Decía además: “Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra. Duerma y vele, de noche y de día, la semilla brota y crece sin que él sepa cómo”.
Marcos 4:26-27
Éste es un secreto del reino de Dios, y para mí es una de las más estimulantes parábolas que pronunció Jesús. Está hablando acerca de cómo este dominio de Dios aumenta, cómo crece en una vida. Explica que es llegar a la cosecha con una expectativa paciente de que Dios obrara. La clave de todo este pasaje es: “la semilla brota y crece sin que él sepa cómo”. Es decir, hay fuerzas que están obrando que serán fieles para realizar su trabajo, tanto si el granjero se preocupa y se angustia como si no lo hace. Los granjeros hacen lo que pueden hacer, lo que se espera de ellos, pero a continuación es preciso que Dios haga la obra, y Él lo hará. Y, con esta confianza, este granjero se siente seguro.
Según vemos por la imagen que pinta Jesús, este granjero sale a sembrar. El arar los campos es un duro trabajo, pero esto es lo que él puede hacer, aunque después se marche a su casa y se vaya a la cama. No se queda sentado toda la noche mordiéndose las uñas, preguntándose si la semilla ha caído en los lugares apropiados o si no tendrá raíz. Ni se levanta a la mañana siguiente y se pone a cavar para ver si ha brotado ya. Se siente seguro por el hecho de que Dios está obrando, que tiene parte en este proceso y debe hacerlo, y nadie puede hacerlo por Él, sino que Él lo llevará a cabo fielmente. De manera que el granjero se siente seguro, sabiendo que al crecer la semilla hay etapas que se pueden observar: “primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga” (v. 28b). Es sólo cuando el grano está maduro que él tiene que actuar de nuevo. Cuando la cosecha está lista, debe actuar una vez más.
Esto es exactamente lo que nos describe Pablo en este pasaje de 1 Corintios 3:9a: “porque nosotros somos colaboradores de Dios”. Así es como debemos esperar que Él obre. Lo primero que tenemos es un testigo, tal vez una palabra de enseñanza o de exhortación a alguien o a nosotros mismos. Y a continuación empieza el proceso inevitable, uno que requiere tiempo y paciencia, permitiendo que Dios obre. Una de las fuerzas más destructivas que tiene lugar hoy en la iglesia es la demanda insistente de resultados inmediatos. Queremos tener conversiones de inmediato, respuestas inmediatas cada vez que hablamos. Tenemos tendencia a no permitir tiempo para que la Palabra arraigue, crezca y llegue a la cosecha.
Yo he observado a un muchacho en la Iglesia Bíblica de la Península (PBC) crecer desde la escuela primaria. Le observé al convertirse en adolescente y llegar al periodo de profunda y amarga rebeldía contra Dios. Observé a sus padres, doloridos y hundidos por sus actitudes, a pesar de lo cual estuvieron orando por él, diciéndole lo que pudieron, pero sobre todo teniéndole en oración. Yo observé todo el proceso al echar raíces la semilla en su corazón y empezar a crecer. Había pequeñas señales que era posible observar que estaba teniendo lugar, y gradualmente regresó al Señor. Y como joven adulto, me pidió que rellenase una referencia para él para ir al seminario. Ésa es la Palabra desarrollándose en secreto. El sembrador no sabe cómo sucede, pero puede estar seguro de esto.
El Señor nos está enseñando la fantástica verdad de que Dios está obrando. ¡No todo depende de nosotros!
Señor, te doy gracias porque puedo confiar que, al hacer yo mi parte y sembrar la semilla de Tu Palabra donde pueda, Tú harás el resto.
Aplicación a la vida
Nosotros tenemos el privilegio de sembrar la fértil semilla del evangelio. ¿Confiamos nosotros en la obra soberana del Espíritu para que produzca la cosecha, o dependemos de nuestra propia efectividad?