El libro de Eclesiastés, o "El Predicador", es único en las Escrituras. No hay ningún otro libro como éste, porque es el único libro en la Biblia que refleja un punto de vista humano, en lugar de divino. Este libro está lleno de errores, a pesar de lo cual es totalmente inspirado. Puede que esto haga que algunas personas se sientan confusas, porque muchos están convencidos de que la inspiración es la garantía de la verdad, pero no es necesariamente así. La inspiración sencillamente garantiza la exactitud de un punto de vista en concreto; si es el punto de vista de Dios, es verdad; si es el punto de vista del hombre, puede que sea verdad, pero puede que no. Si es el punto de vista del demonio, también puede que sea o no sea verdad, pero el fin definitivo del demonio, desde luego, es el mal. La inspiración garantiza un reflejo exacto de los diferentes puntos de vista.
Por lo tanto, en la Biblia no hay demasiado que sea equivocado. Cuando se expresan los conceptos equivocados de los hombres, la Biblia habla claramente acerca del error. Cuando habla Satanás, la mayoría de sus afirmaciones son equivocadas, e incluso la verdad que usa está torcida y distorsionada y, por lo tanto, errónea.
Por lo tanto, es bastante posible "probar" toda clase de cosas que son completamente falsas citando la Biblia, porque en ese sentido la Biblia está llena de errores, pero la Biblia siempre apunta el error que presenta y deja claro que es un error, como en el caso de este libro. Debido a su carácter extraordinario, Eclesiastés es el libro al que más se le da un mal uso, y es el libro de los ateos y de los agnósticos. Y hay muchas sectas a las que les complace citar los puntos de vista equivocados de este libro, dando la impresión de que son bíblicos y que son palabras divinas respecto a la vida.
Pero este libro dice en su introducción con toda claridad que lo que se dice en él no es la verdad divina, presentando solo el punto de vista humano. Eso es algo con lo que se encontrará usted una y otra vez en todo el libro del Eclesiastés, repitiéndose en él una frase: "bajo el sol", "bajo el sol". Todo se examina solo según las apariencias, y es el punto de vista que tiene el hombre de la realidad, que excluye totalmente la revelación divina. Como tal, el Eclesiastés resume muy exactamente lo que piensa el hombre.
Pero el Eclesiastés no es ateo, porque ser ateo es no ser realista, y la Biblia no es nunca irreal. Un ateo es aquel que se ha convencido a sí mismo, mediante un prolongado argumento, de que Dios no existe, a pesar de que todo el testimonio interno de su conciencia y la estructura del universo a su alrededor son constantes testimonios del hecho de que existe un Dios. En general, solo el hombre con una buena educación es ateo, o el hombre que no desea enfrentarse con las realidades de la vida, porque quiere convencerse a sí mismo que no existe un Dios ante el cual deba responder. Pero este libro no es ateo, a pesar de haber sido escrito desde un punto de vista humanista.
El Eclesiastés considera a Dios como lo hacen los hombres en general, como si no fuera algo de demasiado interés en la vida, como una especie de postre alto en calorías que se puede tomar o dejar. No hay una comprensión de Dios como un Señor vivo y vital, como una autoridad en la vida con el cual es posible mantener una relación personal.
El libro comienza con esta introducción:
Palabras del Predicador... (Eclesiastés 1:1a)
Creo que la traducción de la palabra hebrea se la debemos a Martin Lutero, pero no es la mejor opción en el contexto. La palabra puede significar "predicador", pero creo que también se podría traducir mejor como "polemista", o "argumentador", y al leer este libro verá que está compuesto por una serie de argumentos expuestos sobre cómo ve el hombre el mundo que le rodea. El argumentador no era nada menos que Salomón, el hijo de David, rey de Jerusalén, el hombre más sabio que jamás ha vivido, según el relato bíblico.
