Es una sorprendente coincidencia ―no fue planeado para nada― que en nuestro estudio de las relaciones de los cristianos la consideración de las empresas y los empleados haya caído en el Día del Trabajo. He experimentado este fenómeno en otros tiempos, cuando el Espíritu Santo ha guiado de tal forma el estudio de un texto apropiado que ha caído en un día muy apropiado.
El apóstol comienza esta sección con la palabra esclavos en vez de empleados, y es, por supuesto, cierto que en el primer siglo la relación era la de esclavos y amos. En el tiempo en el que el apóstol escribió esta carta se estima que la mitad de la población del imperio romano eran esclavos, y muchos de ellos eran cristianos. El mensaje cristiano no vino primero a la clase alta de la sociedad; vino a la clase trabajadora e incluso a los esclavos. Muchos de estos esclavos eran gente con formación académica que habían sido cautivados en la guerra y traídos de otras partes del imperio y hechos esclavos. No eran gente poco inteligente, pero eran esclavos, literalmente en cautiverio. Era entre estos donde el mensaje cristiano encontró su recepción inicial.
Había también entre ellos algunos que estaban en la categoría de amos que también eran cristianos. Al unirse en alabanza, como comunidad cristiana, fueron enseñados desde las Escrituras que en Cristo no hay ni esclavo ni libre. No hay esclavitud en Cristo; no hay raza; no hay distinciones de sexo. Los cristianos se reunían todos juntos como hermanos en Jesucristo. Encontraron que el terreno es absolutamente igual al pie de la cruz. Pero, por supuesto, cuando volvían a sus hogares y a su trabajo, la pregunta surgió: “Bueno, ¿qué pasa con nosotros ahora? ¿Hemos de continuar en esta relación como hermanos en nuestro trabajo? ¿Significa esto que hemos de ser libres de cualquier cautiverio o responsabilidad hacia otro cristiano?”. Esta pregunta pronto surgió y tuvo que ser respondida, y eso es lo que está haciendo aquí el apóstol. Está respondiendo a esta pregunta y declarando los grandes principios que se aplican para siempre en la relación entre la empresa y el empleado.
No creo que sea difícil para nosotros ver que los mismos principios prevalecen en la cuestión de la dirección empresarial y el trabajo. Es cierto que los empleados ya no son esclavos. En la mayoría del mundo la esclavitud ha sido eliminada. Pero también es cierto que al buscar trabajo voluntariamente vendemos nuestros cuerpos y nuestras mentes a otro por un tiempo limitado. Negociamos una relación mutuamente aceptable, y, dentro de los límites de ese acuerdo, somos esclavos de aquel a quien vendemos nuestro tiempo y nuestra libertad. Así que los asuntos son exactamente los mismos. La pregunta es: “¿Cómo deberíamos de comportarnos con aquellos hacia los cuales tenemos una responsabilidad de obediencia en el ámbito del trabajo?”.
Aquí de nuevo se nos hace continuamente conscientes de un terrible fallo que existe en nuestros días. Periódicamente, como sabemos de la experiencia reciente, se hace sufrir a toda la nación a causa de las luchas y las divisiones que existen entre el capital y la fuerza laboral. Las huelgas paralizan la nación de vez en cuando y producen caos en nuestra economía. Lo que es más, la lucha entre la dirección empresarial y la fuerza laboral es frecuentemente escena de violencia, e incluso asesinato. Los periódicos están continuamente reportando los problemas, las luchas, la miseria y la amargura que ocurre en esta área. ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué hay tales luchas? Como hemos visto en otras relaciones previamente discutidas, la lucha siempre es un síntoma de violación del orden fundamental. Es evidencia de que algo ha salido mal y que hay un fallo en observar los simples principios que resuelven el conflicto. Esos principios, acordaos, nos fueron dados en una sola frase. Como el apóstol dijo anteriormente: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21). Esa es la clave completa. Aquí Pablo aplica esto al mundo del capital y el trabajo, y comienza con los trabajadores, los empleados:
Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios. Servid de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno haga, ese recibirá del Señor, sea siervo o sea libre. (Efesios 6:5-8)
En este pasaje tan iluminador, el apóstol trata con tres cosas: Primero, está la actividad que es requerida por esta relación. Segundo, hay una actitud con la cual la actividad ha de ser llevada a cabo. Y, tercero, hay una consciencia del principio fundamental en el trabajo que impide que toda la relación se deteriore en tiranía. Esto es lo que necesitamos desesperadamente oír hoy. Afirmo que no hay nada más importante a considerar en el ámbito de la economía o de las relaciones humanas en el mundo del capital y el trabajo que esta gran sección de las Escrituras. Aquí tenemos presentado ante nosotros los principios que, si son observados, resolverían ese gran conflicto que desgarra nuestra nación de vez en cuando. Ahora examinémoslos más de cerca.
