Estamos ah
Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. (Efesios 6:14-17)
Esta armadura nos defiende bajo ataque y hace posible que resistamos en el día malo. Cuán precisamente describe el apóstol nuestra experiencia: continuamente enfrentándonos a los días malos, días donde todo parece salir mal, cuando vienen los problemas, cuando ocurre una tragedia, cuando ocurren dificultades, o el desánimo se instala, y nos preguntamos qué está ocurriendo en el mundo y en nuestras vidas personales.
Hemos examinado la forma específica en la que este ataque ocurre. Hemos descubierto su fuente y su ubicuidad. Viene de todas partes y en cada momento consciente de nuestras vidas. Siempre es un intento de destruir nuestra fe cristiana, de trastornar nuestras vidas, de destruir nuestra moral, de derrotar nuestras esperanzas y negar nuestras afirmaciones. Este conflicto es experimentado por hombres en todas partes; no es único de los cristianos. Pero es sólo el cristiano quien está en posición de contratacar. Como cristianos, somos liberados del control inconsciente de Satanás y podemos, por lo tanto, resistir el ataque del diablo, podemos contratacar y derrotar. El cristiano hace esto al ponerse la armadura de Dios.
El pasaje se dirige a nosotros de forma figurativa, pero está hablando de cosas muy reales, que espero que hayamos captado en esta serie. Ya hemos visto que la armadura es Cristo: Jesucristo disponible para nosotros día a día. Las tres primeras piezas de esta armadura son la imagen de Cristo como la verdad, o sea, el secreto básico de la vida, el fundamento de la realidad; luego Cristo como nuestra justicia, Aquél en cuyos méritos permanecemos frente a Dios y somos aceptados; y Cristo como nuestra paz, la fuente de moral, nuestra fuerza interior, de aquello que da propósito a la vida. Todo esto es cumplimiento de las palabras del Señor: “vosotros en mí” (Juan 14:20b). Entonces, las tres últimas piezas de esta armadura presentan la verdad de “yo en vosotros” (Juan 14:20c), Cristo en nuestra posesión y aplicado a la vida.
Examinamos el escudo de la fe, que involucra aplicar la verdad general a situaciones específicas, o sea, actuar sobre nuestra fe. No se puede hacer nada sin fe. El poder de Dios se hace disponible sólo en fe. Entonces examinamos el yelmo de esperanza, que es utilizar el hecho del regreso de Jesucristo como guía para evaluar el valor de los movimientos en nuestro tiempo, una guía de a dónde está dirigiéndose la historia, lo que está ocurriendo y dónde terminará todo. Ahora, llegamos a la última de estas piezas de la armadura del cristiano: “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”.
Lo primero que debemos decir inmediatamente sobre ella es que, de nuevo, esta es Cristo. Cristo es nuestra vida, si somos mínimamente cristianos, pero esto es Cristo disponible para nosotros en formas prácticas por medio de los dichos de Su Palabra. Creo que es muy importante recalcar esto. Es tan fácil ser cristiano en general, pero no en detalles. Es tan fácil tener un sentido impreciso de seguir a Cristo, pero no saber exactamente, en términos específicos, lo que significa esto. Pero es por eso que la Palabra de Dios nos ha sido dada, ya que es lo que hace el cristianismo manejable. La verdad cristiana completa es más de lo que podemos manejar. Tiene que ser desglosada en pedazos manejables. Esto es lo que hace la Palabra de Dios.
Al escribir a los colosenses, el apóstol Pablo dice: “La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros. Enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría. Cantad con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16). Con esto está indicando que la autoridad de Jesucristo y la autoridad de las Escrituras son la misma. Hay muchos hoy que se oponen a esto. Hay muchas voces que nos dicen que como cristianos debemos seguir a Cristo y aceptar la autoridad de Cristo, pero no necesitamos aceptar la autoridad de la Biblia. Pero Pablo responde a eso al llamar las Escrituras “la palabra de Cristo”. No puedes separar las dos.
