Hebreos es uno de los tres comentarios del Nuevo Testamento acerca de un solo versículo del Antiguo Testamento: "el justo por su fe vivirá" (Habacuc 2:4b). Este fue el versículo que hizo que prendiese, por así decirlo, la llama en el corazón de Martin Lutero y que dio origen a la Reforma protestante hace 450 años. Este versículo le abrió los ojos a Agustín y le ayudó a convertirse en un poderoso hombre de fe, y sigue siendo un versículo que aun hoy conmueve y transforma los corazones. Es un tema que se amplía en Romanos, en Efesios y en Hebreos. Cada una de estas epístolas enfatiza un aspecto diferente de esa misma declaración.
El libro de Romanos habla acerca de los justos, los justificados, aquellos que han sido aceptados como justos en Jesucristo: "Mas el justo por la fe vivirá (Romanos 1:17b). El libro de Efesios enfatiza la palabra "vivirá" y nos expone el tema de la vida de la persona que ha sido justificada ―que camina en el Espíritu, que lleva la vida de Jesús, la vida de Cristo en nosotros― el justo por la fe vivirá. Y finalmente, el libro de Hebreos analiza las tres últimas palabras "por la fe" y nos enseña de qué manera poder vivir esa vida como personas justificadas.
Pero espero que el lector sepa que la fe se deriva, no de nada en sí misma, sino de su objetivo. Esto es precisamente lo que produce la gran confusión entre muchos cristianos. Siempre hay personas que me dicen: "Si solo tuviese suficiente fe, podría hacer tal y tal cosa, y esto y lo otro", como si la fe fuese un producto que se vendiese por kilos, como si todo cuanto tuviésemos que hacer fuese comprar otro kilo de fe y añadirlo a lo que tenemos ya almacenado, y entonces nos fuese posible hacer grandes cosas para Dios.
Pero la cantidad de fe poco importa; Jesús mismo lo dijo: "si tenéis fe como un grano de mostaza" (Mateo 17:20b), moveréis montañas. No es la cantidad lo que es importante en la fe, sino la calidad; es aquello en lo que depositamos nuestra fe. ¿Cuál es el objeto de su fe? La fortaleza de la fe está directamente relacionada con la fortaleza de aquello en lo que usted cree. ¿En qué cree usted? ¿En quién cree usted? ¿Qué clase de persona es?
Por lo tanto, cuando se habla acerca de la fe en Hebreos, es preciso que nos ayude a saber cuál debe ser el objetivo de nuestra fe, porque nuestra fe será fuerte si creemos y entendemos que el objetivo de la fe es fuerte. A ello se debe que éste sea el libro que más gira en torno a Cristo en todo el Nuevo Testamento. Se concentra en Jesucristo y, por ello, es uno de los libros más importantes que debiéramos leer cuando nos sentimos desanimados, derrotados o deprimidos, porque enfatiza el carácter y las cualidades de Jesucristo. Si le vemos tal y como Él es, no podemos evitar tener una fe fuerte.
Existe un antiguo relato acerca de un hombre que acababa de hacerse cristiano y que estaba experimentando algunas de las dificultades con las que se enfrentan los recién convertidos, en lo que se refiere a las dudas sobre la fe. Se preguntaba a sí mismo si era realmente cristiano y se sentía frustrado con su propia falta de crecimiento. Sentía que se hallaba en una situación en la que ya no podía continuar y que ya no podía seguir viviendo como cristiano. Fue a un culto en el que el pastor estaba predicando acerca de los versículos de Efesios que hablan acerca de Cristo sentado a la diestra del Padre, y que nosotros estamos muertos y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. El pastor habló acerca de Cristo como cabeza del cuerpo y dijo que nosotros somos el cuerpo y que Cristo, como la cabeza de ese cuerpo, está sentado a la diestra del Padre.
