Aquí en el capítulo 4 de la 2ª carta a los corintios, estamos examinando uno de los más claros pasajes en la Escritura que, en mi opinión, declara el proceso por el cual el poder de Dios se desata entre los hombres. Nosotros anhelamos y pedimos en oración que ese poder se imparta entre nosotros; todos queremos que eso ocurra. Sin embargo, a mí me preocupa cada vez más la ignorancia de los cristianos, no sólo en otros lugares sino aquí mismo también, en lo que respecta el verdadero poder que tienen. Estamos rodeados por la evidencia del declive de la sociedad, de la corrupción creciente, de la desintegración de la personalidad, del aumento del dolor, la oscuridad y la desesperación. Pero todo el tiempo puedo oír a Jesús diciéndonos: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mateo 5:13a).
La sal está hecha para detener la corrupción, así que Su palabra para nosotros es: “Vosotros cristianos sois la sal de la tierra. Podéis detener esta clase de cosas. Si hay tinieblas morales alrededor, de modo que la gente no conoce la diferencia entre el bien y el mal, y están ciegos ante lo que ocurre, vosotros sois la luz del mundo, y vuestra luz puede disipar las tinieblas”.
Por supuesto, Él dice que vuestra sal tiene que tener sabor; tiene que ser salada. Usted no puede solamente dar una mera apariencia de estar salado, es decir, de tener vida y poder divinos obrando en usted, porque la sal sin sabor no vale para nada. Y Jesús dijo que la luz tiene que ser visible. Usted tiene que ponerla sobre un monte donde pueda ser vista. Nadie enciende una lámpara y la pone bajo un almud. Usted no puede vivir aislado del mundo que le rodea. Tiene que estar precisamente en medio de él.
Pablo ha estado describiendo su ministerio en términos de combate directo contra lo que él llama “el dios de este siglo”, el ser invisible que está tras esta oscuridad y corrupción, el que tiene, como puso en el pasaje que vimos la semana pasada: “cegadas las mentes de los incrédulos” (2 Corintios 4:4b). Pero, como Pablo vive y habla en la luz del hecho de que Jesús es Señor, la luz empieza a irrumpir en las tinieblas del mundo. Ese es el procedimiento de Dios. En los versículos 7 al 11 del capítulo 4, hay una descripción detallada de cómo ejercer el poder de Dios; y en los versículos 12 al 15 describe cómo exponer la gloria de Dios. De eso es de lo que se trata la vida entera. Los cristianos son cristianos para ejercitar el poder de Dios y demostrar la gloria de Dios. De eso es de lo que Pablo está hablando aquí.
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros, (2 Corintios 4:7)
Primero, obviamente el programa deliberado de Dios es que Su poder sea mostrado a través de “vasos de barro”. Ese término no es muy halagador. Un vaso de barro no es otra cosa que una vasija de arcilla, eso es todo. Aun así, es un término que describe bellamente lo básico de la humanidad. Todos nosotros, en cierto sentido, no somos más que vasijas de arcilla, aunque quizá algunos de ustedes tienen una arcilla un poco más fina que otros. Ustedes saben que la arcilla puede convertirse en porcelana preciosa y frágil, que, claro está, se rompe fácilmente. ¡Algunos de ustedes se han roto ya! (Me han dicho que aquí en California están desarrollando una ciencia que se llama “psicocerámica”. ¡Trata de vasijas rotas!) Otros son más ásperos y resistentes. Están hechos de barro de adobe, cocido al sol (medio cocidos algunas veces). Pero esta es nuestra humanidad. No somos más que vasos de barro.
Un vaso o vasija está hecho para contener algo. Esta es una comparación hermosa, porque algo esencial a nuestra humanidad es que no estamos diseñados para funcionar por nuestra cuenta. Fuimos hechos para contener a alguien, y ese alguien es Dios mismo. La gloria de la humanidad de la que nunca podemos escaparnos es que, de algún modo, Dios nos diseñó para ajustarnos en armonía con Su divinidad, y que Su maravillosa divinidad, con su plenitud y sabiduría y poder, debería, de algún modo, tener relación y correspondencia, y ser manifestada a través de nuestra humanidad básica. Somos vasos de barro, y de eso es de lo que Pablo está hablando: de vasos de barro. Muy probablemente él está pensando en esa historia del Antiguo Testamento acerca de Gedeón, que fue llamado por Dios para liberar a Israel de las manos de las huestes de Madián que habían invadido la tierra. Gedeón no era más que un oscuro miembro de una de las más remotas tribus de Israel. No tenía reputación; se consideraba a sí mismo como inferior a todos, y, sin embargo, Dios lo llamó para liberar a la nación.