Una vez asistí a una reunión de pastores en Palo Alto. Estábamos escuchando a un profesor de Stanford, que era cristiano, leer un trabajo muy excelente y útil sobre “La ciencia y la fe cristiana”. Cuando hubo terminado, ciertas preguntas le fueron dirigidas por miembros del grupo. Un hombre dijo: “Señor, puedo aceptar la Biblia como un testimonio de ciertos hombres a lo que pensaron de Jesucristo. Pero usted parece ir más allá. Ha utilizado la palabra “inspirada” varias veces en su trabajo, y esto parece sugerir que en su opinión la Biblia es más que las perspectivas de hombres, que tiene autoridad divina. ¿Es eso cierto?”. El profesor cristiano dio una respuesta muy sabia. Dijo: “Mi respuesta puede que le suene mucho como propaganda de escuela dominical, pero solo puedo decirlo de esta forma: El centro de mi vida es Jesucristo. He encontrado que es la clave de todo lo que deseo en la vida. Y sin embargo no podría conocer nada sobre Cristo si no lo aprendiera de la Biblia. La Biblia presenta a Cristo, y Cristo define la Biblia. ¿Cómo puedo hacer una distinción?”. Con considerable vergüenza, la persona que le había hecho la pregunta levantó las manos y cambió el tema.
La autoridad de las Escrituras es la autoridad de Jesucristo. Son indivisibles. Intentar distinguir las dos es como preguntar cual filo de unas tijeras es más importante, o cual pierna de los pantalones es más necesaria. Conocemos a Cristo por medio de la Biblia, y entendemos la Biblia por medio del conocimiento de Cristo. Los dos no pueden ser separados. Es por eso que Pablo lo llama “la palabra de Cristo”.
Ahora en la frase: “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”, es importante ver que no es la Biblia completa a la que se refiere en la frase “la palabra de Dios”. Hagamos un poco de trabajo duro, si me permitís. Hay dos palabras utilizadas en las Escrituras para “la palabra de Dios”. Hay la conocida palabra logos que es utilizada en el versículo inicial del evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo (Logos), el Logos estaba con Dios y el Logos era Dios” (Juan 1:1). Luego hay otra palabra, utilizada frecuentemente, rhema, que es algo diferente en significado. Logos se refiere a la declaración total de Dios, la revelación completa de lo que Dios ha dicho. Rhema significa un dicho específico de Dios, un pasaje o un versículo que tiene una aplicación especial a una situación inmediata; para utilizar un término moderno, es la Palabra de Dios utilizada existencialmente, o sea, aplicada a la experiencia, a nuestra existencia.
Rhema es la palabra utilizada aquí. La “espada del Espíritu” es el dicho de Dios aplicado a una situación específica. Esta es la gran arma puesta en las manos de un creyente. Quizás todos nosotros hemos tenido alguna experiencia con esto. Todos hemos leído pasajes de las Escrituras cuando las palabras de pronto parecen volverse vivas, toman carne y hueso, y saltan de la página hacia nosotros, o les crecen ojos que nos siguen a todas partes a donde vamos, o desarrollan una voz que se repite en nuestros oídos hasta que no podemos escaparnos de ellas. Hemos tenido esta experiencia:
Quizás en algún momento de tentación o duda, cuando somos atacados por lo que Pablo llama aquí “los dardos de fuego del maligno”. Pero ha sido respondido inmediatamente por un pasaje de las Escrituras que ha pasado por la mente, algo que no estábamos pensando para nada, pero que proveyó la respuesta necesitada. O quizás se nos hizo una pregunta, y por un momento nos ha pillado por sorpresa; no sabíamos que contestar y estábamos a punto de decir: “No lo sé”, cuando de pronto tuvimos un momento de iluminación, y una palabra de las Escrituras nos vino a la mente, y vimos cual era la respuesta. Quizás esta experiencia ha venido mientras estábamos en una reunión donde algún pasaje se impresionó sobre nuestro corazón con un efecto extraño y poderoso. Fuimos grandemente conmovidos y, en ese momento, tomamos una decisión profunda y permanente. Todo esto es la rhema de Dios, el dicho de Dios que da en la diana como flecha en el corazón. Por eso esto se llama “la espada del Espíritu”, porque no solo es originada por Él como el Autor de la Palabra, sino que es recordada a la mente por el Espíritu y hecha poderosa por Él en nuestras vidas. Es Su respuesta a los ataques del diablo, que viene para desanimarnos, para derrotarnos, para desviarnos, engañarnos, desorientarnos, o confundirnos de alguna forma; pero entonces una palabra nos viene a la mente instantáneamente. Esta es la espada del Espíritu.