Primero, hay una actividad necesaria por parte de los empleados, expresada en una sola palabra, obediencia: “obedeced a vuestros amos terrenales”. Esta es la misma palabra griega que aparece en el capítulo 6, versículo 1, en cuanto a los hijos: “Hijos, obedeced a vuestros padres”. Examinamos eso anteriormente. Significa seguir órdenes. Es un término militar, y significa que los empleados cristianos están bajo obligación hacia aquellos que les contratan para hacer lo que dicen. Es realmente muy simple. Haz lo que te dice el jefe; obedécele.
Quizás la cosa más asombrosa de esta sección de las Éscrituras es lo que no se dice, especialmente en vista de lo que se está diciendo tan ampliamente hoy. Notarás que en esta área tan delicada y sensible de las relaciones de esclavos y amos, o, como hoy, de empleados y empresa, no se dice ni una sola palabra sobre las huelgas o los piquetes o las sentadas o cualquier otra actividad parecida. No se dice ni una sola palabra sobre cómo protestar contra las condiciones injustas. No se da ningún consejo sobre cómo organizarse para poner presión en los sitios apropiados. Esto no tiene nada que ver con la propaganda que muchas iglesias están publicando hoy sobre este tema. Tengo la fuerte sospecha que si el apóstol Pablo se escribiera hoy en día se le consideraría como alguien que está desfasado en los asuntos prácticos. Probablemente sería rechazado como uno que no sabe cómo abordar el problema.
Quizás alguien esté diciendo: “Bueno, esto es obviamente un consejo totalmente inadecuado. No tenía la intención de cubrir toda la situación; sólo está tratando con parte de ella, y una parte, de hecho, muy pequeña”. Pero, si examinas el contexto completo, verás que Pablo está tratando con un problema mucho más crucial que el de las relaciones entre el capital y el trabajo. Está tratando con las relaciones más sensibles y llenas de odio que jamás existieron en la humanidad, la institución de la esclavitud. Si alguna vez hubo una oportunidad para los apóstoles, e incluso para el Señor, de poder haber hablado en contra de una maldad arraigada, una maldad evidente en la sociedad, era en contra de la institución de la esclavitud.
Pero lo asombroso es que el Nuevo Testamento nunca dice nada para animar a los esclavos a alzarse y sublevarse en contra de sus amos. No dice ni una sola palabra para incitar la rebelión o para derrocar el yugo. No se dice nada sobre organizar a esta gente oprimida que formaban la mitad de la población del imperio romano para derrocar a sus amos. No se hace ninguna solicitud a los amos para reunirse con estos esclavos y negociar una liberación, y no se hace ninguna presión sobre ellos para llevar esto a cabo de una forma civilizada. Sin embargo, lo interesante, al mirar hacia atrás sobre veinte siglos de historia, es que la esclavitud ha sido eliminada en la mayor parte del mundo, y la fuerza que lo hizo fue el cristianismo. Pero fue en base a otro principio, no por el ataque directo. Como tenemos amplia evidencia hoy, el ataque directo solo sirve para perpetuar la lucha y la violencia, e incluso para incrementarla. La respuesta negativa crea otra respuesta negativa que a su vez crea otra, y así sucesivamente.