Salomón se encontraba en una situación extraordinaria para llevar a cabo los experimentos y las investigaciones reflejadas en este libro, porque durante los cuarenta años de su reinado hubo una paz absoluta en su reino de Judá y de Israel. No había en aquellos tiempos tribus que provocaran la guerra ni contienda alguna. Debido a que no tenía que preocuparle la vida militar, tenía todo el tiempo que necesitaba para seguir adelante con sus investigaciones sobre el significado de la vida. Además, tenía toda la riqueza que precisaba, y tenía una mente aguda, lógica y que sabía discernir, y gracias a la cual se había ganado la reputación de ser el hombre más sabio del mundo. Tenía todo cuanto necesitaba, por lo que se dispuso a descubrir qué significaba la vida. Por lo tanto, el valor de Eclesiastés consiste en que expone la vida desde el punto de vista del hombre natural, aparte de la revelación divina.
Al leer todo el libro, se dará usted cuenta de que se gira en torno a este texto (versículo 2):
"Vanidad de vanidades ―dijo el Predicador (el argumentador)― vanidad de vanidades, todo es vanidad". (Eclesiastés 1:2)
Lamentablemente, la palabra "vanidad" no tiene actualmente el mismo significado que acostumbraba a tener. Al menos, rara vez la usamos en el mismo sentido. Para nosotros "vanidad" quiere decir orgullo o engreimiento con respecto al aspecto personal. Creemos que una mujer que se tira media hora delante del espejo, arreglándose cada vez que pasa por su dormitorio, es víctima de la vanidad; o un hombre, si hace lo mismo. Y claro que eso es verdad. Pienso en la mujer que le dijo un día a su pastor: "Pastor, debo confesarle que padezco un terrible pecado. Padezco del pecado de la vanidad. Cada mañana antes de marcharme, me admiro a mí misma en el espejo durante media hora". A lo que el pastor le contestó: "Querida señora, de lo que usted padece no es del pecado de la vanidad, sino de la imaginación". Pero "vanidad" aquí en Eclesiastés tiene el significado de vacío, frivolidad, insensatez. El Argumentador ha completado su encuesta de la vida y ofrece esta conclusión al principio del libro. Dice que todo es inútil, vacío, frívolo, y que nada tiene sentido.
Apoya esta conclusión con una serie de argumentos que ha ido reuniendo después de haber examinado las diferentes filosofías de la vida. Y tal vez lo más interesante de este libro es que todas las filosofías, conforme a las cuales los hombres han pretendido vivir, están aquí reunidas. No hay nada nuevo bajo el sol, nos dice el libro, y qué verdad tan grande es esta. Aquí estamos, casi treinta siglos después de que fuese escrito este libro, a pesar de lo cual este mundo no ha producido nada más, ni tampoco las ideas de los hombres han llegado más allá de lo que se refleja aquí. En primer lugar, tenemos lo que podríamos denominar el punto de vista mecanicista, o, si lo prefieren, la perspectiva científica. Esta perspectiva ve al universo solo como una enorme máquina de engranajes, y el Argumentador está perdido en su investigación de la monótona repetición de los procesos de la naturaleza, a pesar de lo cual. y en muchos sentidos, este es un pasaje asombroso. Algunas de las revelaciones que aquí aparecen tienen una importancia científica y fueron escritas mucho antes de que los hombres de ciencia hubieran descubierto estas cosas. Fijémonos, por ejemplo, en el circuito del viento:
El viento sopla hacia el sur, luego gira hacia el norte; y girando sin cesar, de nuevo vuelve el viento a sus giros. (Eclesiastés 1:6)
Los hombres no descubrieron el circuito del viento hasta muchos siglos después de que esto se escribiese. Y tenemos además el ciclo de la evaporación de las aguas que circulan:
Todos los ríos van al mar, pero el mar no se llena. Al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. (Eclesiastes 1:7)
Es decir, los ríos corren en dirección al mar, se evaporan, vuelven a aparecer en las montañas como lluvia, y una vez más regresan al mar. El escritor ha descubierto esto observando a la naturaleza y dice que esto es vanidad, vacío. Siente el profundo agotamiento de este circuito interminable. Entonces, ¿cuál es su perspectiva? La vida continúa, y nosotros nos perdemos en la falta de significado del universo. No se oye otra cosa que el choque metálico de sus marchas. Seguramente reconocerán ustedes que esta filosofía es bastante corriente en la actualidad, y el fin de la misma es el vacío. ¿Qué es el hombre en medio de un universo así? No es más que un diminuto punto que no tiene el más mínimo significado.