Como una espada, es útil tanto para la defensa como el ataque. Esta, por cierto, es la única parte de la armadura diseñada para el ataque. Nos defiende y nos protege, pero también penetra en el corazón y destruye las mentiras del diablo en otros aparte de nosotros mismos. Esta es la gran consecuencia. Es la única defensa apropiada que el cristiano tiene. Ha de proclamar la verdad. No necesita defenderla. No necesita apoyarla con largos y extensos argumentos. Hay un sitio para eso, pero no en un encuentro con aquellos que no creen. Él ha de proclamarla, simplemente declararla. Como las Escrituras dicen en Hebreos 4:12:
La palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos filos: penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hebreos 4:12)
Se cuela bajo la razón, y perfora la armadura que ha sido erigida en contra de ella, y llega al corazón. Por lo tanto, tiene poder en sí misma. No es esta cualidad de ataque la que explica porque la Biblia está tan continuamente bajo ataque. Durante siglos los enemigos del evangelio, provocados por el diablo, han estado buscando destruir la Biblia, si no su existencia misma, como han hecho en ciertos momentos, buscan al menos destruir su significado. A esto nos enfrentamos hoy día. Con palabras muy inteligentes y argumentos sutiles, el diablo habla por medio de hombres prominentes e inteligentes para destruir el testimonio de las Escrituras. Esto no significa que los hombres mismos sean necesariamente hipócritas. No es que estén siendo deliberada e intencionadamente destructivos. Muchos de ellos están sinceramente intentando ser lo que puede que describan como “honestos”. Pero la evidencia de que esto es un ataque satánico sobre la Biblia, y que su pensar tiene un prejuicio satánico, es visto en el objetivo específico de estos ataques. Son siempre un ataque sobre la autenticidad histórica de la crónica bíblica. Por eso puedes ver dónde se originan. Son intentos de rechazar el carácter sobrenatural de los relatos bíblicos, la intromisión a nuestro ámbito corriente del espacio y el tiempo por ese ámbito invisible que la Biblia llama el reino de Dios. Esto es lo que les disgusta, y el objetivo de sus ataques es siempre hacer aparecer a la Biblia como increíble o de poca confianza, para que nadie se moleste en leerla. Desean crear tal imágen falsa de la crónica bíblica que nadie se la tome en serio.
Estos oradores, profesores y doctores de teología declaran ser teólogos y eruditos de la Biblia, pero traicionan las Escrituras con el beso de Judas y engañan a millones. El objetivo principal, por supuesto, es evitar que la gente lea la Biblia, impedir que la gente lea las Escrituras seria y reflexivamente. Ya que, por supuesto, todo lo que se necesita para responder a estas declaraciones pretenciosas es simplemente leer estos relatos de forma reflexiva y seria.
Dejadme ilustrar esto con la historia de la Navidad. Nada es más básico y central al mensaje cristiano que la historia de cómo el Dios infinito se volvió un bebé en un pesebre, y fue bienvenido por la canción de los ángeles, una estrella brillante, la venida de los pastores y los reyes magos. Amamos la simple belleza de esta antigua historia. Esta sencilla historia transforma el mundo, al menos exteriormente, por un breve tiempo cada año, y lo ha hecho durante veinte siglos. Pero ahora escucha la forma en la que los falsos profetas de nuestro día tratan esta historia. He aquí la cita de un libro bien conocido por el obispo Robinson, Honest to God (Sincero para con Dios):
Suponte que toda la noción de un Dios que visita la tierra en la persona de su Hijo es tan mítica como el príncipe en los cuentos de hadas. Suponte que no hay un ámbito “ahí afuera” del cual llega el hombre de los cielos. Suponte que el mito de la Navidad (la invasión de este lado por el otro lado), como opuesta a la historia de Navidad (el nacimiento de un hombre, Jesús de Nazaret), tiene que ser desechada. ¿Estamos listos para eso? ¿O hemos de aferrarnos aquí a este último vestigio de la perspectiva mitológica o metafísica como el único atavío con el poder de tocar la imaginación con el cual vestir la historia? ¿Puede quizás la estrategia sobrenaturalista sobrevivir al menos como parte de la “magia” de la Navidad?
