Espero que ya hayas notado, en tu lectura del libro de Efesios, esta tremenda carta que tan útilmente nos presenta el significado de la vida, que su gran tema es la obra unificadora de Jesucristo, la obra restauradora de Jesús, cómo ha venido a derribar cada barrera entre los hombres, para abarcar cada abismo, para derribar cada obstáculo que divide y fragmenta la humanidad, y a unificar todas las cosas juntamente en Él. (Y ya ha comenzado. Esto no es algo que va a hacer en un destello cegador al final del tiempo. Las buenas nuevas del evangelio es que ya ha comenzado.) Para hacer eso se requiere, como lo dice Pablo en el versículo 19 del capítulo 1, “la extraordinaria grandeza de su poder”.
La semana pasada examinamos la oración de Pablo para los cristianos efesios y nos fijamos cómo suplica a Dios que todos sus lectores entiendan, vengan a entender la extraordinaria grandeza del poder de Dios. Porque si tomas nota del poder de Dios, tu vida nunca será igual. Cuando realmente ves los recursos que están disponibles para nosotros en Cristo, y comienzas a sentir el impacto que merecen, nunca vivirás de la misma forma de nuevo. Es por eso que Pablo ora para que el poder de Dios nos sea evidente, el poder que irrumpe en medio de los problemas de los hombres, y restaura armonía, paz y júbilo en medio de la muerte.
Pero nunca entenderás estos problemas, como el apóstol se dispone a enseñar en el capítulo 2, hasta que entiendas las dificultades con las que nuestro Señor se enfrenta, la condición de la humanidad en su estado de perdición, cómo al hombre le es absolutamente imposible hacer nada para cambiarse a sí mismo. Se requiere el gran poder de Dios, y nada más será suficiente. Ese es el tema de la primera mitad del capítulo 2. Entonces, en la segunda mitad, Pablo trata con otro obstáculo que impide la obra unificadora de Jesús, y eso es la alienación de los gentiles de los judíos, el hecho de que había una división en la humanidad, una división aguda y severa que mantenía a la mayoría de la gente en la tierra alejados del conocimiento de Dios. Enseña cómo esto ha sido resuelto. Ofrezco esto como un avance del resumen general del segundo capítulo de Efesios. Pero ahora, en esta primera sección, Pablo examina la condición del hombre. Al leer estos primeros tres versículos, me gustaría que te acordaras que esta es probablemente la más difícil verdad en todas las Escrituras para ser creída por los humanos. Aquí al principio de esta sección está la revelación de una verdad tan difícil de entender para nosotros, y de creer, que la mayoría de nosotros le bajamos el tono inmediatamente, simplemente queremos diluirla. No lo aceptamos; no lo creemos. Como consecuencia, no tenemos una visión realista de donde estamos, ni en la tremenda desesperanza de nuestra condición si estamos sin Cristo, ni en la gloria y maravilla de nuestra posición si estamos en Cristo. Pero si quieres que tu corazón arda, escucha cuidadosamente estos versículos para que podamos ver lo que es la extraordinaria grandeza del poder que ha curado esta condición.
En la Versión revisada estándar la primera frase de este capítulo es: “Él os dio vida a vosotros…”, pero los traductores toman prestadas estas palabras de un pasaje que aparece más tarde en el capítulo. Pablo realmente no dice eso en este momento. Está tan resuelto a presentar frente a la gente la descripción de la humanidad y sus problemas que simplemente continúa adelante, ignorando la gramática y todo lo demás. Esta es una frase bastante falta de gramática en el griego original. Pero los traductores usan esta frase en este momento para que Pablo pueda llegar al punto hacia el cual se dirige.
Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (Efesios 2:1-3)
He ahí el gran análisis del apóstol del problema. Esta es la dificultad con la cual se enfrenta Jesucristo cuando viene a un hombre o una mujer, un niño o una niña. Y lo que se requiere para derribar esta condición es nada menos que la extraordinaria grandeza de Su poder. Dije que esto era difícil de creer para nosotros, y es en gran parte a causa del conjunto del estado general del hombre, el cual Pablo da aquí mismo al principio. Dice que estás muerto, o estabas muerto, en transgresiones y pecados. Es extremadamente difícil para nosotros creer que estamos muertos. Si vienes a un chico de escuela secundaria que está listo para salir a jugar futbol, sintiendo el desafío del nuevo deporte, involucrado con sus amistades en todo tipo de actividades fascinantes y con miras a construir una vida propia, y le dices: “Estás muerto”, te mirará con pena en sus ojos. “¿Qué tipo de persona eres, algún tipo de loco?”.
