Esta semana los ojos de todo el mundo estaban fijados sobre un acontecimiento de significado histórico en la reunión del Papa Católico Romano con el Arzobispo de Canterbury. Se nos dijo que esta era la primera reunión oficial de estos dos cabezas de iglesias en cuatrocientos años, desde el tiempo de la Reforma, cuando Enrique VIII separó la Iglesia Anglicana de la Iglesia Católica Romana. Era un acontecimiento relevante. Pero cuando ese acontecimiento se compara con la carta a los efesios, es visto como una cosa relativamente insignificante y de ninguna importancia real en la vida y el poder de la iglesia. Hay un verdadero movimiento prometedor en nuestros días, pero no es la reunión de dos comuniones largamente separadas. Es más bien la restauración que está ocurriendo en muchos sitios alrededor del mundo del patrón original de operación de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Nos hemos alejado de este patrón durante tanto tiempo que casi nos hemos olvidado que existe. Pero el Espíritu Santo está llamando a los hombres de regreso a la intención original de Dios. Esa intención está resaltada para nosotros en ese gran pasaje en Efesios, el cuarto capítulo, en cuanto al ministerio de los santos.
Me gustaría, por tanto, revisar brevemente la mayoría de los puntos que ya hemos cubierto hasta ahora: Aprendimos que la verdadera iglesia no está formada por aquellos que asisten o se unen a una congregación, sino más bien está formada de todos aquellos regenerados por la fe personal en Jesucristo. Eso es lo que constituye la unidad de la iglesia. No es, por tanto, una unidad que pueda ser producida por los hombres. Es llevada a cabo sólo por el Espíritu de Dios tomando residencia en los corazones de los hombres y las mujeres creyentes. Esa unidad nunca necesita ser creada por los hombres; necesita solo ser mantenida. Es ahí donde debe de ponerse el énfasis hoy.
Segundo, aprendimos que a cada miembro del cuerpo de Cristo se le da una capacidad específica para el servicio. Todo el objetivo y propósito de tu vida debe de estar relacionado con ese don de Cristo en ti, si es que tu vida ha de ser significativa de acuerdo con cualquier medida eterna. Donde estos dones y capacidades están siendo ejercitados en el poder del Espíritu, la iglesia una vez más se vuelve una influencia vital, transformadora y poderosa en la sociedad, y la vida cristiana se convierte para el individuo en una cosa excitante y fascinante: no hay nada aburrido en ella, nada trivial, nada banal.
Tercero, aprendimos que estos dones han de ser ejercitados en dos direcciones. Un cristiano puede ejercitar su don o en el mundo, en un ministerio de servicio a los hombres y mujeres que aún no son cristianos, o en la iglesia, entre el cuerpo de creyentes, para animar y ayudar a otros cristianos en su desarrollo, o, en algún grado, en ambas direcciones.
Cuarto, aprendimos que el Espíritu Santo ha organizado un proceso de desarrollo y coordinación de estos dones juntos en el cuerpo de Cristo por medio del ministerio de cuatro funciones especiales: apóstoles, profetas, evangelistas y pastores que enseñan.
