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Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. (Efesios 6:17)
Estamos examinando esta batalla del cristiano en contra de “los gobernadores de las tinieblas de este mundo” (Efesios 6:12), como Pablo los describe tan elocuentemente. Estamos contendiendo, el apóstol dice, contra la gran astucia del diablo, las ingeniosas tretas y las sutiles estratagemas por las cuales debilita nuestra fe, degrada nuestra moral y neutraliza nuestros testimonios. Muchos me han dicho desde que comenzó esta serie: “Nunca me había dado cuenta antes de que todo esto tenía que ver con mi vida, que me ha estado ocurriendo todo este tiempo”. Muchos han dicho: “Nunca supe lo que realmente significaba el enfrentarse a las artimañas del diablo, o lo que eran esos dardos de fuego del maligno”.
Me alegra que hayamos venido a entender que esto no está alejado de nosotros en absoluto, sino que es una batalla en la que estamos ocupados en cada momento de cada día. Una vez que hemos entendido algo sobre la forma de ataque mediante la cual el diablo lleva a cabo su obra en la humanidad, inmediatamente nos interesamos en descubrir cómo podemos combatirla. Es, por tanto, necesario que demos nuestra atención a lo que el apóstol tiene que decir sobre la armadura de Dios. Aunque la defensa del cristiano es expresada en lenguaje figurativo, es una descripción de algo muy real. No es un procedimiento automático lo que experimentamos, sino un programa inteligente que se espera que sigamos. Espero que esto esté claro porque es muy importante.
No hemos de luchar en la vida ciegamente, esperando lo mejor. Si lo hacemos ya hemos sucumbido a las artimañas del diablo. No es de extrañar entonces que seamos derrotados por la frustración constante, la confusión, el desánimo, la incertidumbre y todas las demás manifestaciones de la obra del diablo. Se espera que demos consideración inteligente al proceso de derrotar y de aprender como contrarrestar los ataques de Satanás en nuestras vidas. Es la armadura de Dios la que describe esto. Si no nos molestamos en utilizar la armadura, no hemos de sorprendernos de sucumbir a las artimañas del diablo, ya que esta es la única cosa que puede competir con la sutileza y la astucia de los ataques de Satanás contra nosotros. Como hemos visto, ningún grado de inteligencia humana es igual a la astucia de Satanás.
El diablo, a lo largo de los siglos, ha vencido a cada hombre que enfrenta su fuerza contra él. La crónica de las Escrituras es que incluso los más grandes santos, aquellos que han visto más claramente y entendido la mayoría de la realidad de la vida, al intentar vencer al diablo con su propia fuerza, siempre han sido azotados. No hay ningún hombre que pueda derrotarle. Como Martín Lutero dijo: “cual él no hay en la tierra”. Pero hemos sido provistos con una armadura, y esta armadura es perfectamente adecuada para vencer las artimañas y la astucia del diablo. Debemos entender lo que significa esa armadura. Hemos visto que es una explicación figurativa de Jesucristo y lo que Cristo es para nosotros.
Si quieres ponerlo de otra forma, esta armadura es una expansión de las palabras de Jesús en Juan 14:20: “vosotros en mí y yo en vosotros”. Esas son algunas de las palabras más simples en el lenguaje español hoy. Cualquier niño puede entenderlas, sin embargo, abarcan una verdad tan profunda que me pregunto si cualquiera remotamente comprende todo lo que está involucrado en estas simples palabras. Las tres primeras piezas de esta armadura que Pablo describe: “ceñida vuestra cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de paz”, son una forma figurativa de explicar o exponer la frase: “vosotros en mí”, es decir, el cristiano en Cristo. Cuando vinimos a Cristo y creímos en Él, estábamos “en Cristo”; teníamos una base distinta sobre la que vivir. Como dice la Biblia, aquellos que hacen esto son “librados del poder de las tinieblas y trasladados al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Se dice que estamos “en Cristo” y que hemos encontrado que Cristo es el terreno que sustenta la verdad, o sea, la llave de la vida. Él es el secreto del universo: toda la verdad se relaciona con Él, toda la verdad viene de Él. Por Él todas las cosas fueron hechas y existen, y no hay ninguna explicación de la realidad excepto aquello que lleva al final a la figura y persona de Jesucristo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3).
