En nuestros estudios de Efesios 4, hemos aprendido que la iglesia no ha de ser un grupo que ejerza presión para influenciar a las legislaturas, o algún tipo de club religioso con la intención de consolar y aliviar los sentimientos de la gente que tiene problemas. El carácter singular de la iglesia es que es el cuerpo de Cristo. Su llamamiento, por tanto, es el declarar y demostrar la vida que mora en ella. Esa es la vida de Jesucristo. Por lo tanto, la iglesia es el cuerpo cuyo propósito es el demostrar y declarar el poder de Cristo en el mundo de hoy en día.
El patrón de esa función, como ya hemos visto, es que cada unidad del cuerpo desarrolle y ejercite un don o dones distintivos y divinamente dados. Esos dones pueden ser ejercitados en cualquiera de estas dos direcciones: hacia el mundo (la vida según la vivimos de lunes a sábado) o hacia la iglesia (entre la gente de Dios, de domingo a sábado). Ahora, para habilitar para que esta obra continúe fluida y efectivamente, la mente de Dios ha decretado un ministerio especial de apoyo que consta de cuatro dones. A estos se refiere el versículo 11:
Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros. (Efesios 4:11)
Al enfocarnos en los detalles de esos dones con vista a entender lo que es este equipamiento con el cual Cristo ha dotado a Su cuerpo, no debemos de perder de vista la suprema razón de la manifestación de estos dones. Es para que el mundo pueda ver a Jesucristo obrando. Necesita entenderle, pero nunca estuvo planeado que el mundo debería de venir a la iglesia a encontrarle. La iglesia debería estar en el mundo. Es solo así que el mundo entenderá que Cristo no está muerto, no se ha ido, no está inactivo. No está en algún sitio lejano de los asuntos de este mundo (los cielos), y la gente religiosa no está intentando luchar y hacer lo mejor que pueden hasta que Él vuelva de nuevo. Este nunca fue el plan divino. Este no es el patrón del Nuevo Testamento. Cristo está vivo y ha estado obrando en la sociedad humana durante 20 siglos.
Alguien dice: “¿Dónde? No le veo. ¿Qué está haciendo? ¿En dónde ves a Jesucristo obrando en nuestra sociedad hoy? ¿Qué tipo de trabajo está haciendo?”. La respuesta es: “Está haciendo exactamente lo que hizo en los días cuando estaba en la carne”. La única diferencia es que no está haciéndolo mediante un solo cuerpo físico terrenal. Ahora lo está haciendo por medio de un cuerpo corporativo complejo, que existe alrededor del mundo y se infiltra y penetra cada nivel de la sociedad. Pero es el mismo exacto ministerio: a la misma raza humana, bajo las mismas condiciones, enfrentando las mismas actitudes y los mismos problemas que cuando Él estaba aquí en la carne. Ahora lo hace por medio de un cuerpo distinto. Necesitamos desesperadamente entender ese concepto, porque eso es la iglesia. Ahora, ¿cuál es este ministerio específicamente? ¿Qué está haciendo Cristo por medio de Su cuerpo hoy? Oigamos la respuesta de Sus propios labios. Una de las escenas más impresionantes registradas en el Nuevo Testamento se encuentra en el cuarto capítulo del evangelio de Lucas. Comenzando en el versículo 16, Lucas dice:
Vino a Nazaret, donde se había criado; y el sábado entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Se le dio el libro del profeta Isaías y, habiendo abierto el libro, halló el lugar donde está escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor”.
Enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó. Los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a decirles:
―Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. (Lucas 4:16-21)
Este es un relato del regreso de nuestro Señor a Su ciudad natal de Nazaret. Ha estado en Jerusalén y Judea, y en las ciudades alrededor del lago de Galilea, con su sede en Capernaúm. Ya ha ganado una reputación a lo largo de la tierra como un hacedor de buenas obras y un hacedor de milagros. Su fama le ha precedido a Su propia ciudad natal. Palabra ha llegado a Nazaret de las cosas extrañas que estaba haciendo este chico lugareño. Habían oído mucho sobre Sus increíbles milagros. Ahora ha vuelto a casa y todos saben que estará en la sinagoga en el sábado. Todo el pueblo ha venido para oírle y están ansiosamente esperando que haga entre ellos algunos milagros de los que ha hecho en las otras ciudades. En la sinagoga pide el libro de Isaías, busca deliberadamente el pasaje en el capítulo 61 prediciendo los milagros del Mesías, lo lee, cierra el libro, y les dice: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”. La gente del lugar estaba espantada. Se dijeron a sí mismos: “¿Qué significa esto? Todavía no ha hecho nada. ¿Qué quiere decir con que hoy se ha cumplido esto? ¿Dónde están los milagros?”.
Sabiendo que este pensamiento estaba en sus corazones, les dijo: ―Sin duda me diréis este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo. De tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaúm, haz también aquí en tu tierra” (Lucas 4:23). Entonces les recordó que, en la historia de Israel, era cierto a menudo que cuando un profeta volvía a su propia ciudad su pueblo no le recibía. Les recuerda dos claros ejemplos de esto, Elías y Elíseo. ¿Por qué saca a relucir esto cuando no hace milagros entre ellos? Está intentando enseñarles que el cumplimiento físico de estas profecías (de abrir los ojos de los ciegos y sanar a los cojos, etc.) no es la única intención de las Escrituras. El Mesías simplemente comienza a ese nivel a captar la atención y provocar confianza, pero desea ayudarles a ver que ha cumplido Su ministerio solo cuando ha alcanzado el espíritu y el alma de un hombre. Es esta sanación del espíritu del hombre lo que persigue:
Esta gente local tenía grandes expectativas fijadas solamente en el aspecto físico. Querían ver milagros. Se negaron a aceptar Su insinuación de que la meta final es el alma y el espíritu. Ese era el error continuo de los judíos durante el ministerio de nuestro Señor. El apóstol nos dice que todavía era un problema después de la crucifixión. “Los judíos”, dijo, “piden señales” (1 Corintios 1:22). A lo largo del ministerio de nuestro Señor continuamente le acosaron pidiéndole una señal. Querían ver milagros físicos, y no les importaba el milagro más profundo de la sanación de un alma. Alguien bien ha resaltado que los milagros también son realmente parábolas. Están diseñados para enseñarnos en el nivel físico lo que Cristo está ofreciendo hacer en el nivel más profundo del espíritu. Aquellos que buscan milagros físicos hoy en día están repitiendo el error de Israel. Siempre están queriendo ver algo visible, algo excitante, algo sobrenatural, como si una obra hecha en el interior de la vida de un hombre no fuera igualmente tan sobrenatural como algo hecho externamente. Pero nuestro Señor le muestra a esta gente en Nazaret que el ministerio predicho ya ha sido cumplido en medio de ellos por Su presencia misma entre esta gente. Encuentra su cumplimiento completo cuando las cosas predichas ocurren en el espíritu de un individuo.
Ahora, lee esta cita de nuevo que describe el ministerio de Cristo como fue predicho por el profeta 725 años antes de que nuestro Señor naciera. Pero léelo, no como Su ministerio entonces, sino como tu ministerio ahora, como lo que Jesucristo planea hacer y hará por medio de ti, como un cristiano en medio del siglo veinte. Después de todo, acuérdate de lo que dijo en Juan 14:12: “Las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará”. ¿Mayores de qué forma? Bueno, cualquier cosa hecha en el ámbito del espíritu es mayor que lo que se hace en el cuerpo. “Y aún mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12b). En otros versículos nos muestra que este ir al Padre resulta en el envío de Su Espíritu, y por medio del ministerio del Espíritu Santo se llevarán a cabo, por medio de la iglesia a través de las edades, obras todavía mayores que las que Él hizo en la carne, ya que son obras hechas en el mismo centro del ser humano, el espíritu. Observa el pasaje de nuevo. Hay cinco divisiones de este ministerio: Comienza con la frase:
“El Espíritu del Señor está sobre mi…” (Lucas 4:18a)
Aquí entonces hay una descripción del ministerio lleno del Espíritu. Oímos mucho sobre la necesidad del Espíritu, vidas llenas de Espíritu hoy. Bueno, ¿cómo sabes cuando el Espíritu de Dios está obrando en una vida? ¿Es por algún extraño fenómeno que ocurre? ¿Es por una manifestación milagrosa que ocurre? No, el ministerio lleno del Espíritu será este tipo de ministerio descrito aquí. “El Espíritu del Señor está sobre mi”; esa es la primera cosa. ¿Qué hará el Espíritu? ¡Primero, evangeliza!
