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Nuevo Testamento

Santiago: La actividad de la fe

Autor: Ray C. Stedman


El Nuevo Testamento se divide en varias secciones, cada una de las cuales trata unos temas muy concretos. Hay una última sección, que introduce el libro de Hebreos; está relacionada con un único tema, el de la fe. Toda la fuerza de estas epístolas del Nuevo Testamento tiene como fin explicarnos lo que es la fe y cómo funciona, y cada una de las epístolas contribuye de manera única a este tema.

Santiago es, por tanto, el segundo libro correspondiente a esta sección que trata acerca de la fe. Esta epístola es de un significado particular y único por haber sido escrita por el ser humano que más conocía al Señor Jesús, por lo menos en lo que se refiere a la evidencia histórica de la que ha quedado constancia y ha llegado hasta nosotros. Santiago, el hermano de nuestro Señor, se crió en la misma casa en Nazaret, creció junto al Señor Jesús, le vio durante todos esos años de los que nada se sabe, y se unió a sus otros tres hermanos: José, Simón y Judás, para oponerse al Señor Jesús durante la primera época de Su ministerio. Santiago se convirtió por fin gracias a la resurrección de Jesús, y el apóstol Pablo nos dice que después de la resurrección, el Señor se le apareció a Santiago (también conocido como Jacobo) (1 Corintios 15:7).

Muchos de nosotros daríamos cualquier cosa por saber qué sucedió durante ese tiempo en que Santiago consideró a Jesús solo como su hermano. Fue uno de aquellos que tuvo serias dudas en cuanto a que Jesús fuese realmente el Hijo de Dios, como Él decía ser, y en una ocasión hasta consideró que estaba loco, y vino con sus hermanos y con su madre para que le encerrasen, o al menos para llevárselo con ellos a su casa, a fin de alejarle de la vista del público; pero finalmente, y gracias a la resurrección, se convenció de que era verdaderamente Dios manifestado en la carne: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14a), y también Santiago vio "su gloria, gloria como del unigénito del Padre" (Juan 1:14b). De modo que Santiago comienza su epístola:

Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo... (Santiago 1:1a)

Este es un gran testimonio acerca de la deidad de Jesús, ¿no es cierto? Así habla el que, según la naturaleza, era Su hermanastro, refiriéndose a Él como "el Señor Jesucristo", y en todo el libro hallamos una gran reverencia y respeto por la persona del Señor, que no tiene comparación en todo lo escrito en el Nuevo Testamento.

Ha existido una considerable controversia respecto a si fue, efectivamente, Santiago, el hermano de Jesús, el que escribió la epístola, pero si examina usted detenidamente el trasfondo, se ve que es casi seguro que debió de ser escrita por mano del hermano del Señor. En los primeros días después de la resurrección, se convirtió en el dirigente reconocido de la iglesia en Jerusalén, y era considerado por todos con reverencia y respeto, incluso por los judíos, de manera que se ganó el apodo de "Santiago el Justo". La tradición nos dice, apoyada por Eusebio, uno de los grandes padres de la iglesia y respetado historiador, que Santiago murió finalmente como mártir por causa de su fe, siendo empujado desde el pináculo del templo. El pináculo era una parte del muro exterior del templo que sobresalía sobre el valle de Cedrón. Hay una caída de más de cuarenta y cinco metros de altura desde la parte superior del muro al valle. En una ocasión estuve parado sobre ese muro, en el pináculo del templo y, al mirar hacia abajo, recordé que fue precisamente en ese mismo lugar donde el demonio llevó a Jesús con el propósito de tentarle para que se tirase desde el pináculo del templo.

Eusebio nos dice que fue alrededor del año 66 d.C. cuando Santiago el Justo, hermano de nuestro Señor, fue empujado desde este pináculo por los judíos, enfurecidos con él por causa de su testimonio cristiano. Eusebio afirma que la caída no le produjo la muerte y que se las arregló para ponerse de rodillas para orar por sus asesinos, de modo que acabaron la tarea apedreándole hasta matarle, y Santiago pasó a formar parte de la lista de los mártires de la fe.