Pero escucha el análisis de Pablo, y pienso que verás lo que quiere decir, y cómo de precisa es esta descripción. Ya que hay dos características básicas de la muerte que inmediatamente asociamos con una persona muerta. No he tenido mucho contacto con gente muerta, pero estoy seguro que estas dos siempre son visibles: Una es su suprema impotencia, su falta de poder.
Justo antes de subir aquí a hablar, Roy Bradford me estaba diciendo que el escuchar este mensaje en el primer servicio esta mañana le recordó un incidente cuando uno de nuestros hombres jóvenes en esta iglesia, quien estaba trabajando a tiempo parcial en una morgue en esta misma calle y viviendo allí, llevó a Roy a la morgue para dar un recorrido una noche. Entraron en la habitación donde los cuerpos están tumbados en mesas de autopsias, y quitó una sábana y le dijo a Roy: “Cuéntale sobre Jesús”. Roy dijo: “¡Nunca me he olvidado de eso! ¡Qué impotente está una persona que está muerta! ¡Qué imposible es alcanzarla! ¡Qué difícil, qué desesperanza conlleva el responder a cualquier petición, de hacer nada constructivo en su condición!”. Así que la impotencia es la primera marca.
La segunda es corrupción. La razón de que las morgues existan es que los cuerpos muertos tienden inmediatamente a deteriorarse. Se deterioran, se caen a pedazos, pierden su consistencia, comienzan a pudrirse, a apestar. Te acuerdas que en la historia de Lázaro, Marta le dijo a Jesús: “Señor, hiede ya, porque lleva cuatro días” (Juan 11:39). Esa es también una marca de la muerte: corrupción. Impotencia y corrupción. El apóstol utiliza dos palabras aquí que se relacionan con esas dos condiciones, y estas son las razones por las cuales dice que el hombre sin Cristo está muerto: Primero utiliza la palabra delitos: “estabais muertos en vuestros delitos”. ¿Sabes lo que es un delito? Esta es una palabra que viene de una palabra básica griega que significa “dar un traspiés”. Si comienzo a bajar de esta plataforma e intento bajar el primer escalón, pero no pongo el pie en el primer escalón sino en otro, eso es un traspié. He dado un mal paso. No era mi intención; quería bajar al primer escalón, pero puse el pie en otro. Aunque mi intención era correcta, el resultado de mi acción estaba equivocado.
Eso es lo que Pablo dice que caracteriza a la humanidad. Somos culpables de traspiés. No tenemos la intención de hacerlo, pero acabamos dando un traspié. Comenzamos con grandes ideales, la mayoría de nosotros, con una imagen de lo que quisiéramos ser. Apuntamos a eso, intentamos ser eso, pero en algún sitio erramos la marca, ¿no es así? No cumplimos nuestros ideales, no realizamos nuestros sueños. Y aun cuando conseguimos las cosas que pensábamos que queríamos, encontramos que son de hecho placeres huecos, vacíos e insatisfactorios. Muchos de nosotros sufrimos de esa enfermedad generalizada de nuestro día llamada “enfermedad de destino”, el padecimiento de haber llegado a donde querías ir, pero cuando llegas ahí no te gusta, y permaneces insatisfecho. Esta es la impotencia de la vida humana. No podemos cumplir nuestros mejores ideales. Sin importar lo duramente que lo intentemos, o con cuanta resolución, algo nos mantiene alejados de ellos. Esa es una marca de la muerte que está presente en la humanidad en todas partes.
Estaba en San Diego esta semana pasada con la Conferencia Nacional de Trabajadores de Juventud. Estaba presente ahí Os Guiness, el brillante joven asociado del Dr. Francis Schaeffer. Ha escrito un libro que contiene algunos estudios y análisis muy penetrantes del pensamiento actual entre los hombres. Ha leído todos los libros que los pensadores de hoy en día están escribiendo sobre el futuro, sobre lo que ha de venir, y sobre lo que la humanidad puede hacer sobre ello. Los ha analizado con mucho cuidado. Ha notado la polarización que existe en el pensamiento humano entre los extremos de un completo y total pesimismo, un pesimismo escueto y realista que no ve ninguna esperanza para el futuro más allá de unos pocos años ―la mayoría de los libros son así― o el optimismo ingenuo y completamente impracticable, tal y como se refleja en Un mundo feliz de Huxley, que dice que, a pesar de todos los problemas, de alguna forma vamos a resolverlos. La masa de la humanidad oscila desesperadamente para delante y para detrás entre estos dos extremos.