“…por cuanto me ha ungido para dar las buenas nuevas a los pobres”. (Lucas 4:18)
Esa es la primera tarea, la simple declaración de las acciones de Dios entre los hombres. Eso es el evangelismo. Las buenas nuevas son que Dios no ha abandonado a la raza humana a luchar en frustración, desconcierto, aburrimiento y desesperanza. Dios ha hecho algo. Dios se ha unido a la raza humana; Dios ha actuado; Dios ha ido a la cruz; Dios ha liberado a la humanidad. Dios ha actuado, no meramente hablado. Ha hecho algo. Esas acciones son hechos históricos inalterables. El relatar la historia de ellos es el predicar las buenas nuevas.
¿A quién? Bueno, no a los ricos, sino a los pobres. ¿Qué quiere decir? ¿Quiere decir solo aquellos afectados por la pobreza en las cosas materiales? ¿No han de oír esto los ricos y pudientes? Obviamente, de nuevo, este significado va más allá de lo físico. ¿Te acuerdas de las primeras palabras en el Sermón del monte, el más grande mensaje jamás dado a oídos de los hombres? Comienza con esa notable receta para la felicidad, las bienaventuranzas: “Bienaventurado (feliz) es el hombre, etc.” Nuestro Señor comienza con los pobres: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). Feliz es el hombre que no tiene nada y lo sabe. Feliz es el hombre que no tiene ninguna posición frente a Dios, no tiene una larga lista de buenas obras sobre la que descansar y crear una actitud santurrona, sino bendito es el hombre que viene frente a Dios y dice: “No tengo nada”. Dios es capaz entonces de darle el reino de Dios. Es por eso que el evangelio ha de ser predicado a los pobres en espíritu.
No pierdas tu tiempo hablándole a la gente que piensa que tienen todo lo que necesitan. Busca a aquellos que no tienen nada. Pero no seas engañado por el hecho de que algunos finjan durante un tiempo el tener todo y sin embargo debajo hay un corazón muy hambriento. Agarrate a eso. No pierdas tu tiempo con la gente que realmente sienten que lo tienen todo. Habla con aquellos que saben que no es así. Entonces observa la segunda cosa, que consta de dos factores:
“Me ha enviado... a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos” (Lucas 4:18c)
Liberación y recuperación. Libertad y luz. Dime, ¿hay gente que está cautiva hoy? ¿Hay gente que está ciega hoy? ¿Hay hombres y mujeres limitados por actitudes que les mantienen en cautividad? Sin importar cómo luchen en contra de ello, se encuentran volviendo a la misma infeliz perspectiva, la misma expresión venenosa, llena de odio, envidiosa y amarga. ¿Son cautivos? Te encuentras con ellos cada semana así como yo. ¿Hay gente que está ciega? ¿Hay hombres y mujeres que piensan que están haciendo lo correcto, perfectamente sinceros, gente honesta, que esperan estar haciendo lo correcto y están intentando luchar por la vida lo mejor que pueden, pero cada vez que se dan la vuelta descubren que han estado haciendo lo incorrecto y acaban tropezándo ciegamente de asunto en asunto, hundiéndose cada vez más en dificultades? ¿No está esta gente ciega? Entonces necesitan este ministerio de proclamar liberación a los cautivos y la recuperación de la vista al ciego. Este es el ministerio de enseñar.
