En la epístola a los efesios todavía estamos trabajando juntos hoy con la gran declaración en el capítulo 1, en la cual Pablo está presentando para nosotros los grandes y fundamentales hechos de nuestra fe en Jesucristo. Esta carta a los efesios es realmente nada más que una descripción de las riquezas que tenemos en Jesucristo. El apóstol Pablo enfatizó estas riquezas muchísimo. Al viajar a través del imperio romano llegó a colonias y a ciudades donde la gente estaba espiritualmente y materialmente empobrecida; era gente en la miseria. Muchos de ellos eran esclavos. No tenían ningunos de los bienes de este mundo. Estaban deprimidos, desanimados, llenos de miedos y ansiedades, envidias y hostilidades. Estaban bajo el control de la superstición y llenos de temores del futuro. No tenían ninguna esperanza de la vida más allá de la muerte. Y era el gran júbilo del apóstol el enseñarles las riquezas disponibles en Jesucristo, riquezas las cuales, si eran aceptadas como hechos, les libertarían, les transformarían y les volverían gente totalmente distinta; les traerían un sentido de júbilo y amor y fe y esperanza radiante. Eso ocurrió una y otra vez. Así que el apóstol se glorió en estas grandes riquezas en Jesucristo.
La epístola a los efesios debería de ser un cofre del tesoro al que vamos repetidamente en cualquier momento en que nos sentimos desanimados.
Me acuerdo de haber leído hace años sobre un indio navajo que se había vuelto rico porque se había encontrado petróleo en su propiedad. Tomó todo el dinero y lo puso en el banco. Su banquero se familiarizó con las costumbres de este viejo caballero. De vez en cuando el indio se presentaba en el banco y le decía al banquero: “Hierba desaparecida, ovejas todas enfermas, pozas secas”. El banquero no le decía ni una palabra; sabía lo que se necesitaba hacer. Traía al hombre al interior del banco y le sentaba en la caja fuerte. Le traía varias bolsas de dólares de plata y le decía: “Estos son de usted”. El hombre viejo pasaría como una hora ahí dentro mirando su dinero, haciendo torres con los dólares y contándolos. Entonces saldría y diría: “Hierba toda verde, ovejas sanas, pozas llenas”. Simplemente estaba revisando sus recursos; eso es todo. Es ahí donde se encuentra el ánimo, cuando examinas los recursos que son tuyos, las riquezas, los hechos que sustentan tu fe. Al leer esta carta a los efesios, espero que la leas de esa forma. La semana pasada examinamos la declaración de sumario con la cual Pablo reúne los grandes temas de esta carta:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. (Efesios 1:3)
Luego hicimos una breve reseña de la lista de estas grandes bendiciones espirituales que siguen. Vamos a pasar más tiempo con eso en los siguientes domingos. Si quieres mantener en mente la estructura de este capítulo, acuérdate que tenemos esta declaración del sumario, luego la más detallada descripción de las bendiciones, en los versículos 4 a 14, y entonces, comenzando con el versículo 15, la gran oración de Pablo para que aquellos que le escuchaban entendieran de qué se trata todo esto.
Hay una estructura inusual en este pasaje a la cual me gustaría llamarte la atención. Desde el versículo 3 al versículo 14 en el texto griego (no en inglés o español) tienes una oración completa e ininterrumpida llena de muchas frases adjetivas traídas para amplificar y enriquecerla. Si quieres conseguir el efecto de ello, toma una profunda respiración y trata de leerla de una vez en una sola exhalación. Verás cuanto ha metido Pablo en esa gran frase. Es casi como si estuviera dando un paseo por una habitación llena de tesoro, como aquellas de los faraones de Egipto, describiendo lo que ve. Comienza con el hecho más inmediato y evidente, y nos dice lo que es. Luego ve otra cosa y la añade. Y gloria tras gloria se iluminan unas a otras hasta que tenga una frase tremendamente complicada que incluye vastas y casi indescriptibles riquezas.
