Pero el que fue sembrado en buena tierra es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta y a treinta por uno.
Mateo 13:23
Fíjese en las cualidades de esta tierra. He aquí un corazón que ni es duro y estrecho, ni frívolo. Entiende la palabra; la medita y la pondera. La recibe con alegría, y su vida no es superficial. Produce fruto. La semilla permanece tiempo suficiente para germinar y crecer y ser fructífera. Finalmente, su fruto no se pierde en un revoltijo de cosas, las espinas y cardos de la vida, sino que produce diversas cantidades: treinta, sesenta y ciento.
La clave de toda esta parábola es que sólo uno de estos cuatro corazones, el cuarto, es auténticamente cristiano. La siembra no es salvación. Ni tampoco oír la palabra. Muchos oyen, pero no son cristianos. Ni siquiera la germinación de la semilla es salvación. El entusiasmo, el gozo con el que se recibe, los resultados inmediatos en la vida no son todavía la salvación. ¿No es eso inquietante? Hay muchos que se manifiestan de esta manera, pero no son cristianos. La salvación se ve cuando llega el fruto. El fruto aparece cuando la voluntad está verdaderamente rendida al señorío de Cristo, cuando la palabra es bienvenida y se la deja crecer hasta fructificar.
Pero tenemos que notar aquí que nuestro Señor está describiendo corazones, no vidas.
Él no dice que una vez que el hombre es como cierta clase de tierra ya no pueda cambiar.
Él está diciendo que su corazón puede que sea de esa forma.
Pero el corazón cambia; se modifica por las circunstancias de la vida.
Es bastante posible que un individuo determinado pase por estos cuatro estados.
Probablemente, todos nosotros lo hacemos.
Lo que Jesús nos pregunta es: ¿Cómo es tu corazón cuando escucha la palabra?
.
Es posible que tu corazón duro, o distraído, o reticente, sea traído hasta Dios, porque Dios es capaz de cambiarlo. Él es el Creador. Él es capaz de quebrantar el corazón duro. Él es capaz de hacer profunda una vida superficial. Él es capaz de hacer más sosegada la vida saturada de ocupaciones, de modo que la maravillosa y vivificante Palabra de vida enraíce en tu corazón y te cambie.
¡Qué descripción tan exacta de nuestra época es ésta!
La siembra ha continuado constante a través de nuestro tiempo.
Los enemigos del evangelio han estado obrando también.
El diablo nos miente, nos dice que la vida consiste solamente en lo que se puede percibir con los sentidos, y que no hay nada más allá de eso.
La carne sólo nos permite relacionarnos con el momento que pasa, con la escena que cambia, con la superficie de la vida, que mueve nuestras emociones y centra nuestra atención sobre ellas, de modo que lo que nos preocupa es únicamente el cómo nos sentimos en ese momento.
Ésa es la esencia destructiva de la actividad de la carne.
El mundo es lo que nos engancha a los negocios, a intentar amasar riquezas, a involucrarnos en las preocupaciones de esta vida, a conservar nuestras propiedades y nuestra riqueza material, en lugar de la hermandad y la relación espiritual. Ésta es la actividad del mundo para destruirnos.
Pero, cuando la Palabra de Dios llega a nosotros, la pregunta que cada uno debe hacerse es: ¿Cómo es mi corazón ahora?
. Y así nuestro Señor deja esta parábola con nosotros, para que contestemos esa pregunta en el fondo de nuestros corazones.
Padre celestial, te pido que tomes mi corazón y lo conviertas en buena tierra, receptivo, listo para escuchar, listo para reflexionar y listo para prestar atención.
Aplicación a la vida
¿Cómo es mi corazón ahora?