¿Acaso ignoráis, hermanos (hablo con los que conocen de leyes), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? La mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley que la unía a su marido. Así que, si en vida del marido se une a otro hombre, será llamada adúltera; pero si su marido muere, es libre de esa ley, de tal manera que si se une a otro marido, no será adúltera.
Romanos 7:1-3
Pablo utiliza una ilustración para enseñarnos la forma de ser libres de la ley. La mujer somos nosotros. Ella tiene dos maridos, uno detrás del otro. Fíjate lo que hace la muerte del primer marido a la relación de la mujer con la ley. Cuando el primer marido muere, la mujer es libre de la ley. Si su marido muere, la ley no puede decirle nada en cuanto a dónde puede ir, y lo que puede hacer, y con quién puede estar. Está libre de la ley. La muerte del marido hace a la mujer muerta a la ley.
El primer marido es Adán, este viejo estilo de vida al que somos nacidos. Estábamos ligados a él, casados con él, y no podíamos escapar de él. Como una mujer casada con un hombre viejo, cruel y despiadado, no hay mucho que pueda hacer sobre ello. Mientras está casada, está ligada a ese marido. No puede tener un segundo marido mientras está casada al primero. Tiene que cargar con el primer marido, y tiene que compartir el estilo de vida de cautiverio, corrupción, culpa y muerte. Es por eso que aquellos que fuimos nacidos a Adán tenemos que compartir el estilo de vida del Adán caído.
Si esta mujer, mientras está casada al primer marido, intenta vivir con otro ―ya que este estilo de vida le es repugnante―, será llamada adúltera. ¿Quién le llama esto? La ley. La ley le condena. Es sólo cuando el primer marido muere que está libre de esa condenación de la ley y puede casarse de nuevo. Cuando hace eso, la ley es absolutamente muda; no tiene nada que decirle. El versículo 4 dice: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”.
¡Qué versículo tan fantástico! Aquí está la gran, maravillosa declaración del evangelio de nuestro Señor Jesús. Fíjate cómo Pablo establece un paralelismo: “Así… también vosotros”. Nosotros encajamos con eso. Las palabras claves aquí son “vosotros habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo”. “El cuerpo de Cristo” se refiere a la muerte del Señor Jesús en la cruz.
Pablo se está refiriendo a lo que las Escrituras dicen en muchos sitios: que en la cruz el Señor Jesús fue hecho pecado por nosotros. Él tomó nuestro lugar, como humanidad pecaminosa, en la cruz. En otras palabras: Se convirtió en ese primer marido, la naturaleza adámica a la cual estábamos casados. Cuando se convirtió en eso, murió. Cuando murió, fuimos librados de la ley.
La ley ya no tiene nada que decirnos. Somos libres de casarnos con otro. ¿Quién es ése? Es Cristo resucitado. Nuestro primer marido fue crucificado con Cristo; nuestro segundo marido es Cristo levantado de entre los muertos. Ahora compartimos Su nombre. Compartimos Su poder. Compartimos Sus experiencias. ¡Compartimos Su posición, Su gloria, Su esperanza, Sus sueños; todo lo que es, ahora lo compartimos! Estamos casados con Cristo levantado de entre los muertos. La ley, por tanto, no tiene nada que decirnos.
Gracias por esto, Padre. Pido que pueda entender más plenamente que no estoy bajo condenación. Aunque lucho y no siempre actúe sobre los principios que me han sido revelados, sin embargo Tú no me rechazas; no me das de lado.
Aplicación a la vida
¿Cómo cambió la muerte de Cristo nuestra relación a la ley? ¿Cómo cambió nuestra identidad Su resurrección? ¿Cómo afecta profundamente la forma en la que tratamos con el pecado y la culpa?