En el capítulo 2, el escritor examina la filosofía del hedonismo, la persecución de los placeres como fin principal de la vida. ¿Qué es lo que hace que la vida tenga significado? Bueno, son millones lo que dicen en la actualidad: "¡Limítate a divertirte! Pásatelo bien; vive lo mejor que puedas; haz lo que quieras; busca el placer. Ese es el propósito de la vida. ¡Para eso estamos aquí!". Pero el Argumentador dice:
Dije yo en mi corazón: "Vamos ahora, te probaré con el placer: gozarás de lo bueno". Pero he aquí, esto también era vanidad. (Eclesiastés 2:1)
A continuación procede a especificar el placer. Dice que probó el placer en forma de risa, de alegría. Tal vez sea eso lo que se necesita para conseguir que la vida resulte placentera. Por lo que buscó oportunidades para estar en compañía de personas geniales, graciosas, a las que les gustase reír y estar felices, pero dice que después de un tiempo hasta eso le causó cansancio de espíritu.
Luego dice que intentó adquirir posesiones, pensando que posiblemente el significado lo hallaría en la riqueza.
Fui engrandecido y prosperé más que todos cuantos fueron antes de mí en Jerusalén. Además de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan... (Eclesiastés 2:9-10a)
Se dedicó a la acumulación de riqueza y de posesiones. (¡Cuántos son los que actualmente viven a ese nivel!) Pero dice que también eso le producía vacío de espíritu y no satisfacía su anhelo.
Y a continuación dice:
Después volví a considerar la sabiduría, los desvaríos y la necedad [es decir, estudió lo que era contrario en el ámbito de las ideas]; pues ¿qué podrá hacer el hombre que venga después de este rey? Nada, sino lo que ya ha sido hecho. He visto que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas. (Eclesiastés 2:12-13)
Dice: "Al menos esto es mejor. Aquí tenemos algo que es interesante, la persecución de todas estas diferentes ideas acerca de la vida"; pero dice: "Me encuentro con que va a parar al mismo sitio". Tanto el insensato como el sabio mueren por igual, y, en lo que a sus vidas se refiere, la una es tan insignificante como la otra. No hay diferencia alguna.
Luego llega a esta terrible conclusión:
Por tanto, aborrecí la vida, pues la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa, por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu. (Eclesiastés 2:17)
He aquí un hombre que se ha entregado de lleno al placer, a obtener posesiones y a conseguir la sabiduría en el ámbito de las ideas, y acaba diciendo: "Aborrecí la vida, odié todo mi trabajo, por lo que me di la vuelta y entregué mi corazón a la desesperación". Llegó a esa conclusión, ¿no es cierto? Y es a lo que todo el mundo se enfrenta: solo la desesperación.
En el capítulo 3, examina la vida desde lo que podríamos llamar la perspectiva existencial, un término bastante popular en la actualidad. Está de moda creer en el existencialismo, y se considera, como es lógico, como algo nuevo en el escenario de las ideas del mundo, pero no es nada nuevo ni mucho menos. Es algo tan antiguo como el pensamiento del hombre. De hecho, a este punto de vista lo podríamos llamar fatalismo, porque en el existencialismo hay siempre un elemento fatalista.