Esta es la forma que tiene Pablo de enseñarnos cómo la verdad está interconectada, cómo nunca puedes exponer algunos de estos grandes temas sin que lleven a otros, y pronto te encuentras inmerso en aun más. Es así como es la verdad, ¿no es cierto? La verdad en la naturaleza también es así. No puedes estudiar un tema en la naturaleza sin mencionar otros tantos grandes temas. Esta es la forma en la que Dios construye la verdad. Hay una división un tanto simplificadora de este pasaje, sin embargo, como está presente siempre que el apóstol declara algo como esto. Eso es, estas bendiciones reúnen a Su alrededor a las Personas de la Trinidad. Están la obra del Padre, la obra del Hijo y la obra del Espíritu Santo. En los versículos 3 a 6 tienes la obra del Padre:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. (Efesios 1:3-6)
Luego en los versículos 7 a 12, tienes aquello que se relaciona con el Hijo:
En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia. Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (Efesios 1:7-12)
¡Qué rico es ese lenguaje en cuanto al Hijo, nuestra relación con Él, y nuestra presente experiencia! Finalmente, en los versículos 13 a 14, tienes la obra del Espíritu Santo:
En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Efesios 1:13-14)
Acuérdate que estas están disponibles para nosotros en el ámbito que Pablo llama “en los lugares celestiales”. Como vimos la semana pasada, eso no es el cielo; no significa ir al cielo cuando te mueras. ¡Tenemos unos conceptos tan distorsionados del cielo! Te confieso que el cielo, tal y como la mayoría de la gente lo imagina, no es un sitio atractivo para mí: nubes húmedas y lluviosas, arpas desafinadas, togas blancas, y todo eso. Un buen viajero podría hacer que el Oeste de Texas fuera preferible al cielo. Y sin embargo la mayoría de la gente piensa que esto es de lo que está hablando Pablo aquí cuando habla de los lugares celestiales.
No, “en los lugares celestiales” es una referencia a las realidades invisibles de la vida ahora. Se extiende a la eternidad, sí, pero es algo para ser experimentado ahora, en la vida interior. Es de eso de lo que está hablando: tu vida en cuanto a tus pensamientos, tus actitudes; la vida interior donde vives, donde sientes el conflicto y la presión, la lucha y el desastre; esto es parte de los lugares celestiales. Es donde estamos expuestos al ataque de los principados y potestades que son mencionados en el capítulo 6, esos oscuros espíritus en las alturas que nos pillan, que nos deprimen, nos asustan y nos dan ansiedad, o nos hacen hostiles o nos enfadan. Los lugares celestiales son el ámbito de conflicto, pero también el ámbito donde Dios puede liberarnos y rescatarnos, donde el Espíritu de Dios nos alcanza en el centro de nuestro intelecto y nuestras emociones y nuestra voluntad. Es el ámbito de esos deseos profundos, deseos explosivos, que surgen dentro de nosotros y crean o un sentimiento de inquietud o una sensación de paz, dependiendo de la fuente de la cual vienen. Así que no leas esto como si fuera algo en algún lugar del espacio. Esas bendiciones son tuyas en tu experiencia interior, ahora, si estás en Jesucristo.
Obviamente, todo esto, como vimos la semana pasada, nos viene todo incluido “en Cristo”. Si no eres cristiano, no es posible que puedas reclamar estos beneficios. No son tuyos; no te pertenecen. No los puedes comprar, no los puedes descubrir, no puedes inscribirte para un curso sobre ellos en la universidad. No puedes mandar diez dólares por correo y recibir un folleto que te llevará a ellos. No hay ninguna manera en la que puedas apropiártelos a menos que estés en Cristo. Pero, si estás “en Cristo”, no hay nada que pueda impedirte de tenerlos todos, cada momento de cada día. Es por eso que es tan importante descubrir lo que son.
