De cierto, Dios, harás morir al impío. ¡Apartaos, pues, de mí, hombres sanguinarios!
Salmo 139:19
¿Por qué estos salmistas parecen todos ellos interponer estos sangrientos pensamientos? Por qué esta repentina palabra de pasión: “¡Si tan sólo hicieses morir al impío!”. Esto ha inquietado a muchos, porque parece algo tan lejos de lo habitual en el Nuevo Testamento, como “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). ¿Cómo podemos entender estas cosas?
Tenemos que entender que todo lo que pide el salmista no es necesariamente un reflejo de la voluntad de Dios. Estamos leyendo acerca de las experiencias de creyentes, y sus pensamientos no son siempre reflejos de la voluntad perfecta de Dios. En ocasiones, los salmos reflejan seriamente el punto de vista humano, y necesitamos entender estos pasajes en su contexto. En este párrafo, el salmista, sintiéndose dominado por su íntima relación con Dios, llega ahora de una manera natural al lugar en el que le pide algo a Dios, que es algo que también nosotros hacemos. Cuando nos damos cuenta de que estamos cerca de Dios, sabiendo que Él nos ama, tenemos tendencia a pedir cosas a Dios, pero esas cosas no concuerdan siempre con lo que Dios considera que es mejor para nosotros, y es lo que está haciendo el salmista.
El salmista le pide también a Dios que se ocupe del problema de los malvados. La manera que sugiere para resolver el problema es un tanto ingenua. Él dice: “Señor, destrúyelos”, como si un remedio tan sencillo para los males humanos nunca se le hubiese ocurrido al Todopoderoso. ¿Se ha sentido usted así alguna vez? Una de las cosas refrescantes acerca de los salmos es la honestidad que reflejan.
Hay varias cosas en las que necesitamos fijarnos sobre esto. Para empezar, la petición del salmista se queda corta, incluso en lo que se refiere a la norma del Antiguo Testamento; pues fue primeramente el Antiguo Testamento que dijo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levíticos 19:18b). El Nuevo y el Antiguo Testamento no se contradicen en lo que se refiere a estas normas de la moral. Pero este hombre todavía no lo ha aprendido. En su honestidad dice: “Señor, me parece que la mejor manera que puedes enfrentarte con este problema del mal es destruyendo a los malvados. ¿Porqué no haces eso?”.
Aquí tenemos el caso de un hombre que ha sentido el odio de Dios en contra del pecado, pero todavía no ha sentido el amor de Dios por el pecador. Yo creo que ése es el motivo por el cual concluye con estas palabras: “Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24). Me parece que él está diciendo: “Señor no entiendo este problema del mal. A mí me da la impresión de que la manera más fácil es que Tú elimines a la persona malvada. Pero Señor, también sé que no pienso con demasiada claridad y con frecuencia no tengo la respuesta correcta; así que, Señor, en caso de que yo no tenga el remedio correcto a este problema, permíteme añadir esta oración: ‘Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno’”.
Padre, con cuánta desesperación necesito ser guiado por las complejidades de mi vida. Ayúdame a no sentirme satisfecho con soluciones sencillas pero equivocadas, sino a estar dispuesto a permitir que Tú realices Tus propósitos, sabiendo que Tú has tenido en cuenta todos los factores.
Aplicación a la vida
¿Qué parte de nuestro tiempo de oración dedicamos a peticiones que son el resultado de nuestro entendimiento finito? ¿Hay una mejor manera de orar? ¿Hemos sentido nosotros el amor de Dios por los pecadores?