Llamó Jehová a Moisés y habló con él desde el Tabernáculo de reunión, diciendo: “Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros presente una ofrenda a Jehová, podrá hacerla de ganado vacuno u ovejuno”.
Levítico 1:1-2
Hay cinco ofrendas en Levítico: el holocausto, la ofrenda de paz, la ofrenda de harina, la ofrenda de expiación y la ofrenda de pecado. Todas estas cinco ofrendas representan aspectos de la obra de Jesucristo. La primera ofrenda es el holocausto. La característica más importante del holocausto es que tenía que involucrar la muerte. La muerte en estas ofrendas siempre es una imagen de la muerte del Señor Jesucristo de nuestra parte. Así que, cuando los israelitas ofrecían este sacrificio, estaban aprendiendo la gran verdad que sólo por medio de la muerte de un sustituto aceptable puede el hombre jamás satisfacer este gran anhelo de pertenecer. Sólo al reconocer la muerte de Jesucristo para ti puedes jamás satisfacer ese anhelo. Él es la expresión del amor de Dios. Así que debemos darnos nosotros mismos a Dios mediante Cristo, reconociendo que somos Su propiedad, que nosotros le pertenecemos: “que no sois vuestros, pues habéis sido comprados por precio” (1 Corintios 6:19b-20). Dios no te explota ni te utiliza como un robot o un esclavo, ni lo hará. Él te ama y quiere satisfacerte y liberarte. Pero sí le perteneces a Él. Ésta es la verdad más básica.
Puedes encontrar una cierta cantidad de satisfacción en tener una familia. Estarás muy inquieto si no tienes una familia. Puedes encontrar satisfacción en tu trasfondo, en tu identidad. Pero nunca estarás completamente satisfecho de esta forma. Encontrarás que el gemido de tu corazón, esta hambre clamorosa de ser poseído y de pertenecer, puede ser satisfecho sólo por Dios en Jesucristo viniendo a tu vida. Por la muerte de Cristo la puerta está abierta. Sólo por medio de la muerte de Cristo, y sólo por medio de la relación con el Dios viviente que esa muerte habilita, puede esa hambre ser tranquilizada, puede este deseo básico de pertenecer ser cumplido. Esto es lo que explica el sentido de júbilo y alivio al convertirnos en cristianos. ¿Te acuerdas de eso? “¡Ahora pertenezco! ¡Dios es mi padre! Estoy en una familia. ¡Nunca más estaré solo! ¡Dios nunca renunciará a mí ni me abandonará! ¡Pertenezco a Dios!”
Gracias, Padre, que has hecho provisión para que la más básica de las necesidades sea cumplida en Jesucristo, que murió por mí para que pudiera tenerla. Enséñame a regocijarme en mi relación contigo.
Aplicación a la vida
La muerte de Cristo ha comprado las necesidades básicas para nuestros anhelos humanos, a precio que no puede medirse, y todo previsto para nuestro júbilo. ¿Estamos accediendo a esta herencia como nuestra primera y primaria fuente de vivir?