Al calar esta verdad profundamente en el corazón de aquel hombre y darse cuenta de que, a pesar de que estaba luchando y nadando contra corriente aquí abajo, su cabeza sobresalía por encima de las aguas y experimentaba ya la victoria y el triunfo a la diestra de Dios, pegó un salto del asiento y gritó: "¡Aleluya! ¿Quién ha oído decir que alguien se pueda ahogar mientras su cabeza sobresale por encima del agua?".
Eso es lo que nos hace sentir Hebreos; nos ayuda a concentrarnos en Aquel que ya ha obtenido la victoria. Nosotros estamos participando en una batalla que ya ha sido ganada, y eso es lo que nos estimula. Cuando caminamos conforme a la carne, estamos participando en una batalla que ya está perdida, y no hay la más mínima oportunidad ni esperanza de obtener la victoria, pero cuando caminamos conforme al Espíritu, la batalla ya ha sido ganada.
Los diez primeros capítulos de Hebreos forman una estructura muy sencilla. A Jesucristo se le compara con una serie de dirigentes, sistemas y valores religiosos que las personas a las cuales les fue originalmente dirigida esta epístola consideraban importantes. Se parece un poco a una competencia atlética o a un partido de las eliminatorias, en los que compiten ciertos participantes por ganar el campeonato. Se van enfrentando uno tras otro con el ganador, y uno tras otro son eliminados, y el ganador sale triunfante, siendo superior a los demás. A lo largo de toda esta epístola, se le compara a Cristo con lo básico en que confían los hombres en los momentos y en los tiempos de peligro y al pasar por diversas pruebas, y cada una de estas cosas resulta ser insuficiente; el único suficiente es Cristo.
La primera son los profetas del Antiguo Testamento. La epístola comienza sobre ese tema:
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (Hebreos 1:1)
He aquí algunos de los más impresionantes escritores del Antiguo Testamento: Isaías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Habacuc, todos ellos nombres que eran sumamente importantes para la mente y el corazón hebreo. Estos hombres le llevaban la delantera a todas las filosofías y los filósofos que el mundo había conocido, siendo contemporáneos de Sócrates, de Platón y de Airstóteles, pero con todo y con eso, su punto de vista sobre la realidad aventajaba al de estos hombres. Estos eran grandes hombres, eran los padres, los profetas, y Dios les hablaba y habló por medio de ellos en el pasado.
... en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo... (Hebreos 1:2a)
Casi como quien no quiere la cosa, el escritor descarta a los profetas como quienes no pueden ni remotamente compararse con Jesucristo. Después de todo, no eran más que portavoces, instrumentos, pero Él es el Dios entronizado como Rey del universo, el que establece las fronteras de la historia y el que todo lo sostiene mediante el poder de Su Palabra. ¿Cómo puede un profeta compararse con Alguien así? Él es mucho mejor que los profetas y, por lo tanto, argumenta el escritor, cualquiera que deposite su confianza en los profetas debiera de estar interesado en escuchar a Jesucristo.
Los próximos en presentar un desafío son los ángeles. En el mundo griego, en el que se encontraba la iglesia del Nuevo Testamento, los ángeles se consideraban como seres importantes. La mayoría de los dioses y diosas griegas, como Venus, Mercurio y otros, eran considerados como ángeles por los griegos. Sabían que no eran el Dios supremo, pero eran considerados como una especie de dios, como una especie de subalternos o subdeidades, y les trataban como tales.
Pero en este caso el escritor trata el tema de cuál es el mayor, si los ángeles o el Hijo, dejando de inmediato muy claro que el Hijo, el Señor Jesús, es superior a cualquier ángel:
¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: "Mi Hijo eres tú... "? (Hebreos 1:5a)
No, Él jamás le dijo nada por el estilo a ningún ángel. El Hijo es superior a los ángeles, y, lo que es más, los ángeles le adoraban y, por lo tanto, ellos mismos admiten que Él es superior y le obedecen; este es el argumento; así que, ¿cómo podríamos nunca comparar a un ángel con el Hijo de Dios? Sin embargo, en los capítulos 2 y 3, explica muy claramente que Jesús era el verdadero hombre, era el segundo Adán, que vino con el propósito de hacer realidad el destino de los seres humanos, el destino perdido que Adán había arruinado. Este derecho que tiene la humanidad a ser gobernantes y reyes del universo se refleja en el Salmo 8:
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú formaste,
digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre para que lo visites?