Es evidente que esta epístola fue escrita al principio de la vida de la iglesia. Procede de esa época, según se nos dice en el libro de Hechos, y puede, por ello, ser el documento cristiano más antiguo que tenemos, escrito posiblemente incluso antes que Marcos o Mateo.

No es posible leer esta epístola de Santiago sin sentirnos impresionados por su parecido con la enseñanza de Jesús, y, de hecho, si leemos el sermón del monte y la epístola de Santiago, y los colocamos uno junto a la otra, verá usted que existen más de una docena de paralelismos exactos. De modo que es bastante evidente que este hombre, Santiago, escuchó al Señor Jesús y prestó atención a Sus mensajes, aunque en aquellos momentos posiblemente albergase algunas dudas. Además, esta epístola, más que ninguna otra del Nuevo Testamento, se caracteriza como la enseñanza misma del Señor, por ilustraciones tomados directamente de la naturaleza. Nos habla acerca de las olas del mar, del reino animal, de los bosques, de los peces y otros, todas ellas tomadas de la naturaleza, como acostumbraba a hacer el mismo Señor Jesús.

Como he mencionado con anterioridad, el tema de la epístola es la fe. Si no tiene usted fe, no recibirá nada de Dios. Sin fe, nos dice el libro de Hebreos, es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6). Por lo tanto, la fe es el canal a través del cual fluyen todas las bendiciones de Dios llegando hasta nosotros, y, sin fe, todo lo que hacemos es pecar, pues "todo lo que no proviene de fe", nos dice el apóstol Pablo, "es pecado" (Romanos 14:23b). Por lo tanto, cualquier actividad que no tenga su origen o se base en la fe será una actividad pecaminosa. Si no actúa usted conforme a lo que cree, lo que está haciendo usted le desagrada y le resulta despreciable a Dios, a pesar de que posiblemente todos los que le rodeen le feliciten por ello.

Como vemos, pues, el apóstol Santiago nos está diciendo varias cosas acerca de la fe en esta epístola. En el capítulo uno, tenemos una maravillosa respuesta a la pregunta: "¿Qué es lo que hace que la fe se desarrolle?". Jesús dijo que para empezar no es preciso tener demasiada fe, que si tenemos fe como un grano de mostaza, solamente un poco, la suficiente como para que actuemos, será suficiente para mover montañas.

Según nos dice Santiago, hay dos cosas que hacen que la fe vaya en aumento, y la primera de ellas son las pruebas. Este es un capítulo maravilloso para aquellos que están pasando por pruebas. En él dice:

Hermanos míos, gozaos profundamente cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Pero tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:2-4)

Necesitamos pasar por pruebas, y a continuación describe cómo hemos de afrontarlas. Aceptadlas, nos dice, como algo que procede de Dios, y si os falta sabiduría para conseguirlo, pedid a Dios que os explique lo que está pasando, pero debéis pedir con fe y esperar que Dios lo haga. Y si sois pobres, no dejéis que eso os preocupe, porque es una prueba que puede convertirse en bendición:

Bienaventurado el hombre que soporta la tentación, porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que lo aman. (Santiago 1:12)

Al pensar en esto, acerca de las pruebas, estaba contrastando mentalmente la manera en que estos cristianos primitivos se enfrentaban con las pruebas con la manera en que lo hacemos nosotros, y estaba pensando en especial en el apóstol Pablo. Recordará usted que en 2ª de Corintios nos dice: "... cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno" (2 Cor. 11:24b). En cinco ocasiones fue atado a una estaca, y los judíos agarraron sus látigos de cuero y le golpearon treinta y nueve veces en la espalda, de modo que, al escribir a los gálatas, les dice: "... yo llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús" (Gálatas 6:17b). Y además nos dice: "Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado" (2 Corintios 11:25a).