Nosotros, los que vivimos en los Estados Unidos, no podemos apenas comprender por qué el pensamiento existencialista se ha apoderado con tal fuerza de las mentes de nuestro mundo. La popularidad del existencialismo surgió a finales de la segunda guerra mundial, cuando Europa quedó en un estado de confusión. Las grandes ciudades europeas estaban en ruinas, y todo aquello en lo que con anterioridad los hombres habían depositado su confianza: el gobierno y la religión, tal y como la conocían, habían sido impotentes a la hora de impedir la catástrofe y el terrible caos producido por la segunda guerra mundial. Al final de ella, los hombres quedaron con sus esperanzas destrozadas con respecto a sus creencias. Se preguntaban unos a otros: "¿En qué podemos confiar? No podemos confiar en la religión, porque no ha hecho nada por parar la terrible marea de la tiranía de Hitler. Y no podemos confiar en el gobierno, porque es el instrumento de ese poder. Así que, ¿en qué podemos confiar?". Y alguien sugirió que en lo único que se podía confiar era en nuestras propias reacciones ante la vida al experimentar las diferentes cosas. Experimentamos los sentimientos y las reacciones ante los acontecimientos, y aunque es posible que no haya dos de nosotros que tengamos las mismas reacciones, por lo menos la reacción de cada persona es real para ella. De modo que dijeron: "Lo único en lo que podemos confiar es en nuestra reacción frente a los acontecimientos y la existencia". Y eso es el existencialismo.
El escritor dice ahora: "Eso ya lo he probado, y he descubierto que reacciono frente a los acontecimientos, que he tenido ciertas experiencias en la vida a las que no he podido escapar". Leemos que hay:
Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado, tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de destruir y tiempo de edificar, tiempo de llorar... (Eclesiastés 3:2-4a)
El escritor se da cuenta de que estos acontecimientos se nos vienen encima, y se da cuenta además de que el hombre tiene deseo de hallar algo más profundo, de encontrar significado, de averiguar qué significa la vida:
Todo lo hizo hermoso en su tiempo, y ha puesto eternidad en el corazón del hombre, (Eclesiastés 3:11a)
En otras palabras, el hombre no puede quedarse satisfecho sencillamente con explicaciones superficiales acerca de las cosas; tiene que ver más adentro, porque la eternidad está en su corazón. Y este escritor dice que vio estas cosas. Se dio cuenta de que no podemos escapar a los acontecimientos de la vida y que todos los hombres pasan por ellos, pero se dio cuenta también de que todos los hombres van a parar a un mismo lugar, cuando todo ha terminado y todo se convierte en polvo.
Y no hay nada mejor para el hombre que alegrarse en sus obras:
... porque esa es su recompensa; porque, ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de venir después de él? (Eclesiastés 3:22b)
Ve la inutilidad, la falta de esperanza. ¿De qué sirve?
En el capítulo 4, examina el capitalismo, de entre todas las cosas. Aquí destaca la competitividad de la empresa en la vida. Cuando nosotros los norteamericanos oímos la palabra "capitalismo", es posible que pensemos que es una palabra maravillosa. Creemos que describe al enérgico ejecutivo de seguros a punto de formar parte del club de los que ganan un millón de dólares al mes, o algún alto ejecutivo de los negocios que está construyendo su propio imperio, y esto es algo que admiramos, por lo que decimos: "El capital es la respuesta". Recordemos que la Palabra de Dios siempre acaba examinando la vida tal y como es, y el capitalismo no es la respuesta definitiva a las cosas. Puede que sea mejor respuesta que el comunismo, y estoy convencido de que lo es, pero el escritor dice que él probó este enfoque competición-empresa y se dio cuenta de que produjo injusticias y opresión. Además descubrió que la motivación tras ella es el egoísmo, causando desigualdades. Por lo que, según nos dice, todo viene a ser lo mismo:
Mejor es el muchacho pobre y sabio que el rey viejo y necio que no admite consejos. (Eclesiastés 4:13)
¿De qué sirve llegar a lo alto de la cima cuando un joven que está abajo del todo y que no tiene más que algunas ideas inteligentes puede de repente colocarse por encima del que está arriba? ¿Cuál es la diferencia? ¿De qué sirve todo ello?
En el capítulo 5, prueba la religión, que reconoce la existencia de Dios e intenta hacer el bien y comportarse con rectitud, a pesar de lo cual nos hace ver que no hay ningún valor en ella. Las personas religiosas pueden hacer cosas que no son nada éticas y pueden oprimir a los pobres. Es más, no hay poder alguno en el formalismo religioso mortal para impedir el mal o para cambiar la falta de igualdad. Dice, por lo tanto, que esa clase de religión tampoco funciona. Viene a ser lo mismo; no es más que vacío y vanidad.
