Jesús les dijo: “Llenad de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: “Sacad ahora un poco y presentadlo al encargado del banquete”. Y se lo presentaron.
Juan 2:7-8
Fíjese el lector en la sencillez de este relato, con qué facilidad, tranquilidad y dignidad hicieron esto. Él les dijo sencillamente: “Llenad de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta arriba, no con café descafeinado, sino con 120 a 180 galones de agua corriente y pura. Luego Jesús dijo: “Sacad ahora un poco y presentadlo al encargado del banquete”. No se hizo oración alguna, ni se dio ninguna orden; no hubo gritos histéricos; no hubo súplicas ni caras de fastidio, ni imposición de manos, ni se intentó atar a Satanás; no se hizo uso de fórmulas de prestidigitación ni sortilegios, nada de eso. Él ni siquiera tocó el agua ni la probó después para comprobar qué hubiera sucedido. Sencillamente dijo: “presentadlo al encargado del banquete”. ¡Qué preciosa y sencilla dignidad!
Sin embargo, esto sucedió dentro de los límites de un proceso natural. El agua no se convirtió en leche, ni se cambió en Coca-Cola. Lo que sucedió fue algo que también sucede en la naturaleza. ¡El agua está siendo transformada en vino en todas las viñas en estos momentos! Esto requiere un largo proceso de crecimiento, de recolectar y aplastar; requiere la actividad de los hombres y del proceso de fermentación. Pero es un proceso natural, y ésta es la característica de los milagros de Jesús.
En su libro de gran ayuda, Miracles, C. S. Lewis ha destacado el hecho de que cada uno de los milagros realizados por Jesús es sencillamente una especie de corto circuito de un proceso natural, hacer algo de manera instantánea que en general lleva un periodo mucho más largo de tiempo. Lewis dice: “Cada milagro escribe con minúscula algo que Dios ya ha escrito o escribirá casi con letras demasiado grandes como para que se noten, a lo largo de todo el lienzo de la naturaleza”.
Eso es lo que está haciendo Jesús: está sobreponiendo los elementos de tiempo, crecimiento, cosecha, aplastar y fermentación. Coge el agua, que es una sustancia inorgánica, no viviente y común, y sin decir una sola palabra, sin gesto alguno, sin imposición de manos, con total sencillez el agua se convierte en vino, en un líquido orgánico, un producto de fermentación, que encaja con el ámbito de la vida. De esta manera demuestra Su maravillosa habilidad para dominar los procesos de la naturaleza.
Más adelante, Juan escribe: “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Juan 2:11). Ellos creyeron que tenían ante ellos al Hombre de Dios, dominando sobre todas las obras de las manos de Dios, haciendo uso del dominio y autoridad sobre el mundo natural y haciendo lo que le complaciese con él, dentro de los límites de la naturaleza misma. Cuando los discípulos lo vieron, creyeron más profundamente en Él que con anterioridad. Se dieron cuenta de que ante ellos tenían a Uno que podía dominar la vida. Ante ellos tenían a Uno que podía tomar cualquier cosa corriente, nada fuera de lo normal, agua sencilla, y convertirla en vino, haciendo que fuese motivo de gozo.
El Señor puede valerse de sucesos corrientes y monótonos, ordinarios de cualquier vida, y con Su toque hacer que estuviesen llenos de gusto, fragancia, fortaleza y belleza, convirtiéndolos en vino. Él hará esto con cualquiera de nosotros si caminamos fielmente con Él creyendo en Él.
Jesús, por favor toma mi vida corriente y por medio de Tu gran poder conviértela en algo lleno de gozo, de belleza y fortaleza.
Aplicación a la vida
¿Estamos nosotros aprendiendo a observar y apreciar la obra imponente y transformadora de Dios en sucesos y circunstancias sencillos y corrientes de nuestra vida?