¿Y cuál fue su actitud en todo esto? Lo maravilloso de estos cristianos primitivos es que al pasar por todas estas pruebas, lo hicieron regocijándose, considerándose afortunados por ser dignos de sufrir por el nombre del Señor. El escritor de Hebreos dice: "... el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos" (Hebreos 10:34b). No pude evitar contrastar eso con nosotros, que nos sentimos desgraciados por el sencillo hecho de encontrarnos con yerba mala en nuestro césped, ¿verdad? O nos enteramos de que nuestra suegra va a venir a visitarnos, cosa que hace que nos sintamos al borde del suicidio, y nos irritemos por estas cosas tan insignificantes.

No hace mucho tiempo, un pastor me contó que fue a ver a una mujer que quería divorciarse de su marido, pero cuando llegó al fondo del asunto, averiguó que la mujer estaba muy enfadada porque le había preparado una comida especial y había hecho todo aquel trabajo adicional, esperando que el viniese a casa, y él la llamó en el último momento para decirle que no podía ir. ¡Y ella estaba furiosa! ¡Y quería el divorcio!

¿Qué clase de actitud es esa? Dios nos envía diversas pruebas, nos dicen las Escrituras, porque las necesitamos y nos enseñan lecciones que de lo contrario no aprenderíamos; y si no las experimentásemos, seríamos cristianos endebles, sin carácter e incompletos, incapaces de afrontar las grandes responsabilidades que se nos encomienden el día en que estemos con el Señor, cuando nos encontremos en Su reino y en la plenitud de Su servicio.

En segundo lugar, el instrumento que nos hace crecer es la Palabra:

Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural; él se considera a sí mismo y se va, y pronto olvida cómo era. Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella... (Santiago 1:22-25a)

Nos recuerda que lo que nos hace crecer en la fe es la Palabra de Dios, expresada por medio de nuestras acciones. "La fe es por el oír", dice el apóstol Pablo, "y el oír, por la palabra de Dios" (Romanos 10:17), y no he visto nunca a nadie fortalecerse en la fe descuidando la lectura de la Biblia. ¿Cómo podemos esperar saber cuáles son los grandes pensamientos de Dios, Sus cosas profundas, los secretos ocultos de la vida, a menos que pasemos tiempo leyendo el libro que las revela? No hay ninguna otra fuente de información. No hay universidad en todo el país que ahonde ni mucho menos en el ámbito que desvele los secretos de la vida, de modo que deje usted que su fe crezca regocijándose en las pruebas, entendiendo y siendo fiel a la Palabra.

En los capítulos dos y tres, Santiago contesta a la pregunta "¿Cómo podemos reconocer la fe?". ¿Cómo se hace visible? ¿Cómo podemos darnos cuenta de si nosotros mismos o si otras personas tienen fe? Y sugiere tres cosas que nos explican lo que es la fe: En primer lugar, no debe haber parcialidad ni prejuicios. Si un hombre tiene prejuicios contra otro, por causa del color de su piel o por su cuenta bancaria, tratándole como si no fuese nadie sencillamente por no ser rico o por no tener el color de piel indicado, evidentemente no tiene fe, nos dice Santiago (Santiago 2:1-8). Si viene un hombre pobre a la iglesia y le dice usted: "Vaya y siéntese ahí, en ese rincón", pero se inclina usted ante el rico y le lleva al primer banco, asegurándose de que esté cómodo, y le entrega un himnario, indicándole el himno que se está cantando, interesándose por él, nos dice: "No relacionéis eso con la fe en Jesucristo", porque una actitud elimina la otra, y no se puede manifestar la fe de esa manera. La fe destruye los prejuicios.

Durante un período concreto de graves tensiones raciales, tuve el privilegio de hablar sobre el tema: "La causa de la violencia racial", en una universidad del estado. Dejé muy claro el hecho de que la causa principal del conflicto racial que tenemos en los Estados Unidos es la iglesia de Jesucristo. De haber sido la iglesia lo que debiera haber sido, de haber recibido los cristianos tanto del norte como del sur, a los negros y a otros como hermanos en Cristo Jesús, haría mucho que todo este conflicto hubiese desaparecido, si es que se hubiera producido, porque la iglesia controla estas actitudes de la sociedad, no la legislación, no la propaganda, sino siendo la iglesia sencillamente lo que debería haber sido. Y cuando falló la iglesia, también lo hizo la sociedad, y de ese modo el prejuicio arraigó profundamente en la vida social.

