Esto me dolió mucho, y arrojé todos los muebles de la casa de Tobías fuera de la habitación. Luego mandé que limpiaran las habitaciones e hice volver allí los utensilios de la casa de Dios, las ofrendas y el incienso.
Nehemías 13:8-9
El sumo sacerdote había permitido a su nieto casarse con la hija de Sanbalat, el gobernador de Samaria, que era un aliado de Tobías el amonita. Estos dos eran enemigos acérrimos de Nehemías. La agradable alianza dio lugar a una invitación hecha a Tobías, de hecho, a mudarse al templo mismo. A fin de hacer espacio para él, el sumo sacerdote aprovechó el almacén que había sido apartado para el grano, el aceite y el incienso que usaban los levitas en su purificación y en las ceremonias rituales. De manera que se habían hecho dos cosas mal. Un amonita y su familia estaban, de hecho, viviendo en el templo, lo cual era contrario a la Ley de Moisés, y habían defraudado deliberadamente a los levitas respecto a sus derechos de almacenamiento.
Cuando Nehemías regresó, emprendió una acción inmediata y apasionada. Echó fuera el equipaje, fumigó la habitación y volvió a colocar el aceite, el grano y el incienso en su lugar apropiado. Muchas personas consideraron que había reaccionado de manera exagerada. Hoy en día no nos enfadamos ante la presencia del mal, y pensamos que es extraño que un hombre pudiese actuar como lo hizo Nehemías. Hemos perdido en gran medida la habilidad de expresar nuestro ultraje e indignación pública por las cosas que están mal.
Debemos recordar, sin embargo, que éste es semejante al incidente en el Nuevo Testamento cuando Jesús entró en el templo y se encontró que estaba lleno de los que cambiaban monedas. Jesús reaccionó de una manera parecida a la de Nehemías. Hizo un látigo y fue por el templo, volcando las mesas y echando fuera a los que hacían el cambio de moneda. Esto nos indica que hay un tiempo para adoptar una postura dura en contra del mal que otras personas han aceptado con indiferencia.
El mal nos invade silenciosamente, y antes de que nos demos cuenta de él, nos hemos comprometido y le hemos seguido la corriente a las normas ampliamente aceptadas. Nos encontramos con que el pueblo de Dios se ha corrompido con frecuencia por esta clase de cosa. Cuando se trata de las personas de manera individual, ésta es una imagen de nuestra lucha con la carne. Debemos estar preparados para ser drásticos y para adoptar con frecuencia acciones dolorosas, con el fin de modificar las cosas que están mal en nuestros propios asuntos. Muchos cristianos permiten que el mal arraigue en sus propias vidas. Esta historia es una imagen de la manera en que estas fuerzas falsas pueden invadir nuestras vidas y ocupar espacio en el templo de nuestro espíritu, corrompiendo y destruyéndonos en el proceso. Tome usted acción y no permita que permanezcan estos males. Aunque eso requiera un esfuerzo doloroso al realizarlo, ¡ponga usted fin a esto! Esto es lo que nos enseña esta gran historia.
Señor, perdóname por las diferentes maneras en que yo permito que los compromisos sutiles se introduzcan en mi manera de pensar y en mis decisiones. Ayúdame a ser tan despiadado en juzgar y en tratar mi propio pecado.
Aplicación a la vida
¿Poseemos la credibilidad requerida, el valor y la sabiduría para expresar el ultraje en nuestra cultura decadente? ¿Estamos cegados por la tolerancia de manera que no podemos ver lo que está mal?