Lo has hecho poco menor que los ángeles
y lo coronaste de gloria y de honra.
Lo hiciste señorear sobre las obras de tus manos;
(Salmo 8:3-6a)
Ese es el propósito de Dios para el hombre, pero, en nuestro estado caído, nos resulta sumamente difícil llevarlo a cabo. Sin embargo, Jesús está ahí, y aunque el escritor dice que todavía no ve al hombre cumpliendo ese destino, sí que vemos a Jesús sentado a la diestra de Dios, el verdadero Hombre, el Hombre tal y como Dios pretendía que fuese. Es sin duda superior a los ángeles, porque Dios creó al hombre finalmente, con el fin de que fuese superior a los ángeles, y dijo acerca del hombre: "Hagamos al hombre a nuestra imagen". Eso fue algo que no dijo en relación con ningún ángel, sino con el hombre.
En pleno argumento acerca de los ángeles, el escritor de Hebreos hace una advertencia. En el libro de Hebreos hay cinco advertencias, y esta es la primera de ellas: No descuidéis el escuchar a Este. Si Jesús es superior a los profetas y los ángeles, entonces debiéramos escucharle. Si los profetas han conseguido alterar el curso de la historia, como lo han hecho, y los ángeles son agentes invisibles de Dios, que realizan su trabajo a lo largo de toda la historia, sin duda debiéramos escuchar al Hijo. ¡No dejéis de escucharle!
Los próximos en representar un desafío y en aparecer en escena son Moisés y Josué, del Antiguo Testamento, estos grandes hombres de Dios a los que Él usó grandemente. El pueblo judío prácticamente los idolatraba como ejemplos supremos de hombres que habían sido usados por Dios de manera poderosa, en especial, Moisés. En el capítulo 3, se compara a Jesús con Moisés y, en el 4, con Josué.
¿Y cuál es su argumento? Pues es muy sencillo. Moisés era un siervo en la casa de Dios, pero Jesús es el Hijo, al que pertenece la casa y para quien ha sido construida, de modo que es evidente que tiene superioridad.
Cuando yo era niño en Montana, fui invitado a visitar un conocido y opulento rancho por uno de los hombres contratados. Al llegar a la impresionante casa del rancho, no me llevó al interior, sino que me dejó en la barraca en la parte de atrás. Le pregunté cómo era la casa del rancho, y me contestó: "La verdad es que no puedo llevarte allí, porque pertenece a la familia".
Vi pastando a un precioso caballo pardo y le dije lo mucho que me gustaría montar aquel caballo, a lo que me contestó: "Lo lamento; no puede ser. Le pertenece a la familia". Me sentí frustrado durante todo el día, porque todo lo que yo quería hacer, no podía permitir que lo hiciese, debido a que no era más que un trabajador contratado.
Pero más adelante llegué a conocer al hijo de esa familia, un muchacho de mi propia edad, y ¿sabe usted lo que hicimos? Cabalgamos sobre aquel precioso caballo por todas partes y entramos en la casa y pudimos hacer todo lo que quisimos. Hasta pudimos entrar en la cocina y tomar lo que quisimos de la nevera, lo que nos apeteciese, sintiéndonos perfectamente a gusto. Un hijo tiene, por supuesto, mucha más libertad que un sirviente. Moisés era un siervo, pero Jesús era el Amo. Moisés condujo al pueblo de Dios, sacándolo de Egipto y llevándolo a la tierra de Canaan, que era el símbolo del reposo de Dios, el descanso que Dios quiere que aprendamos a disfrutar en el fondo de nuestros corazones.