Al escribir este libro, al analizar cada brillante, nueva y prometedora esperanza que los hombres de su calibre presentan, encontró un fallo fatal en cada uno: el hecho de que no funcionaría, no podía funcionar, no funciona, no ha funcionado cuando se ha intentado previamente en la historia. Gradualmente, dijo, se le vino encima, al estudiar, una intensa depresión de espíritu. Se sintió simplemente abrumado por el vacío, la burla hueca, de este tipo de situación. Y cuando lo puso todo junto en un libro escogió para el título estas palabras: El polvo de la tierra, porque eso es lo que experimentó: el polvo de la muerte. Dijo que volvió a las Escrituras y a la resurrección de Jesús, y vio la resurrección como un viento fresco soplando sobre todo el polvo de los sueños huecos de la humanidad. Esto es lo que está diciendo Pablo. Hay una tendencia bienintencionada dentro del hombre a dar traspiés que marca su muerte.
Pero más allá de eso, están nuestros pecados. No hay solo tiempos en que fallamos cuando intentamos hacer lo correcto, sino que hay veces cuando intencional y deliberadamente hacemos lo equivocado. El pecado es la violación de la verdad cuando sabemos que es verdad. Esto es lo que crea esa pendiente descendiente, el deterioro de la vida. La mayoría de nosotros comenzamos, como he dicho, con unos ideales bastante altos y con actitudes íntegras. Abordamos la vida, muchos de nosotros, con buenas reglas morales a causa de los hogares y el entrenamiento y el trasfondo que hemos tenido, no todos nosotros, pero muchos sí. Y somos los que encontramos más difícil creer este pasaje. Sin embargo todos nosotros podemos acordarnos que algunas de las cosas que hacemos ahora con total indiferencia y total aceptación, nos horrorizaron cuando se nos sugirieron al principio. E incluso cuando las hicimos al principio, estábamos incómodos en nuestro espíritu. Pero ahora se han vuelto comunes, y consentimos sin ninguna dificultad. Eso marca la tendencia descendente, la facultad degenerante en la vida. Esta es una marca de muerte, una corrupción creciente que, cuando comienza a ser evidente por todas partes al explotar nuestra población, produce este horrible y terrible sentido de desesperanza y corrupción que nos preocupa tanto en todas partes de la sociedad humana hoy en día.
Pues bien, ese es el análisis de Pablo. Mira lo preciso que es cuando lo comparas con la vida. Ninguna otra filosofía puede jamás explicar la vida humana adecuadamente. Esta es la condición del hombre. Ahora Pablo continúa con la explicación de esto. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Por qué es tan universalmente cierto? Su respuesta tiene tres partes. Hay tres fuerzas obrando, dice: La primera es:
… siguiendo la corriente de este mundo… (Efesios 2:2b)
Literalmente es: “siguiendo la edad de este mundo”. La edad en la que vivimos tiene una cierta característica, una condición, y estamos presionados por ella. Se nos hace amoldarnos a la edad en la que vivimos. Esto es tan demostrable en la vida, ¿no es así? Por mundo, Pablo se está refiriendo a la sociedad humana aparte de Dios, no la tierra en sí, con sus montañas, los lagos y los árboles, etc. ―eso pertenece a Dios―, pero el mundo, la sociedad secular, intentando vivir aparte de Dios, determinados a solucionar todos sus problemas sin ninguna referencia para nada a Dios. Ese mundo producirá una tremenda presión a amoldarse, a ser gobernado por el mundo.
¿No lo hemos sentido todos nosotros? Es por eso que las modas siempre tienen una influencia tan poderosa entre nosotros. O si somos indiferentes, nos alejamos de la sociedad para crear otra sociedad a cuyos miembros se les hace amoldarse a esa otra sociedad. Es por eso que nunca ves a un hippy con el pelo corto. No les gusta el pelo corto. Rechazan el pelo corto porque ese es un patrón que han aprendido a asociar con otra cosa que rechazan. Pero en el mundo de la sociedad hippy todo el mundo ha de tener el pelo largo. Debes de amoldarte a eso. Y si tratas de separarte de eso formarás una nueva sociedad, un nuevo patrón, en el cual el estilo es, de rigor, el tener el pelo ni corto ni largo, sino de un largo mediano. De todas maneras, veras, siempre hay presión para amoldarse.