En segundo lugar, la fe se hace visible por los hechos mismos de misericordia. Santiago era eminentemente práctico. Imaginemos que apareciese alguien a la puerta, diciéndonos: "No tengo nada de comer, y en casa estamos pasando hambre". Y usted le dijese: "Está bien, hermano, siento lo que está usted pasando. Oremos juntos". Y orase usted por él, diciendo: "Vaya en paz, hermano, el Señor le resolverá el problema". Santiago nos dice: "¡Sería usted un hipócrita! y no tendría fe ni mucho menos".

Si su fe no le lleva a compartir con su hermano que se encuentra muy necesitado, hay algo que está terriblemente mal en su actitud. No tiene usted fe, porque la fe de Jesucristo, la fe en Jesucristo, significa que tiene usted, de hecho, la vida del Señor Jesús. ¿Se imagina usted al Señor tratando de ese modo a una persona necesitada? El Señor hubiese dado Su mismo manto; hubiera hecho cualquier cosa por cubrir la falta y la necesidad de esa persona. ¿Puede, por lo tanto, la compasión cristiana endurecer su corazón ante las necesidades de los que nos rodean, ya sea a nivel emocional o físico? De modo que si quiere usted que su fe se vea y sea reconocida, debe manifestarlo por medio de las obras. Es por esto por lo que el Señor Jesús dijo que a la hora del juicio diría: "Porque tuve hambre y sed, y estuve en la cárcel y necesitado, y no hicisteis nada por mí" (Mateo 25:42-43).

Santiago dedica un capítulo entero a la tercera manera que hace posible que reconozcamos la fe. ¡Y qué imágenes tan gráficas usa para decirnos cómo es la lengua: "inflamada por el infierno" (Santiago 3:6b)! Es posible domar a cualquier animal, pájaro o reptil, pero ningún hombre puede por sí mismo controlar su lengua. La lengua, dice, es el miembro de nuestro cuerpo más íntimamente relacionado con nuestra verdadera naturaleza, mostrando lo que nos motiva, y, por lo tanto, lo que diga usted determinará lo que es. ¡Revela lo que es usted! Así que el apóstol Santiago deja muy claro que si afirmamos ser realmente cristianos y tener fe en Jesucristo, le sucederá algo a su lengua. La fe reducirá su fila y frenará su amargura cáustica, poniéndole freno y evitando que ataque por medio de censuras y de críticas. No que no haya lugar para las reprensiones entre los cristianos, pero no de una manera desagradable, con amargura y sin restricción.

En el capítulo cuatro y en una parte del cinco, Santiago responde a la pregunta: "¿Qué sucede cuando falla la fe?". ¿Qué pasa si no ponemos la fe en práctica? ¿Qué pasa si es usted cristiano, pero no vive usted por fe y no cree siempre lo que ha dicho y ha hecho el Señor Jesús? En primer lugar, surgen las guerras y las peleas, y la causa directa es la falta de oración, porque la oración es un ejemplo de la fe. La oración es la expresión más perfecta de la fe porque es la manifestación de la dependencia en Dios. Santiago da a entender claramente que todo este asunto de las guerras, las luchas, los argumentos y los desacuerdos entre nosotros son debidos a la falta de oración. Nos dice:

Codiciáis y no tenéis; matáis y ardéis de envidia y nada podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. (Santiago 4:2)

Ese es el problema. Peleamos unos con otros porque no le pedimos nada a Dios. No tomamos de Él la naturaleza de amor y de compasión que Él nos ofrece. No optamos por recibir de Él esa dulzura de expresión que hace que contestemos con una respuesta amable, sino que preferimos atacar a otro y pelear con otras personas. De modo que las guerras y las peleas que se desencadenan son el resultado directo de la falta de fe.

