Estos estudios que hemos realizado acerca del evangelio de Marcos nos han llevado a la semana llena de acontecimientos justo antes de que nuestro Señor fuese a la cruz y de que resucitase. Para algunos de ustedes, estos sucesos que tuvieron lugar hace unos dos mil años y tan distantes les pueden causar la impresión de ser algo muy remoto y sin relación con su propia experiencia. En ocasiones nos vemos tan envueltos en nuestra vida diaria que estos sucesos nos parecen un tanto aburridos, por lo mucho que ya los conocemos, en especial si los comparamos con los emocionantes acontecimientos de esta semana, como puedan ser la captura de Patty Hearst, la continua tendencia de la inflación, los acontecimientos de Oriente Medio, y la visita del presidente a nuestra comunidad. Pero todos estos sucesos actuales no serán más que un ligero recuerdo de aquí a diez años. Piense usted en lo que estaba pasando hace diez años y lo poco importante que nos parecen ahora esos acontecimientos; así que poco cambiará por lo que nos pase durante esta semana.
Sin embargo, los acontecimientos que rodearon a la muerte de Jesús son los más significativos en toda la historia, y ya han sido afectadas por ellos todas las personas que han vivido desde entonces en el mundo entero. Si creemos lo que dicen las Escrituras, este suceso es el más vital de toda la historia, no solamente en este planeta, sino en todas las galaxias, en cada estrella, en todos los sistemas solares, en cada uno de los planetas dentro del amplio ámbito del espacio. Estos son los sucesos más importantes que jamás hayan sucedido. Por lo tanto, es de suma importancia que estudiemos lo que se ha escrito acerca de ellos.
Después de que Jesús fuese arrestado en el huerto de Getsemaní, fue llevado por los soldados al sumo sacerdote. Marcos no nos cuenta lo que pasó cuando se encontró en presencia de Anás, el suegro del sumo sacerdote, sino que pasa a relatar directamente lo que sucedió en el patio de Caifás, el sumo sacerdote en funciones, y leemos en los versículos 53 y 54:
Trajeron, pues, a Jesús ante el sumo sacerdote; y se reunieron todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo siguió de lejos hasta dentro del patio del Sumo sacerdote; y estaba sentado con los guardias, calentándose al fuego. (Marcos 14:53-54)
Fijémonos con qué cuidado nos presenta Marcos esta escena. Jesús se encuentra en la sala interior del Sanedrín, una asamblea formada por el sumo sacerdote, todos los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos, 70 miembros del Sanedrín, así como sus ayudantes y consejeros, etc. De modo que era una multitud considerable la que se había reunido en aquella sala interior de la residencia de Caifás, el sumo sacerdote. Jesús se encontraba en medio del Sanedrín, mientras que afuera, en el patio exterior, donde podía mirar y ver lo que estaba sucediendo, Pedro estaba sentado junto a los guardias alrededor del fuego aquella fría noche de primavera en Jerusalén. Marcos se asegura de contarnos que estas dos cosas tienen lugar al mismo tiempo.
Hay dos motivos por los que Marcos contrasta estas dos situaciones, y lo veremos al estudiar detenidamente este relato. El juicio llevado a cabo por el sumo sacerdote se realiza en dos etapas. Primero, tenemos el testimonio de los testigos, en los versículos 55 al 58:
Los principales sacerdotes y todo el Concilio buscaban testimonio contra Jesús para entregarlo a la muerte; pero no lo hallaban, porque muchos daban falso testimonio contra él, pero sus testimonios no concordaban. Entonces, levantándose unos, dieron falso testimonio contra él, diciendo: "Nosotros lo hemos oído decir: ꞌYo derribaré este templo hecho a mano, y en tres días edificaré otro no hecho a manoꞌ". Pero ni aun así concordaba en el testimonio. (Marcos 14:55-59)
Es evidente que aquel juicio no era más que una farsa. El resultado fue determinado mucho antes de que el juicio concluyese, porque Marcos deja constancia de que los principales sacerdotes buscaban testimonios porque estaban decididos a matarle. Esto me recuerda aquellos relatos de los primeros vigilantes del oeste, que anunciaban a sus víctimas que recibirían un juicio justo, y a continuación les colgaban, y eso fue lo que le hicieron los principales sacerdotes a Jesús.