Verás, estos son mucho más que una mera ambigüedad doctrinal, meras ideas teológicas. Son hechos, verdades fundamentales que nos sostienen en cada momento de nuestra vida. Y, a menos que entiendas esos hechos, no puedes utilizarlos, no te puedes beneficiar de ellos. De esa manera son como las leyes naturales. Las leyes de la naturaleza operan sin importar cómo nos sintamos; son impersonales a ese respecto.
He estado haciendo un poco de obra eléctrica en una ampliación de mi hogar, y he descubierto que la electricidad sigue un patrón propio y no se fija para nada en cómo me siento en el momento. ¡Esa puede ser una experiencia impactante! No está impresionada en el menor grado por mi posición como pastor de la Peninsula Bible Church. No duda en contratacar por cualquier trasgresión de sus leyes que cometo. Es mi responsabilidad descubrir cómo funciona, y entonces respetar eso, si quiero utilizarla. Lo mismo es cierto para esos grandes hechos. No te harán ningún bien si no descubres lo que son y los crees suficientemente para poder operar en base a ellos. Es por eso que estamos teniendo este estudio juntos. No podríamos posiblemente cubrir todo lo que abarcan estas grandes verdades en un solo mensaje, y no quiero intentarlo. Queremos tomarnos nuestro tiempo examinando este pasaje para que podamos entender mejor estos hechos fundamentales. Así que quisiera que nos centremos esta mañana en los dos grandes hechos que son mencionados aquí en cuanto a la obra del Padre. Toma esta primera declaración:
… nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. (Efesios 1:4)
Aquí estamos tratando con lo que los teólogos llaman la doctrina de la elección, o sea, el hecho de que Dios nos eligió para que nos convirtiéramos en cristianos y para que estuviéramos en Cristo antes de la misma fundación del mundo. Si comienzas a intentar entender la verdad, tu mente se quedará atónita. Esa es una declaración fantástica, ¿no es así? Luchamos con ella, dudamos de ella, y por tanto te expongo la idea de que realmente no lo creemos, porque a menudo no se muestra en nuestras acciones, que es de donde viene la prueba de nuestra creencia. Decimos: “¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo pudo Dios elegirnos y al mismo tiempo darnos una elección que debemos hacer?”. Y por tanto sentimos la lucha entre las doctrinas de la libre elección del hombre y la soberana elección de Dios. Muchos han luchado con esta gran verdad y han intentado explicarla con varias sugerencias:
Algunos dicen: “Bueno, Dios puede preveer el futuro, así que mira hacia abajo y ve que vamos a tomar una decisión, y en base a lo que ve que decidiremos, dice: “Muy bien, les elegiré para que sean parte de mi proceso”. Eso suena muy simplista, y lo es, porque no es lo que dicen las Escrituras. Algunos dicen: “Bueno, Dios ve lo que seremos cuando nos convertimos en cristianos. Ve el valor que tendremos hacia Él, así que nos elige en base a eso”. ¡De nuevo, nada podría ser más en contra de las Escrituras que esa idea! Verás, es cierto que somos elegidos de Dios. En Juan 6, Jesús mismo lo dijo. Dijo: “Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae; y yo lo resucitaré en el día final” (Juan 6:44). Eso es decirlo muy claro, ¿no es cierto? No puedes venir a Cristo a menos que seas atraído por el Padre. Dios tiene que iniciar la actividad. Oh sí, pero en Mateo 11 Jesús hizo Su apelación directamente a la voluntad de individuo, diciendo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Y eso significa que es tu decisión. Nunca puedes convertirte en un cristiano a menos que elijas serlo. Así que ambos estos hechos son ciertos.
Y aunque no podemos reconciliarlos en nuestros pobres intelectos, sin embargo podemos aceptarlos como hechos y darnos cuenta que es cierto que debemos de elegir. Las buenas nuevas se nos ofrecen, pero si no respondemos, nunca obtendremos el beneficio de ellas. Pero si respondemos, si venimos a Cristo, si creemos en Él, entonces descubrimos un gran hecho: Dios comenzó el proceso; fue Él quien nos eligió a nosotros, y hemos sido atraídos a Él por Su Espíritu obrando en nuestro espíritu. Eso es increíble, ¿no es así? Pero es la primera cosa que Pablo quiere que sepamos.