Entonces, más adelante, encontramos que somos invitados por Dios a descansar sobre la justicia de Cristo. No venimos frente a Dios sobre la base de nuestros propios esfuerzos diminutos de hacer lo bueno, o de habernos comportado, o de haberle complacido. Permanecemos en la justicia de Cristo, y Sus perfecciones nos son imputadas a nosotros. En la increíble experiencia de la cruz, Dios transfirió todo nuestro pecado a Él y nos transfirió Su justicia a nosotros. Esta es la base de nuestra aceptación frente a Dios y la respuesta al problema de la culpa humana la cual todos sufrimos. Entonces aprendimos que Cristo es nuestra paz. Él es la fuente de nuestro sentido de calma, de tranquilidad, de euforia, de bienestar. Él es lal base de nuestra moral. Esas son las tres primeras piezas de la armadura. Nos hemos puesto estas si somos mínimamente cristianos, y comenzamos nuestra defensa contra el diablo y sus artimañas al recordarnos a nosotros mismos estos grandes hechos. Las últimas tres piezas de esta armadura describen lo que significa para Cristo estar en el cristiano, o sea, Cristo apropiado, aplicado a la vida real. Estas tres piezas son muy prácticas y extremadamente importantes para nosotros. En nuestro último mensaje vimos lo que significa tomar “el escudo de la fe, con que podáis apagar los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:17). Vimos que tomar el escudo de la fe significa llegar a conclusiones prácticas desde el terreno sobre el cual permanecemos en Cristo y que hemos tomado en Él. Eso es, si Cristo es la verdad, si Cristo es nuestra justicia, si Jesucristo es nuestra paz, entonces esto y esto es cierto, y eso y eso no es cierto. Pensando sobre ello, llegamos a un “por lo tanto”. Sacamos una conclusión práctica y, por tanto, respondemos a los pensamientos que surgen en nosotros que nos tientan a la duda, a la lujuria, a la debilidad, a la confusión, o a la incertidumbre. Por lo tanto, resistimos al diablo.
Vimos que el escudo de la fe es supremamente importante. Es adecuado en sí mismo para derrotar todos los dardos de fuego del maligno. La razón por la que tan a menudo experimentamos debilidad es que de hecho no lo tomamos. Continuamente nos encontramos saliendo al paso a duras penas. No hacemos inteligentemente lo que Dios dice y aplicamos el escudo de la fe, es decir, pensar en esto desde el terreno de la fe que hemos tomado.
Sólo quedan dos piezas de la armadura: el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu. Debemos examinar lo que significa la frase; “el yelmo de la salvación”. La figura de un yelmo inmediatamente nos sugiere que esto es algo diseñado para proteger la mente, la inteligencia, y la habilidad de pensar y razonar. Vimos que la coraza era la protección de nuestra vida emocional. Cuando figurativamente te pones a Cristo como la coraza de justicia, estás asumiendo la posición en Él que te protege del sentido de culpa y de falta de perdón, el terreno más común de alteración de las emociones. Por sentirnos culpables es por lo que nos trastornamos emocionalmente y nos deprimimos, y la coraza nos protege ahí. El calzado, como ya hemos visto, nos protege en el área de nuestra voluntad. El calzado del evangelio de la paz (Cristo como nuestra paz) crea una preparación y una disposición dentro de nosotros. Son nuestras motivaciones las que son tratadas aquí. Cristo como nuestra paz nos motiva y nos dispone para enfrentarnos a la vida.