Como veremos más adelante en esta epístola, y tenemos una indicación acerca de ello en el principio, la casa de Dios, a la que se refiere este escritor, es el hombre. Moisés no fue otra cosa que un siervo, como símbolo de la casa de Dios. Jesús, en cambio, es el Hijo en la casa misma. Moisés vino a ser símbolo del reposo de Dios, pero Jesús nos lleva al lugar de reposo mismo.
El capítulo 4 define en qué consiste ese reposo, diciendo:
... el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. (Hebreos 4:10)
Es decir, si ha aprendido usted a dejar de depender de sí mismo y de sus propios esfuerzos, ha aprendido a entrar en Su reposo, porque comienza a depender de Otro, de la obra que realiza Dios en usted. Ese es el secreto que se ha perdido la humanidad. Es el secreto que perdieron Adán y Eva en el huerto de Edén y que Jesucristo vino para restaurarnos. Cuando aprendemos a actuar conforme a eso, aprendemos a tener perfecta paz y calma, sin dejarnos influir por las circunstancias, confiando, siendo poderosos, efectivos, haciendo las cosas por amor a Cristo; y en eso depende el descanso.
Pero Josué no podía guiar a ese descanso, nos dice el escritor. Lo intentó, pero no pudo llevar al pueblo al verdadero descanso. Claro que les llevó a lo que era el símbolo de dicho reposo, la tierra, pero no les llevó al verdadero reposo, ¡pero Jesús sí que puede hacerlo! Por lo tanto, nos dice:
Procuramos, pues, entrar en aquel reposo... (Hebreos 4:11a)
a fin de que no nos pase lo que le sucedió al pueblo, estando en el desierto, y nos alejemos, perdiéndonos lo que Dios nos tiene reservado.
La segunda advertencia es: No endurezcáis vuestros corazones ni os resistáis a la dirección de Dios. No se diga a sí mismo: "Estoy perfectamente como estoy; me van bien las cosas. ¿Para qué necesito nada más?". No, no endurezca usted su corazón. No se resista a lo que está haciendo Dios. Es posible que se sienta satisfecho con la manera en que se encuentra ahora, pero no durará mucho tiempo. Antes o después, se dará usted cuenta de que lo que tiene en estos momentos no es suficiente. Por lo tanto, no endurezca su corazón; permita que Dios le guíe a Su reposo, o se encontrará usted con graves problemas.
Ahora bién, el próximo en desafiar la superioridad de Cristo es Aarón, el sumo sacerdote de Israel, juntamente con todo el sistema del sacerdocio. Una gran parte de esta epístola tiene que ver con el tema del sacerdocio, y es muy importante porque los sacerdotes tienen un gran valor.
¿Para qué creen usted que están los sacerdotes? En el Antiguo Testamento, los sacerdotes tenían que llevar a cabo dos funciones sumamente importantes: aliviar la culpa y aclarar la confusión:
Porque todo sumo sacerdote es escogido de entre los hombres y constituido a favor de los hombres ante Dios, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados. (Hebreos 5:1)
Eso es el alivio de la culpa y el poder quitar el peso y la carga del pecado, y:
Él puede mostrarse paciente con los ignorantes y extraviados... (Hebreos 5:2a)
los que se sienten confusos y se desvían del camino, que no saben a dónde acudir. Posiblemente el psiquiatra sea el equivalente moderno del sacerdote, ya que los sacerdotes hacían lo que hacen actualmente los psiquiatras. Intentaban aliviar la carga producida por la culpa y resolver la manera confusa e ignorante de enfocar la vida de las personas, y, por lo tanto, eran muy importantes.
A continuación el escritor muestra que Jesucristo ejerce un sacerdocio que es superior, simbolizado por un hombre llamado Melquisedec, que aparece en el Antiguo Testamento de una manera sumamente misteriosa. Aparece entre las sombras, durante un breve tiempo, y trata con Abraham, y a continuación vuelve a quedar oculto entre las sombras, y no se vuelve a oír hablar más sobre él. El Antiguo Testamento hace referencia a él en varias ocasiones, pero es una figura misteriosa hasta que llegamos al Nuevo Testamento, y, aquí en Hebreos, se nos ayuda a ver lo que significó este extraño personaje.
