Vino luego y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ―Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.
Marcos 14:37-38
El enemigo tiene poco que luchar con Pedro. No es ni siquiera necesario amenazarle con echarle a los leones o con quemarle en la estaca. Su resolución se desmorona por el simple medio de hacer que se sienta demasiado soñoliento como para orar. Eso es todo, y esa tremenda determinación de la voluntad, esa firme resolución, se disuelve, y Pedro es tan débil como masilla cuando llega el momento. Está débil porque le falta la fuerza de la oración. El demonio no tuvo más que hacer que sintiese sueño, eso es todo. Estoy seguro de que éste fue un ataque satánico. La espada que estaba blandiendo Jehová, que hizo daño y angustió al Hijo de Dios, estaba ahora afectando a los discípulos, y se le permitió a Satanás aparecer como un furtivo hombre de arena que hace que los ojos sientan sueño, de modo que se quedaron dormidos en lugar de orar.
Jesús analiza la situación. Viene y les encuentra, y hay casi una nota de humor en esta situación. Después de haberles despertado, les dice a estos discípulos: “Pedro, ¿no has podido mantenerte despierto ni siquiera una hora? ¿No has podido resolver la fiera determinación para que durase por lo menos ese tiempo?”. Luego nos dice por qué Pedro no lo consiguió: “El espíritu está dispuesto, Pedro. Conozco tu corazón y sé que me amas. Tu espíritu está perfectamente dispuesto, pero, Pedro, has dependido de tu carne, y la carne es débil”.
Todos hemos sentido esto, ¿no es cierto? Se nos ha pedido que hagamos algo, y decimos: “El espíritu está dispuesto, pero la carne está lista para el fin de semana”. La carne es débil. Ese sentido humano de independencia, la confianza que tenemos en nosotros mismos, es siempre débil a la hora de ser sometido a prueba. No puede soportar la prueba. Éste es el análisis que Jesús hace del problema de Pedro. La clave es la oración. Si Pedro, teniendo sueño y sintiéndose débil, hubiese seguido el ejemplo de Jesús y hubiese decidido confiar en el Padre y le hubiese dicho cuál era su problema, el Padre le hubiera ayudado, y él no hubiese negado al Señor.
Es nuestra debilidad la que es nuestra seguridad, no nuestra fortaleza. Es por eso que yo no me siento terriblemente impresionado cuando los jóvenes me dicen lo mucho que van a hacer por Dios y lo seguros que están de que pueden realizarlo hasta el fin. Yo he aprendido, por triste experiencia en mi propia vida, así como por el testimonio de las Escrituras, que a la hora de la prueba esta confianza en mí mismo desaparecerá por completo. Pero yo tengo confianza en el hombre o la mujer que dice: “Me siento asustado. No creo poder hacer esto, pero voy a intentarlo porque Dios me dice que lo haga. Estoy poniendo mis ojos en Él para que me fortalezca”.
Padre, abre mis ojos y mi corazón para que entienda que aparte de Ti no puedo hacer nada. Tú eres el Pastor en quien puedo confiar, a quien puedo acudir en la hora de la angustia y encontrar las fuerzas para hacer lo que Tú me estás llamando a hacer.
Aplicación a la vida
¿Suponemos nosotros que seguimos obedientemente a Jesús gracias a nuestra propia seudo-energía humana y nuestros inadecuados recursos? ¿Por qué es la oración una necesidad urgente para este viaje de fe?