En nuestro último mensaje vimos que los apóstoles y los profetas ya han cumplido el ministerio mayor de poner los fundamentos de la iglesia. Les fue dado a ellos el poner los cimientos, y esos cimientos son visibles en las Escrituras, la gran revelación de Dios en cuanto a Su Hijo, Jesucristo. La revelación es toda sobre Cristo. Es por eso que el apóstol Pablo dice: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11). No hay ningún otro. Ninguna vida podrá durar para siempre o estar en la eternidad a menos que sea construida sobre el fundamento. Jesús mismo dejó eso claro. Dijo que solo había dos fundamentos posibles: la roca y la arena. Si un hombre construye sobre la arena, no importa cómo de impresionante sea su vida, en tiempo de tribulación los cimientos se pondrán al descubierto. A menos que esté construida sobre la roca nunca durará. Vimos, en quinto lugar, que hay apóstoles y profetas hoy en un sentido secundario, pero el sentido primario de este ministerio fue cumplido solo al principio. Pero los evangelistas y los pastores que enseñan todavía están con nosotros y muy evidentemente. Sobre ellos descansa la tarea principal de completar el trabajo de “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”. Eso es declarado en Efesios 4:11-12:
Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. (Efesios 4:11-12)
Me gustaría enfocarme en una palabra en este versículo, la palabra “perfeccionar”. ¿Qué significa esto? ¿Cómo se hace esto? Este verbo, en el lenguaje original, es katartismon, de la cual obtenemos la palabra “artesano”: artista, un mecánico, alguien que trabaja con sus manos y lleva a cabo cosas. Es un punto especial de interés que esta palabra aparece primero en el Nuevo Testamento en conexión con el llamamiento de los discípulos. Cuando Jesús caminó a lo largo del Mar de Galilea, vio a dos pares de hermanos, Pedro y Andrés y Santiago y Juan, sentados en una barca, ocupados en hacer algo. ¿Qué estaban haciendo? Estaban arreglando sus redes. La palabra “arreglando” es la palabra traducida aquí como “perfeccionando”. Es la misma palabra katartizo. Estaban arreglando, estaban perfeccionando sus redes; las estaban reparando; las estaban arreglando, preparándolas.
Esto sugiere, por tanto, que el trabajo de pastor que enseña es esencialmente aquel de arreglar a los santos, preparándolos. La palabra también es traducida en nuestras Escrituras como “adecuándolos” o “preparando”. Thayer, quien es una autoridad en este campo, dice que significa: “el hacer de alguien lo que debiera de ser”. Me gusta eso. Esa es la tarea del pastor que enseña a los santos. El equivalente moderno más cercano es “ponerse en forma”. Por tanto, el tema es: poniendo en forma a los santos.
Hay dos cosas que necesitamos decir sobre esto. Debemos de fijarnos en el método mediante el cual esto se lleva a cabo, y el espíritu o la actitud del corazón por la cual se lleva a cabo. Porque la última es muy malentendida, quiero comenzar ahí. ¡Ponte en forma! Eso suena duro, ¿no es así? Tiene tonos de brutal y tiránico. Conjura la imagen de un sargento eclesiástico, o un pastor despotricante, que truena acusaciones sobre su gente. Seamos honestos y admitamos que ha habido cantidad de este tipo de pastores-maestros, demasiados de ellos. Incluso en la iglesia temprana había al menos uno de ellos. Su nombre era Diótrefes. Le encontrarás mencionado en la tercera carta de Juan: “Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar” (3 Juan 1:9), se le llama. Pero esta imagen es una distorsión del concepto bíblico de un pastor-maestro. Acuérdate que ya hemos visto que este concepto de pastor-maestro cubre una gama más amplia que el punto de vista tradicional de un pastor. Incluye también los maestros de la escuela dominical, los trabajadores de evangelismo para los niños, los maestros y los líderes de los grupos de discusión bíblica en casas y de las clases para señoras. Se refiere a cualquiera que actúe como maestro o pastor en cualquier sentido. Tal es un pastor-maestro; cualquiera que sirve en esa función, sin importar cómo de limitada sea. Incluso puede incluir un ministerio con tus propios hijos en casa. Por tanto abarca una amplia gama.
Pero primero debemos de entender el espíritu en el cual este ministerio ha de ser ejercitado. Las Escrituras advierten específicamente en contra de la idea de tiranía, de ser un autócrata eclesiástico o religioso. El apóstol Pedro escribe a los ancianos como “yo, anciano también con ellos” y dice: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros… no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:1-4). ¡No como señores! Otra versión lo pone como “no teniendo dominio sobre aquellos a vuestro cargo” (1 Pedro 5:3a).
Puedes ver que este es un Pedro bastante distinto aquí de aquel discípulo atrevido de los evangelios. He aquí un hombre que ha sido escarmentado y humillado, y quien está ahora cumpliendo la comisión que el Señor Jesús le dio después de la resurrección cuando le repitió tres veces la pregunta: “Pedro, ¿me amas?”, y tres veces dijo: “Apacienta mis ovejas; apacienta mis corderos” (véase Juan 21:15-19). Aquí las palabras de Pedro son un eco de las palabras del Señor: “Apacentad a las ovejas; no las trasquiléis”.