El juicio fue ilegal desde el principio mismo. En primer lugar, se celebró de noche, y la ley judía insistía en que todos los juicios contra los criminales tenían que celebrarse durante el día. En segundo lugar, se reunieron en un lugar que no era el indicado. El Sanedrín sólo se podía reunir en la sala que había sido destinada para ese propósito, y solamente eran válidas las reuniones que se celebraban allí. Pero la reunión tiene lugar en la residencia del sumo sacerdote. En tercer lugar, estaba prohibido que el Sanedrín llegase a un veredicto en el mismo día en que se celebraba el juicio, y en este caso el veredicto se pronuncia de inmediato, tras un juicio que no es otra cosa que una farsa. Pero a pesar de estos testimonios, que no fueron más que una conspiración y una trama, las cosas no les van bien a los sacerdotes, porque, como nos dice Marcos, aunque muchos dieron falso testimonio contra Jesús, los testimonios no concordaban. Al contar los testigos, uno por uno, el mismo acontecimiento, había tal discrepancia que era evidente que, o bien estaban mintiendo o no habían estado presentes, o que había algo gravemente equivocado en su testimonio.
Eran los mejores testigos que habían podido comprar con dinero, a pesar de lo cual, todo se les estaba viniendo abajo, y los sacerdotes estaban empezando a sentirse incómodos e inquietos, porque los testimonios dados por aquellos testigos no concordaban. Pero, finalmente, se pusieron en pie dos hombres ―Mateo nos dice que fueron dos― que estuvieron parcialmente de acuerdo, porque dijeron: "Éste dijo: ꞌPuedo derribar el Templo de Dios y en tres días reedificarloꞌ" (Mateo 26:61). Era lo más que dos testigos habían estado de acuerdo. Era el punto más fuerte que tenían en contra de Jesús, porque había un elemento de verdad en lo que dijeron en este caso. En Juan 2, al principio del ministerio de Jesús, cuando primeramente limpió el templo, tres años y medio antes de estos acontecimientos, les dijo a los judíos: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19). Lo que quiso decir fue que "Si destruís este templo, en tres días lo construiré de nuevo". Estaba apuntando y contrastando el poder destructivo de ellos y Sus esfuerzos constructivos.
Juan nos dice que estaba hablando no sobre el templo de piedra y de ladrillo, sino de Su propio cuerpo, y ésta era una primera referencia a Su resurrección. No había dicho: "Destruiré este templo", como testificaron aquellos testigos, a pesar de lo cual había una cierta verdad en lo que dijeron. Tennyson dijo: "Se puede luchar contra una mentira que es completamente mentira por carecer de derecho, pero una mentira que tiene una parte de verdad en ella es algo más difícil de combatir". Estos testigos tenían suficiente verdad como para hacer que se aceptasen sus palabras, pero incluso así, Marcos dice que no podían llegar a un acuerdo en lo que se refiere a los detalles, por lo que el caso se les estaba desmoronando; y estoy seguro de que los sacerdotes se estaban empezando a sentir frustrados al llegar a este punto, porque daba la impresión de que no podían encontrar una base legal sobre la que llevar adelante el asesinato de Jesús. Al llegar a este momento, el sumo sacerdote salvó la ocasión, desde el punto de vista del Sanedrín, haciendo algo que era completamente ilegal. Intentó conseguir que Jesús se hallase en un aprieto y le obligasen a incriminase a Sí mismo. El relato lo encontramos en los versículos 60 y 61:
Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, diciendo: "¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?". Pero él callaba y nada respondía. (Marcos 14:60-61a)
Isaías había profetizado: "como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca" (Isaías 53:7b). Evidentemente, nuestro Señor entendió que el testimonio en Su contra era tan fragmentario y tan débil que no precisaba de una respuesta, por lo que no hizo el menor esfuerzo por defenderse a Sí mismo ni responder a las mentiras de los testigos, sino que permaneció callado. El sumo sacerdote se sintió anonadado por el silencio guardado por Jesús, por lo que hizo algo que era completamente ilegal. Hizo que Jesús jurase y testificase contra Sí mismo:
El Sumo sacerdote le volvió a preguntar: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?". Jesús le dijo: "Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el Sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: "¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece?". Y todos ellos lo condenaron, declarándolo digno de muerte. Entonces algunos comenzaron a escupirlo, a cubrirle el rostro, a darle puñetazos y a decirle: "¡Profetiza!". También los guardias le daban bofetadas. (Marcos 14:61b-65)
Mateo nos dice que el sumo sacerdote hizo que Jesús tuviese que situarse bajo juramento. Le dijo: "Te conjuro por el Dios viviente... " (Mateo 26:63b), que era un juramento muy solemne. En respuesta a ello, Jesús rompe Su silencio y contesta a la pregunta del sumo sacerdote que le había preguntado: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?". Lo que está realmente preguntando el sumo sacerdote es: "¿Eres tú Aquel acerca del cual predice el Antiguo Testamento que habrá de venir, el Mesías, el Prometido? ¿Eres tú el Hijo de Dios?". Esta es una pregunta hecha de una manera perfectamente clara, y el sumo sacerdote coloca a Jesús bajo juramento para que le responda; y Jesús responde sencillamente: "Yo soy".
Hay muchos críticos del Nuevo Testamento y eruditos liberales que insisten en que Jesús no dijo nunca que fuese el Mesías ni el Hijo de Dios, y dicen que fueron Sus discípulos los que hicieron estas afirmaciones acerca de Él. Si alguna vez oye usted decir esto, lo único que debe hacer es leer este pasaje de las Escrituras. Hay otros lugares en los que Jesús afirma claramente ser el Mesías y el Hijo de Dios, pero éste es el más claro, porque estaba bajo juramento solemne de decir la verdad, y dice clara y sencillamente: "Yo soy el Mesías; Yo soy el Hijo de Dios". No hay ninguna duda al respecto.
El resto de Su contestación va dirigida personalmente al sumo sacerdote, porque le dice: "Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo". Al decirle esto a Caifás, Jesús le está informando acerca de su propio destino.
Sabemos por lo que dicen otros pasajes de las Escrituras que cuando se mueren las personas, tanto si son creyentes como si no lo son, pasan del tiempo a la eternidad, y los acontecimientos que están muy distantes en el tiempo de repente están presentes en la eternidad. Las Escrituras revelan que el acontecimiento para el que nos están preparando a nosotros los creyentes y que estamos esperando aquí en la tierra es la venida del Señor con miles de Sus santos. Estoy convencido de que esto explica por qué con frecuencia, al morir los creyentes, en el último momento de su vida se ve en su rostro una gran sonrisa, y una sensación de expectación aparece en sus ojos. Algunas veces hasta chillan porque están viendo al Señor con Sus santos venir a por los Suyos.
También las personas que no creen pasan del tiempo a la eternidad al morir, y el suceso que contemplan es lo que Jesús describe aquí: "veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo... " como juez sobre la tierra. Le ven como juez. Ven el gran trono blanco, la impresionante escena descrita en Apocalipsis 20, donde todos los muertos se reúnen, y se abren los libros, y los hombres se encuentran delante del Juez de toda la tierra. A este sumo sacerdote en su arrogante incredulidad le dice Jesús: "Ahora tú eres el juez, y yo soy el prisionero, pero un día yo seré el juez, y tú serás el prisionero". Con estas palabras responde a la blasfema incredulidad de este sumo sacerdote. El sumo sacerdote, en un gesto hipócrita, se rasga las vestiduras al escuchar a Jesús afirmar que es el Mesías. El gesto indica que aquello era una blasfemia y, al parecer, se rasga las vestiduras porque se siente muy escandalizado. Esto es una hipocresía porque, como es natural, era exactamente lo que deseaba que dijese Jesús. Sabía que si conseguía que Jesús hiciese una afirmación por el estilo ante el Sanedrín, Su suerte quedaría sellada. Y el sumo sacerdote, por medio de este acto hipócrita, da muestra de una falsa indignación y exige el veredicto, y de inmediato el Sanedrín pasa sentencia y condena a Jesús a la muerte.
