Se regocijó con ellos Ezequías y les mostró la casa de su tesoro: la plata y el oro, las especias, los ungüentos preciosos, toda su casa de armas y todo lo que se hallaba en sus tesoros. No hubo cosa en su casa y en todos sus dominios que Ezequías no les mostrara.
Isaías 39:2
Adulado por los cumplidos de Babilonia, el rey confió en estos embajadores, a pesar de que Isaías había hablado muy claramente de la amenaza que estos representaban: lo que Babilonia representaba en términos espirituales y cuál sería su destino final. Pero el rey ignoró las palabras de Isaías, así como hoy en día tantos ignoran las claras advertencias de las Escrituras.
Así que Isaías vuelve a visitar a Ezequías. El viejo profeta le dice al rey: “Veo que tienes visita. ¿Quiénes son estos hombres?”. “Oh”, contesta Ezequías, “son embajadores de Babilonia, el gran poder al Este. Esta superpotencia ha reconocido nuestro diminuto reino, y eso me hace sentirme orgulloso y respetado”. Sin duda le había enseñado la carta a su mujer, exclamando: “Mira, querida, el rey de Babilonia se ha fijado en nosotros”. Al preguntarle Isaías lo que les había enseñado a estos embajadores, Ezequías responde: “Les enseñé todo lo que tenemos: los tesoros, todas nuestras defensas, todo”.
Isaías a continuación da una predicción de cuál será el resultado de la necedad del rey: “Oye palabra de Jehová de los ejércitos: ‘He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, lo que tus padres han atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová. De tus hijos que saldrán de ti y que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia’” (Isaías 39:5b-7).
Lo que esto nos enseña es que la prosperidad es una mayor amenaza que la adversidad. Cuando somos desafiados, atacados e insultados, naturalmente queremos correr al Señor para que Él sea nuestro defensor. Ah, pero cuando se nos ofrece una nueva posición, con un sueldo más alto, y para poder aceptarlo tenemos que apartarnos a nosotros mismos y a nuestras familias de las influencias que nos han formado moral y espiritualmente, o cuando nuestro trabajo es de tal naturaleza que nos separa del tiempo que deberíamos pasar buscando primeramente el reino de Dios, es entonces cuando estamos siendo expuestos sutilmente a la trampa de Babilonia. Todos hemos conocido a gente que ha caído en esta trampa, perdiendo su vitalidad espiritual a veces durante años porque no ha hecho caso de las advertencias en cuanto a seducción del mundo.
Alexandr Solzhenitsin contó cómo una vez había tenido un amigo íntimo mientras estaba preso en el Gulag. Estaban de acuerdo en todo. Disfrutaban las mismas cosas; les gustaba discutir los mismos temas. Solzhenitsin pensó que su amistad duraría toda la vida. Se quedó pasmado, sin embargo, cuando a su amigo se le ofreció una posición privilegiada en el sistema penitenciario, y él la aceptó. Ése fue el primer cambio en su amigo, que al final le vio convertirse en un torturador que diseñaba horribles y crueles tormentos contra los prisioneros soviéticos. Solzhenitsin describió el temor en su propio corazón cuando se dio cuenta de que las decisiones simples, hechas en un momento, ante una oferta de prosperidad, pueden arruinar una vida, mientras el ataque personal y el insulto no pudieron hacer que uno perdiera la fe.
La mayor prueba de la fe viene no cuando recibimos noticias que nos ofenden, nos insultan, o parecen amenazar nuestras vidas. Más bien, deberíamos tomar las ofertas de prosperidad y bendición y exponerlas ante el Señor, y escuchar Sus sabias palabras al evaluar lo que se nos está ofreciendo.
Gracias, Padre, por el claro destello de la sabiduría de Tu Palabra en cuanto a las amenazas a mi vida. Ayúdame a acordarme de que tengo un enemigo que puede atacar mi fe abiertamente, o puede venir con la seducción de lo que parece una oferta de mayor prosperidad, mejores condiciones o más honor. Concédeme la sabiduría para evaluar tales amenazas.
Aplicación a la vida
¿Medimos nuestro valor por la ganancia mundana? ¿Y si ganáramos el mundo entero pero perdiéramos nuestras almas? ¿Necesitamos una revaluación radical de nuestra identidad?