Y entonces luchamos con la coordinación del tiempo de esto: “antes de la fundación del mundo”. Antes de que existiéramos, antes de ser concebidos, y no digamos de ser hechos realidad, fuimos escogidos en Él. Antes de que hubiera un planeta tierra, sin importar cuánto tiempo atrás en el pasado lo pongas ―billones de años, quintillones de años en el pasado― sin embargo, la declaración sigue en vigor que tú y yo, como las personas que somos entre todos los billones de personas que podíamos haber sido, fuimos escogidos en Él. ¿Cómo pudo ser eso? ¿Puedes ver cómo eso deja a nuestra mente atónita? Debemos de darnos cuenta que estamos tratando con un Ser Eterno, Uno con quien no hay ni pasado ni futuro, sino sólo un presente eterno, sólo un gran ahora, quien por lo tanto lee nuestro futuro tan claramente como el pasado, quien determina todas las cosas por el consejo de Su voluntad, como lo explica el siguiente versículo, y los trae a pasar para que todo funcione juntamente para llevar a cabo lo que Él quiere que se haga. Y sólo podemos estar sorprendidos y en asombro decir: “¡Señor, cuán maravilloso eres!”.
“¡Nos escogió en él antes de la fundación del mundo!” ¿Ves lo que hace eso a nuestro sentido de identidad como cristianos? No somos una idea adicional en la obra de Dios. No somos miembros accidentales de Su cuerpo. No hay ciudadanos de segunda clase en la iglesia de Jesucristo; somos todos iguales, elegidos por el Padre, seleccionados para ser miembros de Su familia, añadidos a la nueva creación, el nuevo orden que Dios está produciendo en este mundo. ¡Qué privilegio tan fantástico! No es a causa de algo en nosotros, como veremos en un momento, sino a causa de todo en Él. El propósito de todo esto es que hemos de ser santos y sin mancha. ¡Dios dice que nos escogió por esa razón, para que pudiéramos ser santos y sin mancha! Ahora, me gustaría hacer una pregunta: ¿Cuántos de ustedes aquí son santos? Levanten sus manos, si fueran tan amables. Sí, tenemos unos pocos. Bueno, ¿qué ocurre con el resto de ustedes?
¡Les manifiesto que estos grandes hechos son tan revolucionarios, tan radicales, que dudamos en creerlos! Dudamos en aplicarlos a nosotros mismos a pesar del hecho de que son ciertos. La razón por la que dudamos es que tenemos unas ideas tan distorsionadas de lo que significan estas palabras. Pensamos que la santidad es mojigatería y que resulta de algún tipo de proceso teológico de desparasitación por el que debemos de pasar, y no queremos reclamar eso para nosotros mismos. Pero no es eso para nada. Como hemos visto en nuestros estudios en Levítico, santidad significa “integridad”, e integridad significa “ser restaurado a la función que se tenía prevista originalmente”, el ser puesto a su uso apropiado, eso es todo. La integridad física prevalece cuando el cuerpo funciona como debería. Y cuando todo tu ser funciona en la forma que se tenía prevista, eres santo.