Entonces sucede algo muy extraño. Marcos nos dice que en cuanto se emite la sentencia, los esfuerzos de restricción que habían practicado estos sacerdotes y escribas y ancianos se liberan, y se comete nuevamente un acto completamente ilegal. Comienzan a dar rienda suelta a su ira contra Jesús y su abuso venenoso por su envidia contenida y todo el odio acumulado contra Él. Empiezan a escupirle, que era lo mas insultante que le podían hacer. Le escupieron, le apalearon, le cubrieron el rostro con una prenda y, mientras estaba su cara cubierta, le golpearon, diciéndole: "¡Profetiza! Dinos quién te ha golpeado". De este modo se burlaron de Él y le insultaron. Setecientos cincuenta años antes de esto, Isaías había pronunciado precisamente las palabras acerca de las cuales debió de pensar Jesús:
"Di mi cuerpo a los heridores y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no aparté mi rostro de injurias y de esputos". (Isaías 50:6)
Pedro estaba fuera observando todo esto y no lo olvidaría nunca. En su primera epístola, nos dice que debemos recordar esa escena y debemos prestarle atención, porque Cristo fue nuestro ejemplo:
Así es como deben responder los cristianos al ser falsamente acusados, al ser injustamente denigrados y al abusar de ellos. En lugar de contestar e intentar justificarse, Pedro dice, hemos de devolver bien por mal; no debemos maldecir cuando nos maldicen, sino dejar las cosas en manos de Aquel que puede juzgar con justicia, es decir, a Dios mismo.Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente. (1 Pedro 2:23)
En los versículos 66 al 72, Marcos nos refiere a Pedro, cuando está en el patio:
Estando Pedro abajo, en el patio, vino una de las criadas del Sumo sacerdote, y cuando vio a Pedro que se calentaba, mirándolo, le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el nazareno". Pero él negó, diciendo: "No lo conozco, ni sé lo que dices". Y salió a la entrada, y cantó el gallo. La criada, viéndolo otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí: "Éste es uno de ellos". Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: "Verdaderamente tú eres uno de ellos, porque eres galileo y tu manera de hablar es semejante a la de ellos. Entonces él comenzó a maldecir y a jurar: "¡No conozco a este hombre de quien habláis!". Y el gallo cantó la segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: "Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces". Y pensando en esto, lloraba. (Marcos 14:66-72)
Estamos todos familiarizados con la jactancia de Pedro que le había hecho asegurar que él nunca negaría al Señor. En el huerto de Getsemaní, fue Pedro el que sacó la espada en un esfuerzo por defender a Jesús. Pero ahora su determinación por mostrarse fiel a Cristo le ha llevado al patio del sumo sacerdote, donde se está calentando las manos alrededor del fuego con los mismos guardias que han arrestado a Jesús y le habían llevado allí. Era algo valiente que hacer, pues corría grave peligro. Creo que fue el orgullo del corazón de Pedro el que le llevó hasta ese punto. Estaba tan decidido a no decepcionar al Señor, tan dispuesto a demostrar que Jesús estaba equivocado al decir que Pedro le negaría. Pero cuando se encuentra en medio de los enemigos de Jesús, sus temores se apoderan de su corazón, y se desvanece su jactancia, y su valor se esfuma.
La joven que le había abierto la puerta, una criada del sumo sacerdote, le reconoce y le dice: "Tú eres uno de los seguidores del nazareno, ¿no es cierto?". Juan, escribiendo años después, nos dice que estuvo presente otro discípulo. Muchos de los comentadores creen que se trata del propio Juan, pero yo creo que fue Marcos. Si, como yo ya había sugerido, Marcos fue el joven gobernante rico, encajaría con la descripción que hace Juan del discípulo, al que conocía el sumo sacerdote y que le había hablado a aquella criada para que dejase entrar a Pedro en el patio. Por lo tanto, cuando entró Pedro, y la criada vio que un hombre que ella sabía que era un discípulo le había dejado entrar, se mostró segura de que también era uno de los discípulos, y por eso le acusó de serlo.