El capítulo 6 expone sus experimentos, siguiendo la línea del materialismo, la filosofía de "la buena vida". Su conclusión es que, a pesar de que el hombre puede tenerlo todo:
Aunque el hombre engendre cien hijos [los hijos representan la riqueza para los hebreos], viva muchos años y los días de su edad sean numerosos, si su alma no se sació del bien, y además careció de sepultura, digo que más vale un abortivo. (Eclesiastés 6:3)
Si usted lo tiene todo, pero al intentar satisfacerse a sí mismo descubre que sigue habiendo un anhelo que no pueden satisfacer ninguna de estas cosas, no vive usted mejor que si no hubiese nacido nunca. Todo viene a ser lo mismo.
En el capítulo 7, Salomón enfoca la vida desde el punto de vista del estoicismo, una indiferencia cultivada frente a los acontecimientos, y su conclusión es que, para poder considerar la vida de este modo, hay que fijarse como meta el término medio y ser moderado en todas las cosas:
Todo esto he visto en los días de mi vanidad. Justo hay que perece pese a su justicia [la justicia no siempre es provechosa], y hay malvado que pese a su maldad alarga sus días. [Es cierto que en ocasiones el mal resulta provechoso, a juzgar por la evidencia "bajo el sol"]. (Eclesiastés 7:15)
Por lo tanto, dice:
No seas demasiado justo, ni sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte? No quieras hacer mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo? (Eclesiastés 7:16-17)
Es decir, búscate un término medio que te haga feliz. ¿Cuántas veces ha oído usted citar estos versículos como si reflejasen exactamente lo que enseña la Biblia?, cuando son más bien las palabras de un hombre que enfoca la vida diciendo que la mejor política es "la moderación en todas las cosas", evitando los extremos, siempre que sea posible, sin ofrecer nada voluntariamente, intentando sencillamente salir adelante. Ese es su punto de vista.
Los capítulos 8 al 10, y los primeros ocho versículos del capítulo 11, son un discurso que examina lo que podríamos llamar la sabiduría del mundo, o un enfoque de sentido común de la vida. En el capítulo 8, cualquiera que enfoque de este modo la vida es exhortado a dominar las estructuras del poder del mundo en el que vive. Dice: "Intente entender quién es una autoridad y quién no lo es, y haga usted lo correcto para estar en el lado indicado y en el momento oportuno". Esa es su filosofía. Eso es algo que reconoce usted, ¿no es cierto? He aquí su conclusión:
... he visto todas las obras de Dios, y que el hombre no puede conocer toda la obra que se hace debajo del sol. Por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará; y aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla. (Eclesiastés 8:17)
A continuación dice: "No ofrezco demasiada esperanza siguiendo esta línea de acción, pero si se coloca usted en el lado indicado y se granjea la simpatía de los poderes que gobiernan, por lo menos le irá bastante bien, pero no encontrará ninguna de las respuestas sobre la vida. Todo ello es inútil, ¿no se da usted cuenta?".
En el capítulo 9, examina los juicios de valor del mundo y hace notar una vez más que todos llegan a lo mismo:
Me volví, y vi debajo del sol que ni es de los veloces la carrera, ni de los fuertes la guerra, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; pues a todos les llega el tiempo y la ocasión. (Eclesiastés 9:11)
Aquí dice: "Hay hombres que dicen, como hizo Benjamin Franklin: ꞌAcostarse temprano, levantarse temprano, hace al hombre rico, sabio y sanoꞌ, y ꞌUn penique ahorrado es un penique ganadoꞌ. Todas estas cosas", dice, "tienen un efluvio de sabiduría en ellas, pero la verdad es que no funcionan. He visto ocasiones en las que la carrera no la ganaba el más rápido, ni obtenía la victoria en la batalla el más fuerte, ni el pan iba a parar a manos de los sabios o las riquezas en manos de los inteligentes. No siempre funciona. Me he encontrado con algunas personas muy ricas, pero al mismo tiempo muy estúpidas". Por lo tanto, estos valores y juicios mundanos no son exactos y todos ellos acaban también en la muerte:
... el hombre tampoco conoce su tiempo. Como los peces apresados en la mala red, o como las aves que se enredan en el lazo, así se ven atrapados los hijos de los hombres por el tiempo malo, cuando cae de repente sobre ellos. (Eclesiastés 9:12)
¿Qué valor tienen, por lo tanto, los valores mundanos?