Entonces sigue diciendo:
Sí, puede que sobreviva, pero sobrevive solo como un mito, o sea, como una historia bonita que indica su importancia y capta la atención.
Entonces añade:
Pero debemos ser capaces de leer la historia de la Natividad sin asumir que su verdad depende de una interpretación literal de lo natural por lo sobrenatural, de que Jesús sólo puede ser “Emanuel”, “Dios con nosotros”, si viene desde otro mundo, como si dijeramos. Pues al volverse el sobrenaturalismo menos y menos creíble, ligar la acción de Dios a tal forma de pensar es desterrarlo cada vez más al ámbito de los mitos paganos y, por tanto, amputarlo de cualquier conexión real con la historia. Al convertirse la Navidad en una historia bonita, el naturalismo se deja en posesión del campo como la única alternativa con algún reclamo a la lealtad del hombre inteligente.
Fíjate, no hay el más mínimo intento (y no hay ninguno a través de todo el libro), de refutar las declaraciones sobrenaturales de la historia bíblica; son meramente descartadas con un gesto de la mano. Se amontona burla sobre ellas, y son consideradas como indignas de la inteligencia moderna. La implicación es clara de que cualquiera que cree en esta historia es de la misma clase que aquellos que todavía creen que la tierra es plana, o son como niños que todavía creen en las hadas. La razón de esto, por supuesto, es que cualquier aceptación de esto como un hecho histórico asienta este relato en la historia de tal forma que sus implicaciones no pueden ser dejadas de lado. Debemos enfrentarnos a ello como un acontecimiento indiscutible que sólo puede ser explicado por la explicación que las Escrituras dan: la necesidad del hombre, en su condición perdida, de una invasión de Dios, para poder llevar a cabo la obra de redención a gran precio de Sí mismo y así liberar a los hombres.
¿Cuál es la respuesta a estas falsas declaraciones? Bueno, simplemente lee los relatos bíblicos. Lee la historia de la Navidad como es contada por Mateo y Lucas. Al leer este conocido relato, ve cuán cándidamente es presentada, cuán sencilla es la crónica. No hay ningún intento de decorarla o reforzarla con argumentos o explicaciones teológicas. Hay sólo la simple narrativa de lo que le ocurrió a una pareja de camino a Belén, lo que ocurrió cuando llegaron allí y lo que ocurrió en los días inmediatos que siguieron. Cuando esa historia es colocada en su sitio en la narrativa total de la Biblia, cuán adecuada es, cuán natural y espontánea. Como G. Campbell Morgan tan bellamente dijo: “La canción de los ángeles a la humanidad suspirante es el comienzo de un misterio infinito del Dios encarnado. En esa simple historia toda la luz brilla, toda esperanza arde, todas las canciones vienen”. Wesley capta esto bellamente en su himno:
El Señor de los señores,
el Ungido celestial,
a salvar los pecadores
bajó al seno virginal.
Loor al Verbo encarnado,
en humanidad velado;
gloria al Santo de Israel,
cuyo nombre es Emmanuel.
Sólo necesitamos recordar que esta historia simple y sin complicaciones fue aceptada y ampliamente proclamada en el primer siglo. Con el relato de la cruz y la resurrección, esta historia ha cambiado el mundo. Ningún cristiano en las Escrituras jamás lo niega. Ningún apóstol, ni siquiera Jesús mismo, jamás duda de estos acontecimientos, jamás sugiere que estos no ocurrieron exactamente como fue reseñado. Y las historias eran bien conocidas en su día.