Acuérdate que Jesús dijo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). ¿Qué libera a la gente? Decirles la verdad; no decirles lo que quieren oír, sino decirles lo que necesitan oír. Eso es lo que libera a la gente. ¿Qué abre los ojos de los ciegos? Jesús dijo: “El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Ese es el ministerio de discipulado: conseguir que la gente siga y obedezca a Jesucristo. No meramente venir y cantar canciones sobre Él. No simplemente venir a la iglesia y recitar el credo o decir las cosas apropiadas, sino obedecerle de verdad, incluso cuando cada fibra en su ser está clamando para desobedecerle. “El que me sigue no andará en tinieblas.” Sabrá a donde va. Sabrá cómo llegar allí. Sabrá si lo que está haciendo está bien o mal. “No andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Obviamente, este ministerio no es algo religioso. Abarca toda la vida. Toca lo que estamos haciendo cada día de nuestras vidas. Nos involucra en nuestro trabajo, en nuestro hogar, y en la escuela, en la tienda y cuando jugamos, cuando estamos despiertos y cuando estamos dormidos, y en todo lo que hacemos. Este es el ministerio que nos es entregado. Observa el siguiente:
“… a poner en libertad a los oprimidos...” (Lucas 4:18d)
Este es el ministerio de sanación, de consejería. ¿Hay gente oprimida hoy? ¿Existen aquellos que están bajo una carga de opresión, un peso en sus vidas del que no pueden escapar?
Esta última semana un hombre condujo 300 millas en una dirección, un viaje de ida y vuelta de 600 millas, para contarme sobre una carga que le estaba oprimiendo. Durante más de un año había sido destrozado por una actitud de odio hacia un hombre que le había hecho una injusticia. No podía librarse de ello. No podía comer y no podía dormir. En dos o tres ocasiones apenas se había podido detener en el momento crítico antes de cometer un asesinato. Vino a hablar sobre ello, y al hablar le dije la verdad. Le proclamé libertad para aquellos que están oprimidos. Actuó en base a ello, y un milagro ocurrió frente a mis ojos. Vi a un hombre sanado. Vi una carga levantada. Vi un veneno de odio drenado del corazón del hombre, y el amor de Jesucristo le inundó. Toda su actitud cambió visiblemente. Se fue de nuevo a casa con una cara distinta y un sentimiento distinto en su corazón: ¡liberado!
Ahora bien, no hizo falta un pastor para hacerlo, y yo menos que ninguno. Cualquier cristiano podría haberlo hecho. No tenía que conducir 600 millas para encontrar a alguien para liberarlo. O no debería tener que haberlo hecho. Cualquier cristiano que conociera su Biblia podría haberle liberado, ya que este es el ministerio universal del evangelio. Este es parte del ministerio que está entregado a cada persona que está en el cuerpo de Cristo: el liberar a aquellos que están oprimidos. El último es:
“… y a predicar el año agradable del Señor”. (Lucas 4:19)
Esta es una de las más notables declaraciones de la Biblia. Si buscas el pasaje original en Isaías del cual nuestro Señor está citando, descubrirás que la frase no está completa. En el original, continúa diciendo: “y el día de la venganza del Dios nuestro” (Isaías 61:2). El Señor Jesús no leyó el resto de la frase. Cerró el rollo y lo devolvió, diciendo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21). Así insinuó que parte de ello no había sido cumplido todavía. Hay una parte que espera el regreso de Cristo. Eso dará paso al día de la venganza. Pero ahora es el tiempo agradable del Señor; hoy es el día de salvación.
No hay nada que la gente necesite oír más que eso. Eso es explicar lo que está ocurriéndole a nuestro mundo. Es el aliviar el frío puño del miedo que atenaza los corazones de miles que se levantan cada mañana muertos de miedo, no sabiendo lo que está ocurriendo en el mundo. Tienen miedo de que esté descontrolado. Tienen miedo de que Dios haya perdido el control, si es que alguna vez lo tuvo. Necesitan que alguien les proclame el año agradable de nuestro Señor: el hecho de que Dios sabe lo que está haciendo y, en nuestros días y en nuestra edad, está permitiendo que el evangelio se difunda, y está restringiendo las fuerzas del mal. Sólo permitirá que lleguen a una cierta distancia y entonces las detiene. Dejará que ciertas manifestaciones de maldad ocurran y no otras, para que los hombres puedan ser capaces de oír las buenas nuevas.