Pero la conformidad no está solo en el ámbito de la moda; está en la forma en la que reaccionamos, en nuestras actitudes. Estamos gobernados por las actitudes de nuestros asociados, y somos presionados a amoldarnos por nuestros colegas a nuestro alrededor. ¡Ese es el mundo, y qué tremenda presión ejerce! ¡Cómo rechaza a cualquiera que es notablemente diferente! Es por eso que el mundo odia el genuino cristianismo. Los cristianos auténticos no pertenecen a ninguno de esos dos extremos que siempre están presentes en la sociedad. Tienen que contrastar con ambos. Y por lo tanto son atacados por ambos lados, si realmente están en la posición en la que estaba Cristo. Una de las indicaciones de si el cristianismo es genuino o no es si estás siendo atacado por ambos lados, porque el cristianismo es una tercera forma de vida. Sin embargo, más allá del mundo, dice Pablo, hay algo más: un ser siniestro. Llama a esta fuerza
… conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. (Efesios 2:2c)
¿Ves cómo nos está llevando a la parte de atrás, detrás de las fachadas, detrás de lo que llamamos las actividades normales de la vida? Está rasgando el velo y revelándonos lo que realmente hay ahí. Dice que hay un ámbito organizado de seres malévolos, liderados por un gobernante de increíble sutileza y poder que está obrando detrás del escenario del mundo para crear desobediencia. Esa es su especialidad: la desobediencia.
Pablo le llama “el príncipe de la potestad del aire”. No creo que literalmente quiera decir la mezcla de oxigeno/nitrógeno que respiramos, aunque quizás, ¿quién sabe? Quizás haya alguna clave a ese efecto aquí. ¿Quién sabe si el demonio no ha retorcido la atmósfera física de alguna manera? Estoy tentado a seguir esta idea y ver qué podría implicar la idea de que el mismo aire que respiramos está más que polucionado, que está retorcido. Pero esta al menos es una referencia metafórica al hecho de que el aire impregna nuestro ambiente y sin embargo nos es invisible, así que el demonio y sus ángeles, y todo el vasto ámbito de seres demoniacos formados en contra de Dios, nos están rodeando por cada lado, invisibles a nosotros y sin embargo constantemente manipulando a la raza humana por medio de las presiones de este mundo y, como veremos más tarde, la carne, afectando las mentes y los corazones y los pensamientos del hombre para que sea desobediente.
Bueno, ¿desobediencia a qué? Tienes que tener algo que obedecer para poder ser desobediente. ¿A qué se está refiriendo Pablo? Es a la verdad. El Dios de verdad siempre está intentando captar nuestra atención y presentar la realidad frente a nosotros. Pero hay un espíritu malvado obrando en la sociedad que está constantemente diciendo: “¡Cuando veas que es verdad, no lo hagas!”. Puedes ilustrar de mil maneras cómo funciona eso. ¡Es sorprendente qué compromiso tenemos con la desobediencia! Es por eso que tenemos leyes en contra de tirar basura en la calle, por ejemplo. Debería ser meramente suficiente el presentarle a la gente que si tiras latas de cerveza a lo largo de la carretera vas a destruir la belleza de la carretera. Simplemente con poner un par de señales para recordárselo del a la gente debería ser suficiente. Pero no lo es, ¿no es así? La gente tira las latas dándole a las señales que dicen: NO TIRAR BASURA. He ahí un espíritu de desobediencia obrando.
Es por eso que nuestra reacción inicial a alguna demanda es casi siempre: “¿Por qué debería? ¿Quién te crees que eres? ¿Por qué debería hacer lo que me pides?”. O incluso, si alguien pide algo de nosotros, nuestra primera reacción es: “Bueno, dime por qué. Quiero saber eso primero”. Parece haber un matiz de desobediencia en casi todo lo que hacemos. ¿Por qué es eso? El apóstol dice que es a causa de un espíritu de desobediencia que está obrando, uno que está constantemente desafiando cada ley y fuerza que Dios ha creado, que está obrando. Nos está asaltando y obrando por medio de nosotros, constantemente tratando de conseguir que seamos desobedientes a la verdad que conocemos.