Acuérdate de esa ocasión cuando los apóstoles estaban discutiendo entre ellos (esto es casi increíble, pero se registra en las Escrituras que estaban discutiendo, tratando de decidir quién debería de ser el mayor entre ellos cuando entraran en el reino), y el Señor les oyó. Les dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas (esta es la misma frase que Pedro utiliza de forma negativa), “y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad” (Mateo 20:25). La palabra clave es sobre. En el mundo, el poder es medido por cuanta autoridad tienes sobre otra persona. A menudo oyes a la gente preguntar: “¿Cuántos hombres tienes a tu mando?” U otro presumirá: “Sabes, acabo de recibir una promoción. Ahora tengo a quinientos hombres a mi mando”. Pero nuestro Señor dijo que, en ese día en que Dios medirá la valía de los hombres, el estándar no será cuántos hombres tenías sirviéndote, sino a cuántos has servido. No será cuántos han hecho algo porque les ordenaste, sino por cuántos has hecho tú algo. ¡Esa es la medida del poder en el reino de los cielos! Jesús añadió estas palabras: “Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 20:25-27, Marcos 10:42-44).
Ahora bien, esas no son palabras que han de tomarse a la ligera. Cada maestro, especialmente, debe de hacer caso de estas palabras. Debemos incluso acordarnos que no somos los jefes. Somos instrumentos; somos siervos en esta obra de construir la iglesia. Hay un proceso de selección ocurriendo continuamente, y es el Maestro de Obras quien selecciona la piedra. Tiene un sitio aquí para una cierta piedra en el edificio de Su iglesia, y busca aquella que cabra en el lugar. Toma una piedra, y al principio parece como si fuera justo la correcta. La eleva e intenta ponerla ahí, pero no cabe; así que la rechaza. Esto es lo que ocurre en la iglesia a veces. Los líderes son puestos en ciertas posiciones durante un tiempo, y parece que van a ser efectivos, pero después son rechazados. Es la prerrogativa del Señor hacer esto. Luego, quizás, da forma a otros, deshaciéndose de las partes ásperas, y finalmente encaja un pedazo justo donde pertenece. Esto es a menudo lo que está haciendo por medio del ministerio de la enseñanza. El maestro quien es Su instrumento debe de acordarse que no es su tarea el tomar las decisiones finales. Es la responsabilidad del Señor. La autoridad de un maestro nunca es aquella de un tirano o de un gobernante. Es de uno que viene como la voz de Otro.
Lo que es más, el ministerio de pastorear y de enseñar debe de hacerse, como se nos dice en las Escrituras, sin desear gloria personal. Muchos de ustedes han tenido el privilegio de enseñar a alguien. Como bien saben, es justo ahí donde a menudo la fuerza entera de la tentación al orgullo puede atacarte. Hay algo muy placentero para la autoestima en estar frente a un grupo y tener cada ojo mirándote y cada oído escuchando detenidamente todo lo que tienes que decir. Es tan terriblemente fácil el amar ese sentimiento y encontrar formas de alimentarlo y animarlo.
Hablando muy franca y abiertamente, una de las razones por las cuales solo voy de cuando en cuando a la parte trasera de la sala al final del mensaje para saludar a la gente es porque encuentro que, cuando lo hacía regularmente, eso estaba alimentando mi autoestima de tal manera que tenía que luchar con el orgullo. Tuve que dejar de hacerlo, porque la gente me estaba diciendo cosas tan bonitas, y me encontré amando el oírlas. Es fácil para un maestro o pastor llevar a cabo su trabajo por razones de prestigio personal o gloria. Nos encanta ser reconocidos como cristianos dedicados y maduros. Estamos demasiado al tanto, a veces, de nuestro sacrificio aparente de tiempo y dinero para hacer este trabajo. Pensamos que realmente nos merecemos la atención y la alabanza de otros porque hemos sido fieles en lo que se nos ha dado para hacer. Por supuesto, somos demasiado sutiles para decir esto. Pero es evidente en los sentimientos heridos que mostramos cuando algo no ocurre de la forma que queríamos, y en nuestro deseo de rendirnos si no nos han prestado atención en un poco de tiempo, así como en la malicia envidiosa con la cual nos referimos al ministerio de otro que está haciendo el mismo tipo de cosa. Es evidente en el sarcasmo que utilizamos con aquellos que nos están escuchando, o a la falsa modestia que utilizamos a menudo. He aprendido hace mucho tiempo que cuando un hombre me dice: “Sólo estoy intentando servir al Señor de mi propia forma humilde”, que estoy hablando con el hombre más orgulloso de los seis condados colindantes.
