Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad, pues de otra manera tú también serás eliminado.
Romanos 11:22
Pablo habla de la bondad y la severidad de Dios. Si vienes a Dios necesitado y arrepentido y reconociendo que necesitas ayuda, siempre encontrarás que es amoroso, misericordioso, con los brazos abiertos, listo para ayudarte, listo para perdonarte, listo para darte todo lo que necesitas. Pero si vienes a Dios quejándote, dando excusas, justificando lo que has estado haciendo e intentando darle buen aspecto en Sus ojos, siempre encontrarás que Dios es duro como el hierro, sin compasión como el fuego, tan severo como un juez. Dios siempre volverá esa cara hacia aquellos que vienen llenos de orgullo y justificación en sus propias fuerzas.
Éste es el secreto del misterio de Israel y su ceguedad hoy. Mientras que los judíos vengan a Dios de esa forma, siempre le encontrarán con una voluntad dura como el hierro, un Dios severo. Pero cuando vienen en arrepentimiento, y, como Zacarías el profeta describe, cuando Jesús aparezca y le vean como Aquel que fue traspasado y se preguntaran: “¿Qué heridas son éstas en tus manos?”, Él responderá: “Las recibí en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6). Entonces se afligirán como quien se aflige por un hijo primogénito, y la aflicción de Israel en ese día será como la aflicción por el rey Joás en la batalla de Jezreel. La nación completa se afligirá. Entonces Dios tomará a la nación, y llenará la tierra. Esto es lo que Pablo está esperando.
Éste es un recordatorio a nuestros propios corazones de la fidelidad de Dios. Sus promesas no fallarán. Los propósitos de Dios nunca volverán de vacío. Dios logrará todo lo que dice que hará. Aunque se tarde un buen tiempo, y aunque nos lleve por medio de muchas pruebas, tentaciones, heridas y angustias, lo que Dios ha dicho que hará, Él llevará a cabo. En esa base podemos comenzar cada día con una profunda conciencia de la fidelidad de Dios.
Gracias, Padre santo, por Tu fidelidad. Gracias porque eres el Dios de gloria y el Dios de misericordia. Estoy asombrado de tanto la bondad como la severidad de Dios. Señor, enséñame que Tú no eres alguien al que puedo manipular. Ayúdame a arrodillarme frente a Ti en humilde adoración de la gloria que me alcanza cuando estoy listo para admitir mi necesidad y vengo frente a Ti temblando y contrito.
Aplicación a la vida
La bondad y la severidad son ambas partes integrales del carácter de Dios, cada una necesaria a la plena expresión de Su amor. ¿Cuáles son las respuestas apropiadas a Su bondad, y a Su necesaria severidad?