Cuando 32.000 hombres se reunieron para ayudarle, Dios rebajó el número a 300. (Alguno de ustedes recordará el retrato gráfico de Ron Ritchie de ese incidente cuando predicó aquí recientemente. Debería tener a Ron aquí para ilustrarlo para ustedes). Dios les dijo que tomaran vasijas de barro, vasos de barro corrientes, que pusieran velas dentro de ellos y que, durante la oscuridad de la noche, rodearan el campamento de Madián. A la señal del sonido de las trompetas, tenían que romper las vasijas, de modo que las luces surgieran por todos lados. Cuando hicieron eso, el ejército madianita se desmoralizó. De pronto vieron luces apareciendo por toda la falda de la montaña. Pensando que estaban rodeados por un ejército, les entró el pánico y empezaron a matarse unos a otros. Esa historia tiene un gran significado para nosotros, porque en realidad nos está diciendo que, si empezamos a vivir en base al nuevo pacto, actuando y viviendo con Jesús como Señor, a cargo de todo en nuestra vida y en la vida de todo el mundo, podemos desmoralizar a los antagonistas del cristianismo, y empezarán a atacarse unos a otros.
Yo he visto pasar esto. Los cristianos ya no tienen que luchar duras batallas campales, porque, a menudo, la batalla está ganada. Eso es lo que Pablo está diciendo aquí. El propósito de Dios en su vida y la mía es que vivamos de tal manera que la gente se quede realmente desconcertada cuando nos vea. Ellos dirán: “No lo comprendo. Conozco a esta persona. Él (o ella) es tan corriente; no tiene nada de especial, pero lo que pasa cuando vive su vida es tan extraordinario que simplemente no lo entiendo. Ellos podrán ver que el poder no viene de usted, viene de Dios. Pablo pasa a describir el aspecto que esto tendrá, en los versículos 8 y 9:
que estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos. (2 Corintios 4:8-9)
Me gusta la manera tan gráfica en que William Barclay traduce estos versículos:
Somos dolorosamente presionados a cada paso, pero no estamos acorralados; estamos al límite, pero no al límite de nuestra esperanza; somos perseguidos por los hombres, pero nunca abandonados por Dios; somos derribados, pero no anulados.
Fíjese en la debilidad del “vaso” y en la trascendencia del poder. “Trascendente” significa “más allá de lo ordinario”. El poder de Dios no es ordinario. Es diferente de cualquier otra clase de poder que conozcamos. Por tanto, es una equivocación esperar que sea espectacularmente visible. Es un poder callado que se libera de forma callada, y, sin embargo, lo que se consigue es fabuloso. Aquí está la debilidad del vaso: “Somos dolorosamente presionados... estamos al límite... somos perseguidos... somos derribados”. Por otro lado, aquí está el poder trascendente: “no estamos acorralados... no al límite de nuestra esperanza... nunca abandonados... no anulados”. Esa es la manera en que Dios espera que vivamos. Lo singular de esto y el punto donde nos debatimos interiormente es que se necesitan las dos cosas. La debilidad hace falta, para poder tener la fuerza. Eso es lo que no nos gusta. Todos queremos ver el poder de Dios en nuestras vidas, pero queremos que venga de circunstancias serenas, pacíficas y sin problemas. Queremos movernos por la vida protegidos de todos los peligros y todas las dificultades.
¿Recuerdan cómo lo describí hace algunas semanas? Queremos ser como los piratas del Caribe de Disneylandia. Queremos ir por la vida en nuestros barquitos, deslizándonos sobre todas las dificultades. Parece que nos van a pillar, pero nunca se acercan. Usted sale sano y salvo al otro lado, sin un pelo fuera de sitio, sin dificultades reales en absoluto. Pero eso no es lo que Dios tiene en mente. Hemos de tener dificultades y aflicciones y persecuciones. De eso se trata. Deberíamos esperar ser “dolorosamente presionados” y “al límite” y “perseguidos” y “derribados, pero no anulados”.