Pero el yelmo está diseñado para la cabeza, para la inteligencia, la mente. Si completamos consistentemente nuestra aplicación de estas piezas, descubriremos que esto es algo que Cristo está haciendo en nosotros y, por medio de nosotros, en el mundo. Este yelmo puede mantener nuestro pensamiento en línea y preservarnos de la confusión mental y de las tinieblas. Detente un minuto aquí. Me gustaría preguntarte esto: Al observar el mundo en el cual estamos viviendo, ¿se necesita algo más desesperadamente que esto? ¿Hay algo que pudiera ser más pertinente para la situación en la cual nos encontramos que este factor que nos mantendrá pensando rectamente? ¿Hubo alguna vez un tiempo en que los hombres estuvieran más francamente desconcertados que en nuestros días, o en que los hombres de estado estuvieran más abiertamente confundidos y honestamente lo admitieran? Los intelectuales confiesan estar totalmente perplejos con los problemas que la sociedad humana enfrenta.
Una mujer me dijo la semana pasada: “No sé lo que creer sobre Vietnam. No sé cómo determinar si debiéramos estar ahí o no. Simplemente no sé qué creer”. Su incertidumbre y desconcierto son repetidos por millones hoy. Incluso aquellos que toman partido en estos asuntos lo hacen mayoritariamente por razones emocionales. Son incapaces de producir argumentos claros y lógicos de por qué creen lo que creen. ¿Y qué de los otros debates de nuestros días: los métodos anticonceptivos, las relaciones entre las razas, el crimen y la delincuencia, el deterioro de la moral, el desarme, y la abundante miseria de los grandes suburbios de nuestra ciudad? La mente está simplemente pasmada por las complejidades y las insolubilidades de los problemas que enfrentan nuestras vidas humanas. No es de extrañar que H.G. Wells escribiera al final de la segunda guerra mundial:
Bastante aparte de cualquier depresión corporal, el espectáculo de la maldad en el mundo ―la destrucción sin sentido de los hogares, el despiadado acoso de gente decente al exilio, los bombardeos de ciudades abiertas, las masacres a sangre fría y las mutilaciones de niños y de la gente amable e indefensa, las violaciones y las sucias humillaciones, y sobre todo, el regreso de la tortura deliberada y organizada, el tormento mental y el temor, a un mundo del cual tales cosas habían sido casi desterradas― todas estas cosas han estado a punto de romper mi espíritu por completo.
Procedió desde ese momento a escribir su último libro: Mind At the End of Its Tether (La mente a la orilla del abismo). Escucha esta sorprendente declaración por George Bernard Shaw, famoso en el mundo como un libre pensador y un filósofo liberal. En su último escrito dice:
La ciencia a la cual prendí mi fe está en bancarrota. Sus consejos, que deberían de haber establecido el milenio, llevaron en su lugar al suicidio directo de Europa. Una vez los creí. En su nombre ayudé a destruir la fe de millones de devotos en los templos de miles de creencias. Y ahora me miran y son testigos de la gran tragedia de un ateo que ha perdido su fe.
¡Qué confesión tan reveladora de confusión mental y oscuridad por algunos de los grandes líderes del pensamiento de nuestros días! No hay ninguna protección en el mundo para la mente.
Pero el cristiano tiene el yelmo de salvación. ¿Qué es este yelmo, esta protección, que mantiene nuestro pensar recto en medio de un mundo muy confundido? Pablo contesta esto en una palabra: es el yelmo de salvación. No está hablando sobre la salvación del alma. No se está refiriendo a la salvación como regeneración o conversión. En otras palabras, no está mirando hacia atrás para nada. No está hablando de la salvación como una decisión pasada que fue hecha una vez, o incluso como una experiencia presente, sino que está mirando hacia el futuro. Está hablando sobre una salvación que será un acontecimiento futuro. Es exactamente a lo que se está refiriendo en Romanos, capítulo 13, cuando dice: “porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Romanos 13:11b). Este yelmo se define más a fondo para nosotros por el apóstol en su primera carta a los tesalonicenses, en el capítulo 5:
Pero nosotros, que somos del día [o sea, nosotros los cristianos], seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco. (1 Tesalonicenses 5:8)