Lo próximo que dice es que entonces se introduce el amor por el mundo:

... ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios. (Santiago 4:4)

Y si deja usted de creer en lo que dicen las Escrituras, se dará cuenta de que se está usted dejando arrastrar por las mentiras y las ilusiones engañosas del mundo que le rodean. Empezará a pensar que las "cosas son importantes y que el estar a la misma altura que el vecino es la parte más importante de su vida, y su dinero comenzará a seguir esa dirección, e invertirá usted su tiempo y su dinero en esas cosas, y no tardará en dejarse llevar por un estado de preocupación solo por esta vida, deseando ser aceptado por otros, por el grupo de su propia edad; y al vivir de esa manera, se conformará o adaptará usted al mundo, lo cual es, una vez más, el resultado directo de la falta de fe.

Entonces habrá juicios críticos, algo acerca de lo cual ya hemos visto, pero aquí nos dice:

Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la Ley y juzga a la Ley... (Santiago 4:11a)

Es decir, se ha olvidado que habrá de ser juzgado por la Palabra de Dios, y el hombre que critica a otro se ha colocado a sí mismo por encima de la Palabra de Dios, diciendo que es el juez. En lugar de permitir que sea la Palabra la que le juzgue, él se convierte en juez de otra persona.

Otro resultado de la falta de fe es "la seguridad atrevida":

¡Vamos ahora!, los que decís: "Hoy y mañana iremos a tal ciudad, estaremos allá un año, y negociaremos y ganaremos", (Santiago 4:13)

¿Por qué? ¿No sabéis que no tenéis ninguna seguridad con respecto al futuro, que vuestra vida es como un soplo de aire que se desvanece? Más bien, deberíais reconocer que solo Dios puede permitir hacer planes así para el futuro y llevarlos a cabo. En otras palabras, ¡no vayáis a pensar que sois los dueños de vuestra vida!

En una ocasión, vino a verme un joven estudiante y me dijo: "No necesito el cristianismo. Tengo todo lo que necesito para vivir y no necesito a Dios. Yo le contesté: "Pues es extraño. ¿Te ocupas en este momento de tu propio diafragma?". A lo que me contestó: "¿Qué quiere usted decir?". "Bueno", le contesté, "tu diafragma está funcionando. ¿Eres tú el que lo hace funcionar? ¿Le has dado tú la orden de que funcione?". "Bueno, no", replicó; "se cuida de sí mismo". "No", le dije, "no lo hace. Nada sucede por sí solo; hay alguien que se ocupa de ello. ¿Has pensado alguna vez en cuántas de las actividades de tu cuerpo funcionan totalmente aparte de tu voluntad y que dependes de cada una de ellas para el próximo momento de tu vida?".

A continuación le conté la historia de mi amigo, que se encontraba en Washington D.C. durante la segunda guerra mundial y deseaba ir en avión desde Washington a Nueva York. Era en los días en los que se precisaba una prioridad para poder viajar por aire, de modo que fue a comprar el billete y le dijo a la muchacha: "Quiero un billete para Nueva York". Ella le preguntó: "¿Tiene usted alguna prioridad?". A lo que él contestó: "No sabía que la necesitase. ¿Cómo se obtiene?". Y ella le contestó diciendo: "Si trabaja usted para el gobierno o para las líneas aéreas, podría darle uno".

Mi amigo le dijo: "No trabajo para ninguno de ellos, pero le diré para quién trabajo: ¡trabajo para Aquel que es el Dueño del aire por el que vuelan sus aviones!". Ella se lo quedó mirando un tanto extrañada, y le dijo: "La verdad es que creo que eso no es válido para concederle la prioridad. Él se inclinó y, de su manera característica, le dijo: "¿Se le ha ocurrido a usted pensar lo que sucedería si a mi Jefe se le ocurriese cerrar el aire durante diez minutos?".

Ella le dijo: "Espere un momento; veré lo que puedo hacer"; y en unos minutos regresó y le concedió la prioridad, diciéndole: "Puede usted subir a bordo. ¡No se puede tener una autoridad superior a esa!".