Sentí interés por lo que noté que le ha pasado a Bob Dylan últimamente. Ustedes saben que se ha convertido en cristiano y ha escrito algunas canciones cristianas. Ahora está dando conciertos en esta zona y, si ustedes han leído algunas de las críticas, habrán visto lo enojado que el mundo está con él porque ahora es cristiano. Todo el antiguo talento sigue ahí, el mensaje que transmite tiene más significado que nunca, y, sin embargo, los críticos están furiosos con él. Está siendo perseguido a causa del nombre de Jesús; su posicionamiento como cristiano está siendo atacado desde todos lados.
Esto es lo que Dios espera de nosotros. Y ni siquiera se nos permite elegir la escena de nuestro propio martirio. No podemos repasar la lista y escoger: “Bueno, escogeré unas cuantas aflicciones, pero no quiero ser derribado”. Tenemos lo que Dios nos manda. Sea cual sea Su voluntad, tenemos que pasar por ello. Pero jamás seremos anulados; eso es lo que importa.
Pablo nos dice que no estamos protegidos contra la vida. Ojalá pudiéramos superar esa idea. Es difícil, lo sé, porque la religión “folclórica”, como Jack Crabtree la llamaría, a la que estamos constantemente expuestos hoy, nos está diciendo algo distinto. Nos dice: “Si eres cristiano, Dios te guardará de todos estos peligros y problemas. Vamos, que ni siquiera te pondrás malo. Si eres un cristiano de verdad, no tendrás enfermedades físicas; los problemas se evaporarán y jamás llegarán a ti”
Esto es una total equivocación. Los cristianos pueden tener cáncer, pueden arruinarse, pueden atravesar dificultades, separaciones familiares, divorcios, problemas de todas clases. Seguro que sí. A pesar de todo lo que hagan, no importa cuán cerca del Señor estén, pueden tener estos problemas, porque desde ellos Dios quiere dar a conocer una actitud diferente, una reacción diferente de la que otra gente tiene. Él quiere demostrar que hay un amor, gozo y paz evidentes en su vida que no pueden ser explicados por lo que usted es, sino que siempre deben explicarse por lo que Dios hace en usted.
Incluso eso no es automático, porque conozco a muchos cristianos que están afligidos y a menudo aplastados; están confusos hasta llegar a la desesperación; son perseguidos; se sienten abandonados, derribados y frecuentemente echados a un lado durante semanas y años en algún momento. ¿Qué es lo diferente en ellos? La respuesta de Pablo está en los versículos 10 y 11. Aquí tenemos una maravillosa exposición del proceso de cómo caminar victoriosamente:
Dondequiera que vamos, llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos, (2 Corintios 4:10)
Fíjese en que la “vida de Jesús” siempre descansa sobre la “muerte de Jesús”. Debemos tener en nuestra experiencia la muerte de Jesús para que tengamos la vida de Jesús.
pues nosotros, que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. (2 Corintios 4:11)
Lo que nosotros queremos, por supuesto, es la vida de Jesús; todos nosotros queremos ser como Él. Pero el poder de Dios es el milagro que los demás ven en nosotros; en medio de nuestras presiones y pruebas, el carácter y la vida de Jesús salen. Siempre me ha hecho gracia y me he sentido desafiado por el versículo en Colosenses 1, donde Pablo ora para que sus amigos puedan ser “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria” (Colosenses 1:11a). ¿Para qué van a usar ellos todo este poder? Suena como si Pablo debiera decir: “Para que podáis ir por ahí haciendo grandes milagros; para que podáis dejar a la gente atónita con el tremendo magnetismo de vuestra predicación y enseñanza, y seáis seguidos por grandes multitudes, produciendo un gran impacto”. Pero eso no es lo que dice en absoluto. Él dice: “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, obtendréis fortaleza y paciencia” (Colosenses 1:11). Para eso sirve el poder. Ahí es donde la vida y el poder de Dios se manifiestan. Esa es la vida de Jesús.