Pronto descubrimos que es bastante posible utilizar la obra del Señor para satisfacer nuestras propias autoestimas. Y eso es siempre una cosa diabólica. Ese sutil hinchamiento de la autoestima está en contra de lo que la Palabra de Dios nos advierte consistentemente en cuanto a los maestros. El Señor Jesús pinchó ese globo cuando dijo: “aman los primeros asientos en las cenas, las primeras sillas en las sinagogas, las salutaciones en las plazas y que los hombres los llamen: ‘Rabí, Rabí’. Pero vosotros no pretendáis que os llamen ‘Rabí’, porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos” (Mateo 23:6-8). Eso significa que vosotros pastores, vosotros líderes, vosotros maestros, no sois mejores que ninguna otra persona. No sois mayores que ellos. La única autoridad que tenéis es la autoridad de la verdad. Eso es todo. Vuestra propia espiritualidad debe descansar en ello.
También las Escrituras dejan claro que los pastores y maestros no han de estar motivados por la codicia, ni por el sucio lucro, ni por el amor al dinero. Hay sitios hoy donde eso puede ser difícil de entender. Las condiciones deben de haber sido bastante distintas en los días tempranos de lo que lo son ahora. El pastorado raramente ha sido el sitio donde hacerse rico, y los maestros de la escuela dominical y otros no enseñan por el amor al dinero. Pero a menudo puede ser un problema. Los pastores y maestros han de ser ejemplos. Eso es lo que Pedro añade: “ser ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:3b). Eso, de nuevo, refleja las palabras del Señor cuando dijo de Sí mismo: “Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas” (Juan 10:4a). Hace todo primero. Las guía al hacer las cosas primero. Ningún maestro tiene el derecho de enseñar cuya vida no es un ejemplo de su enseñanza. Si lo intenta, el decir una cosa y ser otra, el Señor hará que ese hombre caiga y que su ministerio sea despreciado. Ahora sigamos a la segunda cosa, el método de su trabajo de poner en forma a los santos. ¿Cómo han de ponerse en forma los santos? ¿Cómo han de ser equipados? ¿Cuál es el proceso? La respuesta está contenida en el título dado a este ministerio: El pastor-maestro, el pastor y el maestro, por lo tanto, es pastorear y enseñar. El apóstol Pablo lo dice de una forma un tanto distinta al describir su propio ministerio a los colosenses. Les dijo en cuanto al Señor Jesús:
Nosotros anunciamos a Cristo [ese es siempre el centro del mensaje], amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre. (Colosenses 1:28)
Ahí lo tienes. Ese es, el proceso exacto: “amonestando... y enseñando a todo hombre en toda sabiduría”. Fíjate en el equilibrio que hay ahí. ¡Qué maravillosa sensatez mantienen las Escrituras! No es solo enseñar. No es solo presentarse e impartir información sobre doctrina. Eso debe ser precedido por el ministerio de amonestación. Me pregunto si tu reacción a eso no fue la misma que la mía cuando lo leí por primera vez. ¿No es este el orden equivocado? ¿No debería esto estar al revés? ¿No debería de ser enseñar y amonestar? ¿Enseñando a cada hombre y amonestando a cada hombre? Ciertamente, les enseñas primero, y si no reciben eso, entonces les amonestas en cuanto a lo que serán los resultados, ¿no es ese el orden normal? Así es como se me ocurrió, hasta que examiné más de cerca la palabra traducida amonestando. Encontré que es la palabra para “mente” además del verbo “poner”. “El poner en la mente” es la idea. Eso es, el llamar la atención a algo. Cuando ví eso, vi claramente que el orden aquí es extremadamente importante. Primero tienes que captar la atención de la persona, y entonces puedes decir lo que tienes que decir. Me pregunto si la razón por la cual tanta de nuestra enseñanza es débil y sin poder es porque tratamos de impartirla sin primero captar el interés de nuestros oyentes.