Aquí, la salvación es esperanza, algo todavía en el futuro, algo todavía no poseído o participado completamente. Este tiempo futuro de salvación se describe en una variedad de pasajes, pero muy simple y completamente en Romanos 8:18-25, y especialmente en los versículos 22 a 25:
Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora. Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo, porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; ya que lo que alguno ve, ¿para qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. (Romanos 8:22-25)
Pablo está hablando sobre el día de resurrección, el día de la vuelta de Cristo, el día cuando la creación será liberada de su cautiverio, cuando Cristo vuelva para establecer Su reino. Este yelmo, por tanto, es el reconocimiento de que todos los planes humanos para obtener la paz mundial y la armonía están destinados al fracaso. Pero, por medio de estos fracasos, Jesucristo está obrando Su propio plan que culminará en Su aparición de nuevo y el establecimiento de Su propio reino en justicia sobre la tierra. Ese es el yelmo de salvación que mantendrá tu pensar recto en la hora de la confusión total y la oscuridad del hombre. El principio del obrar de Dios es declarado una y otra vez en las Escrituras. Está escrito para que todos lo lean: “a fin de que nadie se jacte en su presencia (de Dios)” (1 Corintios 1:29). En otras palabras, nada de lo que pueda jactarse el hombre contribuirá una sola iota a la solución final del dilema del hombre. Es todo de Dios. Él lo establecerá, y nada que el hombre haga, como hombre, contribuye una sola cosa a esto. Ni toda la sabiduría humana, ni todo nuestro conocimiento cacareado ni nuestros descubrimientos científicos contribuirán una sola cosa a la solución final. De acuerdo a la crónica de las Escrituras, todo de lo que el hombre se jacta se derrumbará en polvo, y aquellas cosas que pueden ser sacudidas serán sacudidas, y sólo “queden las inconmovibles” (Hebreos 12:27). Esas son las cosas de Dios. Ninguna carne se gloriará en Su presencia.
Pero esa no es toda la idea. No te detengas ahí. Si lo haces, serás culpable del extremismo mediante el cual el diablo nos mantiene desequilibrados y excéntricos en nuestro pensar. Dios está obrando por medio de estos acontecimientos de la historia, pero está obrando sus propósitos sobre una base totalmente diferente a los objetivos y metas de los hombres. Ese es el yelmo de salvación. Por lo tanto, los cristianos no han de retraerse por las expectativas irreales y sin fundamento del mundo; no han de retirarse de estas y aislarse a sí mismos. Los cristianos han de estar involucrados en lo que está ocurriendo en el mundo por razones completamente distintas de las del mundano: los cristianos han de estar involucrados para poder llevar a cabo el deseo de Dios de enfrentar a cada hombre en todas partes, en cada nivel, en cada iniciativa de la vida, con las buenas nuevas de la salvación de Dios en Jesucristo. Si vemos eso, nos salvará de tanta angustia, engaño, desilusión y confusión al leer el periódico diario. Nada podría ser más importante que esto.
¿Por qué es que mentes reflexivas como las de H.G. Wells y George Bernard Shaw y otros están simplemente estupefactas y desconcertadas por lo que encuentran en la vida? Es porque han fijado sus esperanzas en recursos totalmente inestables e irreales. Como el decano de Melbourne escribió en cuanto a H.G. Wells:
Llamó a la ciencia la panacea de todas las enfermedades y la diosa del conocimiento y poder. En una serie de romances científicos populares visualizó la luminosa Forma de las cosas por venir. En El alimento de los dioses describió un futuro de hombres más grandes y mejores. Habló de un mundo planeado, de eugenesia, de labor mecanizada, de dieta científica y educación científica.
¡Cuánto oímos todavía estas frases lanzadas de aquí para allá en nuestra propia época! Pero todo esto falla. Estos pensadores construyeron sus grandiosos sueños en una nube, una telaraña, una ilusión cambiante y reluciente. Y cuando la ilusión cambia de forma, como al final deben de hacerlo todas las ilusiones, entonces sus castillos en las nubes se derrumban. Eso ha sido el patrón repetido de la historia durante veinte o más siglos: los hombres construyendo sobre cosas cambiantes, efímeras y temporales, en vez de las cosas firmes que siempre permanecerán, de las cuales las Escrituras dan testimonio.
