Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda.
1 Timoteo 2:8
Cuando Pablo dice que quiere “que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas”, no quiere decir que sólo los hombres deben orar. En algunas iglesias este versículo se ha entendido de esta manera, de modo que sólo se permite a los hombres orar en público o guiar a la congregación en oración, pero no es esto lo que quiere decir el apóstol. No está diciendo que sólo los hombres deberían orar, sino que cuando los hombres oren en todos los lugares deberían hacerlo de una doble manera, elevando manos santas, sin ira ni contiendas en sus corazones. La preocupación de Pablo no tiene que ver con quién ora aquí, sino cómo oran.
La primera instrucción es que los hombres deberían “levantar manos santas”. Ésta era la postura corriente de oración, derivada principalmente de las sinagogas judías, en las que los judíos oraban en pie con sus brazos levantados y dirigían la congregación de este modo. Todo lo que Pablo está diciendo es que cuando los hombres oren de esta manera, debería haber dos cosas que las caracterizasen.
Primero, levantar las manos debiera ser algo santo. Esto no significa que debía hacer algo religioso con ellas, que debían ser rociados con agua sagrada o algo por el estilo. Esto es más bien una expresión que significa que las acciones de estos hombres, simbolizadas por las manos, debían ser acciones justas. Estos debían ser hombres a los que se les conocían por su comportamiento justo, a los que se les consideraban honestos, cuyas acciones reflejaban su fe.
Segundo, sus actitudes los unos para con los otros debían ser “sin ira ni contienda”. Era preciso que sus relaciones fuesen justas. No debían mostrarse amargados ni resentidos en contra de alguien, furiosos por algo que nunca había sido mencionado o discutido abiertamente.
Cuando yo estaba creciendo como un niño en Montana, acostumbrábamos a tener cultos para una denominación en particular sólo una vez al mes, porque no había ninguna iglesia de esta denominación en la ciudad. Cada mes cuando se celebraba la reunión, podíamos contar con el hecho de que un hombre alto y delgado siempre dirigiese la oración. Su oración acostumbraba a durar entre diez y quince minutos, y casi todo el mundo se había quedado dormido para cuando acababa. Pero lo que empeoraba la situación era el hecho de que se le conocía en la comunidad como el más grande granuja en la ciudad. Sus dudosas prácticas de negocio habían ahuyentado a todo el mundo, de manera que su oración era una hipocresía y era despreciada en esta comunidad. Lo que el apóstol está diciendo aquí en este versículo es que cuando los hombres oren en público, deben vivir en privado lo que han orado.
Señor, enséñame a orar, no sólo con la postura correcta, sino también con un corazón recto. Perdóname por esas veces que he realizado las mociones de la oración al mismo tiempo que he sentido amargura y resentimiento en mi corazón.
Aplicación a la vida
El hablar a nuestro imponente Dios no es un encuentro casual. ¿Refleja nuestra oración pública la integridad personal tal y como nos vemos a nosotros mismos ante la presencia de la santidad de Dios?