Esto también es cierto en el ámbito del capital y el trabajo. Los mismos intentos que hacemos para solucionar estos problemas por métodos directos solo perpetúan el problema. Estamos tan cerca de la situación que no podemos ver que solo estamos sirviendo para provocar más violencia. El cristianismo apacigua la violencia, pero lo hace por un principio enteramente diferente. La maravillosa lección de la historia es que incluso una institución malvada como la esclavitud puede ser eliminada y, en la mayoría del mundo, ha sido eliminada sin violencia. Es cierto que ha habido bastante violencia por la esclavitud en el pasado, pero era a causa de una aplicación incompleta de los mismos principios que el apóstol está mostrándonos aquí. Algunos de ustedes recuerdan que una sección del libro de Edward Gibbons The Decline and Fall of the Roman Empire (El declive y la caída del imperio romano) comienza con estas palabras:
Mientras que ese gran cuerpo [el imperio romano] fue invadido por violencia abierta o socavado por lenta descomposición, una pura y humilde religión se insinuó suavemente en las mentes de los hombres, creció en silencio y oscuridad, derivó nuevo vigor de la oposición, y finalmente erigió el estandarte triunfante de la cruz en las ruinas de la capital.
Así es cómo el cristianismo derrocó la esclavitud del imperio romano. No fue por petición directa. Y hoy, a menos que nos despertemos al hecho de que los métodos que estamos utilizando para solucionar estos problemas solo los perpetúan, estamos abocados a un acoso de violencia más grande de lo que ya hemos visto anteriormente. El método moderno solo causa que las estructuras de poder se muden de un lado a otro, en un ciclo sin fin. Primero el poder está de parte del trabajo, después está en el lado de la dirección, y después de nuevo está de parte del trabajo. A través de los siglos el conflicto arrasa de un lado a otro, la estructura del poder moviéndose de un lado al otro y meramente perpetuando el conflicto.
Ahora bien, hay una forma mejor, y el apóstol lo muestra. Es una forma que requiere fe, porque no parece ser el camino. Pero en el ámbito de la historia, donde se ha intentado siempre ha funcionado. Es la forma que Pablo declara específicamente: “Empleados (esclavos), obedeced a vuestros amos terrenales”. Esa es la actividad. Bueno, con esa actividad va una actitud muy esencial. Pablo tiene dos cosas que decir sobre esa actitud, y la segunda es tan importante que encuentra una forma de decirlo cuatro veces en el breve espacio de este pasaje.
La primera cosa es esta: Obedeced “con temor y temblor”. ¡El temor y el temblor no han de ser dirigidos hacia el jefe! Puede que sea un ogro, puede que sea un hombre injusto, pero ningún cristiano es jamás exhortado a ser un individuo temeroso, débil, sin carácter hacia el jefe. No ha de ser “un ratón estudiando para ser rata”. El temor y temblor que es mencionado ha de ser dirigido hacia sí mismo. Es un reconocimiento sano del peligro de un cristiano aceptando la filosofía de aquellos a su alrededor y actuando como lo hacen ellos, y así destruyendo la posibilidad de que Dios obre por medio de él y el poder de Dios sea liberado en esa situación. Es temor y temblor a que abortemos el mayor poder de todos en estas situaciones de lucha y dificultad.
Pablo habla de sí mismo al escribirle a los corintios: “estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor” (1 Corintios 2:3). ¿Por qué? “Y ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría” (1 Corintios 2:4), dice, a menos que venga a vosotros reflejando las filosofías, las ideas, y las actitudes dominantes de aquellos a mi alrededor y meramente excitando vuestras mentes con las acrobacias mentales que los griegos tanto aman oír. No, dice, vine con debilidad y mucho temor y temblor, no sea que sucumba a eso y así os robe las grandes y transformadoras manifestaciones del poder de Jesucristo obrando. Les escribe a los filipenses: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12b). ¿Por qué? Porque es Dios quien obra en vosotros y “produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Temed no sea que fallen en apoyaros en eso y os volváis estas cisternas vacías, estos falsos poderes que son tan dominantes en el pensar de aquellos a vuestro alrededor. Por lo tanto, esa es la primera cosa. Enfrentaos a esta relación con temor y temblor, no sea que fallen en confiar en un Dios vivo.
Segundo, y esta es la cosa importante que dice de cuatro formas diferentes: “obedeced... con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo”. ¿Qué significa “con sencillez de vuestro corazón”? Significa sin lealtades divididas, liberados de la tensión que se crea por lealtades conflictivas. En otras palabras, resuelve de una vez en tu mente que no estás ahí meramente para complacer al jefe, estás ahí para complacer al Señor. Has de cumplir tu relación de compromiso con el Señor en tu trabajo así como en tu iglesia. Has de trabajar como para el Señor, y tu preocupación suprema es tu lealtad a Él. Si estás intentando complacer a dos poderes diferentes,a aquellos a tu alrededor y al Señor, estarás dividido con una tensión conflictiva que nunca cesa. Así que dice: “obedeced... con sencillez de corazón, como a Cristo”. Entonces, Pablo expresa la misma idea negativamente: “no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres”. Luego, positivamente: “… sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios”. De nuevo, Pablo dice: “Servid de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres”.