Hay una vieja y casi rancia historia sobre un hombre que quería entrenar a su mula. La primera cosa que hizo fue coger un palo grande y darle a la mula un retumbante golpe entre las orejas. Al tambalearse la mula, alguien le dijo: “¿Qué ocurre? ¿Por qué has hecho eso?”. Y el hombre dijo: “Para poder enseñar a una mula, tienes que captar su atención primero”. Quizás eso no sea cierto de las mulas, pero hay una gran verdad en ello en cuanto a los humanos. Esto es exactamente lo que el apóstol está diciendo aquí. El interés ha de ser despertado.
Mucho del problema de enseñar es que no nos tomamos el tiempo de hacer eso primero. No hay, por tanto, ninguna nota de realidad en ello. Hablamos sobre las Escrituras, pero en los oídos de nuestros oyentes, son algo bastante alejado de la vida. Hablamos de los cielos y el infierno, de la bondad y la verdad, y todo ello sueno irreal. No es de extrañar que la predicación haya sido descrita de esta manera:
Un hombre apacible está frente a una gente apacible y exhortándoles a ser más apacibles.
Un escritor reciente lo describió:
“El evangelio del amor es un volumen encuadernado en hojas de rosa e imprimido con zumo de melocotón por picos de colibríes en hojas de lirios”.
¡Qué fuerte! No es de extrañar que el mundo tenga este mensaje en desprecio. Sin embargo, es sumamente relevante para la vida. Está hablando sobre ti y sobre mí, y es lo que necesitamos oír. El Señor Jesús siempre captó la atención cuando enseñó. A menudo me río al leer los relatos de Sus enseñanzas. Está esa historia de cuando está predicando una gran lección de fe en Él como el Pan de vida. Evidentemente los apóstoles estaban entre la multitud, y podía verles bostezando e inquietos: “hemos oído esto mil veces antes”. No estaban prestando atención. ¿Qué hizo al final del mensaje? Les mandó al mar solos en la tormenta. Cuando los vientos estaban aullando y las olas estaban amenazando tragarse la barca, los discípulos estaban temiendo por sus vidas en medio de la tormenta. Entonces, mirando a través de la oscuridad vieron, para su susto y asombro, a su Señor caminando sobre las aguas. Al venir a ellos sobre el agua, ciertamente tuvo su atención. Cuando entró en la barca, una cosa que les dijo fue: “¡Hombre de poca fe!” (Mateo 14:31). Ahora comenzaron a escuchar, y nunca se olvidaron de esa lección.
Cuando el apóstol Pablo fue a Atenas a predicar a los sofisticados griegos, no se puso en pie en el Areópago y anunció, “Señoras y señores de Atenas, he venido a hablarles sobre la superioridad moral del cristianismo sobre el paganismo”. No, había estado caminando alrededor de la ciudad notando ciertas cosas primero, y cuando se puso en pie dijo: “Atenienses, en todo observo que sois muy religiosos, porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: “Al dios no conocido”. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerlo, es a quien yo os anuncio” (Hechos 17:23). Por tanto, tuvo su atención, “poniendo en mente” primero, no apuntando con el dedo. La clave a la verdadera enseñanza es despertar el interés, llamar la atención. Es el “amonestar a cada hombre” y luego “enseñar a cada hombre” en Cristo.
Ahora solo tengo un momento para extenderme sobre el tema de enseñar. Quiero decir tan solo una palabra ahora, y entonces concluiremos esto en nuestro mensaje final de esta serie. Alguien ha definido el predicar o enseñar como “el ministerio de consolar a los trastornados y trastornar a los cómodos”. Eso es exactamente lo que Pablo está diciendo, ¿no es así? Sólo que él lo pone en el orden correcto. “Trastornar a los cómodos”, primera advertencia, y entonces, enseñar. Esto necesita ser hecho una y otra vez. Es así como los santos se ponen en forma: se equipan. No vale de nada tener a gente que viene a la iglesia para oír la misma vieja cosa. Una de las debilidades de la iglesia americana es que solo nos gusta venir a oír lo que ya sabemos. Es porque nos encanta sentir: “Bueno, esto es para el fulano detrás de mí, o para la señora al otro lado de la iglesia, pero gracias a Dios que a mí no me alcanza. Puedo decir un robusto Amén”. Demasiados cristianos quieren venir a la iglesia solo para que puedan decir “Amén”. Pero eso no es lo que la verdad debería de producir en nosotros. La verdad debería de infiltrarse por debajo de los cuellos de nuestras camisas y en nuestros corazones y molestarnos grandemente a veces. Oh, es reconfortante a menudo, maravillosamente reconfortante. También es muy iluminadora, y podemos aprender bastante. Pero antes de que pueda ser reconfortante, incluso antes de que sea iluminadora, necesita ser perturbadora. Es ahí donde cada maestro de la verdad necesita poner una gran cantidad de énfasis.