Ahora Pablo va más allá, trayendo esto al nivel individual. Tenemos que observar la sociedad, detrás de la cual está la crueldad malévola y el malicioso diseño del demonio, un ser de increíble poder, sutileza y sabiduría, con el cual ninguno de nosotros es capaz de igualarse en ingenio a ningún nivel. Nos atrapará cada vez, como lo ha hecho a lo largo de toda la historia del mundo. Pero cuando se trata de ello, viene al nivel individual. Pablo añade:
Entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos… (Efesios 2:3a)
Eso lo trae a donde tú y yo vivimos, ¿no es cierto? Los deseos de la carne son un asunto individual. Pablo utiliza una palabra griega aquí que es utilizada en otros sitios de las Escrituras muchas veces, tanto para bueno como para lo malo. La llama la “voluntad de la carne”, las pasiones o los deseos de la carne.
No leas esto como algo malo inmediatamente. La carne es nuestra naturaleza básica humana. Es la forma en la que los seres humanos hemos sido construidos. Vivimos en un cuerpo de carne y hueso. Pero las Escrituras indican que algo le ha ocurrido a esa carne, que algo ha ganado control de ella y ha comenzado a torcerla, y Pablo nos enseña en un momento lo que es ese retorcimiento. Pero también hay cosas buenas sobre la carne. Es decir, hay deseos básicos de la carne que Dios ha creado. Entre ellos están el hambre y la sed, el deseo de sexo, el deseo de atención, de la adquisición de bienes, y el disfrute del placer, todas estas cosas. Y no hay nada malo en esas cosas. Jesús utilizó la misma palabra que aquí es traducida deseos cuando les dijo a Sus discípulos en el alto aposento: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca!” (Lucas 22:15). Literalmente: “Con mucha pasión he anhelado comer esta Pascua con vosotros”. Así que la pasión no siempre está mal, y el apóstol reconoce que ese es el caso. Nosotros los seres humanos tenemos deseos normales y naturales; queremos comer, queremos beber, queremos dormir, queremos tener sexo. Estos son deseos perfectamente apropiados.
Pero Pablo utiliza otro término aquí que enseña que hay una distorsión en ellos. La malicia satánica se presenta en este punto, lo que aquí es traducido como “la voluntad de la carne y de los pensamientos” es una subdivisión de estas pasiones de la carne. La palabra que utiliza para “deseos” es realmente la palabra voluntad. Conlleva la idea de una resolución irrompible, una determinación. Quizás el equivalente más cercano en español sea la palabra “compulsión”. Estas pasiones se convierten en compulsiones. Y cuando se convierten en compulsiones, se vuelven malas. Esa es la sutileza de esto. ¿Qué hay de malo con comer? ¡Bueno, nada! Si no comes, no podrás vivir. ¿Pero dónde cruzamos la línea entre una satisfacción normal de nuestros apetitos y un disfrute normal de la comida para placer ―porque Dios nos hizo de esa forma― y la glotonería, donde vivimos para comer, donde guardamos críticas de todos los restaurantes que sirven las mejores comidas, donde las estudiamos y planeamos festines y construimos mucha de nuestra vida alrededor de ellos y, por tanto, sacrificamos las relaciones de la vida que son realmente importantes para poder consentirnos en comer? Entonces se vuelve una compulsión; toma dominio sobre nosotros. Eso es de lo que Pablo está hablando aquí: las compulsiones del cuerpo.
¿Qué hay de malo con dormir? Nada. (¡Algunos de ustedes están durmiendo ahora mismo!) Pero cuando intentas pasar gran parte de tu vida durmiendo y permites que interfiera con el desarrollo normal de tu vida, entonces se convierte en una compulsión, y eso está mal. ¿Qué hay de malo con el sexo? ¿Tengo que ilustrar lo retorcidos que somos en esta área? No hay nada malo con el sexo. Dios lo hizo. Es una práctica perfectamente apropiada de la humanidad. A Dios le gusta; Él lo diseñó. Pero cuando se convierte en una compulsión alrededor de la cual construimos nuestra vida, que tenemos que tener, a la cual sacrificamos otros valores, entonces se vuelve idolatría y es una de esas compulsiones, esas inordinadas pasiones; “afectos inordinados” los llaman las Escrituras en otros sitios, o a veces los llaman “deseos falsos”, prometiéndonos mucho pero entregando poco.