Ahora, ¿cuántos de ustedes han tenido todo su ser restaurado a su función apropiada? Quizás no siempre funcionen apropiadamente, pero tienen la capacidad de hacerlo. ¡Ah, eso es mejor! ¡Hay incluso más gente santa aquí de lo que pensaba! Es cuando comenzamos a entender estas palabras que podemos aplicarlas y aceptarlas. Ahora examinemos otra, inocente. La mayoría de la gente se niega a pensar de sí mismos como inocentes, porque saben que han hecho muchas cosas por las cuales deberían de ser propiamente culpados. Es decir, han tomado decisiones, deliberadamente, en contra de la luz, aún sabiendo sus resultados. Han hecho a propósito aquello que sabían que no debían de hacer. Podían haber hecho las cosas de forma distinta, pero no lo hicieron. ¿Y quién no ha hecho eso? Por lo tanto, sienten que han de ser culpados. Pero están confundiendo esta palabra con otra, porque no se trata de ser sin pecado. No haber hecho nada malo nunca, es ser sin pecado. Puedes ser pecaminoso y aun así ser inocente. ¿Sabes cómo? Manejando tu pecado de forma apropiada.
Si hiciste algo que le hizo daño a otra persona, y el pleno resultado de ello no te fue visible cuando lo hiciste, sino que después viste cuanto había dañado a la otra persona, y lo reconociste, te disculpaste por ello a esa persona, hiciste lo que pudiste por restaurarlo, entonces no habría nada más que pudieras hacer, ¿no es así? Y desde entonces serías inocente. No serías sin pecado ―todavía lo hiciste―, pero también hiciste todo lo que pudiste para gestionar la situación de forma correcta.
La idea es la misma con nuestras ofensas en contra de Dios. ¿Qué puedes hacer con respecto a tus pecados, tu maldad? No puedes volver atrás y enderezarlo todo, no, pero puedes aceptar Su perdón. Puedes reconocer tu necesidad. Puedes ponerlo en Sus capaces manos para enderezar los resultados. ¡Y cuando has hecho eso, eres inocente! ¿Cuánta gente inocente hay aquí hoy? Sí, eso es mejor. Y para eso es para lo que Dios nos ha elegido: para aprender este maravilloso proceso de ser íntegro e inocente. Fíjate que estas cosas han de ser reconocidas como ciertas aunque no nos sentimos de esa forma. Es así como es en la naturaleza también.
Te levantas por la mañana y miras el sol y dices: “El sol se levantó esta mañana”. Parece como si el sol estuviera viajando alrededor de la tierra. Pero sabes que no es así, ¿no es cierto? Miras a través del paisaje y parece plano, y dices: “La tierra debe de ser plana”. No, sabes que no es así. Aunque no puedes ver que la tierra es redonda y viaja alrededor del sol, has aprendido a aceptar estos hechos a pesar de tus sentimientos. Eso es exactamente lo que somos llamados a hacer aquí: aceptar el hecho de que Dios te eligió en Cristo para hacerte santo e inocente. Y al caminar delante de él en la forma prescrita, eso es lo que eres. Y entonces regocíjate en ese gran hecho. Ahora fíjate en el segundo gran aspecto que está registrado en la obra del Padre, y que está relacionado con el primero:
Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. (Efesios 1:5-6)
He aquí una explicación parcial de cómo Dios se cuida de todos los fallos pasados y la vergüenza de nuestras vidas, para poder producir alguien que es santo e inocente. Es por medio de un cambio en la relación de familia. “Nos predestinó para ser adoptados hijos suyos”, o, literalmente, “decretó de antemano que tuviéramos posición de ser sus hijos”, o, como lo dice la Versión Autorizada (versión en inglés), a “adopción” como hijos. Estamos familiarizados con el proceso de adopción. Adopción significa dejar una familia y unirse a otra, dejando tras de sí todo lo que estaba involucrado en la primera familia, y asumir el nombre, las características, los recursos y la historia de otra familia. Y esta es la forma en la que Pablo describe esta relación. Todos pertenecemos inicialmente a la familia de Adán. Eso no significa que no seamos humanos; significa que ya no necesitamos estar poseídos por la condición caída de Adán. Todavía estamos expuestos a tentaciones de creer en ella y de actuar de esa forma, pero no tenemos por qué hacerlo; ese es el tema. Hemos sido transferidos a una nueva familia.
