Si mi tierra clama contra mí y lloran todos sus surcos; si he comido su sustancia sin pagar o he afligido el alma de sus dueños, ¡que en lugar de trigo me nazcan abrojos, y espinos en lugar de cebada!
Job 31:38-40a
Con esto terminan las palabras de Job; no tiene nada más que decir. Sintiéndose confuso, haciéndose preguntas, atormentado, pero no deseando abandonar a Dios, permanece en silencio. ¿Qué podemos nosotros decir acerca de las pruebas, las presiones y los acertijos de nuestra propia vida? Recuerde usted que Job, al llegar a este punto, se ha dado cuenta de que su teología es demasiado pequeña para su Dios, lo cual es verdad respecto a muchos de nosotros. Creemos que sabemos la Biblia; creemos que tenemos a Dios acorralado y que entendemos cómo va a actuar. Y, con la misma seguridad con que lo hacemos, Dios va a hacer algo que no va a encajar en nuestra teología. Él es superior a cualquier estudio humano acerca de Él. Él no va a ser inconsistente consigo mismo; nunca lo es. No es caprichoso, ni actúa por ira o por malicia. Es un Dios amoroso, pero Su amor adopta formas de expresión que nosotros no entendemos. Hasta este punto Job ha tenido fe en los principios de Dios, pero por fin ha llegado al punto de intentar poner en práctica de manera temblorosa su fe en el Dios que gobierna. Ésa es una transferencia a la que muchos de nosotros necesitamos llegar.
La segunda cosa que podemos ver al llegar a este punto en el libro es que la manera en que Job se ve a sí mismo resulta lamentablemente inadecuada. Ha estado defendiéndose a sí mismo y ha estado recordando todas sus buenas obras. Todos hacemos esto, ¿verdad? Cuando nos encontramos con problemas, todos tenemos tendencia a pensar para nosotros mismos: “¿Por qué tiene que sucederme esto?”. Con eso queremos decir: “No he hecho nada mal; me he comportado perfectamente. ¿Por qué tengo que estar sometido a esta clase de tormento?”. Todo esto hace que nos demos cuenta de que él y también nosotros tenemos muy poco conocimiento acerca de las profundidades del ataque del pecado contra nosotros y la perversión de nuestros corazones. Jeremías dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Lo que Dios nos enseña por medio de estas presiones y problemas en la vida es entender que hay profundidades de pecado dentro de nosotros de las que todavía no somos conscientes.
Lo tercero que necesitamos ver es que su propia vindicación explica el silencio de Dios. ¿Por qué no ayuda Dios a este hombre? La contestación es porque aún no ha llegado al lugar en el que está dispuesto a escuchar. Mientras las personas se están defendiendo a sí mismas, Dios no las va a defender. Hay un tema que encontramos a lo largo de toda la Biblia: “Mientras usted siga justificándose a sí mismo, Dios no le va a justificar a usted”. Y mientras Job esté convencido de que su postura es correcta, continuará el silencio de Dios, algo que también es cierto en nuestras vidas. Éste es el motivo por el que Jesús empieza el sermón del monte diciendo: “Bienaventurados los pobres en espíritu” (Mateo 5:3a), los que están en la bancarrota ellos mismos, que han llegado al final. Cuando nos callamos y dejamos de defendernos a nosotros mismos y a justificarnos a nosotros mismos, Dios defenderá nuestra causa. Esto es lo que veremos en el libro de Job al final: Dios empezará a hablar a favor de Job.
Señor, ayúdame a dejar a un lado mis ideas ostentosas para mejorarme a mí mismo y para defenderme a mí mismo cuando me encuentro desnudo ante Ti, confiando en Tu amorosa gracia para darme todo lo que necesito.
Aplicación a la vida
Nosotros blanqueamos inevitablemente nuestra conducta en defensa de nosotros mismos. ¿Estamos nosotros dispuestos a aparecer desnudos ante Dios, que nos conoce íntimamente, a pesar de lo cual nos defiende al estarnos completos en Cristo?