Ha salido una película nueva llamada “Jesús”. Yo no la he visto, aunque espero hacerlo, pero con todos los que he hablado que la han visto me han dicho que es maravillosa. Sigue fielmente la narración de las Escrituras, y la gente se va en silencio, casi anonadados por el retrato de Jesús. Cuando usted lee el evangelio, el Espíritu de Dios trae a su mente un retrato mucho más bello y maravilloso, si cabe, de Su carácter y vida. Usted ve la compasión de Su corazón, Su belleza moral, la cual atraía a la gente dondequiera que fuese. Usted ve la serenidad de Su espíritu, cómo se mueve a través de todas las escenas de ira e inquietud con calma y sosiego. Usted ve Su voluntad disciplinada y Su evidente alegría de vivir. Esa es la “vida de Jesús”, y eso es lo que queremos, ¿verdad?
¿Cómo puede conseguirla? Bueno, pues, esta es la manera. El secreto, dice Pablo, es nuestro consentimiento a compartir la muerte de Jesús: “siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”. ¿Qué quiere decir con “la muerte de Jesús”? Usted sabe que no quiere decir que tenemos que salir y hacer que nos claven a una cruz. Pero la cruz es el símbolo de algo muy real en nuestra experiencia. ¿Cómo era Jesús en la cruz? No era poderoso, impresionante e importante. No estaba siendo aplaudido por las multitudes que escuchaban todas y cada una de Sus palabras. No. La cruz era un lugar de debilidad física, de rechazo por el mundo orgulloso y arrogante que le rodeaba. Era un lugar de oscuridad, un lugar donde Él estaba dispuesto a perder todo lo que había construido y a confiar en que Dios lo devolvería y lo haría significativo. De eso es de lo que estamos hablando.
¿Está usted dispuesto a abandonar todas las cosas que le hacen parecer importante ante la gente, a tomar un lugar de oscuridad si es necesario, confiando en que Dios lo use de cualquier modo que lo desee? Esa es la “muerte de Jesús”. Hoy somos asaltados por todas partes por el culto al potencial humano. Grupos como Est, Análisis Transaccional, Meditación Trascendental y otros están diciendo que usted necesita encontrar unos recursos escondidos dentro de usted mismo con los que poder contar. Usted debe desarrollar esos recursos, y entonces se encontrará creciendo en seguridad en sí mismo y destreza para gestionar su vida. Usted puede estar en la cima si manda 250 dólares y pasa un fin de semana con ellos.
Gente de todos lados se lo están creyendo. Y parece que funciona. Ese es el problema. Muchos de ellos sí que encuentran una nueva fuente de seguridad, una nueva habilidad para funcionar, para dar mucha mejor impresión a los demás, pero todo se reduce a esto: La medida de su éxito es el grado en el que los demás se lo reconocen. Estas sectas descaradas ahora proclaman esto a nuestro alrededor, como hacen las versiones cristianizadas de ellos, las cuales toman las palabras de las Escrituras y los himnos y canciones cristianas, y las caramelizan y presentan como un modo “cristiano” de hacer esto. Pero es el mismo viejo recurso que sale de la gloria al individuo y lo incita a apoyarse en sus propios recursos naturales y habilidades para tener éxito.
Pero el evangelio cristiano ataja todo eso. Eso es precisamente lo que la “cruz” dice que tiene que morir. Hemos llegado al término de nuestra dependencia de nosotros mismos y descansamos en el deseo de Dios de obrar en nosotros, sin ningún relumbrón ni alarde, sino por caminos de amor y quietud, para cambiar todo nuestro carácter hasta ser como Jesús en medio del rechazo y la falta de reconocimiento. ¿Está usted dispuesto a hacer eso? Si es así, usted puede tener la “vida de Jesús”.
Aquí es donde tenemos la lucha interior, ¿no es así? Queremos el poder de Dios, pero también queremos que se nos reconozca el mérito. Si Dios hace algo a través de nosotros, queremos asegurarnos de que conseguimos que se nos mencione en la revista Christianity Today. Si ocurre algo en nuestro ambiente, nuestro hogar, en nuestra familia, queremos que se sepa que pasamos un montón de horas orando por ello, que hemos aconsejado tal y cual cosa de tal y tal efectiva manera. Queremos intervenir y tener el mérito en todas las ocasiones.
