Por tanto, os digo que todo lo que pidáis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.
Marcos 11:24-25
Lo que Jesús está diciendo es: “El gran obstáculo para poder tener fe en Dios es el orgullo, un orgullo que se niega a perdonar. Eso es como una montaña que llena toda su vida, y todo lo que puede ver usted es esa enorme montaña que aparece ante usted y que está bloqueando la vida de Dios en su vida. Usted tiene el poder para hacer que eso sea eliminado si, cuando usted se pone en pie y ora, perdona usted a aquellas personas que le han ofendido”. Porque lo único que impide que nos perdonemos los unos a los otros es el orgullo. Creemos estar justificados en desear que otros nos perdonen a nosotros, pero también sentimos que debemos exigir un precio por el daño que nos han causado a nosotros. Así que, de muchas maneras, de modo sutil o directo y abiertamente, insistimos en que no perdonaremos, que los que nos han ofendido deben pagar por lo que nos han hecho. De alguna manera, vamos a obligarles a que se arrastren, hacer que supliquen o que se humillen pidiendo perdón. “Y eso”, dice Jesús, “es una gran montaña que es preciso quitar de en medio, porque está bloqueando el fluir de la vida de Dios en su fe”. De modo que cuando se ponga usted en pie y ore, la vida fluirá de Dios cuando pueda usted reconocer que también usted necesita el perdón. Dios le ha perdonado a usted; Dios se lo ha ofrecido a usted gratuitamente; así que concédalo usted de la misma manera a la persona que le haya ofendido.
Después de muchos años de ministerio, yo puedo insistir en que esto es verdad. La cosa que por encima de ninguna otra bloquea el fluir de la vida de Dios a la persona, a la iglesia o a la nación, es que seamos incapaces de perdonar, el que nos aferremos a nuestros rencores, este deseo de humillar a alguien a fin de que nos sintamos bien, el que no estemos dispuestos a dejar a un lado estas cosas y a permitir que Dios sane lo que nos ha hecho daño en la vida.
Es por ello que Jesús da en el blanco sobre una cosa. ¿No es esto asombroso? La nación de Israel perdió su vida porque no quiso perdonar a los gentiles, a los romanos, que les habían ofendido y causado dolor. En lugar de ello, se empeñó en su propia justicia al respecto y miró con orgullo a Dios, diciendo: “Doy gracias a Dios porque no soy como esas otras personas”. Dios dice que esto es lo que acaba con la vida de una nación, que es lo que acaba con la vida de la iglesia, y además es lo que acaba con la vida espiritual de la persona, haciendo que quede separada.
Padre, cuántas veces me he negado a pronunciar una palabra de perdón, a realizar un acto de restauración, sólo para sentirme atormentado por los temores, las ansiedades y las preocupaciones. Te doy gracias porque Tú me has perdonado por medio de Jesucristo. Enséñame a conceder este mismo perdón a los que me rodean.
Aplicación a la vida
¿Cuál es el mayor obstáculo para el perdón que todos necesitamos conceder y recibir para sanar las relaciones? ¿Cómo podemos nosotros ser un conducto de la asombrosa gracia y misericordia de Dios?