Y habló Jeremías a todos los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: “Jehová me envió a profetizar contra esta Casa y contra esta ciudad todas las palabras que habéis oído. Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y escuchad la voz de Jehová, vuestro Dios; y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros. En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí como mejor y más recto os parezca. Pero sabed de cierto que si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes, porque fue en verdad Jehová quien me envió a vosotros para que dijera todas estas palabras en vuestros oídos”.
Jeremías 26:12-15
Ésta es una reunión oficial; se está llevando a cabo un juicio. Jeremías ha sido impugnado por el pueblo. Y las autoridades religiosas de la nación, los sacerdotes y profetas, están detrás de esto. Han presentado un cargo serio, un cargo de traición, en contra del profeta. Esta gente sintió que porque el templo era la casa de Dios, Dios defendería ese templo sin importar lo que ocurriera en él. Pensaron que el templo era inmaculado y que la ciudad estaba protegida porque era la ciudad de Dios. Estaban diciendo: “¡No puede ocurrir aquí!”. Pero Jeremías dijo que ocurriría. Así que le presentaron un cargo de blasfemia y traición en contra del templo de Dios y de la ciudad de Dios.
Fíjate de que en la respuesta de Jeremías no hay ni la más mínima desviación de su parte. Éste hubiera sido el momento, si hubiera tenida la inclinación, de haberle dicho a esta gente: “Ahora, esperad un minuto. ¡Quiero dejar una cosa perfectamente clara! Ciertamente he profetizado, pero no pensaba que os lo hubierais tomado tan en serio. Estoy seguro de que si me dejáis ir, puedo interceder frente a Dios por vosotros, y quizás cambie de opinión”. Pero no dice eso. No altera su palabra ni un poquito: “Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y escuchad la voz de Jehová, vuestro Dios; y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros”.
Jeremías hace lo que el pueblo de Dios ha sido exhortado a hacer a través de todas las Escrituras en tiempos como estos: Déjalo en las manos de Dios. La batalla es Suya. Si eres cargado injustamente con algo de lo cual no eres culpable, no intentes defenderte a ti mismo. La batalla es de Dios. Déjasela a Él. Él se encargará de ello. Ponte en las manos de Dios, y Él te ayudará mientras pasas por tus dificultades. Esto es lo que Pedro dice sobre el Señor Jesús: “Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:33). Esto es lo que Jeremías hace. Tan a menudo estamos preocupados con defendernos a nosotros mismos, vindicándonos a nosotros mismos. Estamos tan preocupados de que alguien piense que hay algo mal sobre nosotros. Está perfectamente bien intentar explicar las cosas lo más posible. Pero cuando es evidente que nadie está dispuesto a escuchar, entonces déjalo en las manos de Dios. Él sabe lo que está haciendo.
Señor, dame el valor y la fe de ponerlo todo en Tus manos.
Aplicación a la vida
Cuando respondemos al llamado de Dios a ser Sus testigos, ¿somos ambiguos a Su verdad? Cuando anticipamos la posibilidad de rechazo y persecución, ¿nos ponemos en las manos de Dios con confianza?