Y entonces Pablo continúa enseñando que estas compulsiones involucran no solo el cuerpo ―estas cosas que conciernen nuestra vida física―, sino también la mente, la vida de pensamiento. Esto también puede ser la expresión de las pasiones de la carne en un sentido equivocado. Aquí tenemos actitudes como la indignación y el daño, y las respuestas emocionales como la atracción hacia personas, etc. ¿Están mal estas cosas? No, están bien. Pero cuando se convierten en celos y envidia y malicia y amargura y deseo de venganza, nos pueden poseer y esclavizarnos. Pueden comenzar a controlar nuestras vidas para que construyamos nuestras vidas alrededor de estas cosas, para que todo lo que hagamos esté relacionado con alguna terrible envidia; queremos demostrar que somos mejores que alguna otra persona o queremos vengarnos de alguna persona, así que pasamos horas y horas de nuestra vida planeando y confabulando y maniobrando y manipulando, intentando conseguir venganza. Esa es una compulsión, una voluntad de la mente.
O toma otras cosas perfectamente normales, como, por ejemplo, el leer libros. Eso puede estar terriblemente mal. Puede volverse la pasión controladora de nuestras vidas, lo cual está mal. Cualquier cosa que nos controle, para la cual comenzamos a sacrificar relaciones normales, y que comienza al final a esclavizarnos, es el mismo tipo de cosa de la cual está hablando aquí. Esto es lo que produce las transgresiones y los pecados que marcan la muerte de la humanidad. ¿Ves lo sutil que es esto, lo extendido, lo profundamente incrustado en la vida, lo inevitable que es? ¿Quién de nosotros puede vencer sobre esto? ¿Quién puede distinguir cuando hemos pasado la línea? Ninguno de nosotros es capaz de ello. Es por eso que la condición de la humanidad es desesperada. Ahora fíjate como resulta todo. Los resultados inevitables, Pablo dice, son:
…y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (Efesios 2:3b)
Somos hijos de ira. Estamos sometidos a la “ira de Dios”. No sé lo que significa ese término para ti. Estaba enseñando el libro de Romanos a un grupo de líderes de Vida Joven esta semana. Estábamos discutiendo este tema. Me fue pareciendo que tenían ideas muy equivocadas de lo que significa esto. Sentían como si hubiera algún tipo de Ser cósmico con un genio terrible sentado en los cielos, listo para torturar terriblemente a cualquiera que se salga de línea, como si Dios nos estuviera mirando hacia abajo al intentar seguir luchando y vivir nuestras vidas normales, y estuviera gritándonos: “¡DEJA DE HACER ESO, O TE VOY A DESTRUIR!”. Ese es el concepto usual de la ira de Dios. Pero eso no es lo que ese término significa. Pablo lo analiza para nosotros en Romanos. La ira de Dios es lo que podemos llamar “la ley de consecuencias inevitables”, el hecho de que todo lo que hacemos tiene consecuencias. Si tomamos una decisión equivocada nos va a afectar, nos va a hacer daño, aunque teníamos la intención de que saliera bien. Si yo de pronto decidiera irme de lado y caminar hasta pegarme con la pared, sufriría la ira de Dios; me haría daño. Esa ira está diseñada para despertarme, para que me dé cuenta que estoy violando una ley básica de mi propia naturaleza. Si me meto las manos en los bolsillos y con aire despreocupado decido tirarme del tejado de un edificio de 20 pisos con la esperanza de que lo superare, sufriré la ira de Dios. ¡Sería lo que llamamos “saltar a una conclusión”! Hay mucha gente que está actuando de esa forma estos días. La hija de Art Linkletter saltó por una ventana porque, engañada por las drogas psicodélicas, pensó que podía volar. Pero sufrió la ira de Dios, aunque tenía la intención de hacerlo bien.
¿Por qué es que aceptamos la ira de Dios en esos términos físicos y no nos oponemos a ella ―sabemos que la vida es así―, pero cuando se mueve al ámbito moral nos molestamos mucho? Decimos: “No es justo. ¿Por qué no puedo escaparme con la esposa de mi vecino? ¿Por qué no debería de encontrar la felicidad que deseo después de tantos años de tener que vivir con este cochino con el que me casé? ¿Por qué debería de sufrir los malos resultados de eso?”. Pero se aplica el mismo tipo de ley, la misma situación. Y los resultados malvados se presentarán, consecuencias inevitables que destruirán nuestra humanidad, derrumbarán la belleza de la dignidad humana en nosotros. Nos volveremos embrutecidos, deshumanizados, despersonalizados, todos estos términos que están siendo lanzados a nuestro alrededor hoy. Esa es la ira de Dios.