Así que el cristiano tiene un yelmo de salvación. Tiene esperanza para el futuro. Tiene un entendimiento de que Dios está obrando Su propósito y, por lo tanto, no está trastornado cuando los programas humanos salen mal y todo falla, cuando el Nuevo Acuerdo, y el Acuerdo Justo, y la Gran Sociedad, y todos los demás nombres sofisticados para el progreso humano acaban en el mismo viejo sitio, una vez tras otra. El cristiano ha aprendido a anticipar las guerras y rumores de guerras hasta el mismo final. Anticipa falsas enseñanzas y falsas filosofías, y las sectas y las herejías abundan. Se le dice que todo esto ocurrirá. Es parte del programa, parte del plan general total y el propósito y el moverse de Dios en la historia. El cristiano sabe que las guerras son inevitables, aunque todo esfuerzo debería hacerse para evitarlas, y que no hay ninguna contradicción en esto. El cristiano sabe que la guerra es locura, y nada se soluciona realmente por la guerra. Pero también sabemos que estamos viviendo en un mundo loco, un mundo engañado por las mentiras suaves, sutiles y satánicas que están deliberadamente diseñadas para acabar retorciendo y mutilando los cuerpos y las almas de los hombres.
Por lo tanto, cuando ve cosas que ocurren como las que están ocurriendo en Vietnam estos días, sabe que es poco realista esperar detener todo esto aprobando cierta legislación, o declarando cierto principios, o sentándose a negociar la paz. El mundo está en tal estado y condición que el cristiano sabe que los inocentes y los débiles sufrirán, y hay veces que no se puede hacer mucho al respecto. La culpa radica directamente en el rechazo terco de los hombres en todas partes a creer la verdadera naturaleza del problema y el remedio que el amor de Dios ha proveído. El cristiano sabe que las fuerzas demoniacas pueden surgir y poseer el mundo de vez en cuando, y lo harán, y cada plan humano para controlarlas fallará al final.
¿Qué haremos, entonces? ¿Nos retiraremos de la vida? ¿Nos dedicaremos a construir nuestra propia cápsula hermética de vida y desearemos el retiro? ¿Debiéramos alzarnos y luchar contra las Naciones Unidas, o dejar que el mundo se vaya al infierno? Qué Dios nos perdone, esta demasiado a menudo ha sido la respuesta de los cristianos estos días. El yelmo de esperanza no solo nos dice que estas cosas están ocurriendo y ocurrirán, sino que salvación cierta y segura está viniendo, y está incluso ahora obrando. Esto es lo que necesitamos saber. ¡No solo que finalmente terminará bien, sino que el final está siendo obrado ahora! La historia no es un embrollo sin sentido, sino un patrón controlado, y el Señor Jesucristo mismo es aquel que está dirigiendo estos acontecimientos. Él es el Señor de la historia. Dios está obrando en estos mismos acontecimientos que observamos con tal horror y confusión.
No nos podemos identificar con todos los métodos del mundano o incluso con todos sus objetivos, pero podemos identificarnos con sus personas. No necesitamos unirnos a sus causas, pero tenemos que escucharles y mostrarnos preocupados por ellos como personas. Podemos ser sus amigos sin unirnos a causas, y, si se oponen a eso, la decisión es de ellos y no nuestra. Jesús dijo: “El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Juan 15:20b). Podemos esperar ambas reacciones al intentar involucrarnos en la vida a nuestro alrededor, no para promovar estas causas desesperadas, sino más bien para interesarnos y preocuparnos la gente involucrada.
También hay muchas causas a las que el cristiano puede unirse. Hay objetivos que podemos respaldar sinceramente. Los cristianos siempre han de ser humanitarios: ayudando a los débiles, ministrando a los enfermos, ayudando a aquellos que son ancianos, y aquellos en prisión o agobiados de alguna forma. El cristiano siempre debería estar listo para promover buen gobierno, porque el gobierno es de Dios. Incluso el peor de los gobiernos tiene, sin embargo, un compromiso básico y una relación con Dios. “No hay autoridad que no provenga de Dios” (Romanos 13:1b), las Escrituras dicen. Por lo tanto, el cristiano debería estar listo para aliviar la maldad social y promover entendimiento entre países si puede. Lee los mandatos de las Escrituras: “Honrad a todos” (1 Pedro 2:17). “Haga el bien” (1 Pedro 3:11). “Honrad al rey” (1 Pedro 2:17). “Obedeced en todo a vuestros amos terrenales” (Colosenses 3:22). “Procurad lo bueno delante de todos los hombres” (Romanos 12:17). “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios” (Mateo 10:8, Lucas 10:9). Estas son exhortaciones prácticas. Observa la vida del Señor Jesús mismo.