Fue una imagen representativa del sacerdocio ejercido por Jesucristo, y sus características fueron las del sacerdocio que ejerce actualmente Cristo. En primer lugar, estuvo disponible de inmediato. La historia, que encontramos en el capítulo 14 de Génesis, nos cuenta que Abraham se encontró con el rey de Sodoma, después de haber derrotado a cinco reyes. Aunque Abraham no lo sabía, estaba metido en una grave situación. El rey de Sodoma se disponía a hacerle una oferta muy sutil, que haría que Abraham se apartase de su camino de fe, y a Abraham no le fue posible darse cuenta de la sutileza de esta oferta; pero de repente apareció Melquisedec en escena, estando inmediatamente disponible.
Además, fue un rey que no tuvo ni padre ni madre, de lo cual deja constancia el Antiguo Testamento, y era una imagen de Cristo en Su relación eterna, permanentemente disponible. El servicio que le prestó a Abraham en aquella ocasión fue fortalecerle, siendo una imagen de la manera en que Jesucristo nos fortalece a nosotros. Melquisedec fortaleció a Abraham ofreciéndole el pan y el vino, que son los símbolos de la santa cena, del cuerpo y la sangre, de la vida del Señor Jesús.
Ese es el motivo por el que aparece Melquisedec en este libro, para presentarnos la imagen de Jesucristo como alguien que está siempre a nuestro alcance, y es por eso que la gloria del sacerdocio de Cristo es profundamente superior a la de ningún otro. Puede que su psiquiatra se marche de vacaciones, puede que hasta se muera, ¡cosa que ya ha pasado en ocasiones! Pero Jesucristo no se muere nunca ni está fuera de servicio; está permanente e inmediatamente de servicio, y de hecho le fortalece a usted impartiéndole Su propia vida, simbolizada en el cuerpo y la sangre, en el pan y el vino.
En relación con esto, tenemos una tercera advertencia, sobre el peligro de la demora. Esta es una de las más serias advertencias del libro y se encuentra en el capítulo 6. Aunque es posible que hayamos probado las experiencias exteriores del cristianismo y que dé la impresión de que poseemos mucho que es real en nuestra vida cristiana, si no hemos seguido adelante, llegando a la situación de reposo y de confianza en Jesucristo, estas evidencias exteriores del cristianismo no tienen ningún valor para nosotros. De hecho, si eso es todo cuanto poseemos, llegará un momento en que nos fallarán y nos resultará imposible encontrar las verdaderas, y esa es una tremenda advertencia; si confía usted durante demasiado tiempo en lo que no es real, en lo falso, llegará un día de desesperación, cuando buscará lo que es verdad y no será capaz de encontrarlo.
El quinto desafío es el relacionado con el tabernáculo y la ley. Aquí tenemos más cosas en las que las personas depositan su confianza, en los edificios y en sus propios esfuerzos, representados por la ley. Ahora el escritor compara a Cristo con estas cosas y nos muestra un marcado contraste. Toma el antiguo tabernáculo del desierto y dice: "No es más que un edificio, eso es todo, pero el verdadero tabernáculo es el hombre o la mujer, el niño o la niña; ¡es usted! ¡Usted es aquel para quien Dios ha venido haciendo sus planes a lo largo de los siglos y no pensando en los edificios! Por eso es por lo que, en mi opinión, es una terrible equivocación referirse a los edificios como "la casa de Dios".