Y, más que todo eso, el énfasis está en vivir como un hijo plenamente adulto, maduro y responsable. No somos puestos en esta familia como meros bebés; somos puestos como hijos maduros y adultos. Tan pronto como tomamos la verdad podemos ejercitarla. En otras palabras, para ponerlo de forma muy simple, hemos de vivir exactamente como vivió Jesús. Era un Hijo, el Hijo del Padre, y, como tal, un cierto modo de vida era Suyo. Y ahora nosotros lo tenemos también, en Él, viviendo exactamente como lo hizo Él.
He aquí cómo Jesús describió Su propia vida: En Juan 6, dijo: “yo vivo por el Padre” (Juan 6:57). Es decir: “El Padre es mi recurso, mi sabiduría, mi fuerza, mi poder. El Padre es el secreto de cómo actúo, y de lo que hago, y a donde voy. El Padre vive en mí y está obrando en mí. Y en todo lo que hago, no soy yo; es el Padre”. Siguió diciendo: “también el que me come [esa es una bella figura de participar de Cristo, confiando en Cristo] vivirá por mí” (Juan 6:57). Ese es el secreto de la vida cristiana. ¡Qué forma tan bella de vivir! Por el mismo método que Jesús vivió, en la misma forma que Él cautivó la atención de la humanidad, esta es la forma en la que somos llamados a vivir. Hemos sido hechos hijos en Él, como Él, para compartir en Su vida. Es esto, verás, lo que place al Padre. ¿No es eso asombroso?
El resto de la declaración trata con el por qué y el cómo de esto. ¿Por qué debería esto ser así? A la mayoría de nosotros nos cuesta creerlo, porque decimos: “¿Por qué yo? ¿Por qué debería Él ver algo en mí que le motivara a hacer eso?”. Y, por supuesto, ese es nuestro problema. No es que vea algo en nosotros. Cometemos un serio error cuando pensamos que hay algo en nosotros que Dios quiere. No, no es nada en nosotros. La razón por la que toma esa decisión es a causa del tipo de Dios que es. Hay tres elementos de ello aquí: “Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos… según el puro afecto de su voluntad… para alabanza de la gloria de su gracia…”. Es enteramente Dios, ¿no es así? Su amor lo comenzó, así que Él tuvo el propósito, literalmente, según el “afecto de su voluntad”, o sea, le da placer hacerlo así, y todo para que la meta final resulte en júbilo, en alabarle, a través de toda la creación, “para alabanza de la gloria de su gracia”.
Creo que vi un poco de eso en Explo '72 en Dallas hace unas pocas semanas. La cosa que más impresionó a todo el mundo que vino a Explo más que ninguna otra cosa fue el hecho que por toda la ciudad había una explosión de júbilo. Era contagioso. Había un espíritu de feliz alegría, sin importar lo que ocurriera. La gente joven, particularmente, fue por toda la ciudad, y cuando se encontraban con alguien, le sonreían o le decían: “¡Gloria a Dios!”. Incluso los viejos y ásperos oficiales de policía estaban impresionados por esto. Un policía dijo: “He sido tratado como un ser humano por primera vez en mi carrera”, y no podía sobreponerse al hecho que era gente joven la que le estaba tratando de esta forma. Otro guarda en el Cotton Bowl dijo: “Me han empujado 22,000 veces esta semana, y todos dijeron ‘Perdóneme’ cuando lo hicieron”. ¿Por qué? Porque el júbilo era nacido de Dios. No estaba viniendo de las circunstancias; a veces eran desagradables. Había chicos viviendo en tiendas de campaña y durmiendo en el suelo, y a menudo no había bastante para comer. Me encontré con algunos que no habían comido las últimas dos o tres comidas, pero su júbilo no había sido disminuido. Observé la lluvia caer sobre miles de ellos en el Cotton Bowl, pero ni uno de ellos se quejó; simplemente lo disfrutaron completamente. Eso es lo que busca Dios: incrementar el júbilo.