En otras palabras, este relato refleja la habilidad inherente de la verdad, simplemente contada, para compeler a creer, sin apoyo artificial. Al leer el relato, se gana la sumisión de nuestra razón, atrae el amor del corazón, compele la obediencia de la voluntad. Rechazarlo es, por lo tanto, violar nuestra humanidad básica. Es por esto que Juan declara en una carta escrita hacia el final del primer siglo que esta historia es una de las pruebas de los falsos maestros, que si alguien niega la encarnación y dice que Jesús no vino en la carne, está satánicamente inspirado y es un anticristo.
Este es el propósito de aquellos “dichos de Dios”. Son la espada del Espíritu para defender contra aquello que mina y ataca la autoridad máxima. Mirando hacia atrás en mi propia vida, soy consciente de las muchas veces que esta espada del Espíritu me ha salvado del error y el engaño de algún tipo u otro. Como cristiano joven, fui detenido al filo de la desobediencia muchas veces cuando alguna tentación parecía tan lógica, tan razonable, tan ampliamente practicada que estaba fascinado por ella. A menudo era frenado por una palabra que había memorizado como joven cristiano y que me ha venido a la cabeza muchas veces desde entonces. Está en el libro de Proverbios: “Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5). Es tan fácil pensar que porque algo nos parece tan lógico, debe de ser lógico. Pero esto falla al no reconocer el hecho de que somos fácilmente engañados. No somos las criaturas racionales que nos encanta pensar que somos. Hay mucha ilusión y engaño en nuestro mundo, y no somos lo bastante inteligentes como para ver por medio de estos espectros, estas mentiras. Por lo tanto, la palabra viene: “Confía en Jehová con todo tu corazón”; cree en la verdad según sea revelada, “y no te apoyes en tu propia prudencia”.
A veces una espada del Espíritu ha sido puesta en mi mano, no antes de la derrota, sino justo en medio de ella, o justo después. Se ha vuelto, por tanto, el medio de prevenir cualquier reincidencia dolorosa. Me acuerdo cuando una palabra de Santiago me llegó con un poder inusual después de una muy violenta y desagradable demostración de mal genio de mi parte. Un versículo se presentó en mi mente que había leído en la carta de Santiago: “porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20). Eso me frenó. Pensé: aquí estoy, declarando estar interesado en obrar la justicia de Dios, ¿y qué estoy haciendo? Teniendo mal genio, saltando a la más mínima sobre alguien, y después pensando que estoy llevando a cabo lo que Dios me ha mandado hacer. Ese versículo me detuvo entonces y ha sido una ayuda desde entonces.
Me acuerdo cuando mi corazón fue traspasado con otra palabra del libro de Proverbios: “Ciertamente la soberbia produce discordia” (Proverbios 13:10a). Cuando nos involucramos en discordias y contiendas los unos con los otros, es tan fácil echarle la culpa a la otra persona: “¡Él comenzó!”. Un día uno de mis sobrinos y mi hija estaban peleándose, y les pregunté: “¿Quién comenzó?”. Y el niño dijo: “Fue ella. Ella me devolvió el golpe”. Esto es tan humano, ¿no es así? Ah, pero la Palabra dice: “Ciertamente la soberbia produce discordia”. Donde hay contienda hay soberbia obrando, y ambas personas normalmente son culpables de ello.
Siendo un joven cristiano, me acuerdo cómo la poderosa tentación de la mala conducta sexual que existe en este mundo frecuentemente se disipaba de mi pensamiento por el recuerdo, la repentina proyección de una rememoración de esa palabra en Efesios 5: “Nadie os engañe con palabras vanas [y eso es exactamente lo que intentan hacer], porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5:6). Esto me detuvo cuando lo oí al principio. Más tarde, cuando llegué a entender más plenamente lo que significa la ira de Dios ―no es un relámpago desde los cielos o un accidente de coche o algo así, sino más bien es la cierta desintegración de la vida, la deshumanización, el embrutecimiento de la vida que ocurre cuando uno da lugar a este tipo de cosas― tomó incluso más poder en mi vida.