Cuatro veces se presenta la idea: nunca trabajes para los hombres, ustedes cristianos; trabajen solo para Dios. Puedes trabajar bajo la dirección de un hombre, pero acuérdate que estás trabajando para el Señor, que tu tarea diaria es el trabajo que te ha dado, y lo haces para Él. ¡Qué gloria da esto a cada tarea! Si te aproximas a tu trabajo así, nunca tendrás otro día aburrido. Nunca estarás totalmente aburrido con la rutina y la monotonía de lo que tienes que hacer si reconoces que lo estás haciendo con los ojos del Señor observándote, con deseo de Su aprobación, y con el reconocimiento de que un día será evidente y claro para todos si hiciste esto para el Señor o para los hombres. Ahora bien, ¿cuáles son los indicios del fallo en hacer esto? Pablo nos los muestra. ¿Cuáles son las indicaciones de que no estás haciendo esto?
La primera indicación es sirviendo al ojo. ¿Sabes lo que significa eso? Eso significa trabajando sólo cuando tu jefe te está observando. Cuando él se da la vuelta, dejas de trabajar. Eso es servir al ojo. Hace unos años leí un relato de un capataz en África que tenía a varios ciudadanos africanos bajo él. Encontró que estaban afligidos con esta enfermedad de servir al ojo; sólo trabajaban cuando se les observaba. Pero este capataz en particular era el orgulloso dueño de un ojo de cristal y encontró que podía sacarse el ojo de la cuenca y ponerlo en un tocón donde podía “observar” a los hombres, y ellos seguirían trabajando, estuviera él allí o no. Pero un día volvió y los encontró a todos descansando. Había colocado el ojo en el tocón, pero uno de los hombres había encontrado la forma de escabullirse detrás de él y había venido por detrás del ojo y lo había cubierto con su gorro para que ya no pudiera verles. Es esa actitud la que tan ampliamente permea nuestra sociedad hoy, la idea de trabajar sólo cuando el jefe está mirando. Si eres cristiano, esto está totalmente prohibido si quieres ser fiel a tu Señor. Acuérdate, el ojo que te observa no es un ojo humano. Por lo tanto, la primera indicación de una lealtad dividida es la de servir al ojo.
La segunda indicación de fallo en este respecto es agradar a los hombres. Fíjate que el apóstol está apuntando a las actitudes que se encuentran tan frecuentemente en esta relación del trabajo y el capital. ¡Agradar a los hombres! ¿Qué es eso? Es adular al jefe, limpiarle la chaqueta, o quizás algunos otros términos que no son públicamente presentables. Es participar en la política de oficina, darle coba al jefe. Revela un corazón doble, una falta de una lealtad indivisa. Revela que estamos intentando progresar haciendo felices a los hombres pero ignorando lo que Dios piensa. Estas son indicaciones de fracaso.
Los cristianos son llamados a apartarse de estas cosas. Ningún cristiano tiene ningún derecho a involucrarse en este tipo de actividades si quiere ser fiel a su Señor, porque, en primer lugar, no funcionan. No consiguen nada. Parecen conseguir algo, pero al final del día no lo hacen, porque hay otro factor obrando, como veremos en un momento. Al cristiano se le evita todo esto si recuerda que lo que hace es la voluntad de Dios. ¿Notaste esa frase? Pablo dice que hemos de obedecer a nuestros amos terrenales en sencillez de corazón, “de corazón haciendo la voluntad de Dios”. ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¡Tu trabajo! El mismo trabajo que estás haciendo, donde lo estás haciendo, con la gente con la que debes de trabajar, bajo las presentes circunstancias y condiciones bajo las que tienes que trabajar; esa es la decisión de Dios para ti; esa es la voluntad de Dios. Así que la actitud que acompaña la obediencia debe ser temor de confiar en la carne y una fidelidad al hacer todas las cosas, como sirviendo al Señor que siempre está presente.