Me gusta la historia de un niño que estaba mascando chicle en el edificio de una iglesia, y una señora dijo al pastor: "¿Ha visto usted a ese niño mascando chicle en la iglesia? ¿Permite usted que los niños coman chicle en la casa de Dios? A lo que el pastor le contestó: "Señora, ¡es la casa de Dios la que está comiendo chicle!". Y tiene razón, por supuesto. De modo que el antiguo tabernáculo, o el templo de Jerusalén o una catedral o una iglesia no son otra cosa que edificios. Usted es la verdadera casa. Él habita en nosotros: "Cristo en vosotros, esperanza de gloria" (Colosenses 1:27).
Pero la ley estaba relacionada con el tabernáculo y exigía cosas al pueblo: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no codiciarás, no te inclinarás ante los ídolos, adorarás al Señor tu Dios, etcétera, los diez mandamientos, que son maravillosos, pero fracasan, como nos dice Pablo en Romanos, debido a la debilidad de la carne, que no es capaz de cumplir las exigencias de la ley. Somos conscientes de que no somos capaces de hacer exactamente lo que nos exige la ley. Incluso cuando nos esforzamos al máximo, todo cuanto conseguimos es una obediencia exterior, pero el corazón y la actitud interior frecuentemente es la equivocada, y lo sabemos.
Sin embargo, el escritor nos dice que el Señor Jesús tiene la solución al problema. La solución es grabar la ley en su corazón, poner el Espíritu de Dios en su interior, para que le anime a amar, y amando, cumplirá usted la ley. Si se somete usted al amor del Espíritu, que brota de su interior, estará cumpliendo la ley de manera automática e inconscientemente. Él escribe Su ley en nuestros corazones; Él no nos abandona nunca; resuelve por completo nuestra culpabilidad en aquellas ocasiones en que fracasamos, porque ya ha solucionado ese problema en la cruz, y Él provee el poder que necesitamos para andar en justicia, si estamos dispuestos a hacerlo. ¿Se le ocurre a usted algo mejor que eso? La ley nunca puede conseguir nada por el estilo, y lo único que hace es exigir, pero no capacitar; pero Jesús viene y exige, y nos capacita. El que es fiel es el que nos ha llamado y Él lo hará también.
Aquí tenemos otra advertencia: No os engañéis a vosotros mismos. No digáis que tenéis todas estas cosas, intentando poner buena cara, porque eso es aprovecharnos de Dios. Si hace usted eso, dice el escritor, lo único que le quedará a usted será un fin seguro relacionado con el mal:
Si pecamos voluntariamente [es decir, engañosamente y al mismo tiempo a propósito] después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la Ley de Moisés, por el testimonio de dos o tres testigos muere irremesiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia? (Hebreos 10:26-29)
¡Piense en ello! Dios ha provisto para nosotros, a un precio infinito, una manera de ser justos ante Él, interiormente fortalecidos para que seamos fuertes y puros en medio de las circunstancias adversas que nos rodean, y nosotros lo dejamos de lado, diciendo: "No, gracias, Señor, ya me las arreglaré yo solo". ¿Podría algo ser más insultante para Dios? Por lo que nos avisa que no abusemos de la gracia de Dios.
En fin, eso elimina los edificios y las obras, con lo cual no nos quedan desafíos. De modo que, en la última parte de la epístola, nos habla sobre el medio por el cual podemos obtener lo que Dios tiene para nosotros, que es la fe. En el capítulo 11, nos enteramos de lo que es la fe, cómo se ejerce, el aspecto que tiene y cómo reconocerla. Y al leer ese maravilloso capítulo acerca de los héroes de la fe, verá usted que la fe se anticipa al futuro, que actúa en el presente, que evalúa el pasado, que se atreve a seguir adelante, persistiendo hasta el fin; eso es la fe. Los últimos dos capítulos nos dicen cómo se produce en nuestras vidas, de qué modo Dios nos fortalece por medio de la fe.