Hace varios años había un hombre que vino a mí cada semana durante más de un año. Estaba en las garras de una terrible depresión de espíritu, una desolación total de la mente. Nunca he conocido un hombre tan solitario, tan miserablemente marginado. Se encerró lejos de todo el mundo. Su liberación comenzó al orar repetidamente una sola frase de las Escrituras; echó mano de las únicas Escrituras que podía, en fe. Todo lo demás que intenté enseñarle lo rechazó. Pero una frase se quedó en su mente, y la oraba una y otra vez: “No sea hecha mi voluntad sino la tuya”. Por fin, poco a poco, como el sol amaneciendo, la luz comenzó a brillar, y podrías ver el cambio en su vida. Hoy está viviendo una vida normal, liberado por los dichos de Dios: “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”.
Obviamente, cuanta más exposición haya a las Escrituras, más puede el Espíritu utilizar esta poderosa espada en nuestras vidas. Si nunca lees o estudias tu Biblia, estás terriblemente expuesto a la derrota y a la desesperación. No tienes ninguna defensa; no tienes nada que ponerte en contra de estas fuerzas que están obrando. Por lo tanto, lee tu Biblia regularmente. Lee todas las Escrituras, ya que cada sección tiene un propósito especial. El cristiano que abandona la lectura de las Escrituras está en desobediencia directa a la voluntad del Señor. El Señor Jesús dijo: “y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Esta es la forma en la que vienes a conocer a Cristo. No hay ningún camino aparte de las Escrituras. Y no hay forma de venir a plena madurez como cristiano aparte de las Escrituras. Finalmente, ¿cuál es la responsabilidad del cristiano cuando el Espíritu coloca uno de estos dichos en tu mente en alguna ocasión apropiada? ¿Qué has de hacer? El apóstol dice: ¡Tómalo! ¡Haz caso! ¡Obedécelo! No lo rechaces o te lo tomes a la ligera. Tómatelo en serio. El Espíritu de Dios lo ha traído a la mente con un propósito; por lo tanto, haz caso; obedécelo.
Ahora, una palabra de precaución es necesaria aquí. También hemos de comparar las Escrituras con las Escrituras. Este es un asunto muy importante, ya que, acuérdate, el diablo puede citar las Escrituras también, como lo hizo en una ocasión con el Señor. Pero la citación de las Escrituras por el diablo nunca es equilibrada. La espada del Espíritu en las manos del diablo es un arma burda, fuera de balance, excéntrica. Acuérdate cómo Jesús mismo nos dio un gran ejemplo de esto cuando el diablo vino a tentarle en el desierto. Satanás le dijo a Jesús: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:3, Lucas 4:3). Jesús inmediatamente le respondió con la espada del Espíritu. Dijo: “Escrito está: ‘No sólo de pan vivirá el hombre’” (Mateo 4:4, Lucas 4:4). Es decir, mi vida física no es la mayor parte de mi ser. No la tengo que mantener, pero sí tengo que mantener mi relación con Dios. Eso es lo importante: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
Entonces el diablo intentó un nuevo rumbo. Vino a Él y le dijo: “Bueno, si vas a citar las Escrituras, yo también las puedo citar. Hay un versículo en los Salmos, sabes, que dice que si estás en una posición peligrosa Dios mandará a los ángeles para sostenerte”. Llevando a Jesús al pináculo del templo, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues escrito está: ‘A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden’, y ‘En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra’” (Lucas 4:9-11). Pero Jesús supo cómo manejar al diablo: “Respondiendo Jesús, le dijo: ‘Dicho está… ’”. Te insto que tomes nota de esto: “Dicho está… ”. No es bastante que alguien te cite un versículo de las Escrituras, o que se te venga a la mente. Compáralo. ¿Está equilibrado? ¿Guarda relación con otra verdad en la Palabra de Dios? “Dicho está: ‘No tentarás al Señor tu Dios’” (Lucas 4:12). Es la palabra que liberó a Jesús en esa hora.
