Deseables son más que el oro, más que mucho oro refinado; y dulces más que la miel, la que destila del panal. Tu siervo es, además, amonestado con ellos; en guardarlos hay gran recompensa. ¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.
Salmo 19:10-12
David, resumiendo todo lo que dijo sobre la Palabra de Dios, declara que lo único que puede interferir con que la palabra tenga un efecto pleno somos nosotros.
Nosotros somos el problema.
Si no nos podemos beneficiar de la Palabra, no es porque haya algo malo en ella.
Es porque nosotros somos el problema.
¿Quién puede discernir sus propios errores?
Todos somos víctimas de fallos ocultos en nuestras vidas.
Si nos examinamos a nosotros mismos, generalmente nos parecemos bien.
Todo el mundo piensa que lo que hace es correcto.
No podemos ver nuestros propios errores, aunque estos errores estén constantemente afectándonos, de modo que no podamos ver la verdad tal como es.
Por tanto, necesitamos desesperadamente ser liberados de los errores ocultos.
Eso es lo que estorba nuestro deseo de la Palabra, estos errores ocultos.
El salmista se enfrenta al hecho de que hay algo malo en nosotros, así que concluye este salmo con una maravillosa oración:
Líbrame de los que me son ocultos
.
¿Es esa su oración?
¿Sabe lo que pasará cuando usted ore de esa manera?
Usted podría pensar que Dios agarrará una esponja y le limpiará por dentro, de modo que usted ni siquiera sabrá dónde estaban esos errores ocultos.
Pero Dios no hace eso.
Su manera de arreglar los errores ocultos es, o bien mandarle a alguien para que se los señale, o sacarlos fuera con algunas circunstancias por medio de las cuales se enfrentará usted de repente con lo que ha dicho o hecho, y lo encontrará horrible y no le gustará.
Ésa es la manera en que Dios nos limpia de los errores ocultos.
Abre los lugares secretos.
Generalmente Él lo hace a través de otras personas, porque no podemos vernos a nosotros mismos, pero los demás sí pueden vernos.
Estos errores están ocultos para nosotros, pero no para los demás.
Ellos los ven muy claramente.
Y nosotros podemos ver sus errores ocultos mejor que ellos.
Usted dice: No comprendo cómo pueden estar tan ciegos
.
Bueno, pues, alguien está pensado eso mismo de usted.
No nos vemos a nosotros mismos.
Por eso siempre es apropiado decir: Señor, líbrame de los que me son ocultos.
Ayúdame a verme a mí mismo a través de los ojos de un amigo que me ame lo suficiente como para decirme la verdad
.
David cierra este salmo con estas palabras citadas a menudo, que son tan admirablemente penetrantes que deberíamos decirlas en oración frecuentemente: ¡Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Jehová, roca mía y redentor mío!
(Salmo 19:14).
Es una oración admirable, ¿no es verdad?
Ésta es la actitud que abrirá la Palabra de Dios para nosotros.
Cuando usted ore esa clase de oración antes de leer la Palabra, encontrará que Dios le hablará de una forma maravillosa.
Gracias, Padre, por estas palabras de instrucción a mi corazón. Que yo pueda seguir adelante con esta verdad y vivir en el humilde entendimiento de que Tú te has revelado a mí a través de Tu Palabra. Permíteme estar listo para escuchar y ver. Amén.
Aplicación a la vida
¿Ha tenido alguien la valentía de decirle algo que usted no quería oír sobre usted mismo? Si es así, ¡dele gracias a Dios y escuche!