Queremos la “vida de Jesús”, pero también queremos la satisfacción de nuestra propia carne. Queremos serenidad de espíritu y un corazón gentil y compasivo, pero también queremos la alegría de regañar a la gente cuando se pasa de la raya. Eso es un gran placer, ¿verdad? ¿No es impactante cómo deseamos estar libres de ansiedades, tener un espíritu sereno y sin preocupación por el futuro, pero al mismo tiempo persistimos en el placer de preocuparnos? Nos encanta preocuparnos; nos sentimos mucho más realizados si nos preocupamos un rato, si hemos hecho al menos nuestra parte. A veces decimos a la gente: “Si yo no me preocupo, ¿quién lo hará?”, como si alguien se tuviera que preocupar, y, si no, nada saldría bien.
Ese es nuestro problema, ¿no es así? Queremos el reino de Dios, y queremos nuestros derechos personales también. Pero usted no puede tener ambos. Ahí es donde nos lleva el nuevo pacto: “pues nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”.
En eso nos ayuda el versículo 11, porque Dios se hace cargo. Ahí Pablo dice que mientras vivimos (no después de morir, sino mientras vivimos) siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús. El versículo 10 es una elección consciente que hacemos por la que consentimos abandonar nuestros deseos personales de reconocimiento, importancia, etc., para dejar que Dios nos los devuelva de una manera adecuada. Pero el versículo 11 nos dice que hay circunstancias en las que Dios nos pone en las que tenemos que morir, nos guste o no.
¿Ha estado usted en esas circunstancias recientemente, en las que, no importa lo que haga, parece que no puede obtener gloria o mérito para usted? Ahí es exactamente donde Dios le quiere, porque por medio de esas ocasiones de presión descontrolada, tiempos de dolor y desesperación y angustias y sentimientos de estar desperdiciado e inutilizado, Dios está obrando Su voluntad. A otros quizá se les está dando vida a causa de la muerte por la que usted está pasando. Pablo hablará más acerca de esto en sólo unos instantes.
Quiero decirles que estoy pasando por una época así en este mismo momento, y no se pasa bien. No es una sensación de triunfo o victoria, pero de eso se trata. Hemos de ser conducidos en triunfo por Cristo independientemente de cómo nos sintamos en ese momento. Su obra lo hace, no la nuestra. A eso nos está llamando Pablo. A menudo este poder trascendente dentro de nosotros es incluso reconocido por el mundo. Dios, en cierto sentido, a veces fuerza al mundo a rendir tributo a esta forma de vivir. Por eso Martín Lutero, incluso cuando se sentía abandonado e indefenso, se atrevió a oponerse a todo el poder secular y consagrado de su tiempo por la verdad de Dios. Finalmente se convirtió en el hombre más ampliamente conocido y considerado de su época, y ha llegado a ser uno de los grandes nombres de la historia. La madre Teresa puede darse a sí misma en los barrios pobres de Calcuta y, sin ningún anhelo o esperanza de reconocimiento u honor en absoluto, de repente es elegida para recibir el Premio Nobel. Dios puede devolver el honor si quiere, pero debe existir la voluntad de renunciar a él para nuestros propios intereses. Pablo mira adelante para ver qué ocurrirá en la iglesia entera cuando esto empiece a ocurrir entre nosotros. Versículo 12:
De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito:
Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos. (2 Corintios 4:12-13)
Él está citando aquí el salmo 116, donde el salmista está declarando por fe que las pruebas y las presiones por las que está pasando van a tener algún efecto e impacto a su alrededor. Él no puede verlo aún, pero dice que va a ser cierto porque Dios lo ha dicho. Ahí es donde está Pablo. Dice: “Yo no veo la vida en vosotros todavía, pero sé que está llegando. Estamos pasando por la muerte, pasando por las presiones y la angustia, pero esto va a tener un impacto en vosotros. Sé que está llegando, porque esa es la clase de Dios a quien servimos”.