Y somos sometidos a eso, Pablo dice, a causa de las grandes fuerzas obrando: el demonio, con sus estrategias ingeniosas y sutiles, obrando por medio del mundo para forzarnos a amoldarnos a patrones que destruyen, y obrando por medio de la carne, para que nunca podamos saber dónde debemos de trazar la línea, y, por tanto, nos movemos en una suprema ingenuidad desde una satisfacción normal de la necesidad humana a un exceso que destruye. Y, Pablo dice, lo que es más, es “por naturaleza”. No te pierdas esas dos palabras. Significan que hemos nacido de esta forma. Nacimos en esta condición, y no hay nada que podamos hacer sobre ello! No sé cómo decirlo más claramente. Al final, la educación, la legislación, un cambio de ambiente ―todos estos “remedios” que proponemos como liberaciones de esta condición― reorganizarán el patrón pero nunca cambiarán el problema básico. ¡Es por eso que la humanidad lucha sin fin intentando corregirse a sí misma pero nunca lo consigue, nunca triunfa!
¿Conoces alguna otra filosofía que pueda explicar la vida en términos realistas como esos, que encaje con la historia como lo hace esta? Nacimos con esta condición. No hay ningún escape; no hay salida. Somos parte de la humanidad caída. Así que, Pablo dice, somos “como el resto de la humanidad”. Es universal. No es una cuestión de raza o sexo. No importa si somos hombres o mujeres, si nacimos en un país civilizado o si crecimos como salvajes en la jungla, la condición sigue siendo la misma. No hay ningún escape, ningún escape, excepto las próximas dos palabras: “Pero Dios…” (Efesios 2:4ª). Ahora, verás, si quieres aprender cómo valorar tu salvación y alabar a Dios con un corazón que está sencillamente cautivado por lo que Dios ha hecho, necesitas entender las profundidades desde las cuales quizás hayas venido como cristiano, la condición desde la cual has sido liberado. La condición todavía está presente en nuestras vidas cristianas cuando decidimos no actuar en base a los recursos disponibles de Jesucristo en nosotros. Pero en aquellos que no son cristianos no hay ninguna esperanza sin Dios, ninguna esperanza. Y si hay algo que nos debiera de causar alabar a Dios, es el entender esta condición tremendamente desesperada en la cual la humanidad está perdida, incapaz de ayudarse a sí misma, luchando, miserable, desgraciada, frustrada, volviéndose peor y peor, más corrupta, e intentando con toda su sinceridad encontrar respuestas en todas partes ―y nadie menosprecia los esfuerzos de los hombres para intentar encontrar una escapatoria―, pero nunca jamás manejaremos la vida apropiadamente, ni entenderemos la historia, hasta que no aceptemos Su divina revelación de la condición en la que vivimos. Entonces podemos decir al final: “Pero Dios, pero Dios…”.
Es ahí donde vamos a comenzar el próximo domingo. Pero si estás reconociendo ahora que estás en esta condición, la respuesta se encontrará en lo que Dios ha dicho sobre Jesucristo, y en ningún otro sitio: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12), sino el nombre de Jesús.
Oración:
Te alabamos, Padre nuestro celestial, por el hecho de que eres un Dios de tal realismo y verdad que te has atrevido a decirnos la verdad aunque no queremos oírla. Tú nos la presentas en los términos más simples, y nosotros escondemos nuestros ojos de ella y nos escapamos de ella y nos negamos a mirarla; nos negamos a decir que se aplica a nosotros, pero sin embargo así es. Y, Padre nuestro, en amor nos persigues, y trabajas con nosotros y nos traes a experimentar tu ira, hasta que vemos qué tontos hemos sido y cuán estúpidos somos, y volvemos al final al camino que has proveído para nosotros. Gracias por nuestro Señor Jesús. Cómo nos regocijamos en Aquel que vino y entró en la carrera para que podamos encontrar la salida. Te damos las gracias y vivimos para alabanza de Tu gloria a causa de ello. En el nombre de Jesús oramos. Amén.