Esa es la explicación completa de algunas de las cosas notables que ocurren hoy en Indonesia, donde los comunistas estaban listos para tomar control del gobierno, pero de pronto hubo una revuelta extraña, inesperada y totalmente imprevista, y han sido aquellos que estaban opuestos al comunismo los que tomaron control. ¿Por qué ocurrió esto? Porque Dios está obrando en la historia humana y está restringiendo las fuerzas de la maldad y permitiendo que lleguen sólo a una cierta distancia. Está encargándose del mundo de acuerdo a Su programa, y hoy es el año agradable del Señor. Continuará hasta que el programa de Dios llegue a su fin. Podemos poner los corazones de la gente a descansar al proclamar esto. ¿Hay gente temerosa hoy?
No conozco nada que esté más extendido que el miedo. Eso es lo que está detrás de gran parte de la inquietud estudiantil de nuestros días y la rebelión que está presente en el mundo estudiantil. Esta rebelión es una protesta en contra del miedo, un miedo tan incorpóreo que crea un sentido de frustración porque nadie puede echarle mano. Lleva a la gente joven a hacer algo desesperado, a protestar, a hacer huelgas, a retar esas fuerzas silenciosas e invisibles que amenazan en todas partes. No puedes entender la mente estudiantil a menos que entiendas eso. Tienen una necesidad desesperada de que alguien les cuente sobre el año agradable del Señor.
¿Es este un ministerio pertinente? ¿Es esto algo que el mundo realmente necesita? ¿O son estas palabras vacías, mucha necedad teológica? ¿Es esto algo por lo cual la gente se está muriendo, desesperada y hambrienta? Dejaré que vosotros contestéis estas preguntas. Pero si lo ves como lo hago yo, sabrás que esta es la cosa más grande en la que cualquiera se pueda involucrar. Este es el ministerio más excitante que posiblemente puedas tener hoy. Toma esta lista: Evangelizar, enseñar, aconsejar, explicar los tiempos. Fíjate que puedes cumplir esto en cualquiera de estas dos direcciones. Puedes ministrarle al mundo o a la iglesia, y ambos tienen una necesidad desesperada en esta hora.
Quizás alguien diga: “Puedo entender cómo puedes evangelizar al mundo, pero ciertamente no necesitas evangelizar a la iglesia”. ¡No hay nadie que lo necesite más! Hay miles, millones en la iglesia que necesitan ser evangelizados. Aunque tengan alguna visión de la verdad, sólo ven a “los hombres como árboles que andan”. ¿Te acuerdas del hombre ciego que Jesús sanó? Al ser tocado la primera vez vio “hombres como árboles andando”. No podía verlos claramente, y nuestro Señor le toco de nuevo y abrió sus ojos, (véase Marcos 8:23-25). Esa es la imagen del hombre en la iglesia que necesita ser evangelizado.
Hay en el mundo aquellos que necesitan ser enseñados. Hay también aquellos en la iglesia que necesitan ser enseñados, que necesitan la verdad desarrollada frente a ellos para que sea algo vital. No algo que están intentando estudiar en la escuela dominical como un tipo de opción a la vida, sino algo que es la explicación de lo que está ocurriendo en sus vidas. Hay aquellos que necesitan sanación, en ambos lugares, en el mundo y en la iglesia. Hay aquellos que necesitan que se les expliquen los tiempos, tanto en el mundo como en la iglesia.
Alguien dice: “¿Cuándo puede uno hacer esto? Después de todo, tengo que ganarme la vida. No tengo tiempo de ir haciendo esta clase de cosa”. Hay una simple respuesta a eso. Hazlo en el trabajo. Esto es algo que debería de ser una parte tan natural y normal de la vida como cualquier otra cosa que haces. Obviamente la gran mayoría de los cristianos pasa la mayoría de su tiempo haciendo el trabajo del mundo, y esto está bien. Es como debería de ser. No todo el mundo está llamado a ser un pastor o un predicador o un evangelista o ni siquiera un maestro. La preocupación mayoritaria de la vida de cualquier hombre es su trabajo diario. ¡Pero, si Jesucristo no tiene parte en esa ocupación mayoritaria de tu vida, entonces Él es sólo Señor de los márgenes, del tiempo extra, de lo que sobra!