Hace unos pocos días una de las mujeres de esta iglesia vino a mí. Fue una dura experiencia para ella el venir, porque está constantemente dolorida. Me contó algo de la lucha que esto ha significado en su propia vida, de cómo ha clamado: “¿Por qué?”, y ha sido asaltada con tentaciones para estar amargada y resentida porque no puede hacer lo que quisiera hacer. Me contó que todo esto había alcanzado una crisis hace como un año, cuando finalmente dijo: “¡Señor, no puedo más! ¡Es demasiado para mí! Pero, Señor, parece que esperas que lo aguante. Sin importar cuanto ore, nada parece ocurrir. Pero simplemente no puedo hacerlo. Así que lo pongo en Tus manos, Señor. Si ni siquiera voy a poder existir, Tú tienes que hacerlo. Tienes que sostenerme, y de alguna forma tienes que hacerme capaz de obedecerte y reflejar lo que quieres que sea”. Y dijo que nació en su corazón un sentimiento de júbilo que no podía explicar. Pero durante un año entero hasta ahora (y esa es una prueba adecuada, ¿no es así?) ese júbilo ha permanecido. Y el resplandor en su cara al decirme todo esto era suficiente evidencia de que no estaba intentando engañarme. Júbilo, júbilo intacto ―la alabanza de la gloriosa gracia de Dios― en medio del dolor y el sufrimiento, de la desilusión y la frustración. Eso es lo que Dios busca. Es para eso que nos está entrenando. Nos ha destinado para ser ese tipo de hijos, porque ese es el tipo de Hijo que Jesucristo es, de acuerdo al propósito de Su voluntad.
Finalmente, sólo una palabra sobre cómo, y esto introduce la próxima sección, que tomaremos en nuestro próximo tiempo juntos. ¿Cómo nos vino esto a nosotros? Nos fue libremente otorgado en el Amado. Dios nos hizo participes de la gracia. Vino a nosotros en Cristo; lo derramó todo en Cristo. Jesús fue mandado del Padre. Esa es la marca de Su amor. Vino a ser pobre; vino a ser malentendido, para ser contrariado y odiado, para que le escupieran, para ser cruelmente golpeado y finalmente crucificado, para que podamos ser ricos. Acuérdate como lo dice Pablo en 2ª de Corintios 8:
Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos. (2 Corintios 8:9)
Ahora, mi pregunta es: ¿Estás disfrutando de tu herencia? ¿Te despiertas por la mañana y te recuerdas a ti mismo al comenzar el día: “Soy un hijo del Padre. He sido escogido por Él para ser un miembro de Su familia. Me imparte todas las riquezas de Su vida. Su paz, Su júbilo, Su amor son mi legado, mi herencia, de la cual puedo tomar en cada momento de la vida, y tenerlos sin importar cuales sean las circunstancias”.
¿Reconoces que estas cosas invisibles son reales y ciertas? Porque, si así lo haces, cuando confías en que la gracia de Dios estará en tu experiencia presente, puedes saber por ti mismo qué es lo que dijo el Padre tres veces sobre Su Hijo Jesús. Dios el Padre, mirándote puede decir: “Este joven, esta chica, este hombre, esta mujer, este es mi hijo amado en quien estoy bien complacido”. Esa es nuestra herencia.
Oración:
Nuestro Padre celestial, te damos gracias por estas vastas verdades. Oramos para que nuestro entendimiento sea hecho igual a ellas. No podemos captarlas apropiadamente aparte de la obra de Tu Espíritu, y oramos que abras nuestros ojos y nos ayudes a ver que estas cosas, que son de hecho ciertas, sostienen nuestras vidas. Y al aventurarnos en ellas, al atrevernos a aplicárnoslas, Tú las tomarás y harás que nos lleven a la libertad de los hijos de Dios, para que seamos hombres y mujeres libres, libres a pesar de las circunstancias bajo las cuales vivimos, y a pesar de la gente con la que tenemos que trabajar. Somos gente libre. Te damos gracias en el nombre de Jesús. Amén.