Lo último que menciona Santiago es que el fraude y la negligencia son debidos al olvido:

¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas, comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos... El jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros, clama... (Santiago 5:1-4a)

¿Qué es lo que hace que un cristiano sea demasiado astuto en sus tratos comerciales? ¿Qué le hace creer que puede hacer trampas a la hora de pagar los impuestos? ¿Qué es lo que le hace participar en un oscuro negocio o asociarse con alguien que en ocasiones está dispuesto a obrar con engaño? ¿Qué hace que un cristiano se porte de ese modo? Se olvida; ya no cree en la Palabra de Dios. Se olvida de que sigue habiendo un Juez que está observando, escuchando y viendo todo lo que pasa, teniendo en cuenta sus acciones. Se olvida de que el Señor Jesús va a volver y que lo que los hombres han hecho en secreto será gritado desde los tejados. Así que anima a los que han defraudado de este modo a que tengan paciencia y esperen la venida del Señor, porque "el Juez ya está delante de la puerta" (Santiago 5:9b).

Y en la sección final del capítulo cinco, hay una maravillosa imagen de la comunión que había entre los cristianos primitivos, en la que había cuatro cosas importantes. En primer lugar, la honestidad, honestidad de palabra e integridad:

Sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo ni por la tierra ni por ningún otro juramento; sino que vuestro "sí" sea sí y vuestro "no" sea no... (Santiago 5:12a)

Sed cumplidores y dignos de confianza. Una de las características que hace que pueda haber comunión entre las personas es saber que pueden depender de usted. Parte del fruto del espíritu es ser digno de confianza.

La segunda era la confesión (Santiago 5:13-16). Hablad unos con otros acerca de vuestros problemas, les dijo. Orad unos por otros, confesad vuestras faltas los unos a los otros, llevad los unos las cargas de los otros, abrid vuestros corazones, quitaos las caretas y derribad las barreras, salid de detrás de las máscaras, dejad de pretender ser lo que no sois, ¡sed lo que sois! E inmediatamente, la gracia del Dios de verdad, que ama la verdad, comenzará a fluir a través de vuestro grupo y hará posible una relación que hará que el mundo sienta curiosidad e intente entrar también.

Estoy convencido de que ese es el elemento que falta actualmente en la sociedad. Tenemos a muchísimos cristianos que viven como en celdas aisladas, sin permitir que entre nadie. No permiten que nadie vea cómo son en realidad, no admiten nunca sus fracasos, no hablan nunca acerca de los problemas más acuciantes que tienen; siempre que se reúnen, llevan una sonrisa dibujada en su rostro, y cuando les preguntan cómo les va, contestan: "¡Fabuloso!". Pero no es así, y esta clase de hipocresía debe tocar a su fin. Santiago nos dice que Dios estará entre nosotros si derribamos todas estas barreras y somos abiertos y sinceros los unos con los otros.

La oración es un poderoso factor de esta fraternidad cristiana, y en este versículo, que a mí me ha sido de tanta ayuda, nos recuerda a Elías: "La oración eficaz del justo puede mucho" (Santiago 5:16b). Me da la impresión de que nosotros los cristianos no tenemos ni remota idea del poder que se nos ha encomendado mediante el ministerio de la oración. Tenemos poder para controlar los efectos de la vida diaria, para acallar las disensiones, el desorden y la conmoción interior, para que, como dijo Pablo: "vivamos quieta y reposadamente" (1Timoteo 2:2b). Finalmente, es evidente un interés los unos por los otros:

Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad y alguno lo hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma y cubrirá multitud de pecados. (Santiago 5:19-20)

¡Qué extraordinaria visión de la vida de la iglesia primitiva! ¡No es de sorprender que estos cristianos consiguiesen alborotar a toda la ciudad de Jerusalén! Bajo el liderazgo de Santiago, la iglesia creció hasta que hubo una gran multitud de creyentes, que estaban conmocionando a toda la ciudad, y tuvieron que oponerse finalmente a ellos para aplastarles, a fin de evitar que toda la ciudad siguiese tras ellos; y eso es lo que Dios también puede hacer por medio de nosotros, cuando vivimos como nos sugiere el libro de Santiago.