Para comenzar, nos fortalecemos mirando a Jesús. No se puede leer acerca del Señor Jesús, no se puede vivir con Él y pensar en lo que Dios nos ha revelado acerca de Él y creer estas importantes declaraciones acerca de Su poder, Su disponibilidad y Su vida sin descubrir que nuestra fe se fortalece. ¿No es cierto? Podemos pensar en todos esos hombres de fe: Abraham, David, Moisés, Barac, Sansón y otros muchos, incluyendo a Martín Lutero, John Wesley, D.L. Moody, y lo que le servirán a usted de inspiración, pero no le capacitarán. Pero si mira usted a Jesús, no solamente le inspirará, sino que le dará poder. Por eso es por lo que se nos exhorta no mirar a estos otros, sino a Jesús, que es el autor y consumador de la fe, que nos fortalecerá en los momentos de debilidad.
En segundo lugar, nuestra fe se fortalece viviendo constantemente con aflicciones, que son las disciplinas de la vida. Dios permite que pasemos por problemas porque eso nos da la oportunidad de ejercer la fe. Si usted no tuviese problemas, ¿cómo ejercitaría su fe? Si no tuviese muchas dificultades, ¿cómo aprendería a depender? Por eso es por lo que puede usted contar con las aflicciones. Eso nos anima, ¿no es así? ¡Podemos contar con ello!
Y finalmente, ejercemos la fe y aprendemos acerca de ella animándonos los unos a los otros a la vista de los recursos que Dios ha puesto a nuestro alcance. Escuche usted este majestuoso pasaje:
No os habéis acercado al monte que se podía palpar y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no les siguiera hablando, (Hebreos 12:18-19)
Esa fue la ley dada en el monte Sinaí.
... porque no podían soportar lo que se ordenaba: "Si aun una bestia toca el monte, será apedreada o asaetada". (Hebreos 12:20)
Eso es aterrador, ¿no es verdad? Usted no ha llegado a eso.
Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañia de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos [la iglesia de Dios] que están inscritos en los cielos. Os habéis acercado a Dios, Juez de todos [los paganos, los comunistas, los ateos, todo el mundo], a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús, Mediador del nuevo pacto [un nuevo arreglo para vivir dentro de usted, no fuera], y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. (Hebreos 12:22-24)
¿No es maravilloso? ¿No estimula eso su fe? Y en relación con esto, tenemos la última advertencia:
Mirad que no desechéis al que habla, pues si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desechamos al que amonesta desde los cielos. Su voz conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido diciendo: "Una vez más conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo". Y esta frase: "Una vez más", indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. (Hebreos 12:25-27)
Estoy convencido de que estamos viviendo en tiempos en que todo lo que pueda ser conmovido lo va a ser. ¿De qué depende este mundo? ¿De los gobiernos, de la administración, de la educación, de la legislación? Todas estas cosas son lo fundamental en la historia, las cosas con las que cuentan los hombres, aquellas de las que dependen, y de las que se espera que ayuden a que continúe la vida humana, pero cada una de ellas son cosas que pueden sacudirse. Nos estamos enfrentando con los tiempos en los que Dios va a permitir que todo sea sacudido, es decir, todo lo visible. Pero ¿qué es lo que no puede ser conmovido? El escritor nos lo dice:
Así que, recibiendo nosotros un Reino inconmovible, tengamos gratitude, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia, porque nuestro Dios es fuego consumidor. (Hebreos 12:28-29)
Lo que no puede ser jamás conmovido son el gobierno de Dios en nuestros corazones, el derecho de Jesucristo a ser Señor en nuestro interior, y eso es lo que está siendo actualmente sometido a prueba, de manera que todo lo que es falso quede expuesto. No he visto nunca a tantas personas, que son aparentemente cristianas fuertes y viriles, apartarse y renunciar a la fe como hoy, pero aquellas cosas que no pueden ser conmovidas permanecerán, y lo que se basa en lo falso y en la mentira se desmoronará y caerá.
Unos pocos versículos hacia el fin resumen esta epístola y nos ofrecen una palabra de estímulo, algo que necesitamos para afrontar los tiempos de peligro. Es al mismo tiempo una oración y una bendición:
Oración
Que el Dios de paz, que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.