De repente, las defensas de Pedro se desvanecen, y dice en seguida: "No sé de quién estáis hablando". Intentó alejar a aquella criada que le preguntaba y, alejándose de la hoguera, se dirige hacia la verja, para ser menos visible, pero la pesada muchacha le sigue y continúa insistiendo en el tema, ante la incomodidad y la preocupación de Pedro. La muchacha dice a los que están alrededor: "Este hombre es uno de ellos". Estoy seguro de que Pedro la hubiese ahogado con gusto, pero ella no hace más que seguirle. Al protestar Pedro, los demás oyen su acento, ya que Pedro sobresale en la multitud de la misma manera que lo haría un tejano en Peoria, y su acento le delata. Así que los que estaban allí dijeron: "Tú debes de ser uno de ellos porque eres de Galilea. Una vez más, Pedro lo niega con vehemencia, y hasta se nos dice que maldice. Eso no quiere decir que blasfemase y que jurase, sino que se maldijo a sí mismo. Dijo: "Que Dios me maldiga si lo que digo no es verdad", y hace un juramento solemne.
Creo que Marcos se esfuerza por mostrarnos la diferencia entre el juramento que tiene que hacer Jesús al dar testimonio en la sala del Sanedrín y el de Pedro en el patio. Jesús dijo que era el Mesías, el Hijo de Dios, y Pedro lo que hizo fue negar que conociese a Jesús. Ese fue un juramento muy solemne y muy serio, y justo entonces Marcos dice: "Y el gallo cantó la segunda vez". Entonces a Pedro le remordió la conciencia. Sabía lo que había hecho y, según nos dice el relato, se vino abajo y se echó a llorar. La frase "pensando en esto" es muy fuerte en el griego. Salió y se tiró, literalmente, al suelo, dominado por la agonía y sacudido por las lágrimas de remordimiento que comenzaron a caerle al pensar en lo que había hecho.
Creo que podemos darnos cuenta de por qué Marcos traza esta historia con tanto cuidado para nosotros. Nada me intriga más en este relato en los evangelios que el ver de qué manera los escritores de la Biblia escogen los incidentes que deben ir juntos, enlazando unos con otros. Eso es lo que ha hecho Marcos en este caso, para que podamos ver el contraste. Tenemos a un grupo de sacerdotes que odiaban a Jesús. Sus corazones están llenos de veneno, de ira, de celos y de amargura en Su contra. Y todo ello se descubre en todo lo que acontece después del veredicto. En contraste con esto, nos encontramos con un hombre que ama a Jesús con todo su corazón y está dispuesto a defenderle hasta el fin. Y, sin embargo, en un momento de crisis, le falla a Jesús y niega incluso conocerle.
¿Por qué coloca Marcos estos dos incidentes uno junto al otro? Creo que lo hace para que entendamos que los dos muestran la misma cosa; ambos manifiestan el hecho de que no se puede depender de la naturaleza humana, de la carne, como la llama la Biblia. Estos sacerdotes eran hombres carnales, hombres que vivían de la manera que lo hacía el mundo, hombres que pensaban de la misma manera que lo hacía el mundo y que lo que les importaba y buscaban era la posición social y el prestigio. Jesús representaba una amenaza para su situación y despertó en ellos su odio y su ira, que expresan mediante esa terrible acusación, la burla y la violencia en Su contra. Esa es la carne manifestándose. Todo el mundo reconoce que el odio, la ira y la vehemencia son malas, y sabemos que todo eso procede de un corazón malo y pervertido. Pero de lo que Marcos quiere que nos demos cuenta es de que el amor de Pedro no es mejor, porque también depende de la carne, de las habilidades y los recursos humanos para conseguirlo. En el momento de la crisis, no resultó más efectivo que el odio de los sacerdotes. El amor, la lealtad y la fidelidad no significan nada cuando dependen del inseguro fundamente que es la voluntad humana. Por eso es por lo que Marcos coloca estos dos ejemplos uno junto al otro, para que veamos el parecido que hay entre ellos.
