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El cristiano en el mundo

Perdona y vive

Autor: Ray C. Stedman


Hay una oración que es citada a menudo de un niño anónimo que oró: “Señor, haz a la gente mala buena y a la gente buena amable”. Creo que todos podemos sentir empatía con esa oración. Tan a menudo parece que el ser religioso tiene un efecto avinagrante. Todos conocemos a gente que son innegablemente “buenas” en el sentido de que son morales, honestas y honradas, pero que tan a menudo son fríos, rígidos y desagradables; no son amables en lo más mínimo. Estas son el tipo de personas que hicieron que ese niño orara de esa forma.

Si eres ese tipo de cristiano, entonces puedes estar seguro de que no has entrado al cristianismo del Nuevo Testamento. Tal experiencia indica una experiencia cristiana incompleta y, por lo tanto, una falsa. Indica que tales han aprendido a despojarse de ciertas cosas negativas, ciertas cosas malas, pero nunca se han vestido de la calidez y la gentileza y el amor de Jesucristo. No puedes leer la crónica de los evangelios sin notar que el Señor Jesús nunca era triste o amenazador. A la gente le encantaba estar con Él. Los niños pequeños corrían a Él y disfrutaban de Su compañía. Aunque a menudo sentía profundamente el dolor de otros y así entraba a las penas de los hombres de tal forma que era conocido como “varón de dolores, experimentado en sufrimiento” (Isaías 53:3b), sin embargo, continuamente manifestaba un espíritu de calidez y gentileza que atrajo a la gente tras de Sí. A menudo me he preguntado cuántos días de trabajo se perdieron durante los días del ministerio del Señor, ya que la gente dejaba sus trabajos y casas y lo que fuera que estuvieran haciendo, incluso a veces sin una preparación adecuada del almuerzo, para seguirle y oír las gentiles palabras que procedían de Sus labios.

Ahora, ese mismo carácter está reflejado en uno que aprende a vestirse de Cristo. Ser un cristiano marca una diferencia definitiva en tu vida. Debe hacerlo. Una verdadera conversión es inmediatamente evidente en el cambio de sus acciones. Este es probablemente el aspecto del cristianismo que es mejor conocido en el mundo. Saben que los cristianos no deben hacer ciertas cosas. Como leemos en este cuarto capítulo de Efesios, un cristiano no debe ya mentir o robar o tener un arranque de genio, una ira egoísta, o permitirse ningún tipo de conversación corrompida.

Pero el cristianismo no es solo dejar de hacer estas cosas. Ese es el error de tantos. Incluso los cristianos sienten que si dejan de hacer ciertas cosas que están prohibidas como malas por la Palabra de Dios, esto les marca como cristianos. No lo hace en lo más mínimo. Es de aquí que tanto cristianismo negativo ha surgido y por qué los cristianos son a menudo estigmatizados como estando en contra de todo. Todos conocemos los cinco tabúes que se espera que el cristiano evite: no debe fumar, no debe beber alcohol, no debe bailar, no debe apostar, y no debe ver películas malas. Pero es desafortunado si los cristianos son simplemente conocidos por ser negativos. El mundo ridiculiza eso y no está impresionado por ello. Me acuerdo de haber oído, siendo un cristiano joven, una cancioncilla en cuanto a los cristianos que son así. Dice:

¡Tranlará! ¡Tranlará!
Somos los chicos del Instituto.
No fumamos ni masticamos tabaco
Y no salimos con chicas que lo hacen.

Ese es el tipo de impresión que el mundo se lleva del cristianismo negativo, un tipo de piedad bobalicona que está completamente equivocada. El problema es que tales cristianos no han aprendido a ir más adelante y vestirse de Cristo. Como hemos estado viendo en Efesios 4, no sólo hemos de dejar de mentir, sino que debemos ser positivos y vestirnos de Cristo al decir la verdad en amor los unos con los otros. Esa es una cosa bastante diferente. Eso abre toda una nueva dimensión del vivir. No debemos solo refrenar nuestros genios egoístas, sino que debemos buscar la restauración de la relación con los que hemos ofendido o quienes nos han ofendido a nosotros. Ha de haber acción positiva. No has actuado como un cristiano hasta que no has buscado a aquel con el que tienes una dificultad y has hecho las paces, si puedes. No solo hemos de dejar de hablar de forma malvada, sino que hemos de buscar hablar de forma positiva, útil y gentil en todas las situaciones. No solo hemos de dejar de robar, sino que hemos de comenzar a dar. Es ahí donde el cristianismo comienza a mostrarse. Ahora va todavía más alllá que el cambio en las acciones. En el capítulo 4, versículo 30, el apóstol continúa mostrándonos que la presencia del Espíritu Santo en el cristiano no solo ha de cambiar sus acciones, sino sus actitudes también.

Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia. Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:30-32)

En esa frase inicial el apóstol Pablo apunta directamente al corazón de todo el asunto: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios”. La clave de todo el comportamiento humano descansa en la relación del hombre con Dios, no en su relación con sus semejantes. Ese es el efecto que viene después de la causa. La clave está en nuestra relación con el Dios en Cuya presencia debemos de vivir.

Todos nosotros, seamos cristianos o no, estamos diariamente involucrados en los problemas de las relaciones humanas. Tenemos dificultades llevándonos bien con la gente. Hay aquellos que nos irritan, aquellos que no podemos soportar, aquellos cuyas personalidades chocan con las nuestra. Hay aquellos que continuamente están saboteando nuestros planes por medio de sus acciones desconsideradas, y reaccionamos a ellos; todo el mundo lo hace. El mundo está pensando mucho hoy en día sobre cómo tratar con lo que los psicólogos llaman “las relaciones inter-personales”. Están intentando lo mejor que pueden, con toda la sabiduría que pueden encontrar, el conseguir que la gente se siente y hablen para aclarar problemas, intentar entenderse mutuamente, y así crear un espíritu de entendimiento y simpatía. Pero las Escrituras van más allá; siempre van al corazón del asunto.

El sitio para comenzar a resolver las relaciones humanas no es con otra gente sino con nuestra relación con Dios. Nuestra relación con nuestro hermano reflejará nuestra relación con nuestro Dios. Siempre lo hace. Siempre hay un problema vertical que debe ser tratado primero antes de que el problema horizontal sea solucionado. Así que comencemos con este problema vertical con Dios: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios”. Es ahí donde hemos de comenzar.

La palabra entristecer aquí es una palabra que está relacionada con el amor. Es imposible entristecer a alguien que no te quiere, ni puedes ser entristecido excepto por aquellos a quienes amas. Si alguien que no te quiere es ofendido por lo que haces, no está entristecido, sino enfadado, airado. La aflicción es siempre una indicación de la presencia del amor. Por lo tanto esta palabra revela que Dios nos quiere. El Espíritu Santo está en nosotros, como cristianos, para poder ayudarnos, para bendecirnos, para fortalecernos, para enseñarnos cómo vivir. Las actividades que le afligen, por lo tanto, son aquellas que nos lastiman y nos hacen daño y, por lo tanto, dañan Su amor. ¿Y por qué no hemos de entristecer al Espíritu Santo de Dios? El apóstol sugiere una razón muy significativa: Porque, dice, los cristianos son sellados por Él para el día de la redención. ¿Qué significa eso? Estas razones, después de todo, no están puestas aquí simplemente para llenar espacio. Cuando los escritores de las Escrituras añaden una frase como esa, tiene un significado profundo; tiene un significado real. Es un reto para nosotros, cuando leemos nuestras Biblias, que las analicemos e intentemos descubrir por qué dice tal cosa. “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.”

Un sello, como sabes, es un artilugio protector. Está diseñado para prevenir la pérdida o la invasión. Pasé parte de mi niñez en una pequeña ciudad a lo largo de la línea principal del Gran Ferrocarril del Norte en North Dakota. Era una de las líneas más transitadas de la nación; los trenes venían constantemente día y noche a lo largo de esas transitadas vías. Los niños a menudo jugábamos a lo largo de los carriles y descubrimos pronto que el ferrocarril empleaba sellos para sellar los vagones. Utilizaban largas tiras de aluminio con una bola al final y una hendidura en la bola. Cuando el final de la tira se metía por la puerta y entonces se amarraba a la hendidura en la bola, no había forma de sacarla de nuevo. El vagón estaba sellado durante la duración de su viaje. Estaba protegido del allanamiento por esa pequeña tira de aluminio que estaba diseñada para protegerlo hasta que llegará a su destino.

Ese es exactamente el pensamiento de esta frase aquí. El Espíritu Santo es dado a los cristianos para sellarlos, para garantizar que llegarán al destino de su viaje, que aquí es llamado “el día de la redención”, el día de la resurrección del cuerpo, el día de la terminación de la actividad de salvación de Dios para los seres humanos. Tienes esto resaltado muy claramente en el primer capítulo de esta carta, en el versículo 13. El apóstol dice ahí:

En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Efesios 1:13-14)

Aprendemos de esto que el Espíritu Santo ha sido dado a todo aquel que cree en Jesucristo. Esta es la marca del cristiano. Es por eso que está mal utilizar la palabra cristiano para alguien que no tiene el Espíritu Santo morando en él, o que no es poseído por el Espíritu. Como Pablo dice en Romanos 8: “Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). Puede que seas miembro de una iglesia, quizás hayas sido religioso toda tu vida, pero a menos que hayas creído en el Señor Jesús y hayas recibido el don del Espíritu Santo, no eres cristiano. Esto no es algo que sientes; es una tranquila mudanza del Espíritu Santo de Dios, que toma residencia dentro del creyente en el momento que confías tu fe y confías en Cristo. Si esto ha ocurrido, entonces eres un cristiano nacido de nuevo, y el Espíritu Santo ha comenzado Su residencia dentro de ti.

Ahora Pablo deja claro que lo ha hecho para poder llevarte al final de tu viaje, para llevarte al día de la redención. Nunca cesará Su obra. Como Pablo escribe a los filipenses: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). En la epístola a los hebreos se nos recuerda en un lenguaje muy claro y directo: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo: ‘No te desampararé ni te dejaré’ ” (Hebreos 13:5). El énfasis que el apóstol está haciendo aquí es que el Espíritu Santo, al tomar residencia dentro de nosotros, lo hace permanentemente. Por lo tanto, si le entristeces y le ofendes, aunque puedas normalmente pensar que te dejará, ha prometido que no lo hará. No te dejará, aunque le hagas daño, aunque le entristezcas, aunque le desobedezcas. Nunca te dejará; esa es la promesa. Pero entonces debes de vivir con el Espíritu entristecido.

¿Sabes cómo es eso? ¿Alguna vez has sentido lo que significa vivir con un Espíritu entristecido, el Espíritu Santo dentro de ti afligido? Bueno, déjame que te lo describa. Estoy seguro que lo reconocerás si has sentido esto, como cristiano: Hay, primero, un sentimiento de conflicto interior; se desarrolla una tensión, una inquietud. El Espíritu Santo está tirando de nosotros en una dirección, pero las ansias de la carne, los deseos de la vida del yo, están tirando en otra dirección. Acuérdate lo bellamente que se describe esto en Gálatas. Pablo dice ahí que hay una guerra civil que brama dentro de nosotros. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais” (Gálatas 5:17). Hay un gran sentimiento de confusión, de tensión, de inquietud. Si no se hace nada al respecto, si esto se continúa ignorando, ya no somos personas completas, estamos divididos en contra de nosotros mismos, estamos fragmentados.

Pronto comenzamos a sentirnos infelices, sin júbilo, pesados y apáticos. Es por esto que los cristianos a menudo se arrastran, forzándose a sí mismos a hacer cosas que saben que deberían hacer. Pero no deberíamos tener que hacer eso. El cristianismo no tiene la intención de ser un proceso de arrastrarnos a nosotros mismos, haciéndonos hacer algo que Dios quiere que hagamos, porque tenemos sentido del deber. El Espíritu de Dios está descrito en las Éscrituras como energía, energético. En la carta de Pablo a los colosenses, habla de su propio ministerio bellamente en cuanto a esto. Dice que está: “luchando según la fuerza de él [el Espíritu Santo], la cual actúa poderosamente en mí (Colosenses 1:29). Así que el Espíritu es una fuerza impulsora, y hay algo mal, ha ocurrido algo, si nos encontramos continuamente teniendo que forzarnos a nosotros mismos a hacer algo que sabemos que deberíamos hacer. No, el Espíritu de Dios está diseñado para ser una energía impulsora. Cuando estamos apáticos y tibios, es indicativo de que algo está mal; puede que estemos afligiendo al Espíritu de Dios.

Lo que es más, una vez que esta paz interior ha desaparecido, pronto descubrimos que estamos sitiados por miedos y ansiedades, preocupaciones, temores sin nombre. Hay cristianos, desafortunadamente, que viven durante años y años en esta relación. Están poseídos por el temor. Leed vuestras Biblias y veréis que una de las cosas que el cristiano no debe hacer es estar temeroso. Lo que el Señor Jesús repitió a Sus discípulos una y otra vez: “No temáis”. ¿Por qué? “Porque yo estoy con vosotros”, dijo. ¡No temáis! “No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no pueden matar” (Mateo 10:28a). “No estéis ansiosos”, dijo, no os preocupéis por las cosas. Cuando veáis cosas terribles ocurrir en la tierra, cuando las naciones comiencen a derribarse, cuando las guerras y los rumores de guerra se extiendan a través de la faz de la tierra y los corazones de los hombres se turben con temor, preocupándose al ver estas cosas que ocurren en la tierra, ¿qué le dice al cristiano? ¡No temáis! Levantad la cabeza y regocijaos.

Pues bien, para lo que nos pide que hagamos, espera energizarnos para llevarlo a cabo, y lo hará. Caminar en el Espíritu significa que podemos llevar a cabo estas demandas. Si no lo hacemos, si estamos experimentando ansiedad y temor y miedo, es un signo de que estamos entristeciendo al Espíritu Santo. “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18), Juan dice, y si hay temor en nuestros corazones es un signo de que algo ha interferido con el fluir del perfecto amor del Espíritu Santo dentro de nosotros. Es por eso que somos tan fríos y sin amor los unos con los otros, tan duros. Es una indicación de que algo está mal. El Espíritu es como un fuego, y el fuego es cálido y atractivo. El cristiano que está siempre frío y desagradable obviamente tiene algo interfiriendo con el fluir del amor del Espíritu en su vida. Ha entristecido al Espíritu Santo. Vayamos más allá: ¿Qué es lo que entristece al Espíritu Santo? Nos lo dice en el versículo 31:

Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia. (Efesios 4:31)

Ciertamente, las acciones equivocadas que ha descrito antes entristecen al Espíritu Santo, pero son relativamente fáciles de ubicar. Más sutiles, por lo tanto más mortíferas, son las actitudes equivocadas, las cosas que albergamos dentro de nosotros que no dejamos que otros vean. No podemos cubrir estas con una sonrisa feliz o temporalmente subyugarlas y mantenerlas escondidas por un esfuerzo de la voluntad; sin embargo, debajo de eso hay actitudes amargas y sentimientos llenos de ira, enfado, clamor, calumnia y malicia. Son estos que están entristeciendo al Espíritu Santo. Examínalas: Amargura, ¿qué es eso? Bueno, es una actitud dura, cínica y odiosa hacia otra persona. La palabra ira significa “rabia”, una pasión ardiente, mal genio, en otras palabras. El enfado es una palabra relacionada que significa un hervir interior resultando en un deseo de castigar a alguien, de golpear, de buscar venganza. La palabra para clamor aquí es una palabra que significa “el gritar, despotricar, chillarle a alguien”. La calumnia es una forma de hablar que es injuriante hacia otra persona, cotillear, extender rumores. La malicia es maldad, o sea, el deseo de herir a otra persona. ¡Qué lista tan terrible es esta! Sin embargo, estas son las cosas que el Espíritu Santo ve en nosotros. ¿Ves lo superficiales que muchos de nosotros somos al juzgar nuestras propias vidas? Pensamos que porque no causamos problemas y estamos dentro de los límites de la ley hemos complacido a Dios. Para nada. Al mirarnos el Espíritu Santo ve estas cosas que son ofensivas para Él, entristeciéndole. Las vemos y las justificamos. Pero seamos honestos y admitamos que están ahí, y que a menudo están ahí, en nuestra vida cristiana. Esto es lo que está produciendo debilidad en nuestro vivir cristiano, estas mismas cosas.

Puede que estén presentes en tu corazón ahora mismo. Quizás estés hirviendo con ira contra alguien ahora mismo; puede que estés furioso por alguna herida imaginaria o insulto que alguien te dijo esta misma mañana, tu marido o tu mujer, o alguna otra persona. Bueno, si es así, despójate de ello. Esa es la palabra del Señor. Despójate de esas cosas; deja de justificártelas a ti mismo; deja de decir que tienes el derecho a sentirte de esta forma; deja de defenderlas. Inmediatamente cuando hagas esto, un Espíritu que ya no está entristecido te descargará el amor de Cristo, la amabilidad de Dios, como el Señor Jesús mismo dijo: “porque él es benigno con los ingratos y malos”. Eso es el cristianismo; es compasivo, perdonándonos mutuamente, tal como Dios en Cristo nos perdonó a nosotros.

“Bueno”, alguien dice, “no sabes a lo que me estoy enfrentando. No sabes lo que mengano me ha hecho. Si tú estuvieras en mi lugar, no podrías perdonarle tampoco. No puedo perdonar; no me pidas que lo haga”. He tenido a cristianos diciéndome esto: “Es que no puedo perdonar a esta persona”. Bueno, en cierto sentido esto es cierto. No puedes, realmente no puedes perdonarles. ¿Por qué? Porque el perdón es el segundo paso, y no has dado el primer paso todavía. No puedes dar el segundo paso hasta que no hayas dado el primero, eso es cierto. El primer paso es despojarte de esta actitud errónea. Siempre hay dos problemas involucrados cuando un cristiano mantiene el resentimiento o siente rencor en contra de otra persona. Está la situación que causó el sentimiento; ese es un problema. Pero hay un problema más cercano, más inmediato, y es tu reacción a esto, tu actitud hacia él. Es ahí donde han de comenzar los cristianos. Esta es nuestra dificultad. Pero Dios dice: “No, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (Mateo 7:3-4, Lucas 6:41-42). Comienza contigo mismo primero. ¿Cuál es tu actitud hacia esta otra persona? Es ahí donde debes de comenzar.

Primero, despójate de la amargura y la ira y el enfado y el clamor y la calumnia y la malicia. Despójate de ellos. Es ahí donde se presenta la dificultad. Cuando llegamos a ese lugar descubrimos, a menudo, para nuestra propia sorpresa, que no queremos hacerlo. Queremos ser cortantes, queremos ser vengativos; lo disfrutamos. Queremos hacer que la gente se avergüence. Queremos que se arrodillen frente a nosotros y nos pidan perdón. Queremos venganza; eso es lo que deseamos. ¿Por qué? Porque si hablamos con ellos sobre ello, saldrá a la luz, y entonces las cosas se aclararán, y no queremos aclarar las cosas. Alguien siente nuestra frialdad, nuestra ira interior, nuestra actitud silenciosa y fría y dice: “¿Qué ocurre?”. Y mentimos y decimos: “Nada; no pasa nada”. “Oh, sé que ocurre algo o no actuarías de esta forma. ¿Qué ocurre?”. “¡Muy bien, nada!” Hasta que por fin se nos persuade a decir algo.

¿Por qué somos tan reacios? Porque lo disfrutamos. Eso es lo que revela la Palabra de Dios. Estas cosas son placenteras para nosotros, y es ahí donde está el problema. Si obedecieramos a Dios y nos despojaramos de estas cosas, entonces el Espíritu Santo que mora en nosotros, cuya tarea es darnos el carácter de Jesucristo que le hizo el hombre más atractivo del mundo, inmediatamente comenzará a descargarnos la compasión y la amabilidad de Cristo, y podremos perdonar como Dios en Cristo nos perdonó a nosotros. Esa es una regla de medida maravillosa, ¿no es así? Perdona, como Dios en Cristo te perdonó a ti. Eso descarta tales cosas como: “Bueno, le puedo perdonar, pero no me voy a olvidar de ello”. ¡Dios se olvidó! Elimina cosas como: “Le perdono, pero nunca más le voy a dirigir la palabra”. Dios te habla de nuevo, ¿no es cierto?

¿Cómo te perdonó Dios en Cristo? ¿Te has olvidado de eso? Para eso es para lo que la Cena del Señor está diseñada, para recordarnos cómo Dios en Cristo nos perdonó. Piensa sobre ello. Te perdonó porque te arrepentiste, ¿no es cierto? Te perdonó antes de que hubiera ningún signo de volverte de tu parte. Descubriste eso en el momento en que comenzaste a responderle. Su perdón ya estaba ahí. Puedes ver esto muy bellamente en la parábola del hijo pródigo. Ese corazón de padre estaba añorando a aquel que le había ofendido, el hijo. Le había estado buscando, observando a ver si había el más mínimo signo de arrepentimiento, para que el corazón de perdón de padre pudiera ser abierto a ese chico; en el momento en que le vio a lo lejos, corrió y le puso los brazos alrededor del cuello y le mostró su perdón.

No solo Dios nos perdonó antes de que nos arrepintiéramos, sino que nos perdonó a pesar del daño a Sí mismo. Este es nuestro problema. Decimos: “Sé que debería de perdonar, pero él no sabe cómo me ha dañado, y no puedo perdonar ese daño”. Bueno, Dios lo hizo. No hay ningún deseo de venganza de Su parte. No intenta devolvernos lo que hemos hecho. Lo perdona; lo borra. Nos perdonó completamente, ¿no es así? ¿No es maravilloso que Dios nunca lleve cuenta de nuestros pecados? No está siempre sacándolos a relucir y echándonoslos en cara. Puede que nunca nos olvidemos de ellos, y eso está bastante bien. Pablo nunca se olvidó de que había sido un perseguidor de la iglesia. Pero Dios, sí. Pues bien, esa es la palabra para nosotros. Es ahí donde el cristianismo comienza a manifestarse: “Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

Vamos a venir a la Cena del Señor, y esta cena nos habla en términos muy elocuentes de cómo somos perdonados en Cristo. Cantamos hace un rato de la maravilla de que alguna vez fuéramos perdonados:

Maravilloso es el gran amor
que Cristo el Salvador derramó en mí;
Siendo rebelde y pecador,
yo de Su muerte causa fui.
¡Grande, sublime, inmensurable amor!
por mí murió el Salvador.
¡Oh, maravilla de Su amor,
por mí murió el Salvador!

Quizás haya alguien que está incluso ahora albergando actitudes de falta de perdón hacia alguna otra persona. La Palabra de Dios dice que si vienes al altar para hacer una ofrenda y ahí te acuerdas que tienes algo en contra de tu hermano, deja tu ofrenda en el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano. Entonces ven y haz tu ofrenda. Puede que no puedas hacer eso físicamente en este momento, pero si hay algo en tu corazón en contra de otro puedes ir en espíritu. Puedes despojarte de ello, puedes perdonarle, y entonces venir y hacer tu ofrenda de alabanza y acción de gracias a Dios.

Oración:

Querido Padre, perdónanos nuestras transgresiones, como nosotros perdonamos a aquellos que han pecado en contra de nosotros, en el nombre de Jesús. Amén.