Entonces, te acuerdas, el diablo le tomó y le enseñó todos los reinos del mundo y dijo: “Todo esto te daré, si postrado me adoras” (Mateo 4:9). Y de nuevo nuestro Señor le respondió con la espada del Espíritu: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás” (Mateo 4:10). Entonces, el relato dice, el diablo le dejó. Esto es siempre lo que ocurre. Tiene que huir por la espada del Espíritu. Esta es la espada que es puesta en nuestras manos.
Esta es la última pieza de la armadura del cristiano. He aquí la armadura completa del cristiano: Tu en cristo, y Cristo en ti; Cristo demostrado como verdad y experimentado como justicia y paz; y Cristo, apropiado por fe y aplicado a la vida por medio de la esperanza de salvación y los dichos de Dios. Esto es todo lo que necesitas. Con esto puedes resistir cualquier cosa que la vida te presente. No necesitas tranquilizantes ni caros tratamientos psiquiátricos. Quizás necesites un poco de terapia física de vez en cuando ―la Palabra de Dios no tiene nada en contra de eso―, pero no necesitarás todos los remedios que la ciencia pone a nuestra disposición ahora para darnos un refuerzo químico en la hora de ansiedad o temor. Tienes la armadura de Dios, si eres cristiano.
Si no eres cristiano, no hay ayuda para ti. El sitio a comenzar es convertirte en cristiano. La Palabra de Dios no tiene consuelo que dar para aquellos que no son cristianos. No tiene nada que decir para apoyar o animar a alguien que no es cristiano. La única forma de escapar de las seducciones y engaños del enemigo es convertirse en cristiano. Debes ser liberado por la obra de Jesucristo del reino de Satanás al reino de Dios. Entonces te puedes poner la armadura de Dios.
Piensa sobre ello. Familiarízate con esta armadura. Aprende a utilizarla, y entonces de hecho úsala cuando estés bajo ataque. Practica utilizando esto cuando te sientas bajo el ataque de Satanás. Como un soldado en la batalla, utilízala. ¿De qué sirve la armadura si se oxida en el armario? No es de extrañar que los cristianos estén constantemente fracasando. Aunque puede que tengan la armadura de Dios, no la utilizan. Si sientes que te estás volviendo frio o tibio, estás bajo ataque de las artimañas del diablo. Si te encuentras deprimido o desanimado, o estás preocupado con dudas, temores y ansiedades, o si sientes la tentación de la lujuria, lal opresión del dolor, o la insensibilidad de la desilusión, ¿qué debes de hacer? Sistemática, considerada, deliberada y repetidamente, repite estos pasos. Piensa en la armadura de Dios. No te rindas si no ocurre un cambio inmediato. Tenemos el cerebro tan lavado estos días, queriendo resultados rápidos, alivio inmediato, liberación instantánea. Pero el ataque puede que sea prolongado, y no siempre hay resultados rápidos. Por eso el apóstol dice: “Habiendo acabado todo, estar firmes”. Eso es todo: ¡Estad firmes!
Quiero hablar más sobre esto en otro mensaje. Pero la victoria es segura si perseveras. Estás haciendo lo correcto; bueno, sigue haciéndolo. No te rindas; es sólo cuestión de tiempo. Ya que la palabra de promesa es segura: “Resiste al diablo y huirá de ti”. Y mientras que estás esperando, hay una cosa más que puedes hacer. No está en la naturaleza del esfuerzo tanto como en el carácter de liberación, alivio, ayuda en medio de las presiones. Puedes orar. Comenzaremos ahí la próxima vez: “Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu”.
Oración:
Padre nuestro, ¡qué importancia práctica hay en estos asuntos! ¡Qué útil es esta palabra en medio de nuestras presiones, nuestras desilusiones y nuestras tendencias hacia la derrota! Concédenos, Señor, que nos las tomemos en serio y apliquemos esta gran armadura que nos es dada en Jesucristo y, por tanto, aprendamos cuán plena y rica y excitante puede ser la vida como cristiano, vivida en Tu fuerza. Lo pedimos en Tu nombre. Amén.