En el capítulo 10, se nos exhorta a mantener la discreción en la vida, a ser moderados, diligentes, cautelosos y complacientes, intentando salir adelante lo mejor que podamos. Pero esto no es más que una expresión cultivada del egoísmo, que es el motivo fundamental de todo. En el capítulo 11, leemos que el éxito es sencillamente una cuestión de diligencia; a fin de poder conseguir algo en la vida, es preciso trabajar y esforzarnos:
Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tus manos; porque tú pues no sabes qué es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno. (Eclesiastés 11:6)
Pero luego concluye:
... aunque un hombre viva muchos años y en todos ellos tenga gozo, recuerde que los días de las tinieblas serán muchos, y que todo cuanto viene es vanidad. (Eclesiastés 11:8)
¿Se da usted cuenta? ¿Ha demostrado su caso, verdad? En todo el libro hallamos lo mismo. Que la vida si la vivimos aparte de Dios nos lleva todos al mismo sitio.
Al llegar a este punto se produce un cambio de punto de vista, el reconocimiento de que la vida tiene sentido e importancia cuando la persona de Dios ocupa el trono en nuestra existencia. Esta es la verdadera conclusión a la que llega Salomón después de todas sus investigaciones, y comienza de la siguiente manera:
Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia. Anda según los caminos de tu corazón y la vista de tus ojos, pero recuerda que sobre todas estas cosas te juzgará Dios. (Eclesiastés 11:9)
No se está refiriendo a ningún castigo, sino a un examen: Dios le hará pasar por un examen de su vida, pero "¡alégrate!" (¡Esa es la mismísima palabra que usa Salomón!) La conclusión final a la que llega el Predicador es, por lo tanto, completamente lo contrario a la conclusión anterior. En seis ocasiones en este relato le encontramos tocando una sola cuerda de su violín, una y otra vez. Lo único que tiene que decir al hombre que enfoca la vida sin una verdadera entrega a Dios es esta: "Come, bebe y alégrate, porque mañana has de morir".
No hay cosa mejor para el hombre que comer y beber, y gozar del fruto de su trabajo. (Eclesiastés 2:24)
Otra vez:
Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esa es su recompensa; porque, ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de venir después de él? (Eclesiastés 3:22)
Y otra vez:
He aquí, pues, el bien que he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar de los frutos de todo el trabajo de que uno se fatiga debajo del sol todos los días de la vida que Dios le ha dado, porque esa es su recompensa. (Eclesiastés 5:18)
Asimismo:
Por tanto, alabé yo la alegría, pues no tiene el hombre más bien debajo del sol que comer, beber y alegrarse; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol. (Eclesiastés 8:15)
También:
Anda, come tu pan con gozo y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son agradables a Dios. (Eclesiastés 9:7)
Y dice una vez más:
Por placer se hace el banquete, el vino alegra a los vivos y el dinero responde por todo. (Eclesiastés 10:19)
Es práctico, ¿verdad? Y además diabólico, ¿entiende? Cuando hoy oímos a la gente hablar de este modo, cuando vemos al hombre materialista pensar y actuar sobre la base: "comamos, bebamos, divirtámonos, porque mañana moriremos", no le culpamos por ello. ¿Qué otra cosa podría decir? Esta es la conclusión inevitable de cualquier enfoque que elimine a Dios de la imagen. Y no hay nada más descriptivo del pesimismo totalmente ciego que estas palabras. Esto niega la gloria de la humanidad y de la existencia, reduciendo al hombre al nivel animal, y es la declaración más falta de esperanza que se puede hacer. "¿Qué es la vida? Absolutamente nada, algo completamente insignificante, carente de todo sentido, totalmente inútil. Por lo tanto, todo cuanto podemos hacer es sacarle el mejor partido posible. Comer, beber y divertirse. La vida se esfuma como la llama de una vela al llegar al final." El pesimismo total domina la vida de aquellos que viven sin contar con Dios.