Para mí, lo que más esperanza muestra en el relato son las lágrimas de Pedro. Los sacerdotes no lloraron; no se nos cuenta que Judas lo hiciese tampoco, aunque sí dio muestras de un gran remordimiento y desesperación. Pero Pedro, al negar al Señor, se tiró al suelo y se echó a llorar. Alguien me dijo esta mañana que había aprendido una lección acerca del fracaso. Había aprendido que el fracaso no era el final de la historia. Esto es cierto en el caso de Pedro. Las lágrimas de Pedro nos hablan acerca de otro día que está aún por venir, cuando el Señor le liberará y le restaurará, y habrá aprendido una lección muy sobria y muy sana.
Hay una gran belleza en las líneas de un poeta, llamado Charles Mackay, que dice:
Oh lágrimas, cuanto agradezco que fluyáis.
Aunque caigáis en la oscuridad, brillaréis bajo la luz del sol.
El arcoiris no podría brillar si no cayese la lluvia;
Y los ojos que no pueden derramarlas son los más tristes de todos.
Recuerde que en la mañana de la resurrección Jesús se encontró con las mujeres en el sepulcro y les dijo: "... id, decid a los discípulos, y a Pedro ―y a Pedro― que él va delante de vosotros a Galilea... " (Marcos 16:7). Después de haber negado a Cristo, Pedro desaparece de la escena, y no sabemos nada más acerca de lo que pasa con él hasta que aparecen las mujeres dando la buena noticia de que Jesús ha resucitado. La única diferencia entre la negativa de Pedro y el odio de los sacerdotes son las lágrimas que derramó Pedro. Esas lágrimas significan que había vida que podía restaurarse y que su fracaso podía ser olvidado y perdonado.
Cuando examino el cristianismo en nuestros días, a veces me quedo consternado al ver hasta qué punto dependemos de la carne. Me siento asombrado e intrigado al examinar las Escrituras y ver que Dios siempre trabaja de una manera sencilla y mediante un enfoque moderado. A Dios le encanta eso. Nuestros esfuerzos y los esfuerzos realizados en la carne se caracterizan casi siempre por gran bombo, mucha promoción y complejidad. Aprendí hace mucho tiempo que cuando las cosas se vuelven muy complejas, cuando se necesitan organizaciones muy precisas para realizarlas y a cientos de personas, de alguna manera nos hemos equivocado, porque la obra de Dios se caracteriza por la sencillez. Pablo escribió en 2ª de Corintios 11:3: "Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean también de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo". Sólo cuando tenemos la sensación de debilidad y cuando descansamos en el poder y en la sabiduría de Dios, podemos realizar las cosas. Cuando lo hacemos, no necesitamos contar con grandes recursos ni maquinaria de gran potencia. No necesitamos depender de enfoques caros. Una de las cosas que no me atrae nada del cristianismo es cuánto éste depende del poder del dinero. Estoy convencido de que Dios nunca necesita el dinero, pero sí lo usa. El dinero está siempre disponible cuando Dios está obrando. Pero si un proyecto depende del dinero y las personas están pensando en términos de dinero, han perdido de vista la sencillez que es en Cristo. Ojalá que el Señor nos enseñe, por medio de este sencillo relato, que no podemos depender para nada de la carne. sino la constante victoria y triunfo que vienen de descansar en el Espíritu.
Oración
Padre nuestro, habrá momentos en nuestra vida en que nos tengamos que enfrentar con el fracaso. Puede que nos encontremos, como le sucedió a Pedro, haciendo precisamente lo que no queríamos hacer: negando al Señor que nos compró. Gracias por la seguridad que nos hace sentir este relato, que si hay amor en nuestro corazón no seremos desechados, sino que seremos restaurados y perdonados con toda seguridad. Señor, ayúdanos a comprender que no debemos contar con el poder del mundo ni con la sabiduría humana, ni la maquinaria humana, para llevar a cabo Tu obra. Enséñanos cómo usar estas cosas, pero no a abusar de ellas. Te lo pedimos en Tu nombre. Amén.