Muchos están preguntando hoy: “¿Se habría unido Jesús al Vietnam Day Committee (Comité de Vietnam) si hubiera estado aquí?”, o “¿Dónde hubiera estado durante los disturbios de Berkeley?”. La respuesta es perfectamente predecible. No se habría unido a ningún comité, tal y como no se unió a ningún movimiento social en su propio día ―y existían bastantes de ellos entonces― pero hubiera sido el amigo de cualquiera que sinceramente, incluso equivocadamente, estuviera buscando hacer el bien. Hubiera alzaado la voz enfadado como enemigo de cualquiera que hipócritamente hubiera estado utilizando la causa para favorecer sus propios propósitos, o para ensuciar y contaminar las mentes y los corazones de otros. Al estar en pie frente a Pilato, Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Eso es: “No soy ninguna amenaza para ti, Pilato. Mi reino no es de este mundo. No estoy involucrado en ningunas maniobras políticas que puedas pensar que sean una amenaza a tu posición”. Sin embargo, era conocido en todas partes como el amigo de los pecadores.
Todo esto es posible solo si nos ponemos, como un yelmo, la esperanza de salvación. Una de las grandes razones por la que la iglesia está tan confundida en este día, y diciendo tan poco al mundo de verdadero significado, es porque ha dejado de lado, en gran parte, la esperanza de la venida del Señor. Se predican muy pocos sermones sobre ello, muy poco se dice sobre ello. No se dedica ningún tiempo a la consideración de lo que significa, y por qué es presentado tan frecuente y claramente en las Escrituras. Grandes secciones de las Escrituras que tratan este asunto son simplemente ignoradas entre los cristianos. Como resultado, nuestro pensamiento está confuso. La iglesia no sabe a qué lado estar o qué posición tomar. No tiene nada que decir, o, en el mejor caso, emite un sonido incierto que no llama a nadie a la batalla y no anima a ningún corazón. Hemos de recordarnos frecuentemente la venida del Señor.
Cuantas veces dijo: “¡Velad! Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mateo 24:42, 25:13). Debemos vivir diariamente en su espera y anticipación. La batalla no es nuestra. Esto no es meramente una lucha privada en la que estamos ocupados. Hemos estado hablando sobre esta gran lucha en contra del diablo y sus ángeles, en contra de principados y potestades, en contra de las artimañas del diablo, como si fuera primariamente una lucha privada. Al final se reduce a eso. Nos encuentra justo donde vivimos ―en nuestros hogares, nuestras oficinas, nuestra relación con nuestros prójimos en todas partes a donde nos volvemos―, pero no es sólo eso, y siempre es bueno acordarse de este hecho. La batalla no es nuestra, sino del Señor. Nosotros somos unidades individuales luchando en un gran ejército. La razón final es segura y el final cierto. No necesitamos estar afligidos por todas las cosas que están ocurriendo en la faz de la tierra, ya que nuestro Conquistador ya ha vencido. Aunque estemos en apuros en nuestro ámbito inmediato en esta batalla, la causa nunca está en duda. El final es absolutamente cierto, el resultado es seguro, la batalla es del Señor. ¡No es, final y básicamente, una lucha entre nosotros y el diablo, sino una lucha entre Cristo y Satanás, y el resultado es completamente seguro! ¡Acuérdate de esto!