Otro factor más se añade en la forma de motivación. Ha de haber una conciencia, Pablo dice, de un invisible pero poderoso factor: “sabiendo que el bien que cada uno haga, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre”. Ese es el principio que siempre está obrando en cualquier situación que el cristiano enfrenta. “Sabiendo que el bien que cada uno haga, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre”. No hace ninguna diferencia cuál sea tu estatus en la vida. Cuando el trabajo se hace para Cristo, Él se pone a corregir las condiciones que producen la infelicidad, o recompensa de otra forma a otro nivel. Fíjate que no promete siempre corregir la situación, porque la voluntad de Dios es que los cristianos deben a veces vivir como vivió Su Hijo, bajo condiciones muy difíciles y contrarias, y manifestar Su gracia de todas formas. Pero Dios sí promete que recompensará cualquier situación como esta. Todos nosotros sabemos que muchos hogares pobres que han tenido poca ganancia material han estado tan llenos de corazones felices que eran la envidia de cada hombre rico en el barrio. Son hogares pobres, pero hogares donde vivía la felicidad. No se necesitan riquezas para ser feliz.
El otro día me sorprendió una súplica que fue hecha en el periódico para una familia en el Palo Alto Este. Despertó mi interés observar que la base de esta súplica de ayuda fue que esta familia estaba viviendo en una casa que no tenía agua corriente ni electricidad, y sólo un baño en el exterior de la casa, y tenían que calentar la casa con una estufa de carbón. Al leerlo, de pronto se me ocurrió que esta era una descripción exacta de la casa donde yo crecí en Montana, una casa en la cual éramos maravillosamente felices. Bueno, entiendo que hay necesidad humana en estas áreas, y ciertamente no estoy hablando en contra de aliviar tal necesidad; por supuesto, debemos hacerlo. Pero las marcas de la verdadera necesidad no son estas cosas. La necesidad existe, pero no porque haya semejantes privaciones. El hecho de que podamos estar muy carentes materialmente no es un obstáculo para nada para ser maravillosamente felices. Oh, hay necesidad, lo sé, de suministros básicos de comida y refugio, y la compasión cristiana no puede hacer nada más que buscar el suministrarlos a todo el mundo. Pero asumido esto, la ganancia material no contribuye para nada a la felicidad, de una forma u otra. Nuestra felicidad está construida sobre otro terreno enteramente. Por lo tanto, acuérdate que aunque Dios te llame a vivir con un ingreso menor que otra persona, está bastante dispuesto a compensar esto de otras formas que te harán la envidia de aquellos que no tienen nada más que riqueza. Ahora, fíjate que estas relaciones siempre tienen una cierta reciprocidad entre ellas. Hemos de someternos mutuamente, así que hay una palabra ahora también para la empresa.
Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas. (Efesios 6:9)
Aquí están las mismas tres divisiones que encontramos en la palabra a los empleados. Aquí, también, ha de haber una actividad necesaria para la relación, una actitud que la acompaña, y una conciencia de un hecho oculto. La actividad es: “haced con ellos lo mismo”. Esa es una cosa asombrosa de decir. ¿Qué le dijo a los empleados? “Obedeced a vuestros amos”. ¿Qué le dice a la empresa? “Haced con ellos lo mismo”. ¿Ha de ser la empresa obediente a sus empleados? Sí, ciertamente, pero no al hacer su trabajo, ya que eso sería darle la vuelta a los papeles. Lo que el apóstol quiere decir aquí es que la empresa ha de oír las sugerencias de sus empleados. Escúchalos, arregla sus quejas, y presta atención a lo que está mal. Obedécelos en el sentido de crear las condiciones justas. En el mensaje paralelo en la carta a los colosenses, el apóstol lo dice de esta forma: “Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros esclavos” (Colosenses 4:1a). Eso es lo que quiere decir.
Trátalos justa y equitativamente. Ustedes jefes cristianos no tienen derecho a tratar a sus empleados como ganado. No existen para vuestro enriquecimiento. No tenéis ningún derecho a meramente extraer dinero de ellos, explotarlos, utilizar el sudor de sus frentes sólo para que os podáis hacer más ricos. Ningún amo cristiano tiene derecho a pensar de esta forma. Trátalos como personas con problemas, y escucha sus problemas; haz algo por ellos. Esta es su exhortación.