¿Alguna vez has notado que las figuras importantes de la Biblia no son curas ni sacerdotes? Son pastores y pescadores y cobradores de impuestos y soldados y políticos y hacedores de tiendas de campaña y doctores y carpinteros. Estos son los que ocupan el centro del escenario. Puedes contar las buenas nuevas sobre las acciones de Dios entre los hombres en la máquina de café en tu oficina o durante el tiempo de la comida. Puedes sanar un corazón dañado en el coche mientras conduces hacia casa. Puedes enseñar la verdad que libera e ilumina en cualquier sitio.
Un hombre cristiano me dijo esta semana que es miembro de un comité urbano de renovación en San Francisco; es responsable de mejorar algunos de los barrios pobres de esa ciudad. En una reunión con su comité, estaban contemplando empezar un nuevo proyecto de viviendas. Estaban enfrentandose a la pregunta de qué hacer con la gente que ya estaba ahí viviendo en edificios de apartamentos. Había un sentimiento de: “Ese es su problema; que se encarguen de ello”. Pero este hombre intervino y dijo: “No, no es su problema; es el nuestro. No tenemos derecho a poner viviendas a menos que nos enfrentemos con la responsabilidad de ayudar a esta gente a encontrar otro sitio donde vivir. La compasión cristiana no puede hacer nada menos que eso”. Insistió en eso y, porque intervino en el momento crítico, hizo que el comité se enfrentara a ello. Y sí que se enfrentaron y se están moviendo para solucionar el problema, y sus vidas son más libres a causa de ello.
Puedes silenciar a los miedosos con una discusión de la actualidad en cualquier sitio. Todo lo que necesitas es un periódico o un titular que llame la atención a lo que está ocurriendo en el mundo, e inmediatamente tienes un terreno maravilloso para sacar a relucir lo que Dios está haciendo en la sociedad humana y para presentar las buenas nuevas.
Nunca debemos de olvidar la historia de nuestro Señor de las ovejas y las cabras, el juicio de creyentes. ¿Cuál es el punto principal de la historia? Es que no podemos evadirnos de estar activos. Debemos de poner nuestros dones a trabajar. El Señor Jesús nos ha dado un don que ha de ser puesto a trabajar. No nos atrevamos a esconderlo en la tierra, como hizo ese sirviente infiel en la parábola de nuestro Señor, porque debemos de encontrarnos con Él un día para dar cuentas. La pregunta de Sus labios será: “¿Qué hiciste con ese don que te fue dado en el cuerpo de Cristo?”.
Estoy intentando que nos enfrentemos con la seriedad de esto. Esto no es una opción. No es algo que podamos poner de lado y volver a ello más tarde. Esto es algo que Dios mismo nos ha dado y con lo cual debemos de enfrentarnos y sobre lo cual debemos de ser muy, muy serios. ¿Qué don tengo? ¿Dónde lo estoy ejercitando? ¿Qué estoy haciendo sobre esto? Estas son las preguntas a las que debemos de enfrentarnos. Nuestra fe no significa nada si no nos trae a ese sitio.
Oración:
Padre nuestro, gracias por estas palabras que nos recuerdan que no te has olvidado de este mundo nuestro, sino que estás obrando en él haciendo las mismas cosas maravillosas que hiciste antes. Qué cosa más excitante tener parte en esto. Qué cosa tan ridícula sería que nos inhibiéramos de este ministerio y nos ocupáramos solo en pensar en los problemas de nuestra vida, nuestro talento y nuestras habilidades, cuando tenemos el llamamiento de dedicarnos a este tipo de programa. Enséñanos a hacer Tu voluntad. En el nombre de Jesús lo pedimos. Amén.