Cuando coges tu periódico y lees relatos aterradores de cosas que están ocurriendo, la destrucción de los principios morales que han sustentado y fortalecido esta nación durante décadas, acuérdate que Dios ha dicho que la ciencia nunca tendrá éxito en arreglar los problemas humanos, y que los hombres de estado nunca tendrán éxito en producir la Gran Sociedad sobre esta tierra. No está mal intentarlo, pero cada cristiano sabe que nunca tendrán éxito, que el conocimiento humano no contribuirá nada, absolutamente nada, a la gloriosa edad que ha de venir al final sobre la tierra. Pero acuérdate que Dios siempre está obrando en la vida humana y la sociedad. Está obrando por medio de Su cuerpo, para sanar, para ayudar, para amar y para sufrir, hasta que esa mañana sin nubes amanezca, y el día despunte, y toda sombra huya.
¿Estás aterrado por las perspectivas mundiales? Déjame que te diga esto: ¡Las cosas van a ponerse peor! Jesús dijo que los corazones de los hombreas fallarían por temor de observar las cosas que estarían ocurriendo sobre la faz de la tierra. Si piensas que es difícil permanecer en pie ahora, si estas cosas te hacen sentirte perdido ahora, ¿qué será cuando las tinieblas aumenten, y la causa parezca inútil, y las cosas sean mucho peores? Esa es la hora cuando desesperadamente deberemos tener esperanza de salvación, el yelmo para proteger la mente. El escritor de Hebreos dice: “En cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no le sea sujeto, aunque todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos” (Hebreos 2:8-9). Eso es lo que sostiene la mente en todas las horas de presión.
Aquí en esta nación nuestra favorecida tenemos tanto por lo que dar gracias. Dios en Su gracia nos ha concedido que seamos relativamente libres de tanto que molesta y aflige a otros. Pero ya hay grandes áreas del mundo donde no se permite que la fe sea expresada así de abiertamente, donde las tinieblas son mayores que aquí, donde las fuerzas de maldad parecen avanzar en triunfo sin oposición a través de la nación, y nada parece interponerse en su camino. ¿Qué hacen los cristianos en esos sitios? Hay una sola cosa que pueden hacer: deben ponerse el yelmo de la esperanza de salvación. Esto mantendrá su pensar recto. Les dirige en las causas a las que se entregan. Les da consejo en cuanto a dónde debieran poner sus esfuerzos y en lo que deberían invertir su tiempo, dinero e iniciativa.
Puede hacer lo mismo por nosotros. No necesitamos sucumbir al engaño del mundo: que redención, salvación, y resolución de todos los problemas humanos por la aplicación de la inteligencia humana están justo más allá del horizonte; en poco tiempo, si podemos pasar a la nueva era, todo irá bien. ¿Durante cuánto tiempo ha intentado el mundo atrapar ese sueño inútil? Lee los escritos antiguos de los filósofos griegos y verás que estaban diciendo lo mismo entonces. Ve para atrás al comienzo de la historia; los hombres siempre han estado intentando atrapar esta falsa esperanza de que algo pueda arreglarse aquí. Pero Dios nunca ha dicho eso. Consistentemente, a través de las Escrituras, ha dicho que el hombre en su condición caída es incapaz, absoluta y totalmente incapaz, de arreglar sus problemas. “Mientras el hombre fuerte y armado guarda su palacio, en paz está lo que posee” (Lucas 11:21). No hay ninguna amenaza a su reino desde dentro; no puede haberla. Estamos guardados para la salvación de Dios. Pero en la fuerza de esa esperanza podemos mantener nuestras mentes y nuestros corazones calmados y tranquilos en el día de la batalla, en el día de las tinieblas.
Oración:
Padre, gracias por esta palabra reconfortante. Sabemos que las cosas ni se acercan a ser tan malas como podrían ser, o incluso como serán quizás. Pero te damos las gracias por la constante seguridad que nos das de que, incluso cuando las cosas se vuelvan peores, están bajo Tu control, que nada puede venir que Tú no permitas, nada puede ocurrir que no hayas ya anticipado y obrado, que la batalla es del Señor. Gracias por la certeza de que nos mantenemos en pie en el poder de Dios y en la fuerza de Su poder, y que nuestra esperanza no está en las endebles construcciones del hombre, sino en los propósitos eternos de un Dios vivo. Gracias por este ánimo a nuestros corazones hoy, en el nombre de Cristo. Amén.