Habló Jehová a Moisés y le dijo: “Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguien haga un voto especial a Jehová, según la estimación de las personas que se hayan de redimir, lo estimarás así: Al hombre de veinte años hasta sesenta, lo estimarás en cincuenta siclos de plata, según el siclo del santuario”.
Levítico 27:1-3
Hay varias categorías de votos enumeradas en este capítulo. Se aplican en gran parte a las condiciones que prevalecían en aquel día en la nación de Israel en su relación con Dios. Sin embargo, los principios detrás de ellos son de una aplicación permanente. Hay varios puntos que requieren comentario en este pasaje.
Primero de todo, la naturaleza de este voto era que se hacía sobre personas, o sobre el individuo mismo que había hecho el voto, o a menudo era un voto hecho con el deseo para el beneficio de otra persona, un padre, un hijo, un sirviente, o un amigo. Hay veces que nos preocupamos por alguien y tendemos a orar: “Señor, si hicieras tal y tal por esta persona, entonces yo haré algo por Ti. Me investiré en un grado inusual en Tu obra”. A lo que se resume aquí es que en Israel le estaban diciendo a Dios: “Yo soportaré la obra del sacerdocio y daré más allá de lo que ordinariamente daría, si beneficias o bendices o ayudas a zutano o mengano”.
Cuando una promesa de esta naturaleza se hacía, había una escala de valores predeterminada por Dios, la cual Moisés había de transmitir y de la cual no eran libres de desviarse en ningún grado. Si la persona en cuestión era de cierta edad y sexo, entonces había una cantidad establecida para él o ella, y esa cantidad había de pagarse si la bendición era recibida. Dios dio instrucciones minuciosas en cuanto a este tipo de promesa.
Al nivel espiritual, claro, esto se aplica a nosotros. Si le prometemos ciertas cosas a Dios en momentos de peligro, o si intentamos negociar con Él o conseguir que obre por nosotros, Dios espera que le paguemos por completo, exactamente como prometimos. Pero si un hombre reconocía que no tenía lo que se requería, que era demasiado pobre para pagar el precio, todavía podía hacer una promesa a Dios de la acción de gracias y gratitud, pero el sacerdote, el representante de la gracia de Dios, entraría en el trato, y en un sentido intercedería por él y establecería una valoración que pudiera cumplir.
Ésta es una bella imagen de aquellos votos y promesas que hacemos, no para negociar con Dios, sino para expresarle nuestra acción de gracias por todo lo que ha sido para nosotros. Cuando nuestros corazones son tocados por Su gracia y nos encontramos maravillados en Su presencia y decimos: “Señor, heme aquí, tómame”, o “Aquí están mis hijos, Señor; tómalos y úsalos como plazcas”, estos son votos hechos a base de la gracia, y Dios promete proveer cualquier necesidad auxiliar Él mismo. Lo que el pueblo de Dios no puede obtener por la ley puede tener por la gracia y, como lo dice el Nuevo Testamento: “más abundantemente de lo que pedimos o entendemos…” (Efesios 3:20). Ésa es la forma en la que Dios opera en gracia.
Padre, no quiero venir a negociar contigo o a hacer promesas impulsivas que no puedo cumplir. Quiero venir confiando en Tu amor y gracia, devolviéndote lo que legítimamente te pertenece. Guárdame de robarte, Señor Jesús, de Tu legítima herencia.
Aplicación a la vida
Las promesas que Dios nos hace son seguras y dependen de Su carácter, mientras que nuestras mejores intenciones a menudo fallan cuando dependemos de nuestros propios recursos. ¿Estamos tomando compromisos en cuanto a nuestra vida por fe en Su poder obrando en nosotros?