodos de tiempo, los capítulos de Nixon en mi vida, han terminado. De un modo paradójico, me siento agradecido por ellos. Por alguna razón yo tenía que ver todo eso y llegar a entenderlo, con el fin de llegar al lugar donde me encuentro ahora.

¡Qué confirmación de la verdad que el Buscador nos está diciendo aquí! A través de los tiempos de tristeza y adversidad empezamos a entender la realidad de nuestras vidas. No es de extrañar que se añada inmediatamente a esto las palabras del verso 5:

Mejor es oír la reprensión del sabio que la canción de los necios, porque la risa del necio es como el crepitar de los espinos debajo de la olla. Y también esto es vanidad. (Eclesiastés 7:5-8)

A menudo una reprensión ayudará más que las canciones tontas y la risa vana. La adversidad puede ser de mucho beneficio para nosotros.

Aún se encuentra otro beneficio, en los versos 7 al 10:

Ciertamente la opresión hace enloquecer al sabio, y las dádivas corrompen el corazón. (Eclesiastés 7:7)

Aquí está tratando de la adversidad en sí misma. Si usted sufre una injusticia y alguien le oprime, o si alguien soborna a otro para atacarle a usted, esto es difícil de soportar por el espíritu humano; usted querrá devolver el golpe. Pero, él dice, espera:

Mejor es el fin del negocio que su principio;
mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu.

No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios. (Eclesiastés 7:8-9)

No creo que haya habido algo que me haya causado más problemas en mi propia vida que mi mal genio, mi prontitud para enojarme. Ser paciente de espíritu es una de las grandes lecciones que la adversidad puede enseñarnos. Entonces añade a eso:

Nunca digas: «¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos?», porque nunca hay sabiduría en esta pregunta. (Eclesiastés 7:10)

Mirando hacia atrás, todo parece tan bueno, pero vivir aquellos tiempos no era en nada mejor que ahora. De hecho, dentro de diez años usted mirará hacia atrás al presente como si fueran los buenos tiempos, así que, recuerde cómo eran.

Finalmente, habla de la sabiduría:

Buena es la ciencia con herencia, y provechosa para los que ven el sol. (Eclesiastés 7:11)

Es decir, si usted aprende a ser sabio y reflexivo respecto a la vida, eso tiene ventajas para usted.

Y continúa:

Porque escudo es la ciencia y escudo es el dinero; pero más ventajosa es la sabiduría, porque da vida a sus poseedores. (Eclesiastés 7:12)

Él admite eso. De la adversidad puede venir la sabiduría, y eso tiene sus ventajas. Pero ahora vuelve otra vez a su conclusión:

Mira la obra de Dios. ¿Quién podrá enderezar lo que él torció? (Eclesiastés 7:13)

Bajo el símbolo de lo torcido están todas esas cosas que llamamos adversidades, experiencias dolorosas, injusticias, maltrato, pobreza, enfermedad, accidentes, lo que sea. Su pregunta es: "¿Quién podrá enderezar lo que Dios torció?". Dios hizo esto, como continúa diciendo en el verso 14:

En el día del bien goza del bien, y en el día de la adversidad, reflexiona. Dios hizo tanto el uno como el otro... (Eclesiastés 7:14a)

Tanto la prosperidad como la adversidad vienen de las manos de Dios; el corazón de un padre sabio te las ha dado. En palabras del himno:

Oh mi Dios, yo encuentro cada día
tu poder en todo sinsabor;
por la fe en tu sabiduría
libre soy de pena y temor.

Dios nos ha dado de esto a todos, declara el Buscador. Debemos entonces aprender a aceptar y entender que Dios lo ha escogido para nosotros por amor y con sabiduría. Las pruebas tienen un propósito especial, que nos da en estas últimas palabras:

Dios hizo tanto el uno como el otro, a fin de que el hombre no sepa qué trae el futuro. (Eclesiastés 7:14b)

En otras palabras, Dios ha diseñado la vida llena de lo inesperado, de modo que podamos darnos cuenta de que no controlamos nuestro futuro.

No estamos a cargo de la vida. La gran mentira satánica que sutilmente nos llega miles de veces al día es que nosotros somos dioses, que estamos a cargo, que podemos planificar, dirigir, controlar. En el libre albedrío que Dios nos ha concedido hay suficiente verdad respecto a eso, y así nos creemos el resto, o sea, que controlamos todo al máximo. Pero la lección de las Escrituras deja bien claro una y otra vez que eso no es verdad. Dios está a cargo. Lo que nos manda está siempre diseñado para beneficiarnos. Esta es una enseñanza clara de las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Aun cuando la adversidad pueda tener aspectos dolorosos, hemos de entender que procede de un Dios amoroso y estar agradecidos por ello.

Un poeta anónimo escribió:

Cuando Dios quiere tallar a un hombre,
y conmover a un hombre,
y adiestrar a un hombre;
Cuando Dios quiere moldear a un hombre
para que desempeñe el papel más noble,
Cuando Él ansía con todo su corazón
crear un hombre tan valiente y grande
que asombre a todo el mundo;
Observa sus métodos, observa sus caminos.
Cómo perfecciona despiadadamente
a quien su realeza elige.
Cómo lo martillea y lo hiere,
y con poderosos golpes lo convierte
en formas de arcilla probada,
que sólo Dios entiende,
mientras su corazón torturado llora,
y eleva manos suplicantes.
Cómo aprieta pero no ahoga
cuando decide hacerle bien.
Cómo usa a quien escoge,
y con cada resolución lo funde,
con cada acto, le induce
a probar su esplendor.
Dios sabe lo que se hace.

Oración:

Gracias, Padre, por estas palabras tan sabias. Gracias por el modo en que ellas subrayan y confirman las mismas experiencias por las que estamos pasando ahora mismo. Por algunos de entre nosotros, sobre todo por los que puedan estar enfrentándose a la aflicción, a profundos problemas y angustia, oramos para que estas palabras les traigan aliento. Por algunos de nosotros a los que no se nos da adversidad, sino prosperidad, oramos para que podamos entender que esto es un regalo de un Dios amoroso, para que lo aceptemos con gratitud y con la consciencia de que puede desvanecerse mañana, pero que es Dios quien da el don del gozo. Ayúdanos entonces a dejar esta loca carrera por las ganancias materiales y concentrarnos, más bien, en entender y tomar de Tus manos los dones de amor que mandas. Lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.