Y sabemos que el que resucitó al Señor Jesús, (es decir, el Espíritu de Dios) a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros [vea cómo eso enlaza con el versículo 12]”. (2 Corintios 4:14)
La confianza de Pablo en que esta es la naturaleza del cuerpo de Cristo crece. Compartimos una vida los unos con los otros, y al mismo tiempo que usted se pierde a sí mismo en un servicio costoso, la vida se hace visible en otra persona. Todos sabemos cómo puede ocurrir esto, incluso en una familia. Los padres se dan a sí mismos durante años para que sus hijos puedan disfrutar de algunas cosas. Podemos hacer esto los unos por los otros en el cuerpo de Cristo. Podemos aguantar la soledad de la oración y la fidelidad de sostenernos unos a otros, las dificultades de aconsejarnos unos a otros y ver llegar la vida a alguien más como resultado. Pablo finaliza esto en el versículo 15 con un retrato maravilloso de a donde lleva todo esto:
Todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios. (2 Corintios 4:15)
Fíjese a donde conduce todo, a un aumento de la acción de gracias. Se nos dice hoy día que, si usted toma ciertas expresiones de alabanza de la Biblia: “Alabad al Señor”, “Aleluya” o “Alabad a Jesús”, y en tiempos de sufrimiento las repite una y otra vez, puede forzar a Dios a liberarle de su prueba; usted lo manipula usando la alabanza. Eso no es lo que Pablo está diciendo. Él habla de gente que ha pasado por gran desolación, profundo dolor, auténtica angustia, pero en medio de ello han mirado a Dios buscando fuerza y han encontrado Su consuelo. Han conocido y confiado en Su amor, y el resultado ha estado ahí; ha sido un gozo y paz interiores y fortalecimiento en medio de las pruebas que hace que no puedan sino dar gracias a Dios por todo lo que les ha pasado.
Hace algunos años recorté una carta de la revista de Billy Graham, Decision, la cual era un testimonio maravilloso. No sé si venía de un hombre o una mujer, porque sólo se publicaron las iniciales del remitente.
Durante mucho tiempo he sentido amargura por la vida. Parecía que me había dado un golpe bajo, pues desde que tenía 12 años he estado esperando que la muerte me llegara. Fue en aquella época cuando me enteré que tenía distrofia muscular. Luché y me ejercité duramente contra esta enfermedad, sin ningún resultado. Sólo me debilitaba más. Todo lo que podía ver era lo que me perdía. Mis amigos se fueron a la universidad; luego se casaron y empezaron a tener sus propias familias. Cuando estaba en la cama por las noches pensando, la desesperación se arrastraba hacia mí desde los rincones oscuros, para adueñarse de mí. La vida no tenía sentido. En marzo del año pasado mi madre me trajo de la biblioteca pública el libro de Billy Graham Mundo en llamas. Empecé a leerlo y mientras lo leía me di cuenta de que quería a Dios. Lo quería allí para que fuera el significado de la vida. Quería recibir su profunda fe y paz. Todo lo que sé es que ahora mi vida ha cambiado y ahora tengo alegría de vivir. El universo ya no es caótico. Ya no siento que la vida no tiene propósito. Ya no hay desesperanza. Lo que hay en su lugar es que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Seguí debilitándome. Estoy cerca de la inhabilitación total y sufro dolor la mayor parte del tiempo, pero algunas veces estoy tan feliz de seguir con vida que es difícil no estallar de satisfacción. Puedo ver por primera vez la belleza que me rodea y me doy cuenta de la suerte que tengo. La desesperación es una gran pérdida de tiempo cuando el gozo existe, y la falta de fe es perder mucho el tiempo cuando existe Dios.
Esa es la clase de acción de gracias que glorifica a Dios. De en medio del dolor, la presión, la angustia y las perplejidades surge una alegría, una fuerza y un amor que dejan claro que el poder no viene de nosotros, sino de Dios. Eso es lo que impresiona al mundo. Que Dios nos ayude a vivir así.
Oración:
Señor, sé que hay mucha gente aquí que está pasando por luchas y presiones, peligros y pruebas. ¡Cómo anhelan nuestros corazones clamar a Ti, para que los liberes de ellos, para que te los lleves, para que no nos hagas pasar por ellos! Señor, que más bien aprendamos a tener la maravillosa actitud de nuestro Señor Jesús: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.