Contrastemos lo anteriormente expuesto con lo que dice el escritor en el último capítulo:
Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud... (Eclesiastés 12:1a)
Y describe en un pasaje poético, realmente precioso, lo que es la muerte:
antes de que la cadena de plata se quiebre, se rompa el cuenco de oro... (Eclesiastes 12:6a)
Y enseña esta conclusión final:
El fin de todo el discurso que has oído es:
¿Cuál es su consejo final?
Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre. (Eclesiastés 12:13)
"¡Espere un momento!", protestará usted, "¡ Se ha dejado una palabra! Debe decir: "Esto es todo el deber del hombreꞌ ".
No, no se ha dejado; los traductores lo añadieron [en la versión en inglés]. Esta palabra no encaja aquí, porque el hebreo dice: "esto es el todo del hombre", o "esto es lo que hace que el hombre esté completo", si queremos expresarlo de ese modo. "Teme a Dios", que, como ya hemos visto, no significa tenerle miedo, sino tenerle un amor respetuoso y obedecerle.
Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre.
Esto es lo que hace que el hombre esté sano y completo, y el secreto reside en entronizar a Dios en los días de la juventud. Si quiere usted hallar el secreto de la vida, de modo que el corazón se sienta satisfecho y el espíritu enriquecido y realizado conforme a la intención que Dios tiene para usted, entonces: "Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos". Coloque a Dios en el trono, en el centro de su vida, y descubrirá usted todo lo que Dios quiere que sea su vida y podrá usted regocijarse en su vida. Recuerdo bien cuando yo era un adolescente y me preguntaba de vez en cuando si estas ideas que yo conocía estaban bien; me sentía atraído y dominado por otras maneras de pensar, y sentía la terrible incertidumbre de no saber qué era lo correcto. ¿Cuál es la respuesta frente a las interrogantes de la vida? Al pensar en aquella época de mi vida me siento identificado con los jóvenes, porque soy consciente de su profundo deseo, del mismo modo que yo lo sentí, de no desperdiciar sus vidas, sino de poder vivirlas de una manera significativa. Toda persona joven pasa por eso. Pero ahora con una perspectiva de más de treinta años, puedo decir que Dios, en Su gracia, me llevó a entregarme de lleno, como dice en Proverbios:
Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos y él hará derechas tus veredas. (Proverbios 3:5-6)
Yo quiero unirme al canto que dice: "Peligro, lucha y tentación, por fin los logré pasar", pero puedo decir además: "La gracia me libró de la perdición, y me llevará al hogar". Puedo dar testimonio del hecho de que la conclusión del Argumentador es correcta. La vida nos permite sentirnos realizados solamente cuando entronizamos a Dios en el centro de nuestra vida y obedecemos al que la gobierna. Pero la filosofía, que comienza, existe y acaba en el polvo, y luego dice que el polvo es todo, que es lo que se pretendía que fuese la vida, y que la vanidad es todo lo que hallamos, es una absoluta insensatez. La conclusión a la que llega el Argumentador es que, efectivamente, todo es vanidad a menos que coloquemos a Dios en el centro de nuestra vida.
Oración
Gracias, Padre, por estas palabras de sabiduría y por haber dejado constancia de ellas, para que nosotros podamos leer este antiguo libro, de modo que nuestro profundo anhelo pueda ser satisfecho y podamos nosotros mismos seguir estos caminos. Creemos que esta palabra es verdadera y exacta, y edificamos nuestra vidas sobre ella. Te pedimos en oración que nuestros jóvenes tengan el valor de creer en esta palabra y actuar conforme a ella, para entronizarte como Señor de su vida y de ese modo poder vivir en gracia, fortaleza y belleza. Te lo pedimos en el nombre de Cristo. Amén.