Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre, líbrame, porque tu misericordia es buena.
Salmo 109:21
He aquí a un hombre que se encuentra bajo ataque por parte de personas poco escrupulosas. Los que le atacan tan duramente son personas en las que evidentemente no se puede confiar. “Son engañosas”, dice. “Son malvadas”. En otras palabras, están empeñadas en hacer el mal y son personas muy poco escrupulosas, a las que no les importa lo que dicen o lo que hacen. Están dispuestas a destruir con sus lenguas mentirosas.
Es posible que algunos de ustedes hayan tenido esta experiencia. Alguien ha intentado deliberadamente difamarle a usted, mancillar su carácter o arruinar su reputación, acusándole injustamente, y usted sabe exactamente cómo se sintió este hombre. Es más, estas personas no tenían la menor justificación para atacar. Él nos dice que hicieron esto “sin causa”, al menos en lo que se refiere a lo que pudo ver el salmista David, y nosotros sabemos que era un hombre honrado. Él no vio motivo alguno para sus acusaciones. Ellos le afligieron, le enfadaron y le atacaron sin que él les hubiese dado el menor motivo para que lo hiciesen.
¿Qué podía él hacer? Lo que hizo fue verdaderamente hermoso. Entregó todo el asunto al Señor en oración. La oración final del salmo es una maravillosa imagen de la actitud correcta, de la reacción justa y de la manera apropiada de enfrentarse con esta situación.
Fíjese usted en que lo primero que hizo fue confiar su causa a Dios: “Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre”. He aquí un hombre que sabe cómo funciona la vida, que entiende la verdad tras la advertencia de las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: “‘Mía es la venganza, yo pagaré’, dice el Señor” (Deuteronomio 32:35; Romanos 12:19). “¡Mía es la venganza! No lo intenten ustedes; no lo hagan. No intenten ‘vengarse’, porque si lo hacen, solamente empeorarán las cosas. Perpetuará usted una disputa que puede continuar durante años enteros, incluso durante siglos, destruyendo, arruinando, perjudicando a otros y creando toda clase de dificultades para ellos y para usted. No, mía es la venganza”, dice el Señor. “Yo soy el único que posee la sabiduría adecuada para manejar esta clase de problema”. El salmista reconoce esto y entrega la causa a Dios.
Pero también entiende que el nombre de Dios está involucrado en todo esto. Cuando el pueblo de Dios está siendo perseguido, Dios también está siendo perseguido. Depende de Dios defender Su nombre, no de las personas. Recuerde usted que cuando Saulo de Tarso se convirtió en el camino a Damasco y se le apareció el Señor Jesús, Saulo clamó a Él diciendo: “Señor, ¿quién eres?”. Jesús le dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Saulo estaba persiguiendo a los cristianos, pero cuando lo estaba haciendo, también estaba persiguiendo al Señor. Dios está involucrado en las pruebas de Su pueblo. Dios está involucrado en lo que le sucede a los Suyos. El salmista, entendiendo esto, confía toda la causa a Dios y dice: “Dios, trata tú con esto; es tu problema. Tu nombre está involucrado; hazte tú responsable de ello en mi nombre por amor a tu nombre”. ¿No es ésta una reacción de lo más cristiana?
Padre, perdóname cuando devuelvo el golpe por haber sido falsamente acusado. Ayúdame a entregar mi causa a Ti, confiando en que Tú sabes cómo resolver estas cosas.
Aplicación a la vida
Cuando nos sentimos atacados, doloridos y tratados injustamente, ¿con qué clase de venganza podemos realmente contar? ¿En qué deberían centrarse nuestra actitud y nuestros pensamientos?