Una vez que se obtiene atención, la tarea entonces es el enseñar la verdad. Es la verdad la que cambia y libera al hombre. Este enseñar la verdad es lo que Pedro llama: “apacentad a la grey que está entre vosotros” (1 Pedro 5:2). Requiere fidelidad al consejo completo de Dios, no el recurrir a pasatiempos teológicos. No es predicar continuamente sobre un solo tema, o escoger todos los versículos que tienen que ver con un tema, como el bautismo o el regreso del Señor, y siempre tocando la misma tema. Es el exponer la verdad completa de Dios. Es por eso que no hay nada mejor como medio de hacer esto que el mensaje expositivo. El método expositivo –predicar a lo largo de un libro, o la sección de un libro, sin saltarse nada, comentando sobre todo, hablando sobre todo– ese es el mejor método.
Las Escrituras están escritas de esa forma. Isaías dice que la revelación de Dios viene de esta manera: “La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras mandamiento, mandato tras mandato, renglón tras renglón, línea tras línea, un poquito aquí, un poquito allá... (Isaías 28:13). No encuentras en las Escrituras un capítulo sobre la justificación y otro sobre la santificación y otro sobre el bautismo, sino que todo está entretejido junto. Nunca puedes tomar una sección considerable de la palabra de Dios y comentar sobre ella sin presentar la verdad equilibradamente.
Es la verdad en balance lo que hace el truco de poner en forma a los santos. Solo la Palabra de Dios puede enseñar a un nuevo cristiano la diferencia entre un corazón fervoroso y dedicado que obra por el poder de la carne y parece tan espiritual, y ese compromiso silencioso de una vida llena del Espíritu que fielmente hace una cosa esté siendo observado o no. Solo la Palabra de Dios puede enseñarnos eso. ¡Pero, oh! Qué diferencia se ve en la iglesia cuando dejamos de ser descaradamente fervorosos y comenzamos a ser espiritualmente poderosos. Es el golpear del martillo de la Palabra lo que finalmente pulveriza la dureza granítica de nuestros corazones racionales e irrumpe haciéndonos conscientes de que Dios está intentando decir algo. Es la verdad, impulsada por un corazón hecho honesto en oración, que se derrite y suaviza y sana y, por tanto, causa que los individuos crezcan. Quiero que veáis una vivida ilustración de como de efectivo es esto, y entonces habremos terminado.
Mirad en Hechos 19; Pablo está describiendo su experiencia en la ciudad de Éfeso, la misma ciudad a la cual su carta es escrita. En el versículo 8 leemos:
Entrando Pablo en la sinagoga, habló con valentía por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Pero como algunos se rehusaban a creer y maldecían el Camino delante de la multitud, Pablo se apartó de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno. Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús. (Hechos 19:8-10)
Eso significa que Pablo enseñó a esta gente durante cinco horas al día, todos los días, durante dos años. Eso es un total de unas 25,000 horas de enseñanza. ¿Es de extrañar que este versículo concluya: “… de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús”? Eso es lo que se requiere para poner en forma a los santos para el trabajo del ministerio.
Oración:
Padre nuestro, gracias por esta palabra que apunta a nuestros corazones, especialmente a aquellos de nosotros que tienen la responsabilidad en enseñanza y liderazgo al resto de la iglesia. Te pedimos que podamos ser encontrados fieles administradores de los misterios de Dios, en el nombre de Cristo. Amén.