La actitud que ha de acompañar esta acción es puesta de forma negativa: “dejando las amenazas”. ¿Por qué dice Pablo eso? Porque la causa primaria de la infelicidad de los empleados es el tener colgando sobre sus cabezas continuamente la espada de Damocles, una amenaza de despido o de algún tipo de represalia como el recorte de sueldos, para poder mejor motivarlos a trabajar mejor. Esto no hace nada más que crear resentimiento, amargura, e incipiente rebelión en los corazones de los empleados. Está absolutamente mal. Crea más problemas de lo que resuelve. La relación de un jefe cristiano con sus empleados no debe ser la de amenazar. No significa que no puedan despedir a alguien que no está calificado, pero no han de estar constantemente amenazándolos de algún modo. Esto está mal en los ojos de Dios, y los amos cristianos responderán a Dios de estas cosas. Su relación básica no debe de ser de temor, sino de respeto mutuo por sus empleados. De nuevo, Pablo menciona un factor oculto que hace todo esto de una importancia extrema: “sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas”.
Cuando Pablo dice que Cristo está en los cielos, no significa que está en el espacio exterior. La mayoría de nosotros, me temo, pensamos en algo remoto en este aspecto. Pero los cielos son ese reino espiritual invisible que nos rodea por todos lados. Significa que aquel que es su Señor y nuestro, como empleados, nos está observando. Está aquí mismo en esta situación y está tratando con nosotros sin ninguna parcialidad.
No está impresionado con nuestros Cadillacs, o por nuestro estatus en la sociedad, o por el hecho de que otros se inclinen ante nosotros, o que otros nos hagan los recados. No está impresionado en absoluto. Tratará en total honestidad con nosotros, como hombres frente a Él, sin importar nuestra posición social. Acuérdate que es Él quien dijo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40b). También: “De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mateo 25:45). Él es el que dice: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Por lo tanto, toda la vida ha de ser vivida con la conciencia del ojo observante del Señor. Qué diferente es esto de la actitud común que los cristianos adoptan frecuentemente, que “no hemos de mezclar la religión y el negocio”, que “la iglesia es una cosa y el negocio otra”, que “podemos ser amables y gentiles y tiernos los unos con los otros en la iglesia, pero no te interpongas en mi camino en el negocio o te atropellaré”.
Esto está absolutamente mal. Cualquiera que adopta esta postura encontrará que Dios, quien ve todas las cosas, tiene una forma notable de ajustar la situación. La felicidad se drena del hogar donde la confianza se pone en el estatus y la riqueza, y ese hogar se vuelve un cascarón vacío, hueco, teniendo todas las cosas externas que contribuyen al lujo y la comodidad, pero no teniendo nada dentro, un sitio hueco. Pero Dios tiene una forma maravillosa de tomar un hogar donde no hay mucho materialmente, pero donde hay confianza en Él, y llenarlo de gozo, paz, y la gloria de una relación y felicidad los unos con los otros.
Ahora, eso no significa que todos los pobres están felices y que todos los ricos están tristes. Por supuesto que no. Todo depende de cómo de honesta y fielmente vivimos nuestras vidas a la luz de su ojo escrutador, y la conciencia de su fidelidad inmutable hacia nosotros. Que Dios nos ayude a enfrentar la vida sobre esta base.
Estoy seguro de que, si los cristianos comienzan a vivir así en sus negocios, esto hará mucho más para eliminar la lucha que periódicamente paraliza nuestra nación más que ninguna otra cosa que se pueda hacer. El problema es que los cristianos no han estado haciendo esto. Los cristianos han creído la filosofía del mundo, tratando a sus jefes, o a sus empleados, como lo hace el resto del mundo. Como resultado, no ha habido ninguna sal en la sociedad y se ha vuelto corrupta. Es con eso con lo que estamos viviendo ahora. Que Dios nos dé la gracia para enfrentar nuestra propia responsabilidad individual en este respecto.
Oración:
Padre nuestro, cuan escrutadoras pueden ser estas palabras al tomarlas Tu Espíritu vivo y sondear las profundidades de nuestros corazones individuales. Vivimos ante Ti. No hay ninguna área de nuestra vida que no esté sometida a Tu contemplación y a Tu juicio. De cierto ha llegado el tiempo en que el juicio debe comenzar en la casa de Dios. Concédenos que corrijamos lo que está mal en nuestras propias vidas a la luz de esta palabra, en el nombre de Cristo. Amén.