¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice:
Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.Lucas 15:4-7
Ocurre algo peculiar con las ovejas.
A diferencia de otros animales ellas no se escapan intencionadamente.
Un perro que quiere ser libre, en cuanto tiene oportunidad se va, así de simple.
Pero no es así con las ovejas.
Ellas solamente se descarrían.
No lo hacen a propósito.
Esta es la descripción que Jesús nos da de cierta gente que no pretende perderse; no tienen la intención de desperdiciar sus vidas.
No tienen la intención de descarriarse, metiéndose en cosas peligrosas y destructivas.
Pero, poco a poco, concentrándose sólo en el presente, se pierden.
Al final, despiertan y se dan cuenta de que están perdidas, de que repentinamente la vida se ha vuelto vacía, que sus corazones están cargados bajo el peso de la culpabilidad; y no saben cómo pasó.
No se sienten felices estando perdidas; lo aborrecen.
Añoran estar en su sitio.
Hay millones así hoy día.
Algunos son pobres y grises.
Algunos sólo tratan de ganarse la vida y ganarse el pan.
Algunos son ricos e importantes.
Por todo este país, hay gente que sufre de la
enfermedad del destino
,
o sea, la enfermedad de aquellos que ya han llegado a su destino, los que tienen todo lo que quieren, pero descubren que no quieren nada de lo que tienen.
Fíjense en la respuesta del pastor.
Dejó las noventa y nueve en mitad del campo y buscó a la que faltaba.
Eso representa la actividad de Dios, tal como se expresa en la persona del Señor Jesús mismo.
Él dejó algo para venir a buscarnos.
Tal como Pablo declara maravillosamente en la carta a los Filipenses, Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres
(Filipenses 2:6-7).
Dejó algo, y vino.
Finalmente, fíjense en el gozo por la recuperación de la que se perdió. Esto revela el valor que tienen a los ojos de Dios los hombres y mujeres perdidos. No carecen de valor a Sus ojos. Están hechos a Su imagen y son de un valor indescriptible para Dios. Ellos resemblan Su propia imagen y, a pesar de todo lo deteriorada y arruinada que pueda estar, Él anhela encontrarlos y alcanzarlos y restaurarlos.
Gracias, Padre celestial, por dejarnos ver este destello de Tu propio corazón, por el conocimiento de Tu preocupación por aquellos que se han perdido.
Aplicación a la vida
¿Siento yo la misma compasión que el Dios que anhela alcanzar a los perdidos? ¿Me estoy involucrando en la gran misión de Dios de buscar a estas personas?