Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que le habían seguido.
Marcos 2:15
Ésta debió de ser evidentemente una cena de despedida que dio Mateo a sus amigos, sus compañeros cobradores de impuestos. Se estaba despidiendo de su trabajo y de sus amigos con el propósito de marcharse para seguir a Jesús, viajando de un lugar a otro. Pero además era una oportunidad de presentarles a su recién descubierto Señor.
¡Qué colección de bribones debieron de estar allí reunidos ese día! Todos los cobradores de impuestos de la ciudad, todos los pecadores, todos los despreciados parias sociales estaban allí sentados. Al pasar los escribas de los fariseos, vieron que justo en medio de todo ello, entre los “bebedores de cerveza” y los “jugadores de poker”, estaba sentado Jesús. ¡Y se quedaron terriblemente escandalizados! Era evidente que Jesús era amigo de estos hombres. No les estaba reprendiendo, sino que estaba sentado entre ellos comiendo y bebiendo con ellos. Los escribas se quedaron sencillamente espantados al ver aquello y llamaron a Sus discípulos a un lado: “¿Por qué hace cosas como éstas? ¿Acaso no sabe quiénes son estas personas?”.
La respuesta de Jesús es muy reveladora. De hecho, está de acuerdo con sus comentarios. Dice, en efecto: “Tenéis razón; estos son hombres enfermos, que están sufriendo y que se sienten turbados. Su estilo de vida les ha perjudicado profundamente. No ven la vida rectamente y están encubriendo muchos males, además de ser falsos en muchos sentidos. Tenéis razón; estos son hombres enfermos, pero ¿dónde más podría haber un médico?”.
Él les dice algo a ellos que llama adecuadamente su atención y hace que vuelvan la vista sobre ellos mismos. Dice: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Es decir, aquellos que creen ser justos, como sucede con estos fariseos, que están, de hecho, más necesitados que aquellos a los que consideran parias sociales. Estos fariseos estaban, de hecho, más profundamente trastornados que los cobradores de impuestos y los pecadores, pero no lo sabían. Pero Jesús les estaba diciendo: “A aquellos que creen que son justos, no tengo nada que decirles. Pero a estos que saben que están enfermos y están dispuestos a recibir ayuda, estoy totalmente a su disposición como ministro de sus almas”.
Nuestro Señor dejó varias cosas muy enfáticamente claras con Su respuesta. Primero, indicó firmemente que cuando las personas creen que no tienen necesidad de ayuda de Dios, no están en situación de recibir ayuda, y no hay nada que decirles. Pero el Señor siempre dedicaba Sus esfuerzos a los hombres y mujeres que estaban abiertos a recibir ayuda, en relación con lo que estaban sufriendo tanto que sabían que necesitaban ayuda.
La segunda cosa que revela nuestro Señor es que las personas son más importantes que los prejuicios. Los prejuicios son nociones preconcebidas formadas antes de que tengamos el conocimiento suficiente; normalmente son ideas equivocadas o distorsionadas con las que nos hemos criado. Cuando los prejuicios se oponen a las necesidades de las personas, es preciso eliminarlos sin ninguna duda. Nosotros los cristianos debemos aprender a tratar a personas como éstas, sea cual sea su aspecto exterior. Así fue como Jesús trató a las personas por todas partes.
Padre, te doy gracias por el valor de Jesús, que se atrevió a desafiar las tradiciones humanas. Concédeme que pueda verme a mí mismo y a otros como Tú nos ves, como personas enfermas que necesitan un médico.
Aplicación a la vida
¿Necesitamos nosotros arrepentirnos de juzgar de manera farisaica, que nos separa del perdón de nuestros pecados por parte de Dios, y mostrar una compasión sincera por otros pecadores?