Large Ancient Amphitheater at Ephesis
El cristiano en el mundo

La vida enfocada

Autor: Ray C. Stedman


Hace una s

rie de años en la Universidad de Stanford, Arnold Toynbee, el historiador prominente, dijo que la mayoría de la gente hoy ha rechazado el cristianismo basándose en una caricatura. ¿Qué quiso decir? Quiso decir que la mayoría de la gente nunca ha visto la cosa real. Nunca han visto el cristianismo real. Lo que han visto era una imagen borrosa, distorsionada y retorcida del cristianismo, y se apartaron decepcionados e indiferentes a las declaraciones de Cristo. Bueno, ¿qué estaban buscando? Quizás más de lo que nosotros que nos declaramos cristianos nos damos cuenta, los hombres y las mujeres en el mundo hoy esperan ver en los cristianos algún parecido a Cristo. Si escuchas atentamente a los movimientos de protesta que son tan vociferantes hoy, y que han captado la atención de la prensa y la nación, verás que el corazón de su queja es que no ven en los cristianos, y la iglesia, el parecido a Cristo que esperaban. Por eso se apartan tan decepcionados, a menudo amargados en su contrariedad.

Bueno, la culpa, por supuesto, es de la iglesia. Sé lo fácil que es para nosotros leer los periódicos hoy y, viendo la ola de inquietud extendiéndose, los disturbios y la anarquía en nuestros días, apuntar con el dedo con fariseísmo y decir “¡que vergüenza!” y condenarlo como una cosa terrible. Sin embargo, estoy cada vez más convencido de que el dedo acusador, si debe ser apuntado a algún sitio, debería ser apuntado a la iglesia. Es la iglesia la que tiene la culpa, no los rebeldes, no el mundo en sus caminos malvados. Ya que la imagen de Cristo en los cristianos ha sido totalmente desdibujada. Ese es el problema esencial. Es como una imagen que no está enfocada, donde todo está borroso, sin definición, nublado.

Afortunadamente, ese no es siempre el caso. Uno de los aspectos alentadores de nuestro tiempo es el grado en que los cristianos están recuperando la imagen de Cristo. Su imagen se está enfocando de nuevo para que el mundo la vea. Los hombres y las mujeres en todas partes están derribando sus fachadas religiosas, sus poses pretensiosas, sus imágenes santurronas de sí mismos, y se están volviendo gente real de nuevo, y, por medio de ellos, el amor de Cristo está comenzando a mostrarse. Jesús dijo: “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Un Cristo que ha tocado la vida de un hombre y le ha crucificado, siempre atraerá a los hombres a Sí mismo.

Es esto lo que estos estudios en Efesios 4 nos han estado diciendo. Aquí en este capítulo, entre muchos otros sitios en la Palabra de Dios, se nos presenta el secreto de vivir enfocados. ¿Cómo se hace eso? ¿Cómo puede vivir una persona en un mundo confundido, desconcertado, y patéticamente cegado, donde las falsas ideas y las falsas filosofías son proclamadas extensamente en todas partes, y todavía estar en contacto y vivir enfocados? El apóstol nos dice en Efesios 4 que es por un caminar repetitivo de dos pasos: el cumplir el proceso de despojarse de la vieja vida y vestirse de la nueva continuamente. Eso es posible para un cristiano porque ha recibido la nueva vida. “El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12). No vale la pena intentar vivir a este nivel si no has comenzado con Jesucristo, si no le has recibido. Pero si le has invitado a tu vida y corazón, y Él mora ahí, como prometió que haría, entonces puedes vivir una nueva vida, y ese es el modo de vivir que capta la atención de la gente. Despójate de lo viejo; vístete de lo nuevo.

Despójate de las ansias engañosas de la vieja vida que todavía se presentan con todo su poder atractivo. Despójate de ellas al tomar una decisión deliberada de la voluntad. Reconoce con Dios la vieja vida y entonces vístete de las cualidades de autoentrega de la nueva vida en Jesucristo, por un acto y una decisión deliberada de la voluntad. Están disponibles para ti en Él.

La clave de esto es enfrentarte con el hecho de que nunca puedes ser mitad y mitad al mismo tiempo. Ese es todo el asunto. Nunca puedes despojarte del viejo hombre en un momento dado. Debes rechazarlo totalmente; entonces puedes vestirte del nuevo. Pablo dice esto también en ese maravilloso capítulo 13 de Romanos donde está tratando con el nivel práctico del vivir cristiano. Dice ahí: “Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne” (Romanos 13:14). Si honestamente te despojas de lo viejo, entonces verdaderamente puedes vestirte de lo nuevo, pero no puedes hacer lo segundo hasta que no hayas hecho lo primero. Al encontrarnos aferrándonos a parte de la vieja vida, quedándonos con áreas de ella que particularmente disfrutamos, queriendo defender estas y excusarlas, consecuentemente no podremos vestirnos de lo nuevo. Si honestamente nos despojamos de lo viejo, podemos vestirnos de lo nuevo; pero no podemos desechar sólo las acciones exteriores de lo viejo mientras que nuestros corazones permanecen iguales. Si lo hacemos, descubriremos que somos incapaces de vestirnos del amor, la compasión, o el gozo de Jesucristo, pero intentaremos imitarlo, y cuando lo hacemos nos convertimos en una persona falsa, y nuestra falsedad es evidente a todo el mundo menos a nosotros.

Ahora Pablo da cuatros ejemplos prácticos de las áreas de la vida donde este proceso debe de aplicarse. Como vimos previamente, habla sobre mentir, el mal genio, robar, y la conversación malvada. Ya hemos examinado atentamente los dos primeros de estos. Vimos que, como cristianos, debemos tomarnos estas cosas muy seriamente. Esto no es simplemente un buen consejo; es básico para nuestro vivir como cristianos: ¡despojaos de estas cosas! Nunca debemos permitirnos el lujo de continuar en ninguna de ellas. Estas son elementales. El cambio fundamental que el cristianismo hará en ti debería de ser evidente al menos en estas áreas: el mentir, el mal genio, robar y el hablar de forma malvada. Está tratando con las cosas elementales, no el vivir cristiano avanzado. Debemos comenzar aquí.

Estas incluyen todas las sutiles variaciones de estas cosas. Como ya hemos visto en el asunto de mentir, incluye lo que se llaman las “mentiras piadosas”, y en el asunto del mal genio, tales cosas como ponerse de morros, los resentimientos y tener rencor. Todas estas deben ser desechadas, y debemos hacerlo temprano en nuestra experiencia cristiana.

Necesitamos que nos recuerden de vez en cuando que hay algo malo en los cristianos que pueden decir: “Bueno, sé que tengo mal genio; lo he tenido durante años, pero simplemente tendrás que ser condescendiente con ello”. Eso demuestra que tal persona no quiere tratar su problema. Hay algo equivocado en su pensar; se está engañando a sí mismo. Realmente quiere quedarse con su mal genio; no quiere deshacerse de él. Ese es el problema, y por eso sigue igual año tras año. No, el apóstol dice, debemos lidiar con ellos, debemos despojarnos de estas cosas y vestirnos de lo nuevo. Tardamos un tiempo en cambiar nuestro pensar, pero debemos comenzar a cambiar nuestro pensamiento y nuestras actitudes. No podemos permitir que continúen año tras año. Ahora nos encontramos con las últimas dos de estas áreas prácticas.

El que robaba, no robe más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4:28-29)

Aquí hay una demanda categórica de que el cristiano cese de robar, y eso significa el robo de todo tipo. Esta no es una palabra dirigida sólo al ladrón profesional, sino que incluye tambien a todos los aficionados, y cubre todas las formas amateurs de robar, sin importar lo sofisticadas que sean. Incluye el robar en las tiendas, el evitar pagar los impuestos, el manipular los libros de cuentas, el tomar prestado sin devolver, obtener dinero de forma fraudulenta, anuncios falsos, estrategias taimadas para promocionarse, y cualquier otra cosa que pueda ser una forma de privar a alguien de su propiedad sin darles verdadero valor en pago. “El que robaba, no robe más”. ¡Deja de hacerlo! ¿Por qué? Porque, como nos dice este pasaje completo, esta es una expresión de esta vida vieja, egocéntrica, caída, de Adán, que parece ofrecer mucho inmediatamente. Esa es la motivación que lleva a la persona a robar. Quiere algo ahora, y robar parece el camino corto a conseguirlo, pero es un ansia engañosa. Te miente. Conseguirás lo que quieres, la meta inmediata, pero junto con ello también conseguirás lo que esta vieja vida siempre te da: producirá tensión, discordancia, angustia, frustración, derrota y muerte. No hay forma de evitarlo. Pero todo esto ha sido juzgado en la cruz de Jesucristo. Cuando el Señor Jesús colgaba del madero, las Escrituras nos dicen: “por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21). Se convirtió en un ladrón, se convirtió en un asesino, se convirtió en un mentiroso, un borracho. Oh, no hizo estas cosas Él mismo, pero las asumió; se convirtió, fue hecho, pecado. Él, que no hizo ninguna de estas cosas, Él mismo tomo nuestro lugar; ese es el significado completo de la cruz. Y cuando fue hecho lo que somos nosotros, Dios lo condenó a muerte, porque eso es lo que se merece la vieja vida. No hay nada bueno en ella; nada bueno puede proceder de ella, porque es carne egocéntrica. Eso es lo que robar siempre manifiesta: una total falta de preocupación por otra persona y un deseo totalmente egocéntrico de satisfacer tus propias necesidades y deseos. Eso es robar; por lo tanto, no ha de ser parte de la vida cristiana, porque eso ha sido juzgado y debe ser desechado.

No seas engañado por toda el discurso moderno sobre la relatividad de la moral. Hay muchos que nos dirían que robar está bien si es por una buena causa. Desafortunadamente, ha habido miles de cristianos que han caído en esa trampa y sintieron que si la causa era lo bastante buena, bastante verdadera, bastante santa, que cualquier medio estaba justificado para cumplirla. Es un tipo de filosofía a lo Robin Hood, de robarles a los ricos para poder dar a los pobres. Quizás peor sea el concepto de que no está mal robar, sólo está mal ser pillado. Hay bastante de eso en todas partes hoy en día. Pero todo esto apunta a la diferencia entre lo que podemos llamar la conciencia de la conveniencia en comparación con la conciencia de la convicción. La conciencia de la conveniencia es esa conciencia que es guiada o limitada solo por pensar si uno puede salirse con la suya. Eso, en gran parte, es la conciencia por la cual el mundo vive. Estás trabajando en una oficina y tienes acceso a un cajón lleno de sellos. Al estar trabajando ahí descubres que es posible escribir cartas personales y utilizar algunos de los sellos de la oficina. Dices que todo el mundo en la oficina lo hace; lo justificas de esa forma. Ahora bien, imagínate que uno de tus compañeros viene y te dice: “Mira, he pensado en una estrategia mediante la cual podemos malversar 10,000$ de esta oficina. Me gustaría que te unieras a mí en esto”. Dices: “¿Qué quieres decir? ¿Te crees que soy un ladrón? ¡Yo solo robo sellos!”. Pero no hay ninguna diferencia perceptible entre robar sellos y 10,000$. Esa es la conciencia de la conveniencia.

Puedes producir ese mismo tipo de conciencia en un animal. Puedes entrenar a un perro a correr por las mañanas y a traerte el periódico del porche de la casa. Puedes enseñarle como ponérselo en la boca y puedes trabajar con él durante un tiempo, dándole un caramelo cada vez que lo hace. Después de algún tiempo el perro comienza a entender, y sabe que traerte el periódico del porche es “caramelo” y que lo conseguirá cada vez. Pero entonces comienza a entusiasmarse demasiado y comienza a traerte los periódicos de los vecinos. Cuando descubres esto le das una bofetada. Esto le confunde durante un tiempo, pero, si sigue, entenderá que conseguirá el caramelo solo cuando te trae tu periódico, pero que conseguirá una bofetada si trae los periódicos de los vecinos. Pues bien, eso es una conciencia de conveniencia. Meramente reacciona a las realidades de la situación. Si cambias las circunstancias puedes cambiar los hábitos del perro, y finalmente puedes hacerle hacer justo lo contrario. Ese es el nivel en el cual la mayoría de la gente parece vivir hoy.

Pero una conciencia de convicción es una conciencia que es producida en el corazón cristiano de que está básicamente mal privar a otra persona de su propiedad de ninguna forma excepto lo que los abogados llaman “el debido proceso legal”. ¿Por qué? Porque hiere a la otra persona. Surge de la vieja vida que no se preocupa de ninguna otra persona más que sí mismo. Pero déjame resaltar algo. El mundo no está impresionado por los cristianos que simplemente dejan de robar, ya que, en ese momento, es muy difícil distinguir entre una conciencia de convicción y una conciencia de conveniencia. Incluso los mundanos dejaran de robar si la inconveniencia de meterse en problemas es bastante clara, y sin embargo puede que sólo estén operando desde una conciencia de conveniencia como hacen muchos cristianos también. Así que, meramente el dejar de robar no es particularmente llamativo. Muchos cristianos se detienen aquí en su experiencia cristiana y esperan que el mundo esté maravillado, que esté impresionado con este hecho. Somos honestos. No robamos. No privamos a otros de su propiedad. Hay muchos cristianos que solo han llegado a esta etapa. Son honestos, no roban, pero nadie está impresionado. ¿Por qué? Bueno, porque esa es solo la mitad del proceso de vivir como un cristiano. Eso es despojarse de lo viejo; pero continúa: vístete de Cristo.

¿Qué dice el resto del versículo? “… sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad”. Ahora, eso significa vestirse de Cristo. Eso es lo que es impresionante. No es la virtud negativa de ser honesto, sino la positiva de ser generoso, de volcarse con otros que están en necesidad, de ayudar a aquellos a tu alrededor con una preocupación positiva y compasión; es entonces que la vida comienza a estar enfocada. Cuando la imagen de Cristo ya no está borrosa, el corazón da gozosa, generosa y graciosamente. Es por eso que Pablo escribe a los corintios: “Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7b). No hay ningún júbilo como el júbilo de dar, ya que manifiesta un corazón que está preocupado con las necesidades de otros. Y eso es un cristianismo positivo. Despojaos de lo viejo, sí, pero vestíos de lo nuevo; vestíos de Cristo. Ahora la cuarta área de la que habla es la conversación malvada.

Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4:29)

Literalmente, en griego, es: “no permitas que ninguna palabra podrida salga de vuestras bocas”. Eso cubre toda la gama de conversación malvada, desde la obscenidad a la inmundicia, rumores frívolos y cotilleos. Palabras podridas, palabras que están corruptas, que apestan, que se han podrido. Hoy nos estamos enfrentando a una marea creciente de pornografía y lascivia en tanto la literatura como la conversación. La tendencia del mundo hoy es a deshacerse de todos los límites, todas las restricciones, como si estas estuvieran creando esclavitud. Algunos están tan cegados, tan engañados, que piensan que la libertad de decir cosas feas, sucias y podridas es un signo, una manifestación de la verdadera libertad. Pero a la luz de las Escrituras (la verdad tal como es en Jesús), ves cuán ingenuo, cuán equivocado es eso. No es una manifestación de libertad en lo más mínimo. Es una manifestación de esclavitud total, de estar atado, de estar sujeto con la atadura de algo que destruye y engaña.

Por lo tanto, los cristianos han de dar de lado esto. Esto es parte de la vieja vida. No puedes vestirte de Cristo y permitirte esta conversación libre, conversación sucia, palabras podridas, conversación corrupta, sea en obscenidad, vulgaridad, o en la ociosidad y el cotilleo. Pablo volverá a este tema más tarde, y lo examinaremos más plenamente entonces, pero, en el capítulo 5, versículo 4, define esto un poco más completamente.

Tampoco digáis palabras deshonestas, ni necedades, ni groserías que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Sabéis esto, que ningún fornicario o inmundo o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. (Efesios 5:4-5)

No hay ninguna opción para el cristiano sobre esto; la conversación malvada debe de ser desechada. Hace años, le ocurrió a un amigo mío, que tenía en propiedad su propia imprenta, que un extraño entró en su oficina, le dio una tarjeta y le pidió que la reprodujera. Cuando mi amigo leyó la tarjeta vio que era una de esas cosas obscenas e indecentes que están en tan amplia circulación hoy. Se la devolvió al hombre y le dijo: “Yo no imprimo este tipo de cosas”. El hombre le miró y le dijo: “¡Vamos, hombre! No sea así. Sabe que le gustan este tipo de cosas”. Y mi amigo le miró directamente a los ojos y le dijo: “Tiene razón, hay algo en mí que se inflama cuando veo algo como esto. Estoy tentado a mirarlo y leerlo. Hay una parte de mi vieja vida que responde a esto, pero no tengo la intención de alimentarlo”.

Ahora, eso es despojarse de lo viejo, despojarse de la vida de la carne. Cuando te niegas a leer un libro erótico, o te niegas a escuchar un cotilleo o un rumor, eso es despojarse de la vieja vida. “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca.” Pero de nuevo, eso no es suficiente. Si eso es todo lo que puedes decir, que no haces estas cosas, todavía no estás viviendo la experiencia cristiana completa, plena. ¡Vestíos! Vestíos de Cristo: “sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Ese es siempre el verdadero signo del cristianismo. Es una preocupación por tu influencia sobre otros. Di algo positivo; di algo que encaje con la situación; di algo útil. El asunto completo depende de la calidad de tu influencia. ¿Qué les estás haciendo a otros por lo que dices? Esa es la pregunta. ¿Son tus palabras como dardos que encienden fuegos en los corazones de otros, que arden y queman e inflaman sus pasiones y cuando les has dejado tienen que luchar para apagar las llamas que han sido despertadas, encendidas por tus palabras? ¿O son tus palabras limpias e íntegras, útiles y fieles, edificando y animando a la gente? Las palabras más aleccionadoras que Jesús jamás pronunció tenían que ver con este asunto de la influencia sobre otros. Santiago también habla sobre esto. La lengua, dice, es un fuego que enciende un bosque (Santiago 3:5-6). Si cualquier hombre puede controlar la lengua, puede manejar el resto de su vida sin dificultad. Esta es la prueba. El Señor Jesús le dijo a Sus discípulos: “A cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiera en lo profundo del mar” (Mateo 18:6, Marcos 9:42, Lucas 17:2). Piensa sobre eso. Es mejor que te ahogen que dejar que tu lengua sea una ofensa o una causa de ofensa a otra persona.

Sin embargo, ¡cómo nos aferramos los cristianos a las formas de hablar desconsideradas! Fallamos en acordarnos de la influencia que podemos tener sobre otra persona. Uno de los serios problemas que hemos tenido en nuestros grupos de discusión bíblica en casas han sido los cristianos que insisten en hablar sobre cosas que son una ofensa a aquellos que no son cristianos que puedan estar presentes. Pero los cristianos insisten en hacer esto, como si tuvieran algún derecho a ello, y se ofenden si se les pide que dejen de hacerlo.

Esta última semana el Dr. Dick Halverson me contó de un incidente que ocurrió durante la Semana de Liderazgo. Estaba en una de las reuniones en casas y estaba tan cautivado con lo que se estaba diciendo que se encontró diciendo en una voz más bien suave pero lo bastante alto como para que otros a su alrededor pudieran oírlo: “Amén. Amén”. La siguiente mañana un hombre vino a él y, muy gentilmente, en un intento obvio de no ser insolente, le llevó a un lado y le dijo: “Dr. Halverson, anoche usted estaba diciendo Amén en la reunión, ¿Alguna vez pensó que algunas de las personas que no eran cristianas a su alrededor quizás se ofendieron por eso, que ese tipo de lenguaje era tan totalmente extraño para ellos, que lo podrían haber malentendido? Que hubieran pensado que estaban con un montón de fanáticos religiosos y lo hubieran malentendido”. Y el Dr. Halverson me dijo: “Agradecí que ese hombre viniera a mí de esa forma. Era cierto. Estaba entusiasmado y no pensé. Estoy tan agradecido que este hombre se tomara el tiempo y el esfuerzo de decirme eso, y estoy especialmente agradecido por el espíritu en el cual me lo dijo”. Esto es todo parte del proceso del vivir cristiano en el mundo hoy. Esto es lo que el mundo espera ver: cristianos que están preocupados por cómo otros reaccionan a lo que dicen, y la forma en la que actúan.

Oí la historia de un hombre, quien, un día, visitó ambos el cielo y el infierno. Fue al infierno primero, y allí vio a gente que estaba muerta de hambre y desgraciada y miserable, en una condición terrible. Notó que el problema era que todo el mundo en el infierno tenía los brazos rígidos. No podían servir sus propias necesidades, no se podían limpiar ni darse de comer, no podían hacer nada, así que eran desgraciados. Era deprimente para él, y estaba encantado de tener la oportunidad de visitar el cielo. Allí encontró a gente que estaba bien alimentada, acicalada, feliz y disfrutando. Era justo lo que el cielo debería de ser. Pero notó algo extraordinario. Ellos también estaban sufriendo del mismo problema. Todos tenían los brazos rígidos y no podían atender sus propias necesidades. La diferencia era que, en el cielo, se estaban alimentando mutuamente.

Oración:

Padre nuestro, te pedimos que nos hagas conscientes del mundo en el cual vivimos y del Cristo que mora en nosotros y que en términos prácticos y existenciales podamos despojarnos de lo viejo y vestirnos de lo nuevo. Ayúdanos a llamar la atención de la gente, no con teatro, no por una actitud falsa, ni con una fachada de doctrina ortodoxa, sino con una vida genuina y auténticamente cristiana. Lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.