Entonces, cuando salió, dijo Jesús: ―Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también lo glorificará en sí mismo, y en seguida lo glorificará.
Juan 13:31-32
Fíjese usted en que se enfatiza la gloria en estos versículos. Éste es el principio secreto por el cual alcanzamos la gloria, que es algo que todos anhelamos. Todos deseamos que otras personas tengan un elevado concepto de nosotros, y es a esto a lo que se refiere Jesús. El secreto de obtener la gloria es entregarse usted a sí mismo, es perderse. Él está esperando con anhelo la cruz, que se convirtió en una certidumbre al momento en que Judas se marchó de la habitación y Jesús dijo: “Ahora (ante la certidumbre de la cruz) es glorificado el Hijo del hombre”.
Fíjese usted en tres manifestaciones de la gloria mencionadas en esta frase. Primero, Jesús es glorificado en la cruz, y en la cruz el carácter interno de Jesús se hace visible. Juan dice: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre” (1:14). Toda esa gracia y verdad se hace visible en la cruz.
En segundo lugar, Dios se glorificó en Jesús, porque la cruz revela también al Padre. Ha surgido la extraña idea entre los cristianos de que Jesús es el que sufre como inocente, aplacando la ira de un Dios furioso que está dispuesto a golpear a la humanidad, pero ése no es el punto de vista bíblico. La Biblia dice: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19a). En este versículo ve usted la misericordia, el amor y la gracia del Padre.
En tercer lugar, Dios le glorificará de nuevo y lo hará de inmediato. Aquí Jesús está pensando acerca de Su resurrección, y nuestro Señor está declarando un gran principio: ¿Cómo puede usted alcanzar la gloria? ¿Cómo logra usted el cumplimiento que está usted de manera muy legítima deseando? La respuesta es morir, “porque todo el que quiere salvar su vida la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25). Y justo detrás de la muerte está la resurrección. Pedro lo expresa de una manera muy precisa en su primera epístola: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo” (1 Pedro 5:6).
Nosotros luchamos con esto, debatiéndonos por alcanzar el lugar más elevado. Nos dejamos llevar por la sospecha y astucia los unos con los otros. De modo que ¿cómo puede usted perder su vida? ¿Cuál es el poder que puede hacer que esté usted dispuesto a tirarlo todo por la borda? Es por eso que añade Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). Ése es el poder que hace posible el sacrificio. La clave es la frase: “como yo os he amado”. Ése es el secreto. Es preciso que nuestro amor tenga su origen en Su amor por nosotros. Nosotros debemos tomar de Su amor por nosotros. Hemos de depender de Su amorosa aceptación, a fin de que podamos alcanzar con amorosa aceptación a otros cerca de nosotros, tanto si son personas agradables como si no lo son.
Señor, veo la aparente paradoja de que la gloria se encuentra en el amor sacrificador. Ayúdame a permanecer en Tu amor, a fin de que pueda someter mi voluntad a Ti y amar a otros con el amor que Tú me has dado.
Aplicación a la vida
¿Cuál es el secreto de la gloria? ¿Cómo conseguimos sentirnos personalmente realizados en cuanto a lo que legítimamente deseamos?