Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado, pues me has amado desde antes de la fundación del mundo.
Juan 17:24
Jesús concluye Su oración con una expresión formidable y profundamente sincera de Su deseo de que estemos con Él en la gloria, que todos los que creen en Su nombre, desde el principio de Pentecostés hasta el final de los tiempos, puedan estar con Él en Su gloria. ¡Qué base tan magnífica para nuestra esperanza del cielo! Y a pesar de esto el cielo sólo es el cielo porque estaremos con Cristo. Ésta es la esperanza de todo creyente: que un día estaremos con Él. Como dijo Pablo: “más aún queremos estar ausentes del cuerpo y presentes al Señor” (2 Corintios 5:8b). Y en muchos lugares las Escrituras ponen esta esperanza ante nosotros. El gozo del cristiano es que en el cielo contemplamos la gloria de Jesús, la manifestación de toda la gloria que está en Él.
¡Ésta es una gran esperanza! En las Escrituras no se nos dice mucho acerca del cielo, sólo lo suficiente para que deseemos estar allí. Pero la esperanza puesta ante nosotros es que estaremos con Jesús, para contemplar Su gloria en respuesta a esta oración. Pero no tenemos que esperar al cielo. Hay un sentido en el que esta oración está siendo contestada ahora mismo. Creo que nuestro Señor quiso que fuese de esta manera, porque en el Espíritu podemos, ahora mismo, contemplar la gloria de Jesús. Y es la visión de esta gloria, acerca de quién es Jesús, lo que nos transforma. Pablo nos dice que ahora estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales. “Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
De manera que cuanto más veamos y contemplemos la gloria de Jesús, tanto más somos hechos semejantes a Él, a pesar de que no seamos conscientes del cambio que se está produciendo. ¿Qué es esta gloria? Nuestro Señor lo define para nosotros en el versículo 26: “Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos”. La gloria de Jesús es la gloria del amor, el amor de Dios hacia Su pueblo. Eso es lo que toca nuestros corazones y transforma nuestras vidas, haciendo que seamos personas diferentes, perdonando nuestros pecados, levantándonos de nuevo y animando nuestros corazones. Es la realización de que Dios nos ama verdaderamente de la misma manera que ama a Jesús.
¡Señor, te doy gracias porque Tú me has agarrado con este gran amor y porque me has dado la esperanza de la gloria!
Aplicación a la vida
¿Debemos nosotros esperar el cielo? ¿Reflejan nuestras vidas la gloria de Jesús hoy